Llegó la hora de la partida; henchidos de gozo nuestros corazones, a la par que gratamente impresionados al poder ofrecer al Buen Jesús el sacrificio de abandonar nuestra amada España; postradas ante el altar de María Inmaculada, imploramos fervientes su auxilio y protección, para emprender nuestro vuelo a través del Océano.
Gratísima e imborrable será para nosotras la despedida de nuestro amado noviciado; reunidas las Hermanas que formamos la expedición: Sor Manuela Saucedo, dignísima Vice-Visitadora de la Perla de las Antillas, Sor Encarnación Navarro, Superiora del Asilo María Jaén, Sor Emiliana Alvarez, Superiora del Asilo –Truf fin, Sor Victoriana Cordeu, Sor Guillermina Krüger, Sor Lucila Barreiro, Sor María del Carmen Cuevas, Sor María del ‘ Pilar Cañisá, Sor Avelina Fuster, Sor Rosalía Alvarez, Sor Eugenia Pérez, Sor Antonia Gofii y Sor Anastasia Arcos, tuvimos la inmensa satisfacción, a la vez que conmovedora, de despedirnos de nuestro amadísimo y respetable Padre Atienza que acompañado del Padre Gaude, recién venido de Puerto Rico; nos alentó con expresivas frases, dictadas con paternal cariño, a emprender nuestro sacrificio con heroica constancia y alegría, haciendo frente como almas valerosas a los obstáculos anejos a la travesía, y, más tarde,, a la nueva misión que allí nos espera. Recibida su bendición, se completaron tan gratas impresiones con la cariñosa despedida y último abrazo de las Hermanas del Consejo, Directora del Seminario y Secretaria, lamentando la ausencia de nuestra amada Madre, a quien el deber tenía alejada de nosotras.
Bien sabido es que, en todo viajé no falta alguna ocurrencia graciosa paya disipar la nostalgia de la despedida. Así ocurrió en el nuestro. Ya colocadas en el tren, y éste próximo a partir, nos dimos cuenta que ninguna se había hecho cargo de los billetes; he aquí nuestros apuros, desarrollándose entonces una escena cómica; por fin, aparecieron en el bolsillo del chófer, quien ya se iba y distraído se los llevaba.
Llegamos a Santander, siendo muy digna de mencionar la cariñosa acogida de la bondadosísima Sor Romana. y Comunidad del Hospital de San Rafael y esmeradísimas atenciones de que fuimos objeto durante el tiempo que estuvimos en su grata compañía, haciendo ésta un derroche de generosidad, a pesar del gran número de Hermanas que allí nos reunimos, acompañándonos hasta momentos antes de emprender el viaje.
Al día siguiente salimos para Limpias, donde pudimos admirar y contemplar de cerca la bendita imagen del milagroso Santo Cristo e implorar su ayuda y protección; desde allí fuimos a saludar a los Padres del Colegio, que se portaron finos y atentos, como ellos acostumbran.
Grande fue nuestra emoción al poner los pies en el hermoso trasatlántico Alfonso XIII, en el cual habíamos de hacer la travesía por la inmensidad de los mares. Pródiga, como siempre en finezas y bondades para con sus Hijas, nuestra amada Madre, en la imposibilidad de darnos el último «Adiós», tuvo la delicada atención de enviarnos en su representación a dos Hermanas de la Secretaría, que supieron hacerlo a maravilla.
A las doce y media de la noche, impresionadas con el ruido de la sirena del vapor, que se preparaba a levantar anclas, sentimos que el pícaro corazón hacía de las suyas, ante el recuerdo de los seres queridos que abandonaba; pero pronto se reanimó éste, renovando con gusto el sacrificio a Dios. Inmensa era la muchedumbre que presenciaba en el muelle la salida del vapor, y al efectuarse ésta se oyó un murmullo general, y, agitando con frenesí sus pañuelos, nos despedían; como los niños no han de faltar en estos casos, hacían lo mismo y con sus, infantiles voces, que se perdían entre las ondas, nos decían: «Adiós, Hermanitas. Buen viaje, Hermanitas», y con mayor inocencia aún nos gritaban: «Hermanitas, que vuelvan como van». Qué bendita inocencia, como si nos fuese tan fácil el volver a nuestra inolvidable España.
Confiando plenamente nuestra suerte a la divina Providencia, entramos en nuestros camarotes, para conciliar el sueño, que con el balanceo del vapor y a pesar de las múltiples impresiones no tardamos en conseguir.
Día 18 de julio. Amanecemos en Gijón; tenemos el consuelo de ser fortalecidas con el pan de los Ángeles y la asistencia al divino sacrificio; pues van con nosotras ocho Padres de la Compañía de Jesús, que nos proporcionan esta dicha. En este hermoso puerto nos sorprende la agradable visita del Padre José María Fernández y numerosas Hermanas que desde Oviedo vinieron a saludarnos y no nos abandonaron hasta perdernos de vista, comenzando de nuevo el vapor su desafío con las gigantescas olas del terrible Cantábrico. Envalentonadas con la tranquilidad de la noche anterior, nos creemos muy seguras y lejos del mareo; pero muy pronto cambia la escena, pagando casi todas el tributo al mar; no obstante, intentamos reunirnos para cenar; pero… qué ilusión «es gracioso vernos desfilar del comedor una tras otra por el contagio del mareo».
Día 19. Despertamos en la cama: indescriptible es la alegría que hoy nos embarga ante el recuerdo de la memorable fecha, gratísima en extremo para nuestras dos familias; un grito unísono y entusiasta (aunque algo egoísta) se escapa de nuestros labios, exclamando: ¡Viva San Vicente y sus hijas, que van vavegando!!!, dejando para las que están en tierra el unirse a nuestro entusiasmo.
A las nueve próximamente divisamos una gasolinera que conduce a nuestras amadas compañeras de Coruña, las cuales vienen a darnos un fraternal abrazo e invitarnos a bajar para asistir al panegírico de nuestro Santo Padre, invitación imposible de aceptar porque el vapor ha de permanecer poco tiempo. Llega la hora de la comida y, libres del mareo, podemos hacerlo. Más tarde, contemplando el hermoso panorama de la puesta del Sol, entonarnos un himno a nuestro Santo Padre, dando fin a este día, de tan grato recuerdo.
Día 20. Hoy nos parece un sueño nuestro viaje; el mar sigue con calma y, por lo tanto, nosotras, animadas y contentas, esperando con ansia la sorprendente visita de las islas Azores, cuya proximidad creemos tener, juzgando por las numerosas gaviotas que rodean nuestro buque. Pero, triste ilusión, cuando el día se pasa sin divisar las afortunadas islas, contentándonos tan sólo con recrear nuestra vista al contemplar una atrevida familia de delfines, compuesta de más de cien, que desafían las olas, sin duda para distraernos y lucir sus habilidades marítimas.
Día 21. Las exigencias de los norteamericanos ya se dejan sentir; de mañana nos avisan que tenemos que vacunarnos, operación que se efectúa a las cinco de la tarde, hora en que diariamente nos reunimos en la capilla para el rezo del Santo Rosario ; corno el señor doctor esperaba, nos vemos precisadas a salir de dos en dos antes de terminar éste; pero corno el señor Capellán es muy celoso y le gusta vernos a todas en la capilla, le sorprende nuestro desfile y al salir de la misma, nos pregunta: «¿Qué le pasa a la Madre, que me ha ido robando a todas las Hermanas?»
Terminada la cena, pasamos sobre cubierta, y, recordando el sábado, obsequiamos a nuestra Madre Amantísima con sentidas plegarias.
Día 22. Domingo. Aproximamente a las 9 de la mañana divisamos un correo español, cuya vista vuelve a renovar nuestras impresiones hacia la querida Patria, absortas ante él y con el deseo le hacernos intérprete de nuestros gratos recuerdos. Pronto vienen a alegrarnos los preparativos de la oficialidad y tripulación para asistir al Santo Sacrificio de la Misa, que se celebra sobre cubierta; el altar, improvisado con arte y esmero, lucía en su retablo nuestra simpática y querida bandera ‘española. Comenzada la Misa a los acordes de la orquesta, es indescriptible d cuadro que ante nuestra vista se ofrece; Dios, majestuoso y grande, hace brillar su omnipotencia y ante todo el solemnísimo instante en que por manos del sacerdote se eleva entre el Cielo y la inmensidad del mar la sacrosanta Hostia, que a los acordes de la Marcha Real española nos transporta con el entusiasmo de nuestros corazones a la celestial región, elevando con ellos una ferviente oración por aquellos seres queridos que la distancia nos va separando cada vez más.
Día 23. Desgraciadamente, este día no se presenta tan plácido como el anterior; el balanceo se hace sentir con mayor rigor, obligando a varias de nuestras compañeras a retirarse al camarote, a causa del malestar que les proporciona el mareo.
Día 24. Reparadas ya algún tanto nuestras fuerzas por el cambio favorable del tiempo, al amanecer volvemos sobre cubierta, pudiendo contemplar con inmensa alegría un grandioso vapor que, en dirección opuesta, atraviesa el Océano; pero cuál es nuestro desengaño al ver que no ostenta nuestra bandera; ésto y el poco entusiasmo con que corresponden a nuestros afectuosos saludos, confirma que es extranjero.
Día 25. La fiesta que conmemoramos nos trae de nuevo gratos recuerdos. La Misa se celebra sobre cubierta, con la misma solemnidad que el domingo anterior y el señor Capellán, con el santo entusiasmo de un pecho español, canta las glorias de nuestro insigne Apóstol y Patrón.
Día 26. Octava de nuestro Santo Padre. ¡Qué lejos estamos de lo que nos iba a ocurrir! Nuestra buenísima y cariñosa Sor Manuela, que, al frente de nuestra colonia marchaba con valor y energía, animándonos como madre valerosa, ha sido víctima de unas fiebres gástricas, según dice el médico que la visita. Gracias a Dios, no tienen gran importancia; pero, nosotras, preocupadas y tristes como es natural, pedimos al buen Jesús nos la ponga pronto buena.
Día 27. Ya nuestra Sor Manuela está casi bien, por mas que aún no abandona el camarote; confiamos que las brisas de Cuba; que ya se dejan sentir, la han de restablecer completamente. El mareo ya ha desaparecido, gracias a Dios, pudiendo decir con verdad que somos veteranas de la mar.
Día 28. Nuestra amada Sor Manuela ha subido hoy sobre cubierta; está bastante mejorada; inmenso ha sido nuestro júbilo al verla de nuevo a nuestro lado, y percibir el archipiélago de las Bahamas, pequeñas islas, de las cuales divisamos hasta la arboleda; esto ha sido a las lo. ¡Qué inmensa alegría! Estamos ansiosas de ver tierra, nos parece un siglo que absortas contemplamos el hermoso y sorprendente panorama del mar, hoy tranquilo y sereno, semejante a una balsa de aceite, conduciendo a nuestro gran trasatlántico como una pluma. Ya han comenzado los preparativos del desembarque; las maletas, cerradas y preparadas, y nosotras contentísimas, esperando el amanecer de mañana, en que, Dios mediante, contemplaremos la hermosa isla de Cuba.
Día 29. ¡Salve, bella y hermosa Cuba!!! Eran las tres de la mañana cuando se oye la sirena del vapor que anuncia su llegada; ¡qué emoción tan grande, qué cuadro tan ideal se ofrece a nuestra vista! La bahía está serena y transparente; a la vez que nuestro vapor, entraban en el puerto otros dos trasatlánticos; pronto empezamos a vislumbrar las tocas de nuestras queridas Hermanas, las que venían en varias gasolineras, acompañadas del Padre López, Visitador de esta provincia; según se iban aproximando, crecía el entusiasmo; pero, llegó a su colmo cuando nuestra querida Sor Manuela salió sobre cubierta, disipando con su presencia las amarguras con que la vieron salir para España. Un Padre Jesuíta, que con nosotras hizo el viaje, no pudo menos de exclamar al ver tantas Hermanas y no menos entusiasmo: ¡Verdaderamente, que esta es la nota más simpática del desembarque!! Más de dos horas tardamos todavía en abandonar el barco, tuvimos que esperar a la Junta de Sanidad; por cierto que resultó muy graciosa esta entrevista; nos pusieron en fila a todos los pasajeros, haciéndonos pasar uno a uno por delante de ellos sin hablar una palabra. Ya empezaban para nosotras las novedades.
De pronto vimos una invasión de negros que invadían el vapor, los cuales venían a hacerse cargo de los equipajes. Uno de ellos, que ostentaba en el pecho, muy orgulloso, una gran placa numerada, acercándose a nosotras nos dijo con tiple y acaramelada voz (señalando a Sor Manuela), dígame, madrecita: «Esta es la misma reverenda que fué antes con vosotras a Europa; porque ella me conoce y sabe que me porto como un caballero». Y al contestarle nosotras afirmativamente, fue en seguida a saludarla muy fino.
Al vernos a todas reunidas en el muelle se acercó un fotógrafo, pidiendo con vivísimo interés se le permitiese sacar una fotografía.
Ya por fin pisamos los umbrales de esta Casa Central y Colegio de la Inmaculada; nuestra primera visita fue a Jesús Sacramentado, instante solemnísimo e imborrable, en el cual reiteramos de nuevo ante su Sagrario nuestro sacrificio y mejores deseos. Se cantó con solemnidad el Magnificat y terminado éste, pasamos a la pieza de recreo, donde pudimos explayar nuestros afectos y cambiar impresiones con la multitud de Hermanas que de todas las casas venían ávidas de oir noticias españolas; a continuación nos obsequiaron con una calurosa bienvenida, cantada con gusto y sentimiento, finalizando el acto con sentidas poesías.
Todos los días salimos a dar un paseo, visitando todas las casas, quedando altamente agradecidas a las finezas que en ellas nos prodigan y admirando sobre todo la buena dirección de las mismas, lo que nos confirma una vez más que las calurosas frases de encomio y alabanza, así como las gratísimas impresiones que nuestro amado y respetable Padre Atienza llevó de su visita a esta hermosa isla, no han sido exageraciones ni tampoco meros cumplimientos, sino la realidad de la cual somos testigos, recordando ahora una frase que de labios de la señora Asistenta oímos al despedirnos: «No hay duda que si el Padre Atienza se pierde, lo encontraremos en Cuba».
Sólo resta que a este justísimo testimonio se una el de nuestra digna Visitadora, Sor Antonia, a quien ansiosas esperamos pronto con un ciento de Hermanas (por lo menos), que bastante falta hacen aquí, debido a los gigantescos progresos y adelantos que hoy admiramos en la hermosa Perla de las Antillas, y en donde, a no dudarlo, encontrará Hijas que tienen ansias por conocerla y abrazarla.
UNA HIJA DE LA CARIDAD. Habana, 2 de Agosto de 1928.







