A. Recordemos
1. Identidad de la Compañía
• Unión íntima y recíproca del don total y del Servicio
Sin duda alguna, es una de las mayores gracias de nuestro tiempo el hecho de que, debido al «retorno a las fuentes» que nos pidió la Iglesia después del Concilio, hayamos podido profundizar de nuevo en la verdadera identidad de la Compañía. El problema está en saber si hemos comprendido suficientemente y si hemos hecho vida esa «unión íntima y recíproca entre el servicio y la entrega total». No resulta fácil salir de un largo período de «religiosidad», de «sacralización» excesiva… Pero, por otro lado, no hemos de dar pie a una «secularización» en el mal sentido de la palabra, lo que no sería menos nocivo.
Es necesario explicar y volver a explicar lo que significa la «secularidad» de la Compañía, a saber: que la entrega total a Dios se vive en ella esencialmente en el servicio y a través del servicio como tal, en la acción apostólica y a través de la acción apostólica en sí misma, en lo que tiene de más profundo.
• Un eje unificador y centralizador
Se comprende, pues, entonces, que en esto radica el eje unificador y centralizador de toda nuestra vida. La oración es oración de Hijas de la Caridad, a partir del servicio y con miras al servicio; oración que ha de estar totalmente impregnada e invadida por Cristo como Evangelizador de los Pobres y por esos mismos Pobres. Esta oración ha de impregnar a su vez el servicio, permitiendo una renovación continua a nivel personal y comunitario. Lo mismo podemos decir respecto a los Consejos Evangélicos: la castidad es una castidad de Hija de la Caridad que le permite ser sin reserva de Cristo para los Pobres, y de los Pobres en nombre de Cristo. Pobreza de Hija de la Caridad que le permite vivir en armonía con los Pobres y estar disponible para ellos. Obediencia de Hija de la Caridad que es esencialmente respuesta a las llamadas de sus «amos y señores» mediante el mandato que recibe de la Compañía. Otro tanto podemos decir de la vida comunitaria, de la que hablaremos más ade-lante.
2. La «Perfección de la Caridad»
• Consumirse totalmente por Dios
Es necesario insistir aquí, una vez más, en el carácter de «absoluto» y de radicalidad. Toda vida cristiana, y con más razón toda vida consagrada, está llamada a vivir la perfección de la Caridad. Nosotros, por nuestra parte, vivimos en un «estado de vida» («forma de vida», decían los Fundadores) que, a su estilo, como acabamos de recordar, nos lleva a «consumirnos totalmente por Dios» (otra expresión de San Vicente). Como he dicho hace un momento, cuando concretamos el carácter específico de nuestra vocación, no es en absoluto para minimizar sus exigencias; al contrario, es para que, al verlas más claramente, las vivamos con mayor autenticidad y con mayor generosidad. Toda «vida consagrada» (tomando esta expresión en toda su amplitud espiritual y no solamente en el plano canónico) es por esencia «vida con el Señor y para el Señor».
• Sirviéndole en los pobres
Pero, para unos, dentro de un enfoque contemplativo (en el sentido estricto de la palabra), se trata de una vida con el Señor y para el Señor en Sí mismo; para otros, dentro de un enfoque apostólico, se trata de una vida con el Señor y para el Señor que está presente y operante en el corazón y en la vida de los hombres, tanto personal como colectivamente. En lo que a nosotros se refiere, se trata de una vida con el Señor y para el Señor, presente y operante en el corazón y en la vida de los Pobres. Nos consumimos por El sirviéndole en los Pobres con un amor sencillo y humilde. En el servicio es donde le encontramos y nos unimos a El para cooperar a la acción de su Espíritu; donde damos testimonio de El y de su Amor; donde nos dejamos enseñar por El. Y todo ello como expresión central de una entrega total con todas las exigencias que implica y supone, principalmente a nivel de las consecuencias.
B. Consecuencias
He hablado reiteradamente de la «unidad de vida» y de la «unidad en la vida». Permítanme que insista una vez más aquí en ello, no sin antes recordar su importancia y relación recíproca. No existe unidad de vida sin unidad en la vida, es decir, sobre todo sin vida fraterna, porque esta dimensión comunitaria es una de las dimensiones importantes que hay que integrar y que, a su vez, ayuda mucho a esa integración de nuestra «personalidad» humana, espiritual, vicenciana.
No existe unidad en la vida sin unidad de vida, ya que una Comunidad está necesariamente formada por las personas que la componen, y la riqueza de esa Comunidad depende de la riqueza de aquéllas, aun cuando no sea la pura y simple resultante de sumarlas.
1. Unidad de vida
• «Ser»
Hablar de la importancia capital de la unidad de vida es hablar de la importancia primordial del ser sobre el tener y sobre el obrar. Sabemos que esta afirmación contiene una idea que ha sido verdadera siempre, pero que hoy exige la recordemos a tiempo y a destiempo. El mundo actual concede mucha importancia, demasiada importancia, a lo que se ve, a lo que impresiona, a lo que es —o parece— inmediatamente eficaz, sin preguntarse suficientemente si en ello hay algo sólido y válido. La tentación del activismo corre parejas con esto. Pues bien, la unidad de vida no es otra cosa que la «densidad», la firmeza de nuestro ser desde todos los puntos de vista, densidad que se unifica en torno a su eje cen-tralizador, como decíamos anteriormente.
• Hija de la Caridad siempre y en todas partes
En efecto, digámoslo una vez más, lo que importa para una Hija de la Caridad es ser, y ser Hija de la Caridad siempre y en todas partes. Todo lo que la «constituye», si puedo expresarme así, debe estar integrado —y cada vez más— en su personalidad de Hija de la Caridad. Con frecuencia provoco la sonrisa de las Hermanas al decirles, según una expresión francesa, que deben «se sentir bien dans leur pean» —sentirse cómodas en su pellejo—; es decir, sentirse realizadas lo más posible, y con una cierta facilidad, en su vocación, integrando en ella sus recursos humanos (especialmente los femeninos), sus recursos espirituales y vicencianos, en la unidad de una sola y única personalidad.
Es ésta una tarea de todos los días y de toda la vida y que no está exenta de sacrificios. Pero no seríamos testigos cabales de la Fe y el Amor, según lo pide nuestra vocación, si diéramos la impresión de no ser felices, de vivir siempre en tensión, en dispersión, en ruptura.
La palabra «realizarse», «abrirse en plenitud» no carece tampoco de ambigüedades… Sin embargo, tomándola en su mejor sentido y sin minimizar las exigencias que representa, un «realizarse» una «plenitud» auténtica es normalmente la señal de que se ha logrado una unidad de vida, al mismo tiempo que es la condición para ser «creíbles».
2. Unidad en la vida
• Servir a los pobres en comunidad fraterna
En cuanto a la «unidad en la vida», aquí quiere decir esencialmente la vida fraterna en comunidad. Conocemos también su importancia primordial en sí misma y más especialmente, hoy.
Recientemente, he desarrollado este tema en Salamanca, con alguna amplitud: me permito, pues, remitirles a lo que dije allí. Baste con recordar ahora que servimos a los pobres en comunidad de vida fraterna, lo que nos reúne es la misión: no hemos de tener duda alguna a este respecto y hemos de sacar claramente las consecuencias que de ello se imponen.
Pero precisamente la misión hace de nuestras Comunidades realidades de Fe. Si es verdad que hay que descartar resueltamente concepciones más o menos conventuales de nuestro «estar juntos», no es menos importante el no reducirlo a algo ocasional o a un simple equipo de trabajo.
Misión y vida fraterna se sostienen juntas o caen juntas, dando por descontado que es la misión la que polariza a la Comunidad, comunicándole su estilo y su espíritu.
A propósito de «espíritu», sería interesante ver cómo la sencillez, la humildad y la caridad impregnan nuestras vidas fraternas a partir del servicio a los Pobres y con miras a ese servicio, y ver igualmente cómo nos enraizamos, cada vez más y juntos, en la Fe.
• Los jóvenes y la vida comunitaria
Los jóvenes se muestran, más que nunca, sensibles a la vida comunitaria y al testimonio que de ella emana. Indudablemente a nosotros nos corresponde manifestarles el verdadero sentido que esta vida comunitaria tiene para los vicencianos, y, por otra parte, nos corresponde también comprobar sus convicciones efectivas. No obstante, ellos nos re-cuerdan, no sin razón, esta dimensión esencial y nos invitan a interrogarnos acerca de cómo la vivimos.
También en este punto se requiere un clima de alegría cordial, y es significativo ver cómo ya Santa Luisa insistía en ello. Sin dejar de ser realistas ante las dificultades y exigencias de una verdadera vida comunitaria, es normal que se desee vernos felices de estar juntos para servir a los Pobres y llenos del dinamismo que nos comunica el ideal que vivimos en común; es normal que se quiera vernos vivir una corresponsabilidad real en la que se valora a las personas dentro de una comunión profunda; es normal que se desee ver que vivimos la comunicación en todas sus formas y en todos los aspectos, especialmente en el plano de la oración y de la revisión de vida.
C. Insistencias
1. Pertenencia a la Compañía
• A la Compañía como tal
Todo lo que acabamos de decir está condicionado por el sentido de pertenencia a la Compañía: una Hija de la Caridad no puede vivir a fondo su ideal e irradiar la alegría de vivirlo si no se siente plena y profundamente Hija de la Caridad, parte activa de esa Compañía, no como ella la imagina o la sueña, sino en su realidad concreta que ella, por su parte, debe enriquecer cada vez más en unión con sus Compañeras.
Ahora bien, sabemos de sobra cómo este sentido de la pertenencia puede hoy verse amenazado por el hecho de que las Hermanas se ven más o menos solicitadas por los diversos «grupos» de los que suelen formar parte, a nivel profesional, social, eclesial…
De suyo, se trata de una situación normal, ya que, por definición, una Hija de la Caridad está inserta en toda clase de actividades. Pero se requiere, precisamente, que viva todo esto como Hija de la Caridad y que la Compañía siga siendo su grupo fundamental de pertenencia y de referencia.
La Provincia tiene un papel importante que desempeñar en este plano por su posición intermediaria entre la Compañía y la Comunidad local.
• A nivel de la comunidad local
La pertenencia a la Comunidad local permite concretamente a la Hermana vivir unida a sus Compañeras, compartir con ellas un mismo proyecto misionero. Es muy buena señal cuando esta Comunidad local, lejos de replegarse sobre sí misma, participa en la vida de la Provincia y de la Compañía, así como en la vida de la Iglesia y de los Pobres. También en este aspecto la Provincia debe poner todos los medios para que esto sea una realidad.
Pero no es menos importante que una Comunidad local integre bien a todos sus miembros, que éstos se sientan verdaderamente de una misma «familia» (ésta es la palabra que solían emplear los Fundadores), sostenidos y enviados por ella, responsables de su vitalidad desde todos los puntos de vista. Es inútil añadir que la Hermana Sirviente es una pieza clave para lograr todo esto, que hay que escogerla y prepararla bien, seguirla y ayudarla de modo que asuma plenamente su misión y, al mismo tiempo, sepa ejercerla, creando el clima adecuado, en corresponsabilidad.
2. Equilibrio de vida
• En el plano humano
Razones similares me impulsan a insistir, por último, en el equilibrio de vida, entendiéndolo en primer lugar a nivel humano. No voy a repetir lo que ya he dicho respecto a la solidez que supone una vocación como la de la Hija de la Caridad, solidez tan seriamente puesta a prueba en el mundo actual con su agitación febril y por el ritmo estresante de nuestras existencias.
También en este punto tenemos que dar un testimonio que, por sí mismo dice mucho, especialmente a los jóvenes, quienes, por otra parte, no creo yo que aceptaran, y con razón, entrar en semejante torbellino.
Son —y lo saben— frágiles en todos los aspectos, más propensos al cansancio de lo que parece a primera vista. Por consiguiente, es muy importante que no nos vean siempre como sometidos «a presión». Y para que esa buena imagen que demos corresponda a la realidad, tenemos que darnos a nosotros mismos, que proporcionar a las Hermanas medios para equilibrar nuestra vida, nuestra actividad. Es cuestión de ritmo, de organización, para evitar lo más posible la sobrecarga y la tensión; para saber concedernos un mínimo indispensable de expansión, y crear para ello un clima propicio.
• En el plano espiritual
Pero, por supuesto, el clima de Fe es determinante para engendrar paz y serenidad. El equilibrio espiritual depende de la calidad y de la profundidad de nuestra relación personal y comunitaria con el Señor y en el Señor, dentro de la línea de nuestra vocación.
Hemos podido observar la devoción de nuestros Fundadores a la Divina Providencia. Si nosotros mismos no viviéramos filialmente de esa confianza en Dios, ¿cómo podríamos ser sus mensajeros y sus testigos junto a nuestros hermanos los Pobres?…
De San Vicente y de Santa Luisa hemos, pues, de aprender el «realismo» espritual de que hemos hablado: piedad sólida, espíritu de Fe, confianza serena, continua renovación en las fuentes seguras de la Palabra de Dios, de la Liturgia, de las enseñanzas oficiales de la Iglesia, de la espiritualidad de la Compañía.
Dejémonos conducir por el Espíritu Santo; creamos firmemente en su presencia y su acción en nosotros, en todos, en todo; abramos sin cesar nuestros corazones a su Amor; cuidemos de ser en sus manos instrumentos dóciles y fieles.
En todo esto radica lo esencial.
Conclusión
Esta exposición nos coloca frente a las responsabilidades que hemos de asumir. Les he ofrecido sencillamente una experiencia con sus limitaciones propias; la finalidad que me he propuesto ha sido, ante todo, la de dar paso a una reflexión, la de proporcionarles algunas pistas para ello, o si prefieren, algunas sugerencias. He querido destacar algunos puntos de insistencia que me parecían de especial importancia y de actualidad. A ustedes les corresponde ver, a partir de esto o bien de otros aspectos que estimen oportunos, cómo podrá la Compañía, con la gracia de Dios y su fidelidad a esta gracia, adoptar en el mundo de hoy una presencia testimonial y profética, sirviendo a los Pobres en nombre de Jesucristo y según su espíritu.