Mons. Vicente Zico, CM[1] (I)

Mitxel OlabuénagaBiografías de Misioneros PaúlesLeave a Comment

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  1. ¿Quién fue nuestro cohermano: Mons. Vicente Zico?

 Un hombre de Dios, un vicenciano feliz y un pastor solícito. Son éstos los aspectos más evidentes en el perfil de Mons. Vicente Zico, admitido en la eterna paz del Señor el día 4 de mayo de 2015. Hablemos un poco de su historia. Es justo y necesario que también nosotros, sus hermanos de Congregación, recojamos las inspiraciones que su vida nos comunica. Sigamos así el consejo del autor sagrado que nos manda “elogiar los hombres de bien, cuyos beneficios jamás serán olvidados” (Eclo 44,10).

Vicente Joaquim Zico vino al mundo el día 27 de enero de 1927, en la ciudad de Luz (Minas Gerais), de padres profundamente cristianos, de los cuales nacieron 8 hijos. Antes de Vicente, dos de sus hermanos se hicieron Padres de la Misión: Belchior Joaquim, después nombrado obispo de la diócesis de Luz, y José Tobías, conocido por los relevantes servicios prestados a la Congregación en Brasil. Ambos se destacaron por la vasta producción literaria. El primero como poeta y el segundo como historiador. Una de las hermanas se hizo religiosa contemplativa, entrando en el Carmelo. Los otros cuatro hermanos se unieron en matrimonio y constituyeron familia. De los padres, todos recibieron preciosa herencia de sólidas virtudes, apreciadas por parientes y amigos: fe robusta, caridad discreta, espíritu de oración, atención a los pobres, amor al trabajo, dedicación a la familia. Por medio del padre, miembro de la conferencia vicentina desde los 15 años, los niños oyeron hablar por la primera vez de San Vicente de Paúl. Fue en este ambiente fecundo y prometedor que nació y creció Vicente Zico. Incentivado por los hermanos más viejos y apoyado por las oraciones de sus genitores, no fue difícil discernir la llamada que el Señor le dirigía para abrazar el sacerdocio como hijo de San Vicente.

A los 11 años, Vicente ingresó en la Escuela Apostólica de Caraça, primera Casa de la Congregación en Brasil (1820), donde permanecerá durante 5 años, disfrutando de aquella magnífica arquitectura natural y desdoblándose para corresponder a la rígida disciplina de la época. Siguió después a Petrópolis (Rio de Janeiro), donde ingresó en el Seminario Interno, bajo la orientación de santos e sabios formadores, que le permitieron asimilar más profundamente el espíritu que el santo fundador quiso imprimir en sus Misioneros. Allí también, estudió filosofía y teología, preparándose de modo más inmediato para el sacramento del Orden. Era el período de la Segunda Guerra Mundial. Como país aliado, Brasil debería capacitar jóvenes para una eventual participación en los embates. Aún en el segundo año de Seminario Interno, a los 17 años, Vicente recibe la convocación para el servicio militar, teniendo que  someterse a penosos entrenamientos. Felizmente, con el fin de la Guerra, le fue posible retomar su rutina habitual de oración y estudio.

El día 22 de octubre de 1950, después de 8 años de preparación, fue ordenado presbítero allí mismo en la capilla del Seminario de Petrópolis. Eran tres ahora los hermanos investidos del sacerdocio de Cristo, y todos miembros de la Pequeña Compañía. Dotado de virtudes y competencias para la formación del clero, las primeras reflexiones del Padre Vicente lo hicieron pasar por distintos seminarios, tanto de grandes diócesis (San Luís y Fortaleza) como de la propia Congregación (Petrópolis), actuando como profesor, director espiritual, prefecto de estudios, rector y superior. Por donde pasaba, a todos edificaba por su bondad, rectitud, sabiduría, modestia, equilibrio, sensatez y buen humor. Sus cualidades humanas y su carácter presbiteral se mostraron particularmente relevantes en aquel período de turbulentas adecuaciones de las estructuras eclesiales, cuyo evento emblemático fue el Concilio Vaticano II (1962-1965). Ejerció también los oficios de consejero y secretario de la Provincia. Después, pasó dos años en Paris, residiendo en la Casa Madre y estudiando Teología Pastoral en el Institut Catholique. Al volver a Brasil se encargó nuevamente de la secretaría provincial, sumada ahora a la redacción del boletín informativo, servicios desempeñados hasta 1974. En realidad, el Padre Visitador había planeado para él la dirección del Seminario Interno, pero no había seminaristas de quienes ocuparse en aquel momento. El vendaval postconciliar aún soplaba fuerte.

Elegido diputado a la Asamblea General de 1974, Padre Vicente Zico fue escogido para ocupar el cargo de Asistente General. Y lo hizo con su habitual disponibilidad, feliz por estar enteramente al servicio de la Congregación que lo acogió y preparó para el servicio del Reino. A lo largo de seis años, trabajó al lado del Padre J. Richardson y, durante algunos meses, junto al Padre R. McCullen, por los cuales tenía incontenida estima y admiración. En el desempeño de su encargo, Padre Zico recorrió varios países, visitando los cohermanos y animándolos en la misión de evangelizar los pobres y formar el clero y los laicos, según la inspiración del fundador de la Misión. No son pocos los que, aún hoy, guardan el grato recuerdo de su presencia cualificada y de su palabra iluminada en las Provincias por donde pasó.

Lo que queda para nosotros de este período inicial de la vida de Mons. Vicente es su capacidad de armonizar los aspectos constitutivos de su vocación específica: hombre de intensa vida interior, cotidianamente ejercitada en la oración y en la liturgia; cohermano sencillo, alegre y respetuoso, cuya cordialidad iluminaba y alentaba la vida en comunidad; misionero abnegado y sacerdote generoso, verdaderamente dedicado a todo lo que le cabía hacer, en atención a las solicitaciones de la Congregación que él tanto amaba. Lo que se decía del Señor Jesús puede ser aplicado sin rodeos a la persona de Mons. Zico: “Él hizo bien todas las cosas” (Mc 7,37). Parecía haber grabado en su corazón, con letras de oro, lo que aprendió de su fundador: “Bienaventurados los que emplean todos los momentos de su vida al servicio de Dios” (SV XI, 364).

[1] Publicado en: Vincentiana, Roma, año 59, n. 4, pp. 423-433, octubre-diciembre 2015.

Vinícius Augusto Teixeira, C.M.

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