Sor Maturina Guerin es, después de la Fundadora, la figura más grande y más simpática entre las Hijas de la Caridad llamadas a regir los destinos de su Congregación. Ella fue quien la dio complemento. «Tenía, se dice en unos antiguos apuntes de las Hermanas, penetración admirable en los negocios así espirituales como temporales. El Sr. Vicente y la señorita Legrás no habían tenido tiempo más que para hacer—digámoslo así—el diseño de nuestra Congregación: Sor Maturina Guerin estaba destinada por la divina Providencia para completar la obra, siguiendo a la letra el pensamiento de nuestros Fundadores y conservando el espíritu primitivo de la Compañía, a quien ella, en su tiempo, dio el lustre y la perfección que tiene».
Dios la había prevenido, al efecto, con gracias muy particulares, así en el orden de la naturaleza como en el de la gracia. Emula de su Bienaventurada Madre en la humildad, caridad y demás virtudes propias del Instituto, poseía además, como hemos visto, «una penetración admirable» en todas las cosas y estaba dotada de una voluntad firme y resuelta. Con dotes tan singulares no es extraño que se hiciese respetar y querer de cuantos la conocían. La admiración y el cariño de las Hermanas sobrepujaba todo encarecimiento. Por cuatro veces la pusieron, con sus votos, al frente de la Comunidad, manteniéndola en este puesto veintiún años, cifra a que posteriormente no ha llegado el gobierno de ninguna otra Superiora del Instituto.
La primera vez fue elegida, para suceder a Sor Margarita Chetif, en 1667. Este primer período de su mando duró hasta 1673. Los demás se extendieron de. 1676 a 1682; de 1685 á 1691 y de 1694 a 1697.
Entre las huellas de su paso por la dirección del instituto, merece especial recuerdo la forma en que han llegado hasta nosotros las Reglas o Constituciones de las Hijas de la Caridad.
En otro lugar de esta revista expusimos los trámites que San Vicente había seguido en la composición de dichas Reglas y cómo las había dado la última mano en 1655. Las Reglas en sí, en su contenido, como fruto de la madura experiencia y del encendido amor del Santo y de la Beata Luisa de Marillac hacia los pobres, eran admirables; pero su orden y redacción dejaban no poco que desear. En muchos lugares adolecían, asimismo, de falta de precisión. Por el bien del Instituto y por la gloria misma de sus Fundadores ¿no convendría, pues, remediar estos defectos y suplir estas deficiencias, sujetando el texto a un plan más estudiado e incorporando a la unidad de la nueva redacción las disposiciones y consejos que en otros escritos o notas de San Vicente y de la Beata Luisa de Marillac se conservaban? Un motivo de índole distinta acabó por determinarla a dar esté paso, y es que como cada una de las Hijas de la Caridad sacaba copia de las Reglas para su uso y según su criterio, resultaba que apenas se hallaba completo ningún ejemplar. Con esto se presentó al Superior general de la doble familia de San Vicente de Paúl, que, según dijimos, era el P. Almerás, y no tardó en hacerle participante de sus ideas y deseos. El P. Almerás dio, efectivamente, por buenas, las razones de Sor Maturina y encomendó el asunto de que se trataba al P. Fourier, Misionero. «muy santo y virtuoso», ordenándole que de acuerdo con Sor Maturina y sirviéndose de las «indicaciones y luces» que ella le diese, ordenase por capítulos las Reglas de las Hijas de la Caridad y pusiese en ellas el orden deseado.
La redacción del P. Fourier responde, en los procedimientos y modificaciones, al plan ideado por Sor Maturina. Síguese en ella la forma del articulado adoptada por San Vicente, pero sometiéndola a una división superior, a la de materias y capítulos. Dentro de estas líneas generales, no sólo se corrige frecuentemente el lenguaje del Santo, sino que se adiciona, explana y modifica lo establecido por él. Verdad es que estas modificaciones se refieren siempre a detalles de accidente y jamás a cosa sustancial. Ni otra cosa les habría permitido el amor lleno de veneración que Padres y Hermanas profesaban a la memoria de su Santo Fundador.
La alteración más importante y, en ocasiones, quizá, menos acertada, fue la de incorporar a las Reglas comunes algunas de las que San Vicente habla incluido en las particulares de los empleos u ocupaciones de las Hermanas. Tal sucede, por ejemplo, con –la famosa y elocuente descripción de la Hija de la Caridad, destinada al servicio de los pobres en las parroquias, que el Santo había engastado, como en su propio lugar, en los Reglamentos de las Hermanas ocupadas en tales oficios. Decía así: Tendrán en cuenta que no son religiosas, por no ser el estado de tales almas compatible con los empleos de su vocación. Hallándose, no obstante, más expuestas que las religiosas claustradas a las ocasiones dé pecar, ya que no tienen por monasterio más que las casas de los enfermos y aquella en que reside la Superiora; por celda, un cuarto de alquiler; por– capilla, la iglesia parroquial; por claustro, las calles de la población; por clausura, la obediencia…; por reja; el temor de Dios, y por velo, la santa modestia…, cuidarán de portarse en todos los lugares arriba indicados, al menos con el mismo decoro, recogimiento y edificación que las verdaderas religiosas en su convento».
Con razón se ha enaltecido tan sublime rasgo de elocuencia. Luz, –ardor, colorido: todo se halla en él. Es una joya cuyos destellos embelesan el alma; pero la joya tiene su engaste; y aquí a todas luces era imposible separarla de él. El Padre Fourier no lo vió, sin embargo, así, y haciendo en la descripción de San Vicente ligeras modificaciones, aplicó a todas las Hijas de la Caridad lo que el Santo había dicho únicamente de las destinadas al servicio de los pobres a domicilio. De ahí que leído con detención el número segundo del capítulo I de las Reglas actuales y contrastado con los múltiples y variados ministerios de la Hija de la Caridad desde el tiempo mismo de San Vicente, resulta un aglomerado de voces sin sentido. ¿Como ha de poder referirse a las Hijas de la Caridad de las casas de formación, hospitales, escuelas, o colegios, asilos, inclusas, manicomios, etc., etc., que en España como en Francia y en cualquier otro punto son la mayor parte, aquello de que su casa sea la casa de los enfermos, su celda un cuarto de alquiler, su claustro las calles de la población? El mismo San Vicente de Paúl se Cuida de advertir que las empleadas en hospitales o en otros lugares parecidos, «no salen de ellos (como es natural) sino raras veces».
He insistido en este punto, porque, tomado al pie de la letra y desconocido el origen de su incorporación en las Reglas comunes, podría ser ocasión de que alguno diese a sus palabras mayor alcance del que tienen y se formase idea menos exacta del carácter múltiple y variado de las obras y vocación de la Hija de la Caridad.
Para terminar la lista de modificaciones introducidas en la redacción actual de las Reglas comunes, añadiremos que el capítulo IX es casi todo él reproducción del reglamento, o Empleo del día, escrito aparte por San Vicente.
La labor del Rvdo. P. Almerás y de Sor Maturina Guerin, inspiradores del P. Fourier en el trabajo a que nos referimos en este artículo, fue, pues, con ligeras excepciones, como la arriba mencionada, labor de orden, de lucidez y de complemento; labor beneficiosa, en suma, y por la que todo el Instituto debe hacerles participantes del agradecimiento y cariño que naturalmente profesa a su Santo y glorioso Fundador.
Síguese en ella la forma del articulado adoptada por San Vicente, pero sometiéndola a una división superior, a la de materias y capítulos. Dentro de estas líneas generales, no sólo se corrige frecuentemente el lenguaje del Santo, sino que se adiciona, explana y modifica lo establecido por él. Verdad es que estas modificaciones se refieren siempre a detalles de accidente y jamás a cosa sustancial. Ni otra cosa les habría permitido el amor lleno de veneración que Padres y Hermanas profesaban a la memoria de su Santo Fundador.
La alteración más importante y, en ocasiones, quizá, menos acertada, fue la de incorporar a las Reglas comunes algunas de las que San Vicente había incluido en las particulares de los empleos u ocupaciones de las Hermanas. Tal sucede, por ejemplo, con la famosa y elocuente descripción de la Hija de la Caridad destinada al servicio de los pobres en las parroquias, que el Santo había engastado, como en su propio lugar, en los Reglamentos de las Hermanas ocupadas en tales oficios. Decía así: «2.° Tendrán en cuenta que no son religiosas, por no ser el estado de tales almas compatible con los empleos de su vocación. Hallándose, no obstante, más expuestas que las religiosas claustradas a las ocasiones de pecar, ya que no tienen por monasterio más que las casas de los enfermos y aquella en que reside la Superiora; por celda, un cuarto de –alquiler; por capilla, la iglesia parroquial; por claustro, las calles de la población; por clausura, la obediencia…; por reja; el temor de Dios, y por velo, la santa modestia…, cuidarán de portarse en todos los lugares arriba indicados,– al menos con el mismo decoro, recogimiento y edificación qué’ las verdaderas religiosas en su convento».
Con razón se ha enaltecido tan sublime rasgo de elocuencia. Luz, ardor, colorido, todo se halla en él. Es una joya cuyos destellos embelesan el alma; pero la joya tiene su engaste; y aquí a todas luces era imposible separarla de él. El Padre Fourier no lo vio, sin embargo, y haciendo en la descripción de San Vicente ligeras modificaciones, aplicó a todas las Hijas de la Caridad.







