[i]E. 104 (M. 73) ([ii]Sobre el espíritu interior necesario a las Hijas de la Caridad) 1. pp.818-819
273. Nuestra conversación interior con Dios debe ser, a lo que me parece, el recuerdo habitual de su santa presencia, adorándole al dar las horas haciendo actos de amor hacia su bondad, trayendo a la memoria lo más que podamos los motivos que más nos han impresionado en la oración y principalmente los afectos y resoluciones que durante ella hemos formado para corregirnos y adelantar en este santo amor.
En todas las ocasiones penosas para los sentidos, tenemos que mirar la paternal bondad de Dios que como buen Padre permite nos afecte su justicia divina, unas veces para corregirnos, otras para manifestarnos su gran amor haciéndonos participar en sufrimientos para aplicarnos el mérito de los de su Hijo y que por nuestra parte se lo agradezcamos.
Cuando se nos presentan las cosas que nos son gratas y los asuntos ocurren según nuestros deseos, antes de dejarnos ir a la alegría que se nos ofrece, miremos a Dios con mirada interior y seamos agradecidas a su misericordia que por su solo amor nos da este consuelo; aceptémoslo con esta mira y unamos a ello algún acto de amor.
Debemos intentar también que todos los objetos que se presentan a nuestros sentidos nos sirvan para elevar nuestro espíritu hacia Dios, unas veces mirándolos como creados por su mano omnipotente, otras considerando los designios de Dios al crearlos, que casi siempre son en provecho del hombre para que éste se los agradezca.
Otras veces, pensemos en la excelencia del ser que Dios nos ha dado para elevarnos así por encima de las cosas rastreras hacia las que nos atrae nuestra naturaleza corrompida por las vanas inclinaciones de nuestros afectos a cosas que no merecen llenar nuestro espíritu, y protestemos de que no queremos nada en la tierra fuera de Dios.
274. Cuando a veces apremiadas, según nos parece, por la necesidad, deseemos o busquemos la ayuda de las creaturas y ésta llegue a faltar, sea por disposición de la divina Providencia, sea por algún fallo del otro que, en realidad, procede también de esa disposición, miremos inmediatamente la santa voluntad de Dios y aceptándola en esa privación, elevemos nuestro espíritu a El, recurriendo a El solo y considerando que desde toda la eternidad ha sido y es suficiente a Sí mismo y, por consiguiente, puede y debe bastarnos a nosotras también; y puesto que somos tan dichosas que nos hallamos en un estado en el que debemos tenerle a El solo por consuelo, hagamos interiormente un acto de aceptación amorosa de la privación de lo que nos falta, aunque nos parezca muy justo y necesario tenerlo, y permanezcamos en paz y a solas con Dios, sin murmurar contra las creaturas que todas a una no serían capaces de darnos motivo de disgusto si Dios no lo permitiera. Pero hemos de intentar que nuestro espíritu se una fuertemente a Dios y que nuestra voluntad produzca tales actos, ya que esto es, me parece, un medio adecuado para tener nuestro espíritu ocupado en Dios según su divino agrado. En todas estas circunstancias de que acabamos de hablar, tenemos que acostumbrarnos a hacer actos de deseo de conocer a Dios y de conocernos a nosotras mismas, que nos lleven a producir actos de amor a Dios, como se lo debemos, y a negarnos lo que le desagrada. Abandonémonos con frecuencia a El, mostrémosle nuestro corazón lleno de confianza y gratitud e intentemos tener de vez en cuando en los labios algunas oraciones jaculatorias.
[i]E. 104. Ms, A, Sor Chétif 2, p. 36. Copia.
[ii]1. Copia de un pequeño manuscrito de devoción compuesto por la Señorita Le Gras.







