[i]E. 91 (A. 92) (Sobre los oficios de la Casa Principal). pp.795-799
240. En el Nombre de Nuestro Señor Jesucristo.
Las Hermanas encargadas de los oficios de la Casa pensarán que están doblemente obligadas a dar buen ejemplo a toda la Compañía a la que servirán en espíritu de mansedumbre y caridad del mismo modo que servirían a los pobres si estuvieran dedicadas a su servicio, es decir, mirando a Nuestro Señor en ellos.
La despertadora tendrá una devoción especial a su Angel de la Guarda para que la ayude a despertarse un poco antes de las 4, pensando que Dios le pedirá cuenta de las que por culpa de ella dejen de levantarse a la hora. Y también se animará con el pensamiento de que Dios la mira con agrado y de que tendrá mucha parte en el mérito de las oraciones que Dios inspire a las que con ayuda de ella sean diligentes.
Se vestirá sin hacer ruido antes de despertar a las demás, caminará con modestia, no dirá más que lo necesario para no distraerlas ni darles motivo de risa.
Cuidará de tocar a todos los actos de comunidad (observancias) como para la comida a las 11 y media, la oración de la tarde a las 5 y media, la cena a las 6 y el rezo a las 8, excepto los viernes en que tocará a las 7 y media.
Recordará que no ha de asemejarse a la campana que tañe, la cual no va al lugar a donde llama; más bien, siendo la primera en pensar que tiene que llamar a las demás, ha de animarse a si misma no sólo para estar la primera en la Capilla, sino para considerar a dónde va y lo que va a hacer.
241. La portera, tan pronto como sea nombrada para este oficio, pensará en la importancia de hacerlo bien y en la necesidad que tiene de gran discreción y reserva, y después de pedírselas a Dios, rogará al Angel de su Guarda que la ayude, tratando, cada vez que vaya a abrir, de elevar su pensamiento hacia Dios.
Tanto como le sea posible, no dejará que tengan que llamar dos veces, animándose a la diligencia con un acto de caridad y con el pensamiento de que si Dios le hace la misericordia de ir al Purgatorio y salir de él, para entrar en el cielo, sentiría mucho que le retrasasen la entrada.
Tendrá la llave de la panera y se encargará de cortar las raciones de pan para el desayuno, que serán de unos tres cuarterones de peso, y no dará dos veces ni más de lo previsto a ninguna.
Se encargará igualmente de cortar el pan para la sopa y lo hará en rebanadas muy delgadas para que se remojen mejor y en cantidad razonable, sin exceso, para que pueda sacarse caldo para las que lo necesiten; las demás podrán echar más sopas de su pan si no tienen bastantes.
Tendrá cuidado de no cortar trozos de pan demasiado grandes para la primera mesa, para que no se queden para la segunda, aunque volverá a pasar más para las que lo necesiten.
Recogerá con presteza las escudillas de sopa, por si fuera necesario fregar algunas para la segunda mesa.
Recogerá las fuentes de las raciones, mandando bien limpias las sobras a la Hermana Cocinera; preparará el servicio de sopa de la segunda mesa mientras las Hermanas están rezando el Angelus en la Capilla.
Tendrá cuidado, cuando las Hermanas hayan terminado de comer, lo que conocerá al faltar poco para dar el cuarto o cuando vea que la mayoría ya no comen, de ir a tocar las tres campanadas para levantarse de la mesa, y se acordará de adorar a las tres Personas de la Santísima Trinidad.
Se me olvidaba decir que preparará el servicio de las sopas después de que haya tocado el cuarto de las 11, preparando siempre la primera la sopa del pobre, en quien honrará a Nuestro Señor.
Tendrá igualmente cuidado de limpiar temprano el patio y la entrada de la puerta, dentro y fuera de la casa, así como los escalones que van desde la capilla hasta abajo.
242. Es necesario que dicha Hermana portera vaya sobre si cuando abra y cierre la puerta para que su porte sea siempre modesto y reservado, escuche con atención y responda como es debido.
Cuando le pregunten por las Hermanas, no dará otra noticia que lo referente a su salud y no dónde se encuentran; y si ve que esas personas están preocupadas y tienen gran interés por ellas, les rogará que esperen que ella vaya a preguntar y se dirigirá para el caso a la Directora o en su ausencia a la Asistenta.
No debe nunca avisar a una Hermana que preguntan por ella hasta que tenga el debido permiso, y si no se juzga conveniente que la Hermana vaya a hablar, no tiene que decirle que han venido a verla, ni tampoco transmitir ningún recado a nadie sin permiso.
Dicha Hermana se guardará de la curiosidad cuando alguien entre en la casa y se quede esperando, no informándose nunca de ninguna noticia y si se las quieren dar, procurará desviar la conversación con habilidad, pero si no puede evitar el enterarse de alto, no lo comunicará a las Hermanas, a no ser que se trate de alguna necesidad que requiere oraciones, pero en ese caso lo dirá la Directora o a la Asistenta.
Cuando esté para caer la noche, tendrá gran cuidado de cerrar todas las puertas y ventanas de los lugares de que esté encargada y de llevar las llaves a Sor Asistenta.
Cuidará de no soltar las llaves, no dejándolas ni en la puerta ni en otro lugar, tendrá siempre la puerta cerrada con dos vueltas de llave y si se le ordena que haga otra cosa no entregará las llaves a otra sin permiso de la Hermana Asistenta o de la Directora.
Hará de ordinario el servicio de la primera mesa, cuidará de que no se haga ruido en el Refectorio en el que no dejará entrar a ningún perro, gato o gallinas, mantendrá la puerta cerrada y no hará ruido al abrirla o cerrarla, haciéndolo con suavidad; tendrá igualmente cuidado de que no les falte nada a las Hermanas, como seria agua o pan, servirá las raciones con modestia y sin preferencias considerando que está sirviendo a las siervas de Nuestro Señor y de los pobres.
Si observará que una Hermana dejaba de comer su ración en más de una comida, se lo avisará a la Hermana Cocinera.
243. La Hermana de la cocina irá a las 6 en punto o un poco antes a su oficio para encender la lumbre y poner el puchero de la Comunidad, pensando en la alegría que tenían Santa Marta y Santa Juana de Cusa al preparar la comida para Nuestro Señor cuando tenían la dicha de tratar con El, y este pensamiento la llevará a la devoción haciéndole considerar que sirve a Nuestro Señor cuando sirve a las que son sus siervas en la persona de los pobres.
Tendrá cuidado de preparar la comida con prontitud y lo mejor que pueda de tal manera que su esmero en esto supla los manjares más exquisitos que se sirven en otras Comunidades.
Será muy puntual en tenerlo todo listo para la hora de la comida a las 11 y media y de la cena a las 6 en punto, poniendo también cuidado en que no se levante la voz en la cocina ni se haga ruido para no interrumpir la lectura que hacen las Hermanas y que ella tratará de escuchar.
La Hermana Cocinera jefe, al ser también despensera, pondrá el mismo esmero en dar lo necesario a las Hermanas que en evitar lo superfluo, porque la caridad requiere lo primero y la virtud de pobreza recomienda lo segundo; y cuando sepa que alguna está delicada o muy inapetente le dará con caridad lo mejor que tenga y lo que le parezca más adecuado para su enfermedad y, de la misma manera, algo para tomar con el pan en el desayuno y de merendar a las que verdaderamente lo necesiten.
Dicha Hermana necesita gran caridad y prudencia para no dejarse ir a dar a unas más que a otras, no teniendo otro miramiento que su obligación, que debe impulsarla a amar y a dar por igual a todas las Hermanas lo que necesiten, y si comprobara que alguna Hermana por capricho creyera necesitar otra cosa que lo que se le da, se lo advertirá a la Directora para saber si debe darle gusto, pero es necesario que siempre, ya sea dando ya negando, lo haga con afabilidad y agrado.
244. Cuando haya Hermanas efectivamente enfermas, tendrá que redoblar su esmero para preparar buenos caldos, pensando que la manera de prepararlos más que la cantidad de carne que eche, hace que resulten sabrosos y agradables a las enfermas.
Al preparar la sopa, cuidará de guardar siempre caldo para que lo tomen las enfermas por la noche.
Y aunque ha de esmerarse en preparar la comida de las Hermanas lo mejor que pueda, no le echará especias o muy poca cantidad en lo que sea necesario, ni cebolla, porque suele sentar mal a las mujeres.
Hará lo posible por comer ella siempre en la segunda mesa con las demás Hermanas y no sola, para disipar toda sombra de sospecha de que escoge lo mejor para sí. Y una vez que haya cumplido su deber en todo, se la exhorta a que no se aflija ni inquiete por las quejas que algunas Hermanas podrían dar de que preparara demasiado o no preparara bastante o lo preparara mal, ni incluso si esas personas descontentadizas la acusaran de tratarse mejor que las demás, haciendo por aprovecharse de esas críticas, soportándolas con mansedumbre, y se consolará pensando que también criticaron a Nuestro Señor cuando servía al prójimo, alegrándose por ello al no sentirse culpable.
Se advierte a todas las Hermanas que no deben entrar en ningún oficio sin permiso de la Hermana encargada del mismo, ni tomar nada de ellos si no es con ese mismo permiso; pero por su parte, las «oficialas» deben ser amables con las que se les presenten y si se ven obligadas a negarles la entrada como habría que hacer a las que fueran sólo a charlar o a calentarse en un momento indebido, tendrán que hacerlo con amabilidad, recordándoles que la obediencia lo quiere así; pero si es posible, deben dejarlas entrar, por ejemplo si necesitan llevarse unas brasas o algún utensilio, lo que permitirán a condición de que lo devuelvan, por lo incómodo que resulta no tener a mano lo que se necesita.
245. La Hermana Enfermera tan pronto como le encarguen el cuidado de una o varias Hermanas enfermas, recibirá esta orden como venida de Nuestro Señor, pensando que la llama de manera especial a imitarle en las dificultades y trabajos que El pasó en este mundo para curar a los pobres enfermos, y honrará esas dificultades y trabajos mediante el cansancio que supone velar y cuidar a los enfermos.
Tendrá cuidado en avisar a la Hermana Boticaria cuanto ocurra a las enfermas y sus necesidades, como también en no darles ni alimento ni medicinas sin que ella lo diga.
Será muy puntual en respetar el tiempo y las horas a las que haya que administrarles remedios o alimento y en no darles a instancias suyas lo que podría perjudicarlas.
Aún cuando haga todo lo que pueda por desempeñar bien su tarea, podría ocurrir sin embargo que las enfermas se quejen de ella, de lo que no se dará por ofendida sino que las excusará teniendo en cuenta sus padecimientos e inquietudes y buscando si es posible la manera de darles gusto sin que nada malo les suceda. Y si la enferma, en un momento de impaciencia, le dice alguna palabra desagradable o de queja, haga como que no la oye o bien excúsese humildemente, honrando así los reproches que los judíos dirigían a Nuestro Señor cuando curaba a los enfermos en día de fiesta.
Como las Hermanas de la Caridad están obligadas a servir a los enfermos tanto espiritual como corporalmente, a imitación de Nuestro Señor que siempre que curaba a alguien le hacía alguna advertencia encaminada a la salvación de las almas, diciendo a unos: no peques más, a otros dándoles a entender que su fe les había salvado y otras muchas palabras así; del mismo modo nuestras Hermanas Enfermeras tendrán gran cuidado de que las Hermanas enfermas estén sumisas a la voluntad de Dios, tengan gran confianza en su amor, sepan aprovechar todos los dolores que sientan ofreciéndoselos a Dios en unión de los de su Hijo y que toda su esperanza de salvación descanse en la vida y muerte de Jesús Crucificado, que tomen la resolución de servir a Dios mejor que hasta ahora lo han hecho y tener en adelante gran compasión por los pobres enfermos que sufren mucho sin otra asistencia corporal ni espiritual que lo que ellas hacen por ellos. Será bueno decirles de vez en cuando: Hermana ¿no piensa usted desde su lecho en los sufrimientos de nuestros pobres enfermos que tantas veces se ven solos, sin lumbre, acostados en un poco de paja, sin sábanas ni mantas, sin ningún alivio ni consuelo? ¿No le parece que es usted muy feliz con tantas gracias como Dios le concede?.
La Hermana Enfermera estará muy atenta para observar todas las alteraciones y accidentes que les sobrevengan a las enfermas para advertírselo al médico o a la Hermana Boticaria, y lo mismo si las ve decaer para que les administren los Sacramentos.
246. El Oficio de la Hermana Boticaria. Dado que la salud es el más preciado de todos los tesoros de la vida la Hermana encargada de la Botica debe ser caritativa, prudente y muy cuidadosa en preparar los remedios y fórmulas en sus épocas oportunas sin escatimar nada para hacerlos bien; los revisará de cuando en cuando para que no se eche nada a perder, teniendo siempre sus tarros y botellas bien tapados.
Hagan las cosas cada vez mejor que antes lo han hecho, si Dios les da vida y salud.
[i]E. 91. Rc 5 A 92. Original autógrafo







