1. Ver SVP 1, 51; Síg., I, 116.(Hacia 1628) 1
(1er. día)
17. – Puesto que al crear nuestras almas tan elevadas por encima de todas las demás criaturas, Dios no ha tenido otro designio que el de ser su absoluto Dueño, quiero, con la ayuda de su santa gracia, hacerme una vez más y voluntariamente del todo suya, y evitar todas las ocasiones que me lo pudieran impedir.
– Que debo estimar mucho los medios para lograr el fin de la creación de mi alma, entre otros, el tiempo y los demás que Dios tenga y que a mí me son desconocidos, respecto a los cuales quiero abandonarme siempre a El y considerar con admiración que, cuando llegue por completo a sufrir, mi alma recibirá el honor de tributar eterna gratitud, gloria y amor a Dios.
– Que el fin que Dios se propuso al crear nuestras almas con capacidad para ser enteramente poseídas por El, gozar de El y glorificarle, es para nosotros un motivo más poderoso para amarle y considerar el Amor que nos tiene que el beneficio de la creación; pero tenemos que venerar en nuestros prójimos esa misma gracia, lo que nos hará honrarlos, amarlos y procurar su salvación eterna y que consigan ese fin que es el suyo.
(2º día)
28. – Que si bien el estar sujetas a pecar es muy de lamentar para nuestras almas, no obstante, es también una señal de su excelencia y no les es nocivo puesto que Dios no les niega nunca su gracia para verse preservadas del pecado; por lo tanto, con la ayuda de esa gracia tendré una gran confianza en su bondad, sin apartar los ojos de mi impotencia, con temor no tanto de las penas que merece el pecado (y que son testimonios de la soberanía de Dios) como de que ese pecado nos aleja de Dios y de su santo amor.
– Que la mayor prueba de la enormidad del pecado es la muerte que él ha causado incluso a nuestros cuerpos, y a la que Jesucristo ha tenido que someterse para satisfacer al pecado; de ahí deduciré lo que Dios estima las penas y sufrimientos, ya que por ellos borró la culpa por Jesucristo, quiero, se nos muestra lleno de bondad y misericordia hasta el último momento que nos lleva a la eternidad; pero llegados a él, ejerce su justicia con los que mueren, los cuales permanecen eternamente en el estado en que se encuentran entonces; esto debe darme, y me ha dado, temor junto con el deseo, sin engañarme a mi misma, de entrar en la práctica de lo que El quiere de mi, de lo que cuidaré de informarme.
Que aceptaré de buen grado la muerte y el motivo de tal anonadamiento puesto que, en cierto modo, es satisfactoria por el pecado, en cuanto a la pena; pero que he de tener el horror al pecado, aunque no llegue a sentir de manera eficaz en mi alma lo que es en verdad, y por esta 2. Aunque con dificultad y fijándose en el autógrafo, se puede leer: «que j’apprehende».falta de conocimiento que temo 2, tendré gran confianza de que Dios ha de librarme de aquellos a los que ordinariamente me dejo ir, sin dolor de la ofensa que son para Dios.
(3er día)
29. Que será una gran alegría para el alma en gracia el encontrarse en el juicio particular a la hora de la muerte, y una gran turbación para el alma que no haya amado; y puesto que Dios no permite que pueda tomar ninguna resolución particular, esperaré en su misericordia, con completo abandono en su santa dirección, que me salvará sin mí.
Que mi ignorancia e impotencia para desear y resolverme a la práctica de las virtudes en particular, me mueva a unirme fuertemente y con perseverancia a Jesucristo Crucificado para que el sentimiento de alegría que ahora experimento en la meditación del juicio universal, por verle a El reinando solo y reconocido por todo el mundo, no se me torne entonces en confusión a causa de mis pecados e ingratitudes que merecen el infierno, aunque yo no lo sienta.
Que la gloria de la Humanidad de Jesucristo aparece en que es ella, aunque unida a su Divinidad, la que nos juzga, tanto en el juicio particular como en el general; pero es un juez al que no se puede sobornar ni engañar, pero si conquistar por un amor verdadero, el cual le pediré, y recordar el temor que he tenido de los pecados que ahora permanecen ocultos para mi pero que entonces aparecerán en toda evidencia para confusión mía, si antes no me humillo y corrijo de ellos.
(4.° día)
30. Que las penas del infierno son ante todo un eterno alejamiento de Dios; y para evitarlas, después de haberme confiado a su misericordia, trataré de vivir ya desde esta vida, en vez del odio a Dios que tienen continuamente los condenados y el olvido de sus gracias y la rabia incesante de unos contra otros, el amor de Dios sirviéndome de su bondad, dulzura y caridad con mis prójimos.
Tan pronto como la naturaleza humana hubo pecado, el Creador, en el Consejo de su Divinidad, quiso reparar esta falta y para ello, con un supremo y purísimo amor, decidió que una de las tres Personas se encarnase, con lo que aparece, aún en la Divinidad, una profunda y verdadera humildad, de la que he de sacar una gran confusión para mi orgullo, y reconocer que en parte es ignorancia, ya que, en realidad, la humildad es conocimiento de la verdad y, según me parece, eso es lo que ha podido hacer se dé en Dios. Pero veamos en ello, alma mía, lo que Dios nos pide a través de la Encarnación de su querido Hijo, además de la gratitud que le debemos por nuestra Redención; y es que quiere que, así como El personalmente dejó el Cielo para unirse a la tierra, nosotros dejemos voluntariamente la tierra de nuestras sensualidades para unirnos a la esencia de su Divinidad.
Que jamás ha manifestado Dios amor más grande al hombre que cuando resolvió encarnarse, ya que de ahí dependían todas las demás gracias que desde entonces nos ha concedido. Con ello reconozco que quiere enseñarnos a amar mucho y especialmente a nuestros enemigos, y a procurar su salvación en cuanto esté a nuestro alcance.
(51día)
31. No contento con haberse ofrecido para nuestro rescate, el Hijo de Dios quiso llevarlo a cabo, no viniendo a este mundo, como hubiera podido hacerlo, de una manera más en consonancia con su grandeza, sino de la forma más humillante que imaginarse pudiera, para que así, ¡oh alma mía! tuviéramos más libertad para acercarnos a El; lo que debemos hacer con tanto mayor respeto cuanto más grande es la humildad con que se nos presenta, humildad que ha de servirnos para que lleguemos a reconocer cómo se da en Dios tal virtud, ya que todas las acciones que el produce fuera de El están muy por debajo de El.
Que Nuestro Señor demuestra un amor, en apariencia mayor, en la conversión de los pecadores que en la continuación de su gracia a los justos, como hizo con la Samaritana, con la que el lugar, las palabras, no respiran más que amor. De ello tengo que sacar una gran confianza y seguridad en su bondad, que, al fin, me dará su santo amor; pero tengo que trabajar y escucharle.
(61 día)
32. Que la infinita perfección de Dios encierra en sí la de todas las criaturas quienes, todas ellas, no actúan, ya instintiva ya voluntariamente, si no es por su solo poder; esto debe llenarme de una gran confusión, porque en cierto modo, le hago contribuir a mis iniquidades, por permisión suya; y para no ser ya causa de tal daño, pondré con la ayuda de su gracia, una atención más frecuente en su santa presencia de la que no salgo nunca, aunque yo no lo piense.
Que en el amor de la infinita bondad y sabiduría de Dios, queda el alma en libertad de ir a buscar todas las (perfecciones) que ella puede contener, siendo El tan bueno que las comunica liberalmente a todos sin que haya uno solo con quien no sea pródigo, lo que debe mantener el alma en gran humildad y dependencia de la bondad divina.
– Debo recordar que no he de andar buscando ternuras ni consuelos espirituales para que me inciten al servicio de Dios, sino más bien que me he ofrecido y acepto en él todas las insensibilidades y privación de consuelos que me parecen están deparadas a mi alma, con entero desasimiento de éstos, para sufrir todas las tentaciones que plazca a Dios permitir que me sobrevengan y en ese estado vivir y morir si tal es su santa voluntad.
(71 día)
33. Que he de entrar en la práctica de la humildad interior, por el deseo de mi abyección, y exterior, aceptando voluntariamente las ocasiones que se presentan de poner en práctica tal deseo; dicha humildad ha de ir encaminada a honrar la verdadera y real humildad que se halla en Dios mismo y en la que encontraré fuerza para abatir mi orgullo y sobreponerme a mis frecuentes impaciencias así como para adquirir la caridad y la mansedumbre hacia mi prójimo, honrando así la enseñanza de Jesucristo al decir: que aprendamos de El que es manso y humilde de corazón.
Como penitencia, las Estaciones (del Vía Crucis) con un deseo de renovar completamente mi vida, y la Sagrada Comunión mañana.







