Luisa de Marillac escuchadora de la palabra de Dios (IV)

Mitxel OlabuénagaFormación VicencianaLeave a Comment

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COMO UN CD-ROM Y UNA CONSOLA DE CITAS

Cuando santa Luisa cita el Nuevo Testamento, da la sensación de ser una mujer espiritual dominada por la Palabra. Al leerla, sentimos que los evangelios están en el depósito de su mente como un CD-Rom que ha ido grabando durante la oración para descargar las conclusiones al llegar a su habitación. Y alude a la Palabra de la Escritura sin citarla expresamente, dando por supuesto que le son familiares los hechos y acciones que cuera tan los evangelios que acaba de meditar. Así, en unos Ejercicios concluye que debe «imitar la sencillez de Jesús cuando dijo a los judíos que querían darle muerte». Y saca la conclusión de «admi­rar la verdad de que la humanidad de Jesús renunció a apropiar­se de las obras divinas y de la doctrina de la palabra de Dios pro­feridas por él, y (admirar también) la gracia concedida a los hombres obedientes de conocer la verdad de su palabra». Se ve que acaba de hacer oración sobre Juan 7, 18-19: «Mi doc­trina no es mía, sino del que me ha enviado. Si alguno quiere cumplir su voluntad, verá si mi doctrina es de Dios o hablo yo por mi cuenta… ¿Por qué queréis matarme?»

Otras veces, más que un CR-Rom nos parece una consola de sonidos que, en cada momento, le resuena lo que necesita para confirmar lo que aconseja o enseña, pues no cita teniendo delan­te la Biblia, sino que cita de memoria dichos y hechos evangéli­cos que se le presentan mientras escribe y vienen bien a cada asunto y a cada situación a la que responde. ¡Qué oportuna suena la frase que les escribe a las Hermanas de Nantes que tanto esta­ban sufriendo!: «Conozco las penas de todas vosotras, pero tam­bién sé que es el yugo del Señor y que Él mismo tiene la bondad de hacérselo dulce y suave a los que lo llevan por su amor». 0 las citas evangélicas que le escribe a Sor Magdalena de Angers, que había sido sustituida de Hermana Sirviente para que una nueva Hermana Sirviente pusiese en orden la comunidad, y una vez reformada, vuelve a enviar a Sor Magdalena, de nuevo como Hermana Sirviente. Mucha humildad necesitaba y a tener­la la anima santa Luisa con frases rápidas del Evangelio: «Entre de nuevo con gran humildad y desconfianza de usted misma, recordando la enseñanza que el Hijo de Dios nos ha dado al decir­nos que aprendamos de Él a ser mansos y humildes de corazón. Entre usted con el mismo espíritu que le hacía decir que no había venido al inundo para ser servido sino para servir y escúchele de grado decirnos que quien se humilla será exaltado y que el mayor se haga el más pequeño para ser grande ante Dios».

Acaso la cita mejor traída sea la mencionada en los sucesos que le tocó vivir a Sor Maturina Guérin, la hija predilecta de santa Luisa, a la que había admitido en la Compañía a los 17 años y que fue destinada a Liancourt, a la ciudad de su entraña­ble amiga la duquesa de Liancourt, donde fue calumniada con las otras Hermanas de la más odiosa y escandalosa acusación: reci­bir en casa por las noches a jóvenes —aunque la duquesa desen­mascaró la calumnia. Sor Maturina Guérin, la secretaria inte­ligente y fiel, la que será Superiora General durante 21 años, había sido destinada de Hermana Sirviente a La Fére, a cuidar a los espantosos soldados heridos que causaban tanto terror». Pues bien, cuando quiere confortarla de otra calumnia que han levan­tado a una de las Hermana, le escribe: «La fiesta que celebramos hoy le contesta por boca de Nuestro Señor, al proclamar a sus apóstoles la última bienaventuranza, al punto que sin duda le parece a usted el más importante, y que es la calumnia. Es inte­rés suyo dar a conocer Él mismo la verdad, como su bondad ha hecho ya en otros lugares, en ocasiones semejantes que usted conoce».

Otras veces nos asombra la naturalidad con que se le hacen presentes hechos que narra la Biblia, en especial los Evangelios, y subrayan, o mejor, confirman sus pensamientos. Sin violencia, como algo familiar, los va trayendo a las cartas o a las medita­ciones: Moisés, Jonás, Juan Bautista, Encarnación, Pasión, Ascensión, Pentecostés, Misterios de la Virgen, etc.

Pero al recordarlos interpreta con libertad y creatividad un sentido que va más lejos de lo que la permitían la época, su situación de mujer, los estudios bíblicos de entonces y las mismas condiciones exegéticas e históricas del texto citado. Por ejemplo, insiste a san Vicente en que debe ser él el Superior General de la Compañía y no el Arzobispo de París, pues, «si su caridad ha escuchado de Nuestro Señor lo que me parece haberle dicho en la persona de san Pedro, que sobre ella quería edificar esta Com­pañía, perseverará en el servicio que ella le pide para instrucción de los pequeños y alivio de los enfermos».

CITAS LITERALES

En las cartas y escritos de santa Luisa hay también citas lite­rales, pero en estos casos, nos damos cuenta que tenía que citar­las expresamente. Primero, cuando copia las conferencias de san Vicente y éste cita las Escrituras; y segundo, cuando la situa­ción estaba tan íntimamente unida a todas las Palabras de la frase que no podían separarse.

Por ejemplo, ella que se confiesa orgullosa y admite que el orgullo o amor propio es una mala pieza que nos hace perder la razón y hasta olvidarnos de Dios; que es la fuente de todas nues­tras imperfecciones y nuestro peor enemigo; que puede destruir la Compañía o llevarnos a abandonarla, al escribir las conclu­siones de unos Ejercicios espirituales, no puede menos de citar las palabras concretas «aprended de mí que soy manso y humil­de de corazón». 0 cuando escribe en otros Ejercicios que «un gran testimonio del amor que Dios nos tiene, es que se haya complacido en enseñarnos por medio de su Hijo que seamos perfectos como Él es perfecto», es lógico que cite al pie de la letra, porque el objetivo de esos Ejercicios era precisamente alcanzar la perfección

Asimismo, parece necesario citar literalmente las palabras de san Pedro a Jesús, cuando envía a Sor Bárbara Angiboust a visi­tar a dos Hermanas destinadas en Sainte-Marie-du-Mont, una pequeña aldea —hoy día no tiene más de 200 habitantes— entre montañas olvidadas de Normandía, sin apenas comunicación con las grandes ciudades, para que las anime en aquella lejanía, «porque me parece tienen mucho trabajo y poco consuelo, aun­que también mucho mérito. Ellas pueden decir con san Pedro a Nuestro Señor: ¡Lo hemos dejado todo por amor tuyo! y estar seguras de que si son fieles, su recompensa será grande».

ENGENDRAR Y DAR A LUZ LA PALABRA

Leyendo algunos de sus escritos nos da la impresión que el Espíritu Santo ha engendrado en santa Luisa la Palabra y ella la va dando a luz en cada situación que afronta o en cada carta que escribe. Ciertamente la da a luz de acuerdo con su sicología, con la mentalidad de su tiempo y con la espiritualidad que vive. Pues se quiera o no, al escuchar la palabra, es Luisa, tal como es, quien la engendra y le da vida y sentido. Ante la complejidad de un texto tenía que acudir, como hoy, a las notas que ponían las Biblias católicas o a los expertos comentaristas que los compa­raban con otros textos de los evangelios, pues Jesús no se contra­dice. Pero aquellas notas y aquellas exégesis estaban muy lejos de los estudios históricos y críticos de los tiempos modernos.

Las constantes alusiones que hace a la Sagrada Escritura, tanto en cartas como en meditaciones, tienen un sabor de simpa­tía popular, porque personajes, dichos y situaciones se aglome­ran en su cabeza en el momento preciso, para traerlos a la pluma con una intuición más espiritual que hermenéutica. La Palabra de Dios que le fluye con gran sencillez y abundancia es sugestiva por el sentido, a veces pintoresco, que da a los pasajes y a los perso­najes bíblicos, cuando aconseja actitudes de vida o cuando ilumi­na sus propias experiencias espirituales. Por ejemplo, cuando se compara ella misma con Jonás a la que hay que arrojar al mar para salvar la Compañía, o cuando aconseja el desprendimiento radical a imitación de san Juan Bautista que se desprendió de seguir a Jesús, pudiendo haber sido discípulo suyo y un apóstol, o cuando manda a las Hermanas del hospital de San Dionisio que no propaguen la conversión de dos o tres herejes, ya que Nues­tro Señor prohibía siempre a los Apóstoles que dijeran lo que Él hacía, o cuando cree que, si tiene fe, Dios le daría la salud como hizo caminar a san Pedro sobre las aguas, o cuando aconseja a las Hermanas que si una enferma se queja se acuerden de los reproches que los judíos dirigían a Nuestro Señor cuando curaba en día de fiesta’.

Mezcla de pensamiento sugestivo, de espiritualidad y de exé­gesis aplicada es el llamativo comienzo del primer reglamento de la Compañía: «La Cofradía de la Caridad de mujeres viudas y solteras del pueblo, ha sido instituida para honrar a Nuestro Señor, su Patrón, y a la Santísima Virgen, y para imitar en cierto modo a las mujeres y jóvenes del evangelio que seguían a Nues­tro Señor y administraban las cosas que le eran necesarias a Él y a sus Apóstoles».

Benito Martínez

CEME, 2010

 

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