uno de los Administradores de la Oficina de las «Casitas» y otros lugares
(hacia 1656)1
Señor:
Le escribo por encargo del señor Vicente quien ha sabido que por haber tenido Sor Ana,2 la que está en el hospital de «las Casitas», algunas diferencias de parecer con el señor Cura, por causa de los enfermos, ha pedido se le permitiera cambiar de confesor, por temor de que pudiera ocurrir algo, por poco que fuera, que les impidiese cumplir con su deber. Nuestro muy Honorable Superior ha considerado el asunto y la importancia de tales encuentros, y lo ha concedido, después de haberla hecho cumplir con el deber de humillarse y de haber intentado impedir este cambio. Su caridad se ha tomado la molestia de hacérselo aceptar a dicho señor Cura, quien lo ha hecho generosamente. No obstante, señor, después de ese tiempo, en el encuentro de la necesaria humillación de nuestra Hermana, ¿sabe usted lo que ha ocurrido? Que algunos de los señores de usted se han enterado tanto de lo de la otra parte como de lo de la nuestra, lo cual ha hecho decir que le manifestarán su descontento cuando (esos) señores tengan la junta. En nombre de Dios, señor, le suplico humildemente impida usted que esto ocurra por el respeto que todos debemos a su carácter sagrado y a su virtud de la que nuestra Hermana ha quedado frecuentemente edificada, y nos lo ha manifestado muchas veces.
Le ruego a usted, señor, perdone esta libertad que me tomo; mientras le escribo, se me está ocurriendo que usted lo conoce mejor que yo y que todos esos Señores saben muy bien la necesidad que tienen de mantener su autoridad para gloria de Dios y bien de las almas que tiene a su cargo. Pues si ocurriera que esta persona, a quien debemos honrar, cayera por poco que fuera en desgracia, nos veríamos obligados a retirar a nuestras Hermanas por varios motivos. Pero yo espero de la bondad de Dios que el espíritu de caridad que ha infundido en la Compañía de ustedes les dará también toda la serenidad para soportar a los débiles, entre los que se encuentran nuestras Hermanas.