(hacia 1656)1
He recibido una carta suya,2 pero de fecha muy atrasada, por lo que, creyendo no se encuentra usted ya con las penas y dificultades que me dice, no me detengo sobre ellas para contestarle porque me parece se trata de lo mismo a lo que en otras ocasiones me he referido. Sólo le diré, querida Hermana, si me lo permite, que he alabado a Dios varias veces por las gracias que le ha concedido y le he pedido la de que sepa usted olvidarse de sí misma y mortificar el deseo de su propia satisfacción que se oculta en usted bajo la apariencia engañosa de buscar una mayor perfección. Mucho nos engañamos cuando nos creemos capaces de ella, y más todavía cuando pensamos poder adquirirla con nuestros propios medios y con una mirada o atención continua hacia todos los movimientos y disposiciones de nuestra alma. Está bien que una vez al año nos apliquemos con esmero a ese examen de conciencia, con desconfianza de nosotras mismas y reconocimiento de nuestra insuficiencia; pero dar continuo tormento a nuestro espíritu para escudriñar y llevar cuenta de todos nuestros pensamientos, es tarea inútil por no decir peligrosa. Le digo a usted lo que a mí misma me han dicho en tiempos atrás.
Le ruego, querida Hermana, me ayude con sus oraciones, como yo lo haré a usted con las mías, para que podamos alcanzar de Dios la gracia de caminar por las vías de su santo amor, sencillamente, buenamente, sin complicaciones, para que no lleguemos a parecernos a esas personas que, en vez de enriquecerse, corren a la ruina a fuerza de querer buscar la piedra filosofal. Tenga en cuenta lo que le dice el señor Director;3 aun cuando no hable usted con él más que una vez al mes y brevemente, crea que esto le bastará. Las confesiones sucintas suelen ser las mejores. Porque ¿qué es lo que vamos a buscar a este sacramento? No otra cosa que la gracia de Dios y podemos tener la seguridad de que la bondad divina no nos la negará si por nuestra parte llevamos al sacramento las disposiciones necesarias de sencillez, dolor de corazón y sumisión. Suplico a Nuestro Señor que nos las conceda, y en su santo amor, querida Hermana, soy su muy humilde hermana y servidora.