Luisa de Marillac, Carta 0394: Al señor Vicente

Francisco Javier Fernández ChentoEscritos de Luisa de MarillacLeave a Comment

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Autor: Luisa de Marillac .
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Hoy, día de Santa Catalina [1651]1

Mi muy Honorable Padre:

No he encontrado ningún papel relativo al establecimiento,2 y me he acordado que un día3 su caridad se tomó la molestia de leernos la instancia que había presentado al señor Arzobispo de París, seguida de nuestro reglamento; y pensando que deberíamos conservarlo, se lo pedí. Creo que el motivo por el que no lo tuve en mis manos fue porque faltaba algo que añadir.4

Mi miseria y el conocimiento que tengo de los obstáculos que opongo a la gracia sobre esta Compañía, me han hecho pensar con frecuencia que para la perfección de su establecimiento era de desear que otra ocupara mi puesto, la que sirviendo de ejemplo por sus virtudes y exactitud en la observancia de las reglas, fomentase buenos hábitos entre todas las Hijas de la Caridad, y varias veces me ha parecido que por falta de esto la Providencia difería su erección.

Las razones que me han hecho dudar varias veces si Dios quería el establecimiento, o bien dejaba que subsistiera la obra hasta que por si misma se disipara a causa de los desórdenes particulares, son, en primer lugar, la muerte prematura de muchos buenos sujetos que hubieran podido servirle de apoyo.

Otra, que una vez que se vieran establecidas, las hermanas se elevaran muy por encima de lo que son y se hicieran «suficientes» en sus empleos.

Tercera y cuarta razón es la experiencia que tenemos de que ya van tres o cuatro que han salido con voluntad de casarse, y por consiguiente, es en la Compañía donde han adquirido esos pensamientos que podían acercarlas a la impureza, crimen que haría perecer por completo la Compañía si en ella existiese, ya que tiene que establecerse bajo el titulo de honrar a Nuestro Señor y a la Santísima Virgen que son la misma pureza.

Una última razón son los defectos particulares de nuestras Hermanas, lo poco que adelantan en la perfección, sobre todo en la mortificación de los sentidos y pasiones.

Lo que puede hacerme pensar que Dios quiere la erección, es la bondad de la obra en si misma y las bendiciones que su misericordia ha derramado sobre ella hasta el presente.

La dirección y gobierno de la divina Providencia para formarla en todos sus aspectos

La libertad que los Superiores tienen para despedir de la Compañía a los sujetos que podrían deteriorarla, y del mismo modo la libertad que tiene cada una en particular para retirarse.

Otro motivo que puede inclinar a creer que Dios querría la erección es que, como lo principal de los bienes temporales están implicados en otra obra, que en lo futuro se lo pudiera desear y hasta encontrar suficientes razones para proponer la destrucción general y así la gloria que quizás Dios quiere sacar de ella acabaría más pronto que sus designios, si se le hubiese  sido fiel.5 Y el motivo más poderoso para hacernos creer la necesidad de la erección es que si no se hace por el institutor del que Dios se ha servido para darle comienzo, no es de creer que sus sucesores se atrevan jamás a hacerlo. Suplico a la bondad de Dios que siga derramando sus luces y dirección sobre su obra, remueva los obstáculos y dé a conocer su voluntad sobre las intenciones de las que quisieran ser asociadas a ella.

Me he extendido demasiado y le pido humildemente perdón por ello. Aquí tiene nuestro primer reglamento que creo es el que fue presentado al señor Arzobispo, o por lo menos uno igual, que yo no practico, con gran confusión mía, como también lo es el llamarme, mi muy Honorable Padre, su muy humilde hija y obediente servidora.

P.D. Pienso que el Hermano Ducourneau podrá encontrar la copia u original de la instancia presentada, juntamente con el acta de erección que no creo hayamos tenido nosotras nunca.

  1. C. 394 Rc 2 It 333. Carta autógrafa. Dorso: noviembre 1657 (o.l.).
  2. Establecimiento o erección de la Compañía.
  3. El 30 de mayo de 1647 (SVP. IX, 324; Conf. esp. n. 533 y s.).
  4. El decreto de aprobación de 1646 (ver acontecimientos importantes de este año, p. 143) mencionaba que las Hijas de la Caridad quedaban bajo la jurisdicción del Arzobispo. Luisa de Marillac insistió repetidamente para que la Compañía dependiera del Superior General de la Congregación de la Misión (ver cartas 181 y 228).
  5. Este pasaje es de difícil interpretación. La primera frase parece aludir a la misma idea contenida en el final del primer párrafo de la carta 228 (Nota de la traductora).

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