Hoy, 30 de agosto [1649]1
Señor y Muy Honorable Padre:
Razón tenía para sospechar que era necesario venir a este lugar,2 del que no daré a usted cuenta hasta que tenga el honor de verle. El señor de la Hode, capellán de Chantilly, ha venido a verme para avisarme de varias cosas. Parece que toda aquella familia se ve acosada por todas partes; no sé lo que nuestro buen Dios quiere decirnos con esto. Suplico humildemente a su caridad haga el favor de decirme si he de pasar a Chantilly para este asunto, como creo que sería necesario.
He sabido que la señora de Romilly3 se ha informado de que la familia del señor Portier, que reside frente a San Pablo, es toda ella tal y como habríamos de desearlo. Piensa ella hablarle a usted de parte de ellos. Le ruego muy humildemente, amado Padre, que no le hable usted de bienes, a no ser que ella le hable de eso, porque los que han hablado a mi hijo de este asunto4 le han dicho que los padres estaban satisfechos de la dote, y es costumbre que se observa en estos casos no declarar con toda claridad lo que uno tiene, a causa del perjuicio que podría resultar si el proyecto no se realizase. Las esperanzas para el porvenir son grandes, tanto respecto de bienes como de empleos. No es que yo tenga intención ni voluntad de engañar a nadie, ¡Dios me libre!, pero me parece que los gastos que se han hecho en el pasado y han servido para formar a un hombre capaz de desempeñar un empleo, han sido considerables; como también su decisión de no disipar lo que tiene, sino de trabajar para aumentar su caudal, y espero que es lo que hará todavía con más interés cuando esté casado. Suplico muy humildemente a su caridad que encomiende este asunto a nuestro buen Dios, así como todas las necesidades de nuestra Compañía para atraer sobre ella sus gracias y bendiciones; déme usted la suya por el amor de El en el que soy, mi Muy Honorable Padre, su muy obediente servidora y agradecida hija.