Madrid, mayo, 1984
INTRODUCCIÓN
El contenido de esta breve charla se limita a una ojeada dada al servicio espiritual y corporal que se presta hoy a los pobres desde la Compañía. Para ello, voy a apoyarme en hechos de vida que llegan hasta mí de diferentes maneras, al escuchar a las Hermanas, en encuentros nacionales como éste, y por la correspondencia. En la última parte, como una prolongación de Ávila, insistiré en algunos puntos que parecen importantes para el porvenir.
Hoy como ayer, las Hijas de la Caridad tratan de responder a su carisma a través del doble objeto de su voto de servicio de los pobres, según la expresión de la Madre Angélica Hernard. Servicio corporal y servicio espiritual. Se entregan por completo a Dios para ese servicio y las respuestas de hoy hacen lo posible por ir a atender las necesidades de los más pobres, dentro de la fidelidad al espíritu de la vocación, humildad, sencillez, caridad.
Para orientar un poco nuestros intentos de evaluación, vamos a distinguir:
1. Respuestas que se dan a partir de acontecimientos. Son llamadas de urgencia,
- urgencia localizada, con un compromiso de duración más o menos larga (catástrofes naturales, refugiados).
- Situaciones de urgencia generalizada a todo un grupo humano o población (barrios de chabolas, favelas).
- Urgencia inmediata (tipo sacar momentáneamente de un apuro, por ejemplo, servicio en las estaciones).
2. Respuestas nuevas, que se dan a partir de un movimiento de conversión que ha cambiado la mirada, a nivel de la Provincia, de las comunidades locales, de cada Hermana.
- Iniciativas tomadas, con el consentimiento del Consejo Provincial, a nivel de una Comunidad local para dar una respuesta del todo nueva.
- Revisión de obras que acaba en verdaderas transformaciones a favor de los más pobres.
LLAMADAS DE URGENCIA
Respuestas inmediatas, por ejemplo, catástrofes naturales. Me parece que conocen ustedes perfectamente los desafíos que nos lanzan los acontecimientos y la corriente de generosidad que suscitan, traducida en respuesta. Las inundaciones, los terremotos o catástrofes súbitas e imprevistas, les permite a ustedes comprobarlo.
Otro problema de urgencia. El problema de los refugiados (hay unos 16 millones en el mundo) presenta grandes dificultades. Desde los orígenes de la Compañía, este servicio forma parte de su vocación. El número y la desgracia de estos pobres, en los últimos años, provocó la decisión del Consejo General de proporcionar Hermanas para este servicio especial a los más pobres. Fueron pues,
— a Tailandia, para los refugiados camboyanos y vietnamitas;
— al Zaire Norte, para los refugiados ugandeses;
— a México, para los guatemaltecos.
La duración de su estancia ha sido, de unos dos años en Tailandia (hasta que cerraron los campamentos principales); pero las Hermanas de Tailandia han seguido visitando a los que quedaban. De un año, según el compromiso contraído, en el Zaire Norte, donde la situación era muy diferente de la de Tailandia y se mejoró rápidamente con la creación de verdaderos poblados. En México, donde la situación de los refugiados es dramática, el gobierno no admite sino la presencia de Hermanas mexicanas que, por cierto, corren en cualquier momento el riesgo de ser despedidas.
Este servicio es plenamente vicenciano
Pone a las Hermanas en contacto con una humanidad completamente desprovista de todo, a veces, no tiene apariencia humana, despreciada, maltratada, hambrienta hasta el límite de sus fuerzas físicas, atenazada por el miedo, la desesperación, privada de sus medios de expresión habitual, prisionera en un país extranjero, habiendo perdido a veces varios miembros de la familia, el padre, la madre, hermanos o hermanas, con la mente obsesionada por visiones de crueldad, de odio. Los relatos de las Hermanas prueban hasta que punto descubren ellas la plenitud de su vocación en esas respuestas que intentan dar a las múltiples esperanzas de los refugiados. El gesto más sencillo adquiere resonancias del evangelio. Lo que hicisteis a uno de estos mis más pequeños hermanos, conmigo lo hicisteis.
En tal contexto, es imposible el engaño. Desde el primer momento, las Hermanas se ven abocadas a encontrar el estilo de vida sencillo y pobre de los comienzos. Lo desmesurado del sufrimiento que las rodea, borra los roces, casi siempre insignificantes, de la vida fraterna. La impotencia para aliviar tanta miseria a todos los niveles hace que la plegaria recobre su puesto. La contemplación torna a ser habitual ante el Rostro de Cristo presente por todas partes.
Las Hermanas que han colaborado en estos servicios no pueden ya vivir como antes. Se ha desarrollado su sensibilidad ante la autenticidad del carisma. En adelante, ya no pueden no tender a una fidelidad activa a sus compromisos de siervas de los pobres. El haber visto otras culturas, pero habiendo descubierto al mismo tiempo la similitud del corazón humano, y los sufrimientos de los pobres, agranda su deseo misionero dentro de su propio país.
Sin embargo, la situación presenta a veces dificultades insuperables que proceden, en primer lugar, del país que acoge a los refugiados. Se niegan los visados a las personas de las que no se hacen cargo los organismos internacionales reconocidos por el gobierno. Se limita a tres meses la duración de permiso de estancia en el país (fue ésta una de las grandes dificultades con que tropezamos en Tailandia). Se rechaza sistemáticamente para este servicio a personas extranjeras al país (caso de México).
Las dificultades proceden también de las exigencias del propio servicio. Requiere el conocimiento de lenguas extranjeras y la posibilidad de aprender rápidamente un dialecto. En efecto, hay que conocer el idioma oficial del país que acoge a los refugiados. A ser posible —el idioma oficial de los refugiados— a veces, el dialecto de unos u otros. Ejemplo, el idioma oficial de Uganda (de donde procedían los refugiados) es el inglés; el del Zaire (que los acogía) es el francés; y unos y otros, entre los refugiados, tenían una lengua propia.
Otras dificultades son la cualificación profesional, con títulos, gran resistencia física porque las condiciones son muy duras, higiene, alimentación, entorno, además del impacto de las tensiones, el choque nervioso. Como ocurría con nuestras primeras Hermanas, muchas, en este caso, han visto su salud seriamente afectada. Pero Don Helder Cámara me ha dicho que éste es un síntoma esperanzador.
Población (grupo humano) marginado de las grandes ciudades
Las situaciones de urgencia generalizada a toda la población marginada dentro de una gran ciudad, favelas, barrios de chabolas, han visto multiplicarse las implantaciones de pequeñas comunidades. Conocen ustedes bien este tipo de respuesta del que tienen su propia experiencia. Voy a desarrollar la respuesta de tipo «emergencia».
Acogida entre las desgracias
Hay otras iniciativas que se presentan como respuestas de urgencia inmediata, en una línea de acogida, de abrir los brazos, pudiéramos decir. Las clasifico como acogida para sacar de un apuro (emergencia), «acogida comedor», «acogida residencia».
La acogida para sacar de un apuro
Así es como algunas Provincias han adoptado los servicios para sacar de un apuro momentáneamente, en las estaciones de las grandes ciudades a donde convergen, toda clase de miserias. Se trata de hacerse presente para echar una mano, adivinando, orientando todo tipo de desgracias.
La acogida-residencia
Este primer paso o etapa se completa por una acogida-residencia, es decir, casas en las que se recibe a los que lo necesitan dentro de estas líneas directrices: Prevención-Cuidados-Rehabilitación.
Los jóvenes a los que se dispensa acogida van desde el inadaptado social al drogado, pasando por el menor que se ha fugado de su casa y las jóvenes en peligro de prostitución. La colaboración entre estructuras públicas y estructuras privadas permite enfocar una rehabilitación progresiva.
Existen otros tipos de acogida-residencia, creadas por las Conferencias de San Vicente de Paúl, con la colaboración de las Hijas de la Caridad. Son casas puestas a disposición para recibir a personas privadas de recursos, que llegan a la ciudad acompañando a un pariente próximo que ha de quedar hospitalizado, las más de las veces por enfermedades graves. Así, esas personas encuentran en un punto generalmente próximo al hospital, albergue o alojamiento por un período determinado (como promedio de ocho a diez días), lo que les permite proporcionar a su enfermo un apoyo moral y afectivo, seguir de cerca una evolución que les inquieta, encontrarse en unos momentos de prueba con interlocutores cristianos.
La acogida-comedor
Otra realización es la acogida-comedor, que va desde el bocadillo para una primera necesidad hasta la mini-comida dada en el invierno con una sopa consistente. Algunas organizaciones con las que colaboran las Hijas de la Caridad recorren los puentes en las noches de invierno con un «camión-sopera» que circula de nueve a once. Estas respuestas corresponden a las desgracias de siempre, pérdida del trabajo, alcoholismo, delincuencia, inadaptación social, marginación. Existían ya en tiempo de san Vicente. Los nombres pueden ser nuevos, pero en verdad, estas respuestas están dentro de la tradición vicenciana.
RESPUESTAS NUEVAS QUE SE DAN A PARTIR DE UN MOVIMIENTO DE CONVERSIÓN POR UNA FIDELIDAD SIEMPRE RENOVADA
Iniciativas a nivel de una comunidad local
Ejemplo de la iniciativa de una Hermana, con colaboración de su Comunidad (un colegio) en la obediencia al Consejo Provincial y después con una amplia colaboración.
En algunos países, las Hermanas han fijado su atención en los numerosos niños limpiabotas, de los que algunos llegan a ser agresivos, ladronzuelos, mendigos, que espantan hasta con su aspecto, ropas hechas jirones, extremada suciedad. Veamos un relato bastante detallado del proceso seguido en una de esas Provincias. Después de haber orado y reflexionado con su Comunidad, una Hermana se fue por las calles de la ciudad en busca de esos niños para invitarlos a una comida. Mucho trabajo le costó llegar a hablarles y más todavía a convencerlos de que aceptaran su invitación. No obstante, se presentaron algunos por la comida y para recibir algunas ropas, pero inmediatamente después, salieron huyendo. La Hermana volvió a empezar y consiguió al fin reunir a cincuenta y ocho, con los que comenzó un trabajo de educación y de promoción. Paralelamente, provocó con la comunidad reuniones de las autoridades civiles y religiosas para estudiar lo que podía hacerse. Fueron necesarias numerosas reuniones antes de llegar a un compromiso colectivo. Finalmente, se emprendió una concientización del público a través de los medios de comunicación social con el fin de transformar la mentalidad de las personas en relación con los pequeños limpiabotas. Poco a poco, y tras seis meses de preparación, se constituyó un «Club de los limpiabotas», que se encargó de atender a esos niños en todos los planos. Hoy puede decirse que de los muchachos reunidos al principio perseveran el 42%.
Después de este primer ensayo, se ha pedido a la Comunidad que se encargue también de los pequeños vendedores de periódicos. Con ellos, se ha emprendido una acción semejante. Al cumplir catorce años, se les propone pasar a otro grupo para poder prepararse a una profesión u oficio, con ayuda de maestros voluntarios. De los adolescentes, que proceden de los dos grupos anteriores y aceptan una formación profesional, persevera el 72,4%.
Este breve resumen les deja adivinar las numerosas dificultades con que se ha tropezado. No obstante, los aspectos positivos las superan ampliamente en resultados de promoción de los niños y repercusión en sus familias.
Respuestas a nivel de toda la Provincia
Revisiones de obras que acaban en verdaderas transformaciones en favor de los más pobres. En algunas Provincias, y pese a los esfuerzos realizados para la revisión de las obras, persistía todavía un temor al riesgo, un decaimiento de los primeros esfuerzos, debido sin duda, a una preparación y coordinación insuficiente, tanto a nivel local como Provincial. Verdaderas negligencias en relación con la pobreza y las virtudes del espíritu, falta de confianza en la Providencia y notorio desequilibrio entre el número de Hermanas y las actividades emprendidas.
En tales Provincias, el primer trabajo (con la ayuda de cuestionarios) se ha hecho con las Hermanas Sirvientes, a las que se ha pedido que en sus comunidades locales se profundizara en el espíritu de la vocación, especialmente en el estilo de vida pobre y sencillo y en la actitud de sierva humilde. En esta reflexión, las ha acompañado un miembro del Consejo Provincial, eso es muy importante.
Por otra parte, misiones temporales ejercidas en zonas marginadas han proporcionado a las Hermanas la ocasión de descubrir nuevas llamadas de los pobres. A continuación, cada una de las Comunidades locales ha hecho un estudio de las actividades de la casa y la región, y ha presentado al Consejo Provincial un proyecto comprensivo de lo que podría suprimirse, de lo que podría cambiarse, añadirse, y de la manera concreta de hacerlo. El resultado de este movimiento provincial se ha traducido de esta manera:
- Las Hermanas se han retirado de cierto número de obras en las que se servía a la clase media (más o menos);
- algunas comunidades han modificado sus actividades;
- se han llevado a cabo nuevas implantaciones con los más pobres.
Todos estos esfuerzos han supuesto una fidelidad a las opciones tomadas en los Proyectos Provinciales. Ir con los más pobres, practicar la pobreza, evangelización. Fidelidad a las orientaciones recibidas de la Compañía y a los del Documento de Puebla. Mejor adaptación a la realidad concreta del país para dar una respuesta de evangelización.
Equipos misioneros móviles
En una Provincia de América Latina, se han creado, a petición de un obispo, equipos misioneros móviles a favor de zonas privadas de evangelización y de promoción, sin sacerdotes ni religiosas, o de vastas zonas rurales con enorme extensión de territorio a cargo de un solo sacerdote. Ahora, varias diócesis han pedido la misma realización.
La comunidad de este equipo misionero móvil está formada por cuatro o cinco Hermanas de las que una es la Hermana Sirviente. El contrato con el obispo está previsto por tres años, para trabajar en un lugar determinado, en la promoción humana y espiritual de los pobres, en la creación de Comunidades Eclesiales de Base y en la formación de responsables cristianos que se encargarán de relevar a las Hermanas.
La evaluación hecha entre el obispo, la Comunidad cristiana y las Hermanas determina el momento de pasar a otro lugar que el obispo señala. Las Hermanas vuelven periódicamente a visitar y estimular a la Comunidad cristiana, que han dejado, y a evaluar con ella el trabajo de los responsables. El período de tres años, fijado por el contrato, puede prolongarse, según lo pida el lugar, hasta cinco años o, a veces, algo más. Los resultados están siendo muy positivos.
Comunidades-antenas
Otras Provincias han pedido al Consejo General establecer «Comunidades Antenas» unidas a un Comunidad canónicamente erigida. Estas «Comunidades Antenas» suelen constar, en general, de dos Hermanas que se encargan de un servicio efectivo a los pobres (visitas a domicilio, ropero, asistencia social, catequesis). La vida comunitaria que llevan es evidentemente distinta y es demasiado corta su existencia para poder evaluar los resultados y descubrir acaso inconvenientes mayores.
Aquí tienen sucintamente una ojeada, como decíamos al principio, sobre lo que se busca y se vive hoy en la Compañía a través del mundo, para conseguir un servicio mejor a los pobres. Los datos recogidos por el Consejo General -en las visitas, en encuentros como éste, en cursillos, pero también en los informes trimestrales de ustedes, en las fichas de Consejo y en la correspondencia -permiten palpar la verdad de un trabajo de revitalización del servicio de los pobres. En efecto, puede advertirse una reflexión constante, por medio de evaluaciones y revisiones de obras y una atención dedicada por los Consejos Provinciales a las nuevas llamadas de la Iglesia y los pobres. Por su parte, las Hermanas tienen, a nivel personal, esa misma inquietud por la fidelidad al carisma.
HOY, POR UNA FIDELIDAD SIEMPRE RENOVADA
La actualidad de la Compañía nos obliga a tomar en serio algunas evidencias. En primer lugar, la disminución del número de Hermanas con la elevación del promedio de edad, especialmente en Europa, y por otra parte, la prolongación indispensable del tiempo de formación, limitan nuestras posibilidades de responder a las llamadas. Y ya, con independencia de nuestras circunstancias, los cambios de regímenes políticos y sus consecuencias, las cortapisas legales, las exigencias profesionales, conducen a la supresión indiscutible de algunas de nuestras actividades.
Estos acontecimientos de hoy son, tanto para la Compañía, como para cada una de las Provincias, lenguaje de Dios; son gracia de Dios. En efecto, experimentamos el sentimiento de nuestra pobreza comunitaria; aun cuando en España no sea demasiado visible, la disminución a nivel de la Compañía es importante. En diez años, la menor afluencia de entradas, que para algunas provincias ha sido secarse momentáneamente la fuente, la fragilidad de la salud en todos los planos, contribuyen a menguar las fuerzas vivas.
Hemos perdido en poder -en el sentido de posibilidad de servir-, acaso hemos ganado un poco en humildad, virtud específica de la vocación. Es duro ver que se cierran las puertas ante nosotras, que se nos rechaza arbitrariamente. Pero eso mismo que nos hiere, sirve para empujarnos por otros senderos. Un nuevo deseo estimula nuestra voluntad misionera. Nos hallamos en la vía de la renovación prometida a los que se acogen al espíritu. Una era de esperanza nace en Europa para los pobres y para las Hijas de la Caridad. El retorno a lo original, encarnado en nuestro hoy, hoy del mundo y hoy de la Iglesia es el único camino que se abre ante nosotras.
Para avanzar en este camino, tenemos que ampliar el movimiento de reflexión y de referencia a los orígenes, volver a encontrar el mismo reflejo evangélico de los Fundadores, ante las respuestas que necesitan los pobres. Nuestros Fundadores estaban completamente impregnados en la doctrina del Evangelio. Nosotras, tenemos necesidad de llegar, a nivel personal y a nivel comunitario, a ese mismo grado de impregnación. Entonces, será cuando podamos aproximarnos, coincidir con la vida y las necesidades de los pobres de hoy, permaneciendo verdaderas Hijas de la Caridad, según las palabras de san Vicente. Evitaremos a aferrarnos a actividades que ya no corresponden al carisma y al hoy de los pobres, lo mismo que evitaremos las dispersiones que diluyen las comunidades locales. «Dios os ha reunido».
Refugiados, cataclismos naturales, emigrados, desempleo masivo. De cualquier nuevo foco de condensación de pobres, urge una llamada a las Hijas de la Caridad. Por el contrario, todo lugar abandonado por los pobres a causa de la modificación del entorno, por ejemplo, se convierte en motivo de revisión de obras.
Así es como cada uno de los Consejos Provinciales, cada una de las comunidades locales, debe ponerse en una actitud de reacción vicenciana, confrontando las situaciones reales con el Evangelio, con las Constituciones, con las palabras de los Fundadores, con la vida de las primeras Hermanas. Éstas vivieron día tras día de su unión con san Vicente y santa Luisa, permitiendo con su conducta que el carisma que ellos habían recibido, pasara a ser el carisma de la Compañía, porque las integraron en su vida diaria.
A través del tiempo, la Compañía ha tenido que enfrentarse con cambios de situación y ese tiempo, con su paso, ha podido debilitar algunas exigencias primitivas de la vocación. Por eso hoy nuestra responsabilidad es la de incitar a las Hermanas a que se familiaricen más y más con el carisma original. Lectura y estudios, interiorización a partir de un conocimiento más amplio. El carisma tiene que ser guardado, pero también, ahondado de continuo y enriquecido bajo el impulso del Espíritu Santo, como nos lo recomendaban ambos Fundadores.
Tenemos que insistir en la práctica de algunos valores específicamente vicencianos, que los Fundadores recomendaban con gran empeño y que son de una asombrosa actualidad. La pobreza real al servicio de los pobres, tan recomendada por san Vicente y santa Luisa, se impone hoy en nuestra sociedad de consumo, a la que todo el mundo acusa o rechaza sin poder sustraerse a ella. ¡Tantas citas de los Fundadores podrían encontrar aquí su lugar y plantearnos interrogantes! San Vicente y santa Luisa han querido para las Hijas de la Caridad una pobreza no solamente mística, «sólo Dios basta», sino que se pueda controlar, que esté engarzada en las realidades de la vida diaria, que rehuse toda posesión y acepte las consecuencias de esta opción tomada libremente.
Una pobreza que sabe compartir, la gente es hoy muy sensible a esto. Compartir materialmente, pero también, espiritualmente los dones recibidos, COMO_ la atención, la escucha, la acogida, la misericordia y el sentimiento de justicia, la esperanza, la confianza, el amor. Una pobreza que deje todo su puesto a la gratuidad en una vida de Hijas de la Caridad, completamente entregadas a Dios para servir a los pobres. Vida que se convierte entonces, en una especie de desafío frente a las exigencias actuales del poder, expresadas en términos económicos, tales como poder adquisitivo.
Al final de la Asamblea de 1980, en la Declaración sobre el Servicio a los pobres, habíamos trazado un camino de conversión para llegar a acercarnos más a esos pobres. Dejarnos evangelizar por ellos, aceptar y amar la pobreza de medios, aceptar y amar la pobreza de poder, no tener otra riqueza más que al Señor ni otra fuerza más que su evangelio.
También tenemos que aprender una búsqueda de purificación, según el consejo de nuestro Superior General, que decía hace algún tiempo a nuestras Hermanas de Suiza: «Ruego por la Compañía, para que sus miembros tengan valentía suficiente para resistir a las corrientes de secularización que amenaza el porvenir de esa misma Compañía». Nos falta a veces el valor, valor para hacer lo que hemos sido llamadas a hacer. Esto es cierto para cada una de nosotras, en particular, y debe cuestionarnos también a nivel de la Compañía. Purificación en el sentido de vivir una espiritualidad específicamente vicenciana más auténticamente, es decir, una vida interior muy profunda, Eucaristía, oración. Real devoción a María. Una devoción al pobre. Una práctica seria de la pobreza y de la sencillez, porque ellas influyen en todas las demás virtudes, porque Jesucristo es pobre y sencillo, porque la gente que servimos es pobre y sencilla, sencillez y pobreza de espíritu, de palabras, de comportamiento, de medios para servir, de obras.
Tenemos también que profundizar nuestro sentido misionero. San Vicente envió misioneros a Madagascar y Hermanas a Polonia en el siglo XVII. ¿Somos lo suficientemente conscientes de la internacionalidad de la Compañía? Este sentido ¿nos abre a la dimensión universal de la Misión de la Iglesia? ¿Tenemos ojos y oídos para los pobres del mundo entero?
Por último, la supremacía de Dios en nuestra vida tiene que poder ser verificable por los que nos rodean. Para ello, necesitamos afianzar humildemente nuestra fe, por medio de la oración, por medio de una vida unificada por el amor a Jesucristo en los pobres y a los pobres en Jesucristo, sin separación entre vida interior y apostolado.
El servicio de los pobres en pobreza, fue para los Fundadores una respuesta que les dictó el amor y, al mismo tiempo, el medio para seguir a Jesucristo, y estar unidos a Él. Para ellos, amor, pobreza, humildad fueron inseparables y los situaron en un plano de intercambio espiritual maravilloso con Él. Este intercambio, que nuestras primeras Hermanas pudieron experimentar, se convirtió para ellas en fuente de alegría, como le ocurría a aquella Hermana, Sor Andrea. Pretender que se renueven en nosotras tales sentimientos de fe, puede parecer idealista ¡Nos encontramos, en efecto, sumidas en tales y tan espantosos problemas de una miseria increíble, en una desigualdad entre los hombres que clama de tal manera…! Pero precisamente por eso, nuestra vida tiene que plantear interrogantes a nuestro alrededor, con claridad y fuerza, dentro de la continuidad y apoyo que nos ofrece la Compañía. Tenemos que dar testimonio de que sólo Dios es Dios y que nada ni nadie puede reivindicar en nosotras el lugar que a Él le damos. Tenemos que hacer la demostración informal de que fuera de Él, nada es sagrado, excepto, como dice Juan Pablo II, «el hombre tan sólo en su referencia a Jesucristo», y de manera especial el pobre.
Al terminar, me parece bueno subrayar que es esencial saber descubrir cuál fue la fuente de la pobreza en nuestros Fundadores. En efecto, las decisiones que deben tomarse en el terreno de la pobreza son importantes, pero son decisiones que pueden ser muy fácilmente discutidas y que son, sin duda, discutibles. Lo que me parece cada vez más fundamental, es que dejemos que nuestros corazones se vean invadidos por la persona de Jesucristo y que, al encontrarnos ante los pobres, tengamos, como la Señorita y el señor Vicente, la mirada fija en Él, interior y exteriormente. Entonces, quizá lleguemos a comprender un poco mejor, el lugar que ocupa la pobreza en el centro de la persona de Cristo y de su misión. Esto será lo que nos ayude a encontrar las modalidades de pobreza que hemos de presentar ante el mundo de hoy. Descubriremos que no puede tratarse sino de una pobreza escogida cada día por amor, inseparable de la humildad, unida al servicio como en la Virgen María. Entonces también, se hará nuestra, una certidumbre, esa pobreza nos trae la posesión de Dios y nos hace libres en medio de un gran gozo. Siempre será ridícula nuestra pobreza frente a las inmensas miserias de los países del Tercer Mundo, Haití, Mauritania, y tantos otros. Pero nos incita a compartir más y a permanecer fieles, cualesquiera sean los obstáculos que nos salgan al paso en nuestro camino, al encuentro de Cristo Pobre.