París, noviembre de 1974
Yo querría destacar la importancia de esta reunión comunitaria; importancia por la variedad de países de donde ustedes proceden y la variedad también de los países a los que están destinadas. Estamos aquí, en el mismo centro de una realidad de la Compañía que es su internacionalización; realidad que la aproxima, salvadas todas las distancias, a lo que es la Iglesia, enviada a todos los pueblos, destinada a extender el reino de Dios.
Esta reunión de Comunidad ilustra también lo que la Asamblea General dijo: «La Misión ad Gentes está en el corazón de la Compañía, misionera por naturaleza, realiza la misión de una manera admirable». Observen cómo de repente, se sitúan en la realidad actual de la Compañía, en su realidad existencial de la internacionalización.
Naturalmente, cada Hija de la Caridad es misionera y debe tener esa seguridad en el fondo de su corazón. Es misionera en virtud de su bautismo; lo es también como miembro de la Compañía, ya que ésta, de inspiración apostólica y misionera, es en la Iglesia, una comunidad encargada de anunciar al mundo el amor del Padre, revelado en Jesucristo y de hacer a Jesucristo presente a los pobres. Toda Hija de la Caridad es misionera y toda la Compañía es misionera. Podemos decir a partir de esto, que el apostolado, en países no cristianos, es fundamentalmente idéntico a todo otro apostolado. Por consiguiente, ¿qué va a cambiar? Lo que va a cambiar son las condiciones en las que se ejerce, las situaciones especiales en las que se encuentran las Hermanas misioneras. De ahí nacen exigencias que varían según las situaciones; algunas más comunes a todas las misioneras y otras, sobre las que voy a insistir, serán específicas para las Hijas de la Caridad.
Las exigencias propias de todas las misioneras, ustedes las conocen, y el recordárselas será la tarea de la sesión. Su sola generosidad para partir en Misión, no basta para ser una buena misionera. Deben procurar poseer una cierta disponibilidad, una apertura de espíritu y una flexibilidad para adaptarse a costumbres muy diferentes de las suyas y a situaciones cambiantes. Revisen «Ad Gentes».
Esto supone que tienen ustedes un equilibrio en todos los planos: salud, madurez de carácter y madurez afectiva; y por lo tanto, supone también que ustedes harán cuanto puedan para preservar este equilibrio que no se adquiere jamás definitivamente. Por definición, equilibrio, es una posición que busca siempre mantenerse. Así pues, ustedes harán todo; es una resolución que deberán tomar al marchar; todo lo que está en su poder para mantener este equilibrio que, lo suponemos, tienen cuando parten: equilibrio de salud y equilibrio de personalidad en cierta manera. Este equilibrio procede de una madurez afectiva que asume su ser entero. Supone para ustedes el ser capaces de soportar cierta soledad que viene del exilio, que procede también, algunas veces, de la dificultad del idioma. Tendrán que soportar el cansancio y la adaptación al clima, a la alimentación, realizar un trabajo que, en ciertos casos, parecerá completamente estéril o por lo menos, poco fructuoso; esas realidades tendrán que vivirlas y son las que les esperan.
Ahora voy a subrayar las exigencias, especialmente importantes para las Hijas de la Caridad. Ustedes saben que en la misión de la Iglesia, la orientación preferente de las Hijas de la Caridad, la parte que les ha dejado san Vicente es el pobre. De manera particular, el que acumula todas las formas de pobreza, privación de bienes económicos, sociales y espirituales. He ahí su lote.
La Asamblea General ha indicado muy sucintamente los rasgos específicos de una actitud misionera. Ha comenzado por recordarnos que «Dios nos ha reunido para honrar a nuestro Señor sirviéndole corporal y espiritualmente en la persona de los pobres ya sean enfermos, niños, encarcelados u otros cualesquiera». Esos cualesquiera es la parte de las Hermanas misioneras.
Después, la Asamblea General señaló nuestro deber de «atención a la vida», lo que supone que se puedan comunicar a través del lenguaje. Sin ello, la vida se empobrece; se limita a las apariencias. La vida circula entre las personas: conocimiento de costumbres, culturas, religiones. Una Hermana misionera debe guardarse de juzgar eso como error, más bien debe preguntarse: ¿Cómo todas estas religiones, estas creencias, supersticiones, intentan ser una respuesta a lo que el corazón de aquella gente espera? ¿Qué respuesta encuentran en su creencia? Se trata de llegar a ellos y de ver cómo la fe que vivimos puede traerles la respuesta.
La Asamblea ha insistido también sobre, «gratuidad, respeto a las personas y preocupación por promocionarlas». De todo esto, se desprende una verdadera colaboración en el seno del trabajo misionero. Por consiguiente ya no es la Asamblea quien lo dice específicamente, se pensará en una búsqueda a nivel de estilo de vida, que se acerque al de los pobres; en lo que se refiere a las condiciones de vivienda, alimentación e instrumentos de trabajo.
Otra exigencia propia de una Hija de la Caridad: el afecto profundo por la vida fraterna, que es una actitud vicenciana; para ustedes, expresión y apoyo de la Misión, ¿cómo se va a manifestar? En primer lugar, por una vida de oración intensa, personal y comunitaria, iluminada por la liturgia, por la fidelidad a la oración y por los intercambios espirituales comunitarios. Les será difícil, casi imposible renovarse en una verdadera vida teologal de fe, esperanza y caridad, sin esta vida de oración fraterna. Vida de oración intensa, especialmente marcada por la fidelidad, allá donde sea posible, a la Eucaristía, devoción mariana bien comprendida y esto cada día. El lugar reservado a María, en una vida de Hija de la Caridad, es fundamental. Los Fundadores quisieron que nos refiriéramos a ella de una manera cotidiana y permanente.
En segundo lugar, el afecto profundo por la vida fraterna, mediante un estilo de vida comunitario, sencillo y pobre. Tengan relaciones sencillas entre ustedes, reconociendo sin embargo —esto es fundamental en la Compañía— que una responsabilidad compartida no excluye, sino al contrario, exige que haya una responsable nombrada quien, en definitiva, después de los intercambios y participaciones, es la responsable de la decisión tomada.
Otra actitud misionera común sobre la que deben vigilar las Hijas de la Caridad es la preocupación por aproximarse y adaptarse a las personas a las cuales son enviadas. Para que la adaptación sea verdadera y sea real la proximidad, éstas deben brotar de un espíritu impregnado de respeto, benevolencia, simpatía, que se apresura por saber los gustos, el porqué de las relaciones y por descubrir las mentalidades.
El descubrimiento de la cultura de un país no puede ser sólo el resultado de un esfuerzo intelectual, como quien se aprende un libro, por ejemplo. Es a base de esfuerzos, de atención a la vida, de un profundo deseo de comunión; es necesario sentir con.
Esto, para una Hija de la Caridad, es inseparable de la práctica de las virtudes de su estado. Yo querría llamarles particularmente la atención sobre una de ellas: La humildad. La humildad será la que las haga reflexionar y preguntarse a menudo: ¿Qué he venido a hacer? ¿Qué hago en realidad? ¿Dónde me encuentro en relación a mi primer deseo? La humildad les ayudará también a descubrir lealmente sus compensaciones y liberaciones con relación a la pobreza, castidad y obediencia, y lo mismo en el servicio de los pobres.
Tal vez esto les parezca duro, cuando ustedes están bajo el entusiasmo de su partida, llenas del ideal que les ha hecho pedir las misiones. Les ruego encarecidamente que me crean y que tomen muy en serio lo que les estoy diciendo ahora.
La humildad es la que preserva de errores graves, la que les evitará tal vez, actitudes inconscientes, pero imprudentes.
En cuanto a la pobreza, presten atención. Conozco misiones muy pobres, donde reina la alegría; las Hermanas verdaderamente se entregan a los pobres. La mayoría de las misiones son así, por lo que he podido constatar a través de mis viajes; pero tengo también ecos que me hacen decir: ¡atención! No se dejen llevar por lo mejor, lo más caro, lo más rápido. Es inconcebible, cuando la mayor parte de las personas van a pie o montadas en burro u otros animales, desplazarse en un 302 u otro coche de lujo. Es inconcebible, lo repito. ¡Cuidado con la pobreza! La quieren al partir, permanezcan fieles a ella.
La castidad: sobre este punto, una Hija de la Caridad no debe dar lugar a ninguna crítica. Ustedes me entienden, ninguna. No se pongan en situaciones ambiguas. La mayoría de las veces, ustedes van a países donde la castidad es desconocida; ¡que excelente ocasión para poder revelar una castidad que se ve y se lee porque es transparente y limpia y manifiesta que Dios es Todopoderoso, que es Cristo a quien han escogido y amado, y que Él es su fuerza! No incapaciten a los demás para creer en su castidad. Querría insistir y entrar en lo concreto.
Cualquiera que sea el vestido adoptado para el servicio de los pobres, recuerden que la Asamblea ha pedido expresamente que sea sobrio, y cuando digo sobrio, hablo también del color; que el tejido sea sobrio, de color neutro, oscuro, puesto que el blanco resulta demasiado costoso conservarlo. Tejido sencillo, traje sencillo, blusa sencilla, y esto incluye que también sea modesto. El fin del hábito religioso es estilizar las formas. Es evitar agradar. A este respecto, san Vicente es verdaderamente explícito. Dice que: «una Hija de la Caridad no debe buscar agradar», e incluso, entra en detalles: «se guardarán de llevar un hábito muy ajustado y unos zapatos bonitos».1 La naturaleza femenina, en su constitución profunda, no ha cambiado desde san Vicente.
Les ruego pues, que, en cuanto a la manera de vestir, sean fieles a esta pobreza, sobriedad y modestia. No hay ninguna razón de quitarse la cofia. Las mujeres autóctonas llevan su turbante.
Insisto una vez más: no se dejen llevar, no tomen actitudes de adolescentes inmaduras; recuerden en toda ocasión, que se han consagrado a Dios y no son adolescentes que buscan llamar la atención. Para los países de lengua francófona -los demás países, se lo preguntan a sus Consejeras Generales respectivas- yo les ruego encarecidamente que no tuteen a los sacerdotes ni los llamen por su nombre y que mantengan la dignidad del lenguaje. A los pobres no se los evangeliza con la vulgaridad. Me comprenden bien, aunque las demás religiosas lo hagan, ustedes no, ni tampoco aunque lo hagan todos los que están a su alrededor. Se lo suplico, mantengan sus convicciones. Sean personas que se han dado libremente a Dios, que no hacen todo lo que quieren, sino que quieren lo que hacen. Esto es la verdadera libertad.
Les he dicho que no tuteen a los sacerdotes, ni les llamen por sus nombres; nada de familiaridades bajo pretexto de fraternidad. Se lo suplico, resístanse al mimetismo. Una vez más, la virgen consagrada a Dios se guarda de todo compromiso. Es siempre la misma, segura del amor de su Dios, fuerte con la fortaleza que este amor pone en ella. Siento insistir tanto, pero sean fieles a todas estas recomendaciones. No caigan en esa actitud de adolescentes que tienen edad mental tan poco elevada, que aceptan todo, bajo falso pretexto de evangelización. Esa proximidad no lo es. Aceptan todo porque no saben escoger, y cuando tienen que escoger, no saben excluir o renunciar a algo, como lo hace la persona verdaderamente adulta.
En cuestión de obediencia, vigílense también. La Misión no es cuenta suya. La comunidad es en sí misionera y no es el trabajo de Sor X o de Sor Y; lo que cuenta es la acción de la Hija de la Caridad unida a su comunidad, para el servicio de Dios.
Ustedes recordarán que la Asamblea ha insistido sobre el servicio corporal y espiritual. La Hija de la Caridad es sierva; es la definición que se ha ratificado en la Asamblea. Una sierva, la palabra ya incluye un trabajo laborioso y respecto a la primeras Hermanas, san Vicente las llamaba: «pobres aldeanas». Eran verdaderamente unas pobres jóvenes.
Cuando se dice, hay que volver a los orígenes, llegar a la sencillez de san Vicente, volver a vestir el traje de las aldeanas, es verdad; pero limitarse a modificar las cosas exteriores sin tener en cuenta las exigencias interiores de ascesis, del amor absoluto de Dios, del don total de sí, es un poco farisaico, faltar a la verdad. Somos Hijas de la Caridad, siervas. Seamos siervas que trabajan; vivamos el slogan «hablar poco y hacer mucho», de san Vicente. De este modo, desconfiarán continuamente de ustedes mismas y se apoyarán con total confianza en Dios.
Sencillez: debe consistir para ustedes en tener con sus Superiores, apertura de corazón; tener valor de humillarse, si es necesario; reparar, entrar en la vía de la reconciliación; a este propósito, recuerden la frase de san Vicente que se encuentra en las primeras reglas, tomada del evangelio: «No toleren tener un disgusto con una de sus Hermanas sin pedirle perdón, antes de que se ponga el sol»,2 porque son las rupturas de caridad las que amenazan la vida fraterna. Por consiguiente, es precisa la sencillez de corazón, para saber pedir perdón, como un niño. Sencillez que les hará disponibles para todos los trabajos que les manden, sean cuales fueren. Escuchemos todavía a san Vicente: «una Hermana no replica sobre lo que se le manda».3
Virtud de estado es también la Caridad. La verdadera misionera encuentra en la caridad, en el amor de Dios, su motivación profunda. El amor de Dios se mide por el amor efectivo que tenemos a nuestro prójimo, a las personas a quienes somos enviadas. Y que estas últimas, no nos hagan olvidar a los más próximos que son nuestras Hermanas. No hay que ser encantadoras con los de fuera y difíciles con los que nos rodean. La primera caridad consiste en encaminarnos juntas hacia el Señor, Cristo Jesús. Unidas es como podremos llevarlo a los que somos enviadas. Sólo por el amor de Dios y el amor a nuestras Hermanas podremos llegar a hablar del misterio de Cristo Salvador, sean cuales fueren las condiciones de vida y las dificultades encontradas.
Esto sólo se logra teniendo un gran respeto a los demás. Algunas veces, quizás, no podrán en manera alguna hablar de Dios, simplemente, tendrán con los demás relaciones cordiales, clima de precatequesis, en el que conservarán su carácter de consagradas. Ahí es donde se situará el camino hacia la verdad, en los que las ven vivir. Escuchemos el decreto «Ad Gentes». En efecto, es un camino hacia la verdad, que viene a colmar las ansias espirituales de las personas a las que están enviadas, y que incluso les llenará de una manera extraordinaria, infinita, porque será gracias a ustedes, por mediación suya, en cierta manera, la obra del Espíritu Santo.
Para terminar, yo querría insistir sobre el testimonio evangélico que ustedes deben dar a donde vayan, como nosotras en todas partes. Debe apoyarse sobre una pureza de intención total que les hará revisar continuamente lo que hacen para ser fieles al carisma vicenciano: «Entregadas del todo a Dios para el servicio de los pobres». Se repetirán sin cesar a ustedes mismas que la Compañía a la que pertenecen, de la que son miembros, tienen la Misión de presentar al mundo de los pobres el rostro de Cristo.
La unidad de la Compañía sería una ilusión si no se realizara a partir de esta afirmación, de esta realidad de estar juntas con un mismo corazón, mirando este rostro de Cristo, que luego presentarán a los pobres.