Lucía Rogé: El carisma vicenciano

Francisco Javier Fernández ChentoEscritos de Lucía RogéLeave a Comment

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Author: Lucía Rogé, H.C. .
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Sor Lucía Rogé, H.C.

París,16 de septiembre de 1977

Las Consejeras Generales han insistido en que les presente algunas características de nuestra manera de percibir el carisma vicenciano hoy. Antes de adentrarnos en este tema, quiero precisarles solamente que se trata de un intercambio de lo que, a lo largo de estos tres años, hemos percibido más claramente como dentro del camino trazado por san Vicente y santa Luisa. Entre nosotras hablamos con frecuencia de ello y tratamos de escuchar lo que hoy se percibe en el mundo y entre los pobres. Juntas, hemos releído las circulares de los primeros años de la Compañía, para descubrir la continuidad activa del Espíritu en la Fami­lia. En la diversidad, a veces dramática, de las épocas vividas, siempre hemos descubierto unas constantes. Se trata de la permanencia de ras­gos que caracterizan la verdadera Hija de la Caridad, según la palabra de san Vicente, a través de la pluralidad de situaciones y respuestas. Trataré de no traicionar, sino de transmitir lo más sencillamente posible.

«Los carismas son una especie de gracia superabundante median­te la cual Dios quiere hacer a los hombres cooperadores de su plan de salvación» (A. de Monleón). Esta definición se aplica realmente a san Vicente y santa Luisa. El uno con el otro y el uno por el otro supieron vivir lo que dice san Pedro: «El don que cada uno haya recibido, póngalo al servicio de los otros, como buenos administradores de la multiforme gra­cia de Dios».

Partiendo de los objetivos que persiguieron nuestros Fundadores, de la acción realizada y de sus frutos, vamos a tratar de comprender mejor el carisma de san Vicente y, en su misma línea, la moción que hoy nos propone el Espíritu. Por supuesto que, cuando digo el carisma de san Vicente, incluyo también la acción de santa Luisa.

No se trata de volver a revisar toda la vida de los Fundadores. En ambos, sabemos que hubo carisma, es decir, intervención, «manifesta­ción del Espíritu concedida con miras al bien común»2, o sea, para el servicio y utilidad de todos. Tras un itinerario personal, una especie de

1 1 Pe 4, 10.

2 1 Cor 12, 7.

 

maduración oscura, se percibe la irrupción repentina del Espíritu en su vida. Ahora, sabemos adónde los condujo. Pero, entonces, ellos no lo sabían. San Vicente lo repitió suficientes veces para que estemos con­vencidas de su docilidad y disponibilidad.

Será necesario volver a insistir sobre este punto fundamental. Es esta disponibilidad al espíritu, a la invasión progresiva de Dios en su vida, la que permite a san Vicente entrar en un movimiento, dejarse arrastrar por una fuerza insistente, al servicio de los pobres. San Vicente contempla al pobre y contempla a Jesucristo, sobre todo, durante su vida pública. Y toma la decisión de corresponder a esa fuerza que lo impulsa a reprodu­cir la actividad de Jesús, a fin de traducir ante los pobres una especie de presencia de Jesús entre ellos. La llamada de Cristo, en san Mateo, 25, penetra todo su ser: «Tuve hambre…». Y el pobre se le transforma en Jesu­cristo hambriento. Toda la realidad de su tiempo, de su país, se le pre­senta como una ilustración concreta del evangelio. El mundo que lo rodea, tiene hambre, desborda de prisioneros porque hay guerra en tres frentes diferentes, los enfermos se multiplican con las epidemias, la mise­ria oprime a la mayoría de la población. «Tuve hambre, estaba desnudo, estuve enfermo…». Reconocer en ellos a Jesucristo se impone a los ojos, al corazón y al alma de san Vicente. Toda la vitalidad de su ser la va a dedicar a descubrir las necesidades de Jesucristo en el pobre. Y ese ser­vicio a Jesucristo en el pobre se transforma en su proyecto total.

Inmediatamente, descubre las únicas condiciones de respuesta a ese «Tuve hambre…». No puede consistir para él, más que en traducir de modo concreto, un amor, amor afectivo y amor efectivo. Se dirige a todos, porque: «Los pobres están abandonados de todos, tienen muchas necesidades y también necesitan consuelo en sus aflicciones. A veces, no saben quién es Dios»3.

Respecto de santa Luisa, se ha descrito, a veces, un movimiento inverso. Contempló a Jesús y después al pobre, y comprendió que el pobre era una prolongación de Jesús.

Para los Fundadores, el servicio corporal está siempre unido al ser­vicio espiritual. El realismo de este servicio arrastra progresivamente a san Vicente a agrupar a las Damas. El sentido de los demás, de los pobres y de las Damas, provoca en él un interrogante, cuya respuesta será la aparición de auténticas siervas como Margarita Naseau. Más tarde, se ve en ella el prototipo. En 1642, su fisonomía se impone a san Vicente, quien sigue hablando de ella en 1653. Las primeras Hijas de la

397

3 IX, 75.

 

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Caridad no son nada más que siervas, en el sentido literal de la palabra. San Vicente les recomienda «que no economicen las fuerzas físicas al servir a Dios en los pobres»4.

En noviembre de 1633, se reúnen en torno a la Señorita. Se reúnen precisamente porque comparten la misma identidad de siervas de los pobres. Cada una aprende a descubrir un nuevo sentido a su propia vida, a través de la expresión de una vocación común, el servicio humil­de al más pobre, en el que se reconoce a Cristo. Servirlo es su «desig­nio común»5 y se sostienen mutuamente. Se sienten unidas por una especie de íntima caridad fraterna que descansa sobre una trama de vida idéntica y un fin común: «Se amarán mutuamente como Hermanas que Dios ha unido».

San Vicente precisa esta primera respuesta al Carisma, el 5 de julio de 1640: «Hay que hacer lo que el Hijo de Dios hizo en la tierra. Trabajó continuamente por el prójimo, visitando a los enfermos, instruyendo a los ignorantes para su salvación»6.

En la conferencia del 16 de agosto de 1641, explicando el Reglamen­to, san Vicente expone expresamente los dos motivos por los que las Hijas de la Caridad se entregan a Dios: «El servicio a los pobres enfermos y la instrucción de la juventud, principalmente en los campos. En la ciudad, hay otras religiosas, es, pues, justo que vayáis a trabajar a los campos»7.

Poco a poco, la trayectoria del carisma se amplía y san Vicente, en una conferencia del 18 de octubre de 1655, sobre el «Fin de la Compa­ñía» (cuando ésta llevaba ya veintidos años de existencia), precisa: «Os habéis entregado a Dios, principalmente, para vivir como buenas cris­tianas, para ser buenas Hijas de la Caridad, para trabajar en las virtudes propias a este fin, para asistir a los pobres enfermos, no en una casa, sino por todas partes, como hacía Nuestro Señor»5.

Tras lo cual, san Vicente advierte que Dios quiere darnos nuevas actividades. En el curso de aquella conferencia, enumera los servicios propuestos sucesivamente a las Hijas de La Caridad. Primeramente, es lo que hoy llamamos Hogares Infantiles, después, los encarcelados, las personas mayores, también los débiles mentales, los locos, los refugia­dos, y continúa: «No sabemos si viviréis lo bastante para ver que Dios da nuevas ocupaciones a la Compañía»9.

4 IX, 101.

5 IX, 21.

6 IX, 34. IX, 58.

8 IX, 749.

9 IX, 750.

 

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Sin embargo, garantiza que así será si somos fieles a nuestro fin: «Tenéis que estar dispuestas a servir a los pobres por todas partes adonde se os envíe. Estad dispuestas a abrazar todas las obras que la divina Providencia os envíe». Es decir, a «honrar a Nuestro Señor y ser­virle en los pobres»10.

La actitud de acogida y de apertura de los Fundadores, con res­pecto a las nuevas proposiciones de la Providencia, a la que san Vicen­te no quiere adelantarse, demuestra claramente que su carisma es, ante todo, docilidad atenta al Espíritu. Van siguiendo ahí, dócilmente, mocio­nes interiores sucesivas, nuevas, aunque dentro de una misma línea. Se trata siempre de servir a Jesucristo, reconociéndolo en el pobre, servi­cio que se dirige a todo ser, corporal y espiritual. Si el carisma videncia-no se diversificó desde sus comienzos, en diversas modalidades, fue por fidelidad a una misma visión de fe. La experiencia de vida de san Vicente y de santa Luisa los hace cada vez más desprendidos y, por lo tanto, más receptivos y más sensibles a las sugerencias del Espíritu, más disponibles en la fe.

«En la historia de la Iglesia de Cristo» se lee que cuando la Congre­gación Romana pidió misioneros para el Próximo Oriente, san Vicente no figuró entre los candidatos, pero impulsó al señor Pallu, de las Conferen­cias de los Martes, para que aceptara. Esto dio origen a la fundación de las «Misiones Extranjeras de París». Sin embargo, cuando la Sociedad de las Indias los pidió para Madagascar, vio un signo del cielo y se compro­metió. Resulta difícil explicarnos esto, sin esa fidelidad al Espíritu, a quien hay que servir en las contradicciones humanas aparentes, a veces.

El carisma de nuestros Fundadores se concreta en este servicio a Cristo en los pobres, pero con un espíritu que le da carácter propio. A través de las palabras y ejemplos de su vida, descubrimos una actitud preferencial constante, la humildad. La humildad vivida por ellos y esco­gida para caracterizar el estilo de vida que ha de tener la Pequeña Com­pañía. Esta opción entra en la línea de su carisma, reproducir al Hijo de Dios: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón»11.

Se sitúa en la lógica del servicio y es indisociable de la actitud de siervas, «porque nada es tan contrario a las Hijas de la Caridad como el orgullo»12. Así, la humildad viene a ser recomendación prioritaria en todos los envíos, en la misión que hace san Vicente: «Una de las princi-

1° IX, 750-751.

11 Mt 11, 29.

12 IX, 653.

 

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pales virtudes que debéis poseer es la humildad. Sí, Hermanas, mante­neos en una gran humildad. Consideraos las últimas de todos. Recor­dad que sois siervas de los pobres. Tenedlos como vuestros amos y ser­vidles con gran dulzura y humildad»13.

Podemos afirmar que, para san Vicente, practicar la humildad, tra­bajar continuamente por ser cada vez más humilde es, con el amor a Dios, una condición necesaria y suficiente para ser Hija de la Caridad. Por el contrario, sin humildad, no existe ninguna garantía de vocación, se será solamente Hija de la Caridad de nombre y de hábito.

La humildad, situada en primera fila entre las exigencias de la voca­ción, acompaña al don total de Dios por los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia. Movimiento de amor, despoja de todo obstáculo personal y hace totalmente disponible a la Hija de la Caridad para el servicio a Cristo, a quien ama en los pobres. No es extraño que la mortificación sea inseparable de ella. La sierva no cuenta, solamente el amo a quien hay que servir.

«Mas, para honrar a Dios por vuestras acciones, es necesario que vayáis allí, con el espíritu de las verdaderas Hijas de la Caridad, y con la mortificación»14.

Así, la mortificación es el «leitmotiv» del envío en misión, del 23 de julio de 1654, como la humildad es el del 29 de julio de 1656: «Uno de los medios para hacer bien la obra de nuestro Señor es el humillarse, pero con una auténtica y sólida humildad»15.

La humildad constituye, una vez más, la base del espíritu específico de las Hijas de la Caridad, ya que es el resultado del amor y se mani­fiesta en el servicio, como nos dio ejemplo el Hijo de Dios. Se vive en la sencillez del don de uno mismo, en el anonadamiento de la propia volun­tad, en la adhesión permanente a las sugerencias del ser amado, Jesu­cristo, y en la alegría.

«Resulta inimaginable, absurda, una vida consagrada, triste. Sería una vida sin el sentido de la Cruz y del testimonio profético de la Pascua» (Cardenal Pironio).

El discernimiento del carisma original se nos presenta claramente con un solo y único fin, el servicio a Cristo, reconocido en los pobres y en los más pobres. El carácter propio de este carisma es su espíritu, espíritu de humildad y de sencillez, transformado por el amor y el don

13 IX, 496.

14 IX, 652-653.

13 IX, 808.

 

total a Dios. En razón misma de este radicalismo de la entrega, el carisma se realiza mediante una perfecta disponibilidad, mortificación y alegría. Las recomendaciones de san Vicente y santa Luisa, en este sentido, son insistentes en los comienzos de la Compañía: «Y porque es un buen deseo el que nos mantengamos siempre en la santa alegría de su amor, practiquémoslo fielmente»16.

¿A qué discernimiento estamos llamadas hoy? Quizás, antes de res­ponder, será conveniente reflexionar sobre algunos posibles errores. Nos podemos extraviar de diversas maneras:

1) Rechazando el impacto de todo un período de la historia, o bien, seleccionando y aislando algún rasgo particular de ese carisma para hacer de él un todo;

2) Juzgando a las generaciones anteriores, y minimizando la apor­tación de los años precedentes, aun cuando, a veces, hayan podido entorpecer la marcha;

3) Queriendo limitar nuestras respuestas y búsquedas actuales en el servicio de los pobres, únicamente al aspecto social que acompañó a las de san Vicente. Nuestras decisiones deben inspirarse, orientarse y tomar como referencia la doctrina íntegra de san Vicente y, al mismo tiempo, seguir siendo fruto de la oración y de recurrir al Espíritu.

La percepción del carisma vicenciano en nuestros días ha de situar­se, pues, en la continuidad. El Padre Tillard hace esta juiciosa observa­ción: «Llegamos a llenar nuestros corazones de tantos ruidos, de tantos centros de interés, que la palabra que ha puesto en marcha el carisma ya no resuena en él».

La idea base que debe resonar en nuestros oídos, a imitación de Margarita Naseau, es el servicio a Cristo en los pobres con un ardor que permita descubrir sus necesidades más urgentes.

Las características de este servicio:

* Que se haga con amor y humildad

* Que se sitúe en una disponibilidad total.

Ayer, les cité algunos pasajes de san Vicente sobre la disponibili­dad. Existen numerosos textos. Hoy quisiera que hablase también santa Luisa: «Las Hijas de la Caridad están obligadas a conformarse con el cambio de lugares, de personas y de empleos y a estar siempre dis­puestas a ir a todas partes y con las Hermanas que se les ordene. Esta disposición está tan ligada a los designios de Dios, en la fundación de

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16 1, 108.

 

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la Compañía que, sin ella, no podrían dar a Dios, la gloria que su bon­dad pretende de ellas, ni a los pobres el servicio que les deben»17.

De esta disponibilidad en el servicio, nacerá la alegría. Basta con evocar la vida de Margarita Naseau y la de Sor Andrea, otra de nuestras primeras Hermanas que, en el momento de morir, no se reprochaba nada más que una cosa, el haber experimentado demasiada alegría al servir a los pobres.

Tenemos que guardarnos de un cierto simplismo, de una interpretación partidista y de una preocupación por la eficacia humana que no dejaría al Espíritu todo el lugar que le corresponde, sino que se dejaría condicionar por diversas presiones, incluyendo las sociopolíticas, para limitarnos a una categoría y encerrarnos en un solo aspecto de pobreza social.

Concretar cómo se presenta la verdadera identidad vicenciana hoy, y ser capaces de dar testimonio a las jóvenes para que ellas se com­prometan también en el servicio de Cristo en los pobres, es la orienta­ción de esta jornada. Con este enfoque común de la vocación, permí­tanme que comparta con ustedes los interrogantes que plantean las propias palabras de san Vicente. Escuchemos lo que nos dice, a través de seis citas, correlativas en el tiempo y que convergen todas en el mismo sentido:

I) «¿Quién hubiera dicho, Sor Enriqueta, usted que es de las primeras en la Compañía, que dicha Compañía se iba a emplear en obras tan admi­rables? Dios sí veía la Compañía y las ocupaciones que le iba a dar»18.

«Es un gran siervo de Dios (el obispo de Narbona) y que tiene muchos deseos de que estén bien asistidos los pobres. Y aquí estáis, mis queridas Hermanas, escogidas por Dios para cumplir sus designios. No puedo deciros lo que vais a hacer, pues no lo sé yo, ni tampoco, según creo, ese buen señor obispo, aunque estoy seguro de que vais por la gloria de Dios y el servicio del prójimo»19.

2) «De esta forma, vuestro propósito, al venir a la Caridad, tiene que ser puramente por el amor y el gusto de Dios. Mientras estéis en ella, todas vuestras acciones tienen que tender a este mismo amor… Es pre­ciso que sepáis que el designio de Dios en vuestra fundación ha sido, desde toda la eternidad, que le honréis contribuyendo con todas vues­tras fuerzas al servicio de las almas, para hacerlas amigas de Dios y esto, incluso, antes de que os ocupéis del cuerpo»20.

17 SLM, Ses Écrits, Paris. 1961, pp. 850-851.

18 IX, 1087.

19 IX, 1182.

20 IX, 38-39.

 

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«…pues no estáis solamente para servir los cuerpos… sino también para instruirlos en lo que podáis»21.

3)  «Además, hijas mías, es necesario que no tengáis ningún apego ni a los lugares, ni a las personas, ni a los cargos, y que estéis siempre dispuestas a dejarlo todo, cuando la obediencia os separe de algún lugar, convencidas de que Dios lo quiere así. Sin este desprendimiento general, es imposible que subsista vuestra Compañía»22.

4)  «Hijas mías, tened mucho cuidado de que no se deslicen entre vosotras ciertos apegos que os impidan estar en manos de Dios»23.

5)  «Abandonarlo todo, sin esperanza de poseer nada, sin saber lo que pasará, ni tener má seguridad que la confianza en Dios, ¿no es esa la vida de nuestro Señor Jesucristo?»24.

6)  «Seguid así, hijas mías, ¡adelante! Vosotras no veis lo que Dios quiere hacer con vosotras. No vemos lo que Él pretende de la Compa­ñía. Lo que sí vemos es lo que ha hecho hasta ahora. Por lo demás, no sabemos lo que quiere de vosotras y cómo quiere emplearos en ciertas cosas que ni vosotras ni yo acabamos de ver, con la condición de que guardéis las reglas que os ha dado»25.

Esta visión llena de admiración confiada de san Vicente al futuro de la Compañía forma parte de su carisma. ¿En qué nos incita a nosotras a una mayor esperanza? ¿Qué caminos nos abre? ¿Cuáles son los crite­rios primitivos que hemos de encontrar nuevamente en las situaciones de hoy y del mañana?

El Cardenal Pironio decía recientemente que hemos de ser «inque­brantablemente fieles al carisma de la vocación», y también «ser fiel a sus orígenes significa vivir a fondo con lealtad y alegría su identidad específica en la Iglesia».

Un gran movimiento postconciliar ha inducido a los distintos Institu­tos a marchar en pos de la Iglesia sierva y pobre. Paralelamente, noso­tras hemos entrado en una vía de colaboración eclesial, bastante densa, buena y deseable en un trabajo de Iglesia. Sin embargo, se ha seguido de ello un poco de confusión. En ese gran manejo de las diversas renovaciones ha parecido que todo debía uniformarse. Ahora bien, la Iglesia nos dice: «La pérdida de esta originalidad es hoy una de las cau­sas de la disminución de vocaciones para la vida religiosa. Cuando la

21 IX, 63.

22 IX, 131.

23 IX, 131.

24 IX, 171.

25 IX, 1084.

 

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propia identidad desaparece o se encuentra en crisis, es lógico que las jóvenes pierdan su entusiasmo y estén desconcertadas. Por eso, ser fie­les a su originalidad es asumir un firme compromiso con Dios y con los pobres» (Cardenal Pironio).

El otro día les hablé de las similitudes que podemos encontrar con la Madre Teresa y, sin duda, es evidente que hemos de reconocer que las exigencias de pobreza y de disponibilidad que presenta a sus jóve­nes son las mismas que eran las de san Vicente y santa Luisa al comien­zo de la Compañía, pero que, con el tiempo, hemos dejado que se esfu­masen. Mas hay algunos puntos particulares de san Vicente:

1) Para la Hija de la Caridad, no se trata solamente de servicio gra­tuito, sino también de trabajar para ganarse la vida y subvenir a la de los pobres: «Pero vosotras podéis ganar lo suficiente para vuestra vida sir­viendo al prójimo; no sois costosas para nadie; sino que vosotras mis­mas proveéis a vuestras necesidades»26. Para san Vicente, el trabajo se vive en tres dimensiones:

*   la del sentido comunitario;27

*   la del compartir misionero;

*   la de la comunión con Cristo, a quien se reconoce en todos los tra­bajadores pobres que luchan para vivir.

2) La vocación vicenciana, allí donde existe, es elemento de sateli­zación en torno a Cristo, reconocido en el pobre, y convoca necesaria­mente para este servicio.

Siento el deseo de darles las conclusiones de esta reflexión sobre el carisma, en forma de binomios, formados con los términos que más se repiten en sus intercambios, sea por razones de inquietud, sea como una garantía. A ustedes, les corresponde luego, deducir las prioridades.

Se trata del servicio de Cristo en los pobres, en los más pobres, con:

*   audacia-prudencia (fe, humildad),

*    pobreza-ascesis,

*   disponibilidad-servicio,

*   amor-humildad,

*   humildad-sirviente,

*   disponibilidad-obediencia,

*   pobreza-estructuras,

*   pobreza-sencillez.

26 IX, 448.

27 Cfr. IX, 439-452.

 

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Si el carisma es realmente la gracia que se da para realizar un aspecto de la vida de Jesús, tenemos ahí los rasgos más sobresalientes para cumplir el «revestíos de Jesucristo» de san Vicente, ese Jesucristo, servidor del Padre y salvador de los hombres.

Que nuestra continuidad en la fidelidad al carisma vicenciano sea siempre actual. Conservemos las riendas en los cambios que son nece­sarios, pero no sigamos las modas, ni las garantías materiales o psico­lógicas. Tratemos de mantener muy alta la vitalidad de nuestra vocación en la fe, esperanza y amor.

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