Al margen de la historia de los votos y de las cuestiones jurídicas que éstos puedan suscitar, el Fundador de la Misión se mostró partidario de seguir a Jesús viviendo la entrega total y radical a Dios por medio de votos. Su experiencia religiosa así lo confirma. La promesa que hizo, en 1616, de consagrarse de modo irrevocable al servicio de los pobres abre en su vida un nuevo camino de compromiso evangélico. En 1629 renueva con otros compañeros de la Misión aquel voto primero y decisivo. Todo el proceso de conversión y de entrega va unido «al deseo interior de entregarse a Dios por medio de votos». Los motivos fundamentales que expresan esta actitud obedecen «al deseo de situarse en el estado más perfecto posible, sin entrar en el de religión, y al de unirse más estrechamente a nuestro Señor y a su Iglesia».
- «ESTAMOS EN UN ESTADO DE CARIDAD»
Vicente de Paúl siente mucho que, en su tiempo, haya gran «aversión» al estado religioso, donde se emiten votos solemnes. El aprecia a todas las congregaciones aprobadas por la Iglesia, aunque no desea que las suyas sean consideradas o tenidas como Órdenes religiosas. Las Cofradías de la Caridad siempre fueron y están actualmente catalogadas por el Código de Derecho Canónico como Asociaciones laicales. La Compañía de las Hijas de la Caridad y la Congregación de la Misión forman Sociedades de vida apostólica y «aspiran a la perfección de la caridad por la observancia de sus Constituciones». Concretamente, la Congregación de la Misión pertenece al cuerpo del clero secular, a la «religión de san Pedro», y se esfuerza por mantenerse fiel al carisma fundacional de evangelizar a los pobres. Tal opción preferencial dictó al Fundador la reflexión tan conocida:
«De los religiosos se dice que están en un estado de perfección; nosotros no somos religiosos, pero podemos decir que estamos en un estado de caridad, ya que vivimos continuamente ocupados en la práctica real del amor o en disposición de ello».
Para san Vicente, como para santo Tomás, la perfección consiste en el ejercicio de la caridad. Este es el estado en que quiso situarse Jesucristo. El designio del Padre fue que su Hijo salvara al mundo por la práctica del amor anonadado y crucificado. Y esto es, precisamente, lo que se propone el seguidor de Jesús, incluso haciendo votos: prolongar la misión misma del Salvador, «llevando al pueblo a que ame a Dios y al prójimo, a amar al prójimo por Dios y a Dios por el prójimo». Los votos, en general, son una llamada a la liberación total de uno mismo, una invitación al amor, a la caridad que distingue la vida de Jesús. Si falta el amor, no se entienden los consejos evangélicos, objeto de votos, y mucho menos podrán practicarse.
- LOS VOTOS SON UN NUEVO BAUTISMO
Si Jesucristo es la «regla de la Misión», y la caridad, «la gran dama y señora que lo manda todo», ¿para qué hacer votos?, ¿no es suficiente vivir el bautismo por el que quedamos consagrados definitivamente a Dios, revestidos del Espíritu y delegados para evangelizar a los pobres? ¿Cómo explicar entonces la tenacidad del Fundador de la Misión por introducir los votos en su comunidad? Algunos opinaban que tales vínculos no eran necesarios y hasta pudieran ser una rémora en el desempeño del carisma fundacional. Sin embargo, el Santo argumentaba con otras razones teológicas:
«Los votos son un nuevo bautismo; obran en nosotros lo que había Obrado el bautismo; pues por éste se libra uno de la esclavitud de Satanás, se convierte en hijo de Dios, se tiene parte y derecho al paraíso. Es lo que hacen precisamente los votos. Por eso, una persona que quiere ser perfecta no se contenta con recibir el bautismo y con renunciar al diablo, a sus pompas y a sus obras, sino que vende, además, sus bienes, renuncia a los placeres y honores».
Vicente de Paúl defiende, de acuerdo con la teología tradicional, que los votos entran plenamente en la dinámica del bautismo, al que no pueden sustituir, pero sí actualizar de manera responsable y adulta. Por medio de ellos «nos ofrecemos a Dios como un holocausto de nosotros mismos» (Rm 12,1); son como un continuo martirio, pero con esta diferencia: «Los tormentos de los verdugos duran poco tiempo en comparación de toda la vida del hombre que ha hecho votos, por los que se mortifica sin cesar y se contradice a sí mismo y a la propia voluntad».
El ideal de ofrecerse al Señor como víctima y sacrificio consuma la voluntad de muchos seguidores de Jesús que han hecho la opción preferencial por los pobres: ratifican, por medio de promesas, su pertenencia radical a Dios con el fin de asegurar el servicio de los necesitados. Como Cristo sacerdote, también ellos aspiran a convertir su vida en oblación y sacrificio agradables a los ojos de Dios y útiles a su designio de amor y salvación universal.
En la misma línea de la mística bautismal y del seguimiento de Jesús, explica san Vicente a las Hijas de la Caridad el sentido de su consagración a Dios: «Sois pobres Hijas de la Caridad que os habéis entregado a Dios para el servicio de los pobres». «El servicio es para ellas la expresión de su consagración a Dios en la Compañía y comunica a su consagración su pleno significado».
III. POR LA PRÁCTICA DE LOS VOTOS SE PROGRESA EN LA ADQUISICIÓN DE LAS VIRTUDES
La salvaguarda del espíritu propio no sólo mantiene a la comunidad a lo largo de la historia, sino que la asegura en el servicio de los pobres. Con la emisión de los votos se intenta esto: llenarse del espíritu de Jesús y trabajar con total libertad en la evangelización de los pueblos:
«Las personas que se han entregado a Dios de esa manera trabajan con mucha mayor fidelidad en la adquisición de las virtudes que tienden a la perfección de la vocación, por causa de la promesa que le han hecho a Dios mediante los votos».
Pero, además, los votos nos proporcionan las armas con que vencer al mundo. Jesús escogió la pobreza, la castidad y la obediencia para combatir la ambición de riquezas, honores y placeres:
«Nuestro Señor, al ser enviado por su Padre al mundo para hacer una misión y convertir a los hombres, quiso servirse de las armas contrarias al mundo para apartarlos de sus manos y conquistarlos para Dios, su Padre, esto es, de la pobreza, de la castidad y de la obediencia».
El Espíritu de Jesús ordena y orienta la vida de entrega de sus Seguidores, que han de morir realmente con él a todas las seducciones contrarias a los compromisos de los votos y de las virtudes propias del evangelizador de los pobres.
LOS VOTOS NOS AFIANZAN EN LA VOCACIÓN DE SEGUIDORES DE JESÚS
La experiencia de san Vicente en este punto es firme y segura: «Dios quiere que hagamos votos; ésa es su voluntad». El cuarto voto que hacen los Misioneros, el de estabilidad, marca definitivamente la trayectoria de su donación en la Congregación. La estabilidad nos previene contra la tentación de abandonar la vocación, sobre todo en momentos de dificultad y de peligro:
«La sabiduría de Dios ha obrado de esta forma y ha inspirado este uso a la Iglesia por causa de la ligereza del espíritu humano, que es tan grande que no permanece jamás en el mismo estado… Lo que este ario quiere no lo querrá ya quizá al ario siguiente, sobre todo cuando se trate de dedicarse a faenas más duras y difíciles…».
Con estas palabras quiere destacarse la dimensión apostólica, espiritual y comunitaria de los votos. Las múltiples y difíciles tareas ministeriales requieren una total disponibilidad que favorece justamente la práctica de los votos. Si la perpetuidad de los mismos puede asustar a algunos servidores del Evangelio, la llamada de Jesús debe garantizarles su gracia: «No me habéis elegido vosotros a mí, he sido yo el que os’ he elegido a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca» (Jn 15,16). Dios quiere que respondamos para siempre a su invitación irrevocable. El no es un ser veleidoso ni retira sus dones a quienes ha llamado y elegido para ser continuadores de su obra. Además, «el que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios» (Lc 9,62).
V «LOS VOTOS CREAN UNA VINCULACIÓN ENTRE NOSOTROS»
Un motivo más induce a san Vicente a hacer votos: la comunión existente de bienes espirituales y temporales entre todos los que profesan un mismo ideal comunitario y apostólico. El 13 de diciembre de 1658 explicaba el Fundador de la Misión:
«Todos hemos traído a la Compañía la resolución de vivir y morir en ella; hemos traído todo lo que somos, el cuerpo, el alma, la voluntad, la capacidad, la destreza y todo lo demás. ¿Para qué? Para hacer lo que hizo Jesús para salvar al mundo. ¿Cómo? Por medio de esta vinculación que hay entre nosotros y del ofrecimiento que hemos hecho de vivir y de morir en esta sociedad y de darle lo que somos y todo lo que hacemos. De ahí proviene que esta comunión entre los misioneros haga también comunes todos los beneficios».
Al fin, según cuenta san Vicente, se impuso el querer de Dios respecto a la emisión de votos en la Congregación de la Misión. En 1655 eran aprobados por el breve de Alejandro VII: Ex commissa nobis. La alegría y agradecimiento demostrados por la comunidad misionera, al recibir el breve pontificio, confirmó al Fundador en la convicción de que los votos son «una obra de Dios», un culto espiritual que el cristiano ha de ofrecer cada día para asemejarse a Jesús pobre, casto y obediente.
En la Compañía de las Hijas de la Caridad se introdujo también, poco a poco, la costumbre de emitir votos; pero, a diferencia de los Misioneros que los hacen perpetuos, ellas los renuevan cada año el día de la Anunciación del Señor (25 de marzo). Las Asociaciones Laicales Vicencianas no tienen ninguna normativa respecto de los votos, pero algunos de sus miembros los hacen libre y privadamente según condiciones previstas por ellos mismos y aprobadas por sus directores o confesores. Laicos y sacerdotes de la familia vicenciana buscan sólo, haciendo votos, configurarse más y más con Cristo Jesús para la salvación del mundo.