«Ahora me alegro de sufrir por vosotros, pues voy completando en mi carne mortal lo que falta a las penalidades del Mesías por su cuerpo, que es la Iglesia». (Col 1,24).
«Los Misioneros enfermos, los delicados de salud y los ancianos nos serán entrañablemente queridos y estimaremos su presencia como una bendición para nuestras casas. Por eso, además de procurar los cuidados médicos y aliviarles en su vida, les reservaremos una participación adecuada en la vida familiar y en nuestro apostolado». (C 26,1).
La enfermedad persistente en un cuerpo humano o cualquier dolor, ya físico, ya moral, de carácter transitorio, sólo pueden explicarse a la luz del sufrimiento y muerte de Jesús. La fe nos asegura que los enfermos son una bendición para la comunidad, y que sus penalidades son un complemento de las del Mesías por su cuerpo, que es la Iglesia.
1. «En la enfermedad todas las virtudes encuentran materia abundante para su ejercicio».
La enfermedad es una escuela donde se aprenden y practican todas las virtudes. San Vicente explicaba así tal aprendizaje y ejercicio:
«Hay que reconocer que el estado de enfermedad es un estado molesto y casi insoportable a la naturaleza; sin embargo, es uno de los medios más poderosos de que Dios se sirve para que cumplamos con nuestro deber, para que nos despeguemos del afecto al pecado y para llenarnos de sus dones y de sus gracias. Por medio de él se purifica el alma, y los que carecen de virtud tienen un medio eficaz para adquirirla. Es imposible encontrar un estado más adecuado para practicarla: en la enfermedad la fe se ejercita de forma maravillosa, la esperanza brilla con todo su esplendor, la resignación, el amor de Dios y todas las demás virtudes encuentran materia abundante para su ejercicio. Allí es donde se conoce lo que cada uno tiene y lo que es; la enfermedad es la sonda con la que podemos penetrar y medir con mayor seguridad hasta dónde llega la virtud de cada uno, si es mucha, o poca, o ninguna. En ningún sitio se ve mejor cómo es uno que en la enfermería». (XI 760).
2. «Las personas enfermas son una bendición para la misma Compañía y para la casa».
Cuánto amaba San Vicente a los enfermos de la comunidad, queda reflejado en estas reflexiones que él hizo delante de los Misioneros:
«Un motivo que nos debe incitar a nosotros y a toda la Compañía a usar debidamente las enfermedades y a portarnos bien en ellas es que hemos de considerar que todo lo que pasa en este mundo nos viene de Dios, o es El el que permite que nos suceda: la muerte, la vida, la salud, la enfermedad, todo ésto viene por orden de la divina providencia, y de alguna manera que a veces no sabemos, siempre es por el bien y la salvación de los hombres. Ya os he dicho muchas veces, pero no puedo menos de repetirlo una vez más, que hemos de creer que las personas enfermas de la Compañía son una bendición para la misma Compañía y para la casa; y esto lo hemos de tener más en cuenta por el hecho de que nuestro Señor Jesucristo quiso que este estado de aflicción, que él mismo aceptó para sí, habiéndose hecho hombre para sufrir. Los santos han pasado también por aquí; y aquellos a los que Dios no les envió enfermedades en su vida, ellos mismos procuraron afligir su cuerpo como un castigo». (XI 344-345).
3. «Un singular desafío a la comunidad y la solidaridad».
Existen vínculos estrechísimos entre el sufrimiento de nuestros hermanos de comunidad y la comunidad misma. Juan Pablo II ha descrito minciosamente las relaciones existentes entre el sufrimiento personal y el mundo que circunda al enfermo:
«El mundo del sufrimiento posee como una cierta compactibilidad propia. Los hombres que sufren se hacen semejantes entre sí a través de la analogía ele la situación, la prueba del destino o mediante la necesidad de comprensión y atenciones; quizá sobre todo mediante la persistente pregunta acerca del sentido de tal situación, la prueba del destino o mediante la necesidad de comprensión y atenciones; quizá sobre todo mediante la persistente pregunta acerca del sentido de tal situación. Por ello, aunque el mundo del sufrimiento existía en la dispersión, al mismo tiempo contiene en sí un singular desafío a la comunidad y la solidaridad». (SD 8).
- ¿Ofrezco a Dios con espíritu de fe todas las enfermedades y sufrimientos que El permite en mí?
- ¿Alivio con palabras y obras a los enfermos de la comunidad como a miembros delicados del Cuerpo de Cristo?
- ¿Siento cariño por los enfermos, como San Vicente, que para atenderlos estaba dispuesto «a vender hasta los cálices de la Iglesia»?
Oración:
«¡Oh Salvador! Tú que tanto sufriste y que moriste para redimirnos y mostrarnos cómo este estado de dolor podía glorificar a Dios y servir a nuestra santificación, con cédenos que podamos conocer el gran bien y el inmenso tesoro que está oculto en este estado de enfermedad». (XI 760).