Lorenza Díaz Bolaños (Carabanchel)

Mitxel OlabuénagaBiografías de Hijas de la CaridadLeave a Comment

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Author: Elías Fuente · Year of first publication: 1942.
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biografias_hijas_caridadPublicamos íntegra la relación escrita por sus compañeras de Comunidad.

«Sor Lorenza Díaz Bolaños nació en Guía (Gran Canaria) el día 10 de agosto de 1896, de padres muy cristianos, Juan y María del Pino.

«Desde sus más tiernos años se descubrieron en la angeli­cal niña los indicios de la gran virtud y perfección a que Dios la llamaba, distinguiéndose por su amor al recogimiento, a la oración, a la pureza y, sobre todo, por su ardiente amor a Je­sucristo. Toda su niñez y juventud la pasó consagrada a la piedad y a la práctica de las virtudes cristianas, siendo modelo de todas las jóvenes de su edad.

«En su fervorosa oración oyó la voz de Dios, que la llama­ba a la Compañía de las Hijas de la Caridad y, para obtener su admisión, se dirigió a la Superiora de las Escuelas que tie­nen nuestras Hermanas en Las Palmas, la cual quedó muy bien impresionada de la joven aspirante y creyó, al presentar­la en el Seminario, que entregaba una joya a la Comunidad; en lo que no se engañó, pues la Hermanita aprovechó tan bien, el tiempo del Seminario, que al vestir el santo hábito y ser destinada, vino con las mejores disposiciones al Asilo de In­válidos del Trabajo de Carabanchel, donde desde el primer momento se mostró útil para todo, y todo se la podía enco­mendar a una Hermana joven, seria en su trato y, al mismo tiempo, amable y de buen espíritu.

«Habiendo agregado al Asilo el Instituto Nacional de Re­educación de Inválidos, organizó sus clínicas, quirófano y ga­binetes de radiografía y fisioterapia, con todos los adelantos modernos. Nuestra Sor Lorenza tuvo que estudiar para enfer­mera, examinándose en la Facultad de Medicina de Madrid, y, más tarde, hizo un cursillo en Cádiz, para practicante. Una vez obtenidos los conocimientos necesarios, se especializó para el quirófano, asistiendo a todas las operaciones como instru­mentista, lo que efectuaba con tanta serenidad y acierto que los doctores no querían más ayudante que ella.

«Estaba además al frente de las clínicas, y en esta hermosa misión desplegó toda su caridad. ¿Quién podrá enumerar los sacrificios que hizo para atender a los enfermos? Todas las horas eran buenas para llamar a Sor Lorenza, y nunca se re­tiraba a descansar sin haberlos atendido a todos, al pensar que por aquellos pequeños cuidados los enfermos descansarían mejor.

«Sor Lorenza practicó toda las obras con una perfección que asombraba. Toda su vida se puede sintetizar en estas dos palabras: Sacrificio y Amor. El Señor acrisoló su virtud con grandes pruebas y persecuciones, que sufrió con admirable resignación.

«Se aproximaba el año 1936, y todos los acontecimientos que se iban sucediendo auguraban un fatal desenlace. Por fin, llegó, y el día 23 de julio del citado año abandonaba el establecimiento con rumbo a Madrid, con la doble pena de ale­jarse de los enfermos, dejándolos en, manos de enfermeras laicas, y la de acompañar a una hermana carnal, Hija de la Caridad, recientemente operada y que hubo que sacar en ca­milla, para ir a hospedarse allí donde la quisieran recibir.

«Ignorando que tenía el martirio muy cerca, solía decir que el día de la Victoria se ofrecería en seguida para curar los pobres heridos de Franco, ya que por las circunstancias tenía que estar privada de cumplir su hermosa misión,. Estas pala­bras, que nos decía en voz bajita y en secreto a las Hermanas que con ella estábamos, podíamos haber pensado que habían servido para denunciarla si las hubiera pronunciado en pú­blico, pues una mañana se presentaron seis comunistas en la pensión donde vivíamos, Lope de Vega, 13, pidiéndonos la do­cumentación y haciéndonos un interrogatorio del que todavía. nos queda pánico, y que dio por resultado marcharse sin eje­cutar sus intentos: por venir entre ellos dos individuos que ha­bíamos tenido en tratamiento en Carabanchel y, acaso, pen­saran que si las cosas cambiaban, los podríamos delatar; mas no se dieron por vencidos, y aquel día de tristeza y angustia en que tan cerquita como estábamos, oíamos bombardear nues­tra querida Casa Central, 17 de noviembre, volvieron a presen­tarse los mismos comunistas, excepto los conocidos, a las diez de la mañana, diciéndonos que había mucha labor en Espa­ña y no era justo que las monjas estuvieran sin trabajar, y que, de consiguiente, venían aquel día formando un grupo de en­fermeras, para que se ocuparan en los hospitales de la Cruz Roja; pero que les faltaban dos, y, sacando una libreta y dan­do una ojeada a ella, dijo uno de ellos, mirando a Sor Loren­za: «A ésta nos llevamos.»

«La inocente víctima no desplegó sus labios y a una orden de aquellos hombres empezó la marcha hacia el sacrificio. ¿Adónde iría y qué sería de ella?

«El tiempo pasaba y ninguna noticia se podía conseguir, a pesar de las muchas investigaciones que se hicieron, hasta que el año 1940 se encontró la ficha de haber sido fusilada, a los seis días de habérsela llevado, en las Vistillas, y en la foto­grafía aparece con un tiro en la frente y otro en la mejilla iz­quierda.

«Era de estatura mediana, color moreno, con una cicatriz en el labio superior; pelo negro, con un lunar de pelo blan­co por delante; tenía el brazo derecho más corto que el iz­quierdo.

«Cuando se la llevaron vestía bata de percal, fondo negro con lunares blancos y azules, camiseta interior color de rosa, jersey gris de lana, abrigo azul marino con el tejido como de nido de abejas, zapatos negros de cuero, abrochados por de­lante con unos cordones rematados por bolitas de madera, cor­sé gris, y dentro del corsé llevaba un crucifijo de metal do­rado.»

El día 27 de junio de 1940 se encontró su fotografía con la ficha de fusilada, en el Juzgado de la Causa General, sito en la calle de la Victoria, número 1, Madrid.

La ficha dice así:

Fotografiada en el cementerio, día 22-XI-1936.

Datos morfológicos: Sexo, hembra; edad, veintiocho a treinta y dos años; talla, 1’540.

Constitución, normal. Iris, castaño claro.

Pelo, castaño; melena.

Ropas: Jersey rosa de lana y otro jersey gris con botones. Falda azulada con rayas más oscuras.

Vestido negro con discos blancos y azules.

Chaqueta de paño azul oscura.

Medias color carne; zapatos negros, medio tacón.

Añadamos, para terminar, este importante detalle que se quedó en el tintero a la autora de la anterior relación. Y es que cuando los hombres aquellos, que se decían policías y que en la relación se dice que eran comunistas porque uno de ellos llevaba una gorra con estrella y cinta rojas, pera que vestían de paisano, las Hermanas preguntaron, en la creencia de que, en efecto, se llevaban a Sor Lorenza para un hospital: «¿Y no llevan ninguna otra ‘Hermana?» El que tenía la libreta miró de nuevo a la misma y dijo: «Sí, a Josefa Gironés». Y de sos­laya pudieron ellas leer la palabra matrona como puesta al lado de un nombre.

Salieron, pues, de la casa número 13 y entraron en la del 11. El de la gorra se quedó en el portal con  Sor Lorenza y subieron los otros dos a buscar a Sor Josefa. Cuando ésta bajó, le dijo la portera: ¿Pero así se va usted, sin nada de ropa? Y ellos repusieron inmediatamente: Si no necesitan nada; en el hospital tienen de todo.

Y se fueron las dos palomas con los tres gavilanes, andando, que tal vez para despistar mejor no habían llevado coche.

¿Quiénes eran estos individuos? Desde luego, compinches de los otros dos conocidos. ¿Medió, con respecto a Sor Loren­za, asimismo, alguna denuncia? Es de presumir, pues llevaban escrito un nombre. Recae la sospecha en un enfermero de In­válidos. Mas de afianzarse en esta u otras sospechas se guar­dan mucho las Hermanas, porque el caso es que Sor Lorenza era querida de todo el mundo. Una vez reprendió a un enfer­mo por sus descaradas inmoralidades. ¿La cobró odio?

 

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