Llamados a evangelizar

Francisco Javier Fernández ChentoFormación VicencianaLeave a Comment

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Author: Comisión en España para el 400 aniversario del Carisma Vicenciano · Year of first publication: 2017.
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Introducción

Durante el año 2017 la Familia Vicenciana celebramos el 400 aniversario del origen del carisma vicenciano. Nuestra Comisión de Formación, en coordinación con la Comisión Interprovincial C.M. para la celebración de este año, les ofrecerá algunas reflexiones que nos estimulen a vivir mejor personal y comunitariamente nuestro carisma y a realizarlo sirviendo al mundo al que el Señor nos está enviando.

Durante este año propondremos varios aspectos integrantes del carisma vicenciano. Uno de ellos, el germinal y quizás el más englobante y característico es el anuncio del evangelio, con obras y palabras, a los pobres y más abandonados. Ésta es nuestra vocación y misión como seguidores de san Vicente de Paúl: evangelizar, es decir, “dar a conocer a Dios a los pobres, anunciarles a Jesucristo, decirles que está cerca el reino de los cielos y que ese reino es para los pobres. ¡Qué grande es esto!” (Edición Sígueme-CEME: ES XI, 387).

1. Seguidores de Jesucristo Evangelizador

“Hemos sido escogidos por Dios como instrumentos de su caridad inmensa y paternal, que desea reinar y ensancharse en las almas” (ES XI, 553). “Evangelizar a los pobres es lo que él hizo y lo que quiere seguir haciendo por medio de nosotros” (ES XI, 386).

Nuestra misión y acción nace y es consecuencia de nuestra vocación: mirados, interpelados, llamados, enviados…. por Jesucristo. Somos llamados por Cristo para estar con él y, con Él, para llevar adelante la misma misión que dio sentido a su vida. Somos aprendices suyos, partícipes de su experiencia de Dios que interviene en la historia salvándola (su Reino), receptores de su Espíritu renovador de la creación, proseguidores de su entrega, pasión y pascua por la humanidad. ¡Sólo quien se deja arrastrar por esta transformadora experiencia espiritual está en camino de irse convirtiendo en evangelizador! El primer peldaño, pues, de la evangelización es volver a Jesucristo, dejarnos transformar por Él, revestirnos de su Espíritu, de sus actitudes, sus sentimientos, sus más profundos deseos y sus pasiones. Es acercarnos a la experiencia recomendada por san Vicente: “Acuérdese, padre, de que vivimos en Jesucristo por la muerte en Jesucristo, y que hemos de morir en Jesucristo por la vida de Jesucristo, y que nuestra vida tiene que estar oculta en Jesucristo y llena de Jesucristo, y que, para morir como Jesucristo, hay que vivir como Jesucristo” (ES I, 320).

El evangelio salvador y el anuncio de esta buena noticia son iniciativa de la misericordia de Dios en su Hijo. Nuestra evangelización sólo es continuación de la suya. Somos, pues, continuadores e instrumentos de la misión evangelizadora de Jesucristo; somos sus servidores, quienes prolongan su presencia y su misión.

Ser continuadores de la misión que Jesucristo nos ha encomendado es un don gratuito y, al mismo tiempo, nos apremia a cada misionero a entrar en un camino de conversión permanente y a dejarnos transformar por el Espíritu para identificarnos con Cristo, para encarnar en nosotros el mismo amor de Cristo, para sentirnos responsable de la sangre de Cristo, para sentir que la mayor necesidad de la Iglesia es la de tener hombres evangélicos, para no tener miedo a los riesgos que supone el anuncio del evangelio y para sentirse llamado al martirio.

2. El ser humano, primer y fundamental camino de la Iglesia

“Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único…” (Jn 3, 16-17). San Juan Pablo II, siguiendo el espíritu del Concilio Vaticano II, afirma en la Redemptor Hominis que el hombre es el camino primero y fundamental de la Iglesia, camino trazado por Cristo mismo. “El hombre – en su ser personal y a la vez comunitario– es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión” (RH 14).

En Cristo, Dios Padre ha hecho de cada ser humano y de toda la humanidad la destinataria de su benevolencia: ésta humanidad concreta, la humanidad inspirada por la verdad, el bien y la belleza; la humanidad, al tiempo, arrastrada por la insolidaridad y sumergida en guerras interminables. Pero el Espíritu de Dios habita y guía a la humanidad en sus victorias y derrotas, y en ella va suscitando semillas de nueva humanidad y nueva creación. Por consiguiente, nuestra primera tarea como evangelizadores es ésta: creer en la humanidad de la que nosotros mismos formamos parte, creer que el Espíritu de Dios la conduce y amar de corazón a cada ser humano.

El corazón de cada misionero no puede encerrarse en estrechas causas y pequeños horizontes; tampoco puede dejarse vencer, pese a las apariencias, por una consideración pesimista del mundo y de la sociedad actual. Nuestro amor y nuestro dolor es el ser humano: nuestro corazón, en nuestra misión evangelizadora, ha de luchar por los grandes retos de nuestra humanidad. Las causas de la humanidad han de ser nuestras causas, porque también son la causa de Dios Padre creador y salvador. Como Jesucristo y con Él, somos servidores de la humanidad.

¿Puede nuestro anuncio evangelizador realizarse al margen o sin tener en cuenta, por indicar un ejemplo actual, los “objetivos de desarrollo sostenible” identificados por la ONU el pasado septiembre como objetivos mundiales hasta el 2030? ¿Qué servicio evangelizador prestaría la Iglesia, y nosotros en y con ella, a la humanidad si no recorre estos caminos desafiantes y concretos del hombre actual? La buena noticia del evangelio cristiano no se reduce a ellos, les supera con mucho; pero si el evangelio del Dios cristiano no les incluye en sus entrañas, no tiene muchas posibilidades de ser acogido como buena noticia por el hombre actual.

Sólo un amor compasivo, intenso y sentido por cada ser humano y por toda la humanidad nos irá acercando más y más a sus miembros más vulnerables y últimos. ¿Quién podrá evangelizar y servir a los pobres si cierra los ojos, se olvida y se ausenta del sufrimiento de la humanidad?

Así se expresaba san Vicente: “Me acuerdo de que antiguamente, cuando volvía de alguna misión, me parecía que, al acercarme a París, se iban a caer sobre mí las puertas de la ciudad para aplastarme. (…) La razón de esto es que pensaba dentro de mí mismo: Tú vuelves a París, y hay otras muchas aldeas que están esperando de ti lo que acabas de hacer aquí y allá. (…) Están esperando que vayas a hacer entre ellos lo mismo que acabas de hacer con sus vecinos; están esperando una misión, ¡y tú te vas y los dejas allí!” (ES XI, 317).

Mirar a la humanidad y, con Dios creador y providente, sentirla clamándonos por dentro. En esto, san Vicente es nuestra inspiración y se hacen más interpelantes las llamadas de la Iglesia a “salir a las periferias humanas”, donde las heridas de la humanidad están más en carne viva.

3. Justicia, paz e integridad de la creación (JPIC)

Pablo VI, en la Evangelii Nuntiandi, ensanchó el concepto de evangelización: ésta no se reduce al anuncio explícito del Evangelio, sino que asume la transformación de toda la persona humana y de la sociedad. Esto significa que la doctrina social de la Iglesia es parte integrante de la evangelización de la Iglesia (Compendio Doctrina Social de la Iglesia, 66).

Pablo VI, al plantear la relación entre el mensaje religioso salvífico del Evangelio y la liberación humana, afirmó la finalidad específicamente religiosa de la evangelización, indicando que la liberación que anuncia y realiza la evangelización debe abarcar al hombre entero, en todas sus dimensiones, incluida su apertura al Absoluto, que es Dios (EN 33). Y puso de relieve los fuertes vínculos –antropológicos, teológicos y evangélicos– existentes entre la evangelización y la promoción humana (desarrollo, liberación). La caridad evangélica es lazo de unión entre ambas. Por ello, se pregunta: ¿cómo proclamar el mandamiento nuevo sin promover, mediante la justicia y la paz, el verdadero, el auténtico crecimiento del hombre? Y afirma que no es posible aceptar que “la obra de evangelización pueda o deba olvidar las cuestiones extremadamente graves, tan agitadas hoy día, que atañen a la justicia, a la liberación, al desarrollo y a la paz en el mundo. Si esto ocurriera, sería ignorar la doctrina del Evangelio acerca del amor hacia el prójimo que sufre o padece necesidad” (EN 31). La centenaria doctrina social de la Iglesia ha ido descubriendo, profundizando y confirmando este vínculo inseparable entre evangelización y promoción humana.

“Era el mes de enero de 1617 cuando sucedió esto; y el día de la conversión de san Pablo, que es el 25, esta señora me pidió, dijo el padre Vicente, que tuviera un sermón en la iglesia de Folleville para exhortar a sus habitantes a la confesión general. (….) Aquel fue el primer sermón de la Misión y el éxito que Dios le dio el día de la conversión de san Pablo: Dios hizo esto no sin sus designios en tal día (ES XI, 700).

Solemos recordar esta experiencia evangelizadora de san Vicente y cómo la “confesión sacramental general”, que es gracia de reconciliación y de paz, fue una de las metas de las misiones vicencianas al pueblo. Las actuaciones caritativas e imaginativas de san Vicente para socorrer a las regiones devastadas por las guerras y sus intervenciones resueltas para conseguir la paz también forman parte de su evangelio de la reconciliación. Hoy día, siguiendo la experiencia de san Vicente tenemos que ensanchar el horizonte de la reconciliación.

Cristo es nuestra paz y su evangelio es evangelio de paz; Él nos ha reconciliado con Dios y entre nosotros. Por eso, un aspecto fundamental e integrante de la evangelización es la causa de la reconciliación y la paz con Dios, entre los hombres y con la creación.

La causa más reclamada por los Papas ante las Naciones Unidas ha sido la causa de la paz. El inicio de 2017 ha marcado la celebración de la 50ª jornada mundial por la paz. Los mensajes de estas jornadas resaltan el rostro contemporáneo del evangelio de la reconciliación y de la paz, parte de nuestra actual misión evangelizadora y vicenciana.

El papa Francisco, el 1 de enero de 2017, ha instituido el dicasterio para “el Servicio del Desarrollo Humano Integral”, en el que confluyen la solicitud de la Iglesia católica por la justicia, la paz, las migraciones, la salud, las obras de caridad, el cuidado de la creación, los enfermos y excluidos, los marginados, las víctimas de las guerras y de las catástrofes naturales, los encarcelados, los desempleados y las víctimas de cualquier forma de esclavitud y de tortura.

A la vista del lema para nuestro año jubilar: “Fui forastero y me acogisteis” este dicasterio tendría que estar muy cercano al corazón de todo vicenciano. ¿No tendremos que sintonizar más en nuestra evangelización con la sigla JPIC (Justicia, paz e integridad de la creación)? “Paz, justicia y conservación de la creación son tres temas absolutamente ligados, que no podrán apartarse para ser tratados individualmente so pena de caer nuevamente en el reduccionismo” (Laudato Si’, 93).

Trabajar por la promoción humana en todas sus variantes, por la justicia local y global, la paz interpersonal y social, el cuidado ecológico del planeta es parte fundamental hoy día de la evangelización de los pobres y marginados. Precisamente los pobres son las víctimas y el “producto más inhumano” de las injusticias estructurales, de las guerras y la violencia que se llevan por delante todo derecho humano, de la degradación salvaje de la casa común que convierte la tierra de los más pobres en el estercolero de nuestro consumismo contaminante.

4. Inculturar el evangelio y evangelizar la cultura

Pablo VI puso ante la conciencia de la Iglesia el hecho de que la evangelización tiene mucho que ver con la cultura y las culturas humanas (EN 18-20). La evangelización no consiste sólo anunciar el evangelio a las personas individualmente consideradas, sino llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad. La evangelización trata de alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la palabra de Dios y con el designio de salvación (EN 18-19).

Por ello, la Iglesia ha integrado en su misión, cada vez con mayor claridad, la tarea de la evangelización de las culturas y de la inculturación del evangelio. La nueva evangelización no sólo es exigencia de la novedad permanente del evangelio de Dios, sino que es desafío suscitado por la nueva época histórica que humanidad construye. Desde sus inicios, la Iglesia, en su evangelización, tuvo que dialogar con las diversas culturas que encontraba y hacer significativo su mensaje salvífico mediante un lenguaje inteligible. Hoy en día, la Iglesia y su misión evangelizadora siente este mismo desafío con una mayor radicalidad.

Sobre todo, a partir del Concilio Vaticano II, la Iglesia ha ido afinando su autoconciencia como instrumento universal de salvación (¿en qué sentido podemos decir, comprender y anunciar hoy que “fuera de la Iglesia no hay salvación”?); ha iniciado un camino ecuménico de recíproco acercamiento y comprensión de las otras confesiones cristianas (en 2017 se celebran los 500 años del inicio de la reforma de Lutero) y ha resituado más positivamente el valor teológico y “salvífico” de las religiones no cristianas. La actual situación del Islam está llevando a toda la humanidad a una mayor conciencia de que “no habrá paz entre las naciones sin paz entre las religiones”.

La situación, el cambio cultural y el ambiente religioso en el que vivimos hoy día suponen un desafío histórico a la misión evangelizadora de la Iglesia. Y es histórico en el sentido de que nunca antes, en la historia de la Iglesia, se había presentado este desafío con tan gran radicalidad. Por esto precisamente hoy es necesaria una nueva y más radical evangelización.

En este terreno cultural y religioso nos jugamos una buena parte de la credibilidad y de la significatividad del evangelio cristiano que pretendemos anunciar. Ante ello, necesitamos una profunda cura de humildad para escuchar la verdad que otros buscan, intuyen y tienen, una seriedad intelectual y sapiencial para sostener un diálogo sincero con nuestros contemporáneos que muchas están de vuelta ante cualquier mensaje religioso, y una actitud de confiada valentía para seguir pronunciando el nombre santo del Dios Uno y Trino como aquel nombre en quien todo ser humano puede encontrar su definitiva plenitud. Los últimos papas, desde Juan XXIII hasta el papa Francisco están conduciendo a la Iglesia por este difícil camino evangelizador.

La experiencia espiritual y evangelizadora de san Vicente de Paúl no es ajena a todo esta problemática cultural y religiosa, como nos lo manifiesta su preocupación por enseñar a las pobres gentes del campo los misterios necesarios para su salvación o su experiencia evangelizadora con el hereje en Montmirail en 1620 (ES XI, 727-730).

Él vivió en los inicios de la modernidad humanista-racionalista y de la división cristiana católico-protestante en Europa. Salvando la distancia histórica y cultural que nos separa, san Vicente también percibió que el evangelio de la Iglesia sólo podía ser instrumento de salvación si la Iglesia presentaba un rostro creíble y más solidario con los anhelos de la sociedad francesa de su tiempo y una “buena verdad” que mostrase la presencia del Espíritu de Dios. San Vicente fue capaz de cambiar el rostro de la Iglesia de su tiempo y su luz fue acogida por gentes de todas las clases sociales, intelectuales y culturales e incluso por quienes se profesaban jansenistas y protestantes.

Como misioneros, nuestra vocación y misión nos obliga a conocer y a entrar profundamente en la cultura y las subculturas que nos influyen, en las religiones y las “pseudoreligiones” que comparten nuestro medio social, y en las mentalidades lejanas a la nuestra de quienes viven junto a nosotros.

He aquí para nosotros como misioneros un reto ineludible: conocer y tender puentes de diálogo. La verdad del “nuestro” evangelio tiene que saber acomodarse, sin desvirtuarse, para ser entendido por nuestros contemporáneos y al mismo tiempo tiene que ser fuego capaz dejar a la vista los valores de nuestra sociedad y purificar la escoria de cuanto la deshumaniza. El evangelio propone una cultura y un cambio cultural inaceptable para otras cosmovisiones. Pero deficiente es nuestra evangelización si no es capaz de evangelizar cada cultura y de inculturar el evangelio haciéndolo más inteligible y razonablemente aceptable. El amor es fuerza fundamental de evangelización, pero el cuarto evangelio une inseparablemente el amor y la verdad.

Desde la Palabra de Dios…

Mc 1, 21-22. 32-39. “Llegaron a Cafarnaúm y el sábado siguiente entró en la sinagoga a enseñar. La gente se asombraba de su enseñanza porque lo hacía con autoridad, no como los letrados. (…) Al atardecer, cuando se puso el sol, le llevaron toda clase de enfermos y endemoniados. Toda la población se agolpaba a la puerta. Él sanó a muchos enfermos de dolencias diversas y expulsó a numerosos demonios, a los que no les permitía hablar, porque lo conocían.

Muy de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, se levantó, salió y se dirigió a un lugar despoblado, donde estuvo orando. Simón y sus compañeros lo buscaron y cuando lo encontraron, le dijeron: -Todos te están buscando. Les respondió: -Vámonos de aquí a las aldeas vecinas, para predicar también allí, pues a eso he venido. Y fue predicando en sus sinagogas y expulsando demonios por toda Galilea”.

Otros posibles textos: Isaías 52, 5-9; Marcos 6, 6b-13.

… y desde san Vicente

“Es preciso que Jesucristo trabaje con nosotros, o nosotros con él; que obremos en él, y él en nosotros; que hablemos como él y con su espíritu, lo mismo que él estaba en su Padre y predicaba la doctrina que le había enseñado” (ES XI, 236).

“Cada uno tiene que tender, por consiguiente, a asemejarse a nuestro Señor, a apartarse de las máximas del mundo, a seguir con el afecto y en la práctica los ejemplos del Hijo de Dios, que se hizo hombre como nosotros, para que nosotros no sólo fuéramos salvados, sino también salvadores como él; a saber, cooperando con él en la salvación de las almas” (ES XI, 414-415).

Cuestionario

1. Para la oración y la reflexión personal:

Puede leer y orar el mensaje del 2010 para la Jornada de la paz, “Si quieres promover la paz, protege la creación”.

O también un resumen de la Laudato si’.

2. Para el intercambio comunitario:

  • ¿Cómo integrar en nuestra tarea de evangelización el compromiso por la justicia, la paz y la integridad de la creación (JPIC)?
  • En nuestra misión evangelizadora, ¿estamos respondiendo al reto de evangelizar la cultura y del diálogo interreligioso?
  • ¿Conocemos los Objetivos del Desarrollo Sostenible? ¿Somos conscientes de que nuestra tarea evangelizadora también implica luchar por afrontar estos grandes retos de nuestra humanidad?

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