«Pero el cuerpo no es para la lujuria, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo, pues Dios, que resucitó al Señor nos resucitará también a nosotros con su poder…». (I Cor 6,14).
«Sabéis bien que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros porque Dios os lo ha dado. No os pertenecéis, os han comprado pagando; pues glorificad a Dios en vuestro cuerpo». (I Cor 19,20).
“La íntima unión con Cristo, la comunión verdaderamente fraterna, la afanosa labor en el apostolado y la ascética aprobada por la experiencia d la Iglesia harán vigorosa nuestra castidad. Ella es, además, por la continua y madura respuesta a la vocación divina, fuente de espiritual fecundidad en el mundo y contribuye en manera a conseguir la realización plena, incluso humana”. (C 30)
«Nadie presuma de su castidad», advirtió San Vicente en las Reglas Comunes (IV, 3). El Perfectae Caritatis dice lo mismo cuando exhorta «a no presumir de las propias fuerzas». La castidad perfecta en el en el celibato es una «conquista constante», dijo Pablo VI en la Encíclica Sacerdotalis Coelibatus. De ahí la importancia de los medios.
San Vicente aconsejó ser prudentes en el trato con las personas de distinto sexo, moderados en el comer y beber, evitar la ociosidad y practicar la mortificación de los sentidos (RC IV, 2-5). En una palabra, aconsejó a sus misioneros la ascesis que pone en práctica los medios naturales y sobrenaturales experimentados como eficaces para ser fieles a la castidad y celibato prometidos a Dios.
1. La unión con Cristo
La castidad es un don de Dios; el que lo posee asemeja más a Cristo. La unión con Cristo mantenida por la oración y los sacramentos es uno de los grandes medios para conseguir de Dios la lealtad al don recibido:
«Nueva fuerza y nuevo gozo aportarán al sacerdote de Cristo el profundizar cada día en la meditación y en la oración los motivos de su donación y la convicción de haber escogido la mejor parte. Implorará con humildad y perseverancia la gracia de la fidelidad, que nunca se niega a quien la pide con corazón sincero, recurriendo al mismo tiempo a los medios naturales y sobrenaturales de que dispone. No descuidará, sobre todo, aquellas normas ascéticas que garantiza la experiencia de la Iglesia y que en las circunstancias actuales no son menos necesarias que en otros tiempos».
«Aplíquese el sacerdote en primer lugar a cultivar con todo el amor que la gracia le inspira su intimidad con Cristo, explorando su inagotable y santificador misterio; adquiera un sentido cada vez más profundo del misterio de la Iglesia, fuera del cual su estado de vida correría el riesgo de aparecerle sin consistencia e incongruente». (S. Coel. 74-75).
2. La vida fraterna
La posible soledad que la castidad perfecta en el celibato puede originar, tiene remedio en gran medida viviendo la fraternidad:
«Recuerden todos, especialmente los Superiores, que la castidad se guarda con más seguridad cuando en la vida común reina un verdadero amor fraterno». (PC 12).
Pablo VI exhorta a la caridad para con el sacerdote hermano que se encuentra en dificultad para ser fiel a la castidad:
«Reflexionen los sacerdotes sobre las amonestaciones del Concilio (PO 8), que les exhorta a la común participación en el sacerdocio para que se sientan vivamente responsables respecto de los hermanos turbados por dificultades, que exponen a serio peligro el don divino que hay en ellos. Sientan el ardor de la caridad para con ellos, pues tienen necesidad de amor, de comprensión, de oraciones, de ayudas discretas pero eficaces, y tienen un título para contar con la caridad sin límites de los que son y deben ser sus más verdaderos amigos». (S. Coel. 81).
3. Entrega al ministerio
También el trabajo ministerial, hecho con rectitud, superando inclinaciones del sentimiento que ponen en peligro la afectividad y alimentan propensiones del corazón es otro de los medios para conservar la castidad y el celibato:
«Con la gracia y la paz en el corazón, el sacerdote afrontará con magnanimidad las múltiples obligaciones de su vida y de su ministerio, encontrando en ellas, si las ejerce con fe y celo, nuevas ocasiones de demostrar su pertenencia a Cristo y a su Cuerpo Místico para la propia edificación y la santificación de los demás. La caridad de Cristo que le impulsa y le ayuda, no a renunciar a los mejores sentimientos, sino a sublimarlos y a profundizarlos». (S. Coel. 76).
- ¿En mi noble esfuerzo por ser fiel al don de la castidad en el celibato ¿he puesto en práctica los medios naturales y sobrenaturales oportunos?
- ¿Qué experiencia tengo de no haber controlado mis sentidos presumiendo, hasta cierto punto, de mis fuerzas en lo que a la fidelidad de la castidad se refiere?
- ¿He sentido la ayuda de la vida en común en momentos difíciles? ¿He ayudado a algún compañero sabiendo que estaba en dificultad o le he dejado a su suerte por aquello de que se trata de algo muy delicado?
Oración:
«Señor, que has llamado a vivir la castidad y el celibato por el Reino de los Cielos en la alegría y en la paz, concédenos evitar los extremos del medio obsesivo y de la falsa presunción. Que nos convenzamos que para ser evangélicamente castos necesitamos esforzarnos continuamente y usar de los medios naturales y sobrenaturales. Sólo así seremos signos creíbles de la castidad evangélica en el mundo. Señor, que el vigor de la castidad nos permita amar sin medida y ser libres, rompiendo todas las ataduras que nos impiden la plena disponibilidad para servir a los intereses de tu Reino. Amén».