Las fundaciones de San Vicente (Parte segunda)

Francisco Javier Fernández ChentoEn tiempos de Vicente de PaúlLeave a Comment

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Author: José María Román, C.M. · Year of first publication: 1984 · Source: Vincentiana.
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6. LA FINALIDAD DE LAS FUNDACIONES.

Puede decirse, en general, que la fundación de cada casa es una repetición, con nuevos personajes y en un nuevo escenario, de la fun­dación inicial de la Compañií. Se trata de establecer en un nuevo espacio geográfico, en una nueva circunscripción eclesiástica o señorial, un centro desde el que los discípulos de Vicente puedan repetir los gestos de éste desde Bons Enfants en favor de las tierras de los Gondi o desde San Lázaro en favor de la diócesis parisiense. Por eso hasta 1642, las fundaciones tienen como finalidad exclusiva las misiones y los ejercicios a ordenandos. Desde 1642 en adelante, la mayoría de ellas incluyen además la dirección del seminario. For­man grupo aparte las fundaciones de Marsella, con sus satélites de Argel y Túnez, con su proyección en favor de los Galeotes y los cauti­vos norteafricanos, Roma, que cumplirá, además de su función mi­sionera, el papel de cabeza de puente para las necesarias gestiones ante la Santa Sede, y Madagascar y las Islas Británicas, con las que la Compañía amplía su carisma misionero dándole carácter de en­vío ad gentes, y de robustecimiento del catolicismo en el hostil am­biente de las iglesias reformadas.

Por otra parte, hay que tener en cuenta que no siempre constan en el contrato inicial todas las obligaciones asumidas por la nueva casa. Muchas veces, aquel contrato recibe adiciones en documentos posteriores, que amplían o, en algún caso, restringen, los compro­misos iniciales.

6.1. Misiones y ordenandos.

Hecha esta salvedad, digamos que fueron fundaciones de fina­lidad misionera las siguientes:

Toul: misiones en la diócesis;

Aiguillon: misiones en el Ducado 4 veces al ario, a lo que se añadió más tarde la obligación de recibir a los ordenandos de la dióce­sis y misionar las tierras del Agenois y el Condomois; Richelieu: misiones en el Ducado y en las dos diócesis de Poitiers y LuÇon, con obligación de recorrerlas cada cinco años y ejercicios a los ordenandos y clero del Poitou.

Lucon: lo mismo que el anterior.

Troyes: misiones en la diócesis y, cada cinco años, en las tierras del comendador de Sillery; ordenandos y ejercicios al clero. Alet: misiones y seminario que no llegó a formalizarse. Annecy: misiones durante ocho meses del año en la diócesis y una cada cinco años en Brie-Comte-Robert. Más adelante, se añadió la dirección del seminario que fue el primero en funcionar. Crécy, misiones.

Montmirail: misiones en las diócesis de Soissons y Troyes, en tierras dependientes del Duque de Gondi.

6.2. Seminarios.

El seminario figura como finalidad principal, aunque siempre combinado con las misiones, en las casas de Cahors, Marsella, Saint Méen, Tréguier, Agen, Périgueux, Montauban, Agde, Meaux, Montpellier y Narbona.

Evidentemente, el seminario de que se habla en estos contratos es algo muy distinto de lo que hoy entendemos por tal. No es éste el lugar para una exposición sobre el sistema, organización y fun­cionamiento de los seminarios vicencianos, tema para el que remito a la literatura especializada y, en particular, a las obras de Roche y Poole. Baste decir, en líneas generales, que se trataba de sen­cillas y prácticas instituciones donde los aspirantes al sacerdocio re­cibían durante unos pocos años y, a veces, sólo unos meses, el entre­namiento espiritual y pastoral necesario para el fructuoso desempeño del ministerio.

6.3. Otros ministerios.

A esas tres obras principales — misiones, ejercicios a ordenan- dos y seminario —, cada función añadía compromisos u obligaciones peculiares, que matizaban y enriquecían la fisionomía inicial de la Congregación. Así, entre las finalidades de las nuevas casas pueden aparecer la dirección de un hospital (Toul, Le Mans), la ayuda a los pobres (Crécy), la celebración de sufragios por los fundadores (Aiguillon), la fundación de Cofradías de la Caridad (Troyes), la di­rección de capillas o santuarios (Nuestra Señora de la Rose), la ca­pellanía general de las Galeras (Marsella) o el acompañar al obispo en sus visitas pastorales a la diócesis (Le Mans). La obra de Vicente iba así enriqueciéndose y diversificándose. No hizo, sin embargo, aparición el peligro de la dispersión ministerial, puesto que en todas y cada una de las fundaciones se ponía en las misiones, los ordenan- dos y el seminario, el acento fundamental y no faltaban en ninguna de ellas.

7. EL PERSONAL.

Voy a ser muy breve sobre este punto. Como hemos visto más arriba en palabras del propio Vicente, puede decirse en general que las fundaciones eran pequenas. A ello obligaba tanto la escasez de sujetos en la Compañía y la parquedad de la dotación económica, como la finalidad misma de las casas que no era otra sino la de cons­tituir una red de puestos misionales que asegurasen los servicios pro­pios de la Compañía a diócesis o territorios, en general de reducidas dimensiones. Por ello, el personal asignado a cada una de ellas osci­la alrededor de una media de 4 ó 5 hombres. Las casas más numero­sas — Sedan, Crécy — estaban dotadas con 8 padres y 2 hermanos cada una. La más pequena, Montmirail, contaba sólo con 2 padres y 1 hermano. En las demás se repiten las cifras intermedias de 4, 5, 6 u 8 misioneros. No es preciso decir que no siempre se llenaban las exigencias de personal y, en la correspondencia vicenciana, abun­dan las alusiones a la falta de personal, a la dificultad de encontrar todos los misioneros necesarios en cada casa o las quejas de los supe­riores porque no se cumplen en este punto las condiciones de los contratos.

8. LA DOTACION ECONÓMICA.

La dotación y gestión económicas de las fundaciones vicencianas carece por ahora del estudio monográfico que merece dada la im­portancia y complejidad del tema. Lo que yo voy a presentarles es simplemente una síntesis, sin propósito exhaustivo, de los datos dis­ponibles, en espera de que algún especialista lleve a cabo la investi­gación, valoración y análisis del complejo mundo de las finanzas del señor Vicente.

Partiendo del principio ya expuesto de que los misioneros, co­mo no podían cobrar por sus ministerios, debían tener asegurada su subsistencia mediante la dotación económica de la casa en que residían, no hay ninguna fundación vicenciana a la que no se provea desde el principio, por medio del contrato fundacional, del capital o las rentas necesarias. Es decir, que a toda fundación en sentido canónico corresponde una «fundación» en sentido económico. Era lo que se había hecho en los orígenes con las fundaciones de Bons Enfants y San Lázaro.

La dotación revestía formas muy variadas. Puede decirse que todos los sistemas de producción de rentas conocidos en la sociedad preindustrial están representados en los contratos firmados por Vi­cente.

8.1. Beneficios eclesiásticos.

El recurso más frecuente, sobre todo cuando la iniciativa fun­dacional procedía de algún obispo — y hemos visto que éstos fueron los casos más numerosos — era el de unir a la casa de los misione­ros, sobre todo si se trataba del seminario, algún beneficio eclesiásti­co. San Vicente no tenía escrúpulos en utilizar este sistema de dota­ción económica tan difundido en la Iglesia francesa de su época.

8.1.1. Abadías y prioratos.

En este aspecto, el caso más significativo fue el de la abadía bre­tona de Saint Méen, que el obispo de Saint Malo destinó a sede del seminario, uniendo al mismo la mesa abacial con todos sus emolu­mentos como base de sustentación económica.

Más numerosos fueron los prioratos incorporados a diversas ca­sas. Así, Richelieu disfrutó de los San Nicolás de Champvant y de Roches; Cahors, de los de la Vaurette, San Martin de Balaguier y Gignac; Saintes del de Saint Vivien; Agen, del de Santa Foy. Por regla general, la unión se efetuaba nombrando al superior de la casa prior del respectivo beneficio, nombramiento que al cese de cada su­perior pasaba al siguiente.

8.1.2. Hospitales.

Otras casas tuvieron anexa la dirección y disfrute de antiguos hospitales (es caso análogo al del priorato de San Lázaro). A esta clase pertenecen las casas de cuyas rentas procedían del Hospital del Espíritu Santo. El superior de los misioneros — primero el P. Dehorg­ny y luego el P. Jolly, fue nombrado comendador del hospital. Lo mismo ocurrió en Meaux y Montmirail. La primera de éstas disfru­taba de los dominios, rentas y habitantes del hospital Jean-Rose y la segunda, del Hótel-Dieu de la Chausée con sus fincas.

8.1.3. Iglesias, capillas, Santuarios.

A veces se trataba de iglesias o capillas cuyos beneficios o ren­tas se cedían en favor de los misioneros. Tal sucedió en Le Mans con la Colegiata de Nuestra Señora de Coéffort y en Montauban con el santuario de Nuestra Sra. de Lorm. Son los dos casos más signifi­cativos. Pero también otras, como Tréguier, tuvieron anexas capillas de menor importancia.

8 .1 .4 . Diezmos.

Asimilables a los beneficios eclesiásticos podemos considerar los diezmos. En más de una ocasión, los obispos fundadores de casas de la Misión cedieron a éstas parte de los diezmos que tenían de­recho a cobrar de sus diocesanos. Entre otros, el obispo de Saint Malo dotó a su seminario, al establecerlo en la abadía de Saint Méen, con 500 libras de renta sobre los diezmos de su obispado. También en Sedan cobraban los misioneros los diezmos de la villa y los de Balam.

8.1.5 . Parroquias.

Pero el recurso más socorrido fue el de unir parroquias a las casas de los misioneros. Es éste un punto que interpretaciones pu­ristas o excesivamente literales de los textos vicencianos han tendido a cubrir con un discreto velo. En efecto, no cabe dudar de que, por principio, San Vicente no era partidario de que la Congregación se encargase de parroquias. Hay a este respecto un texto suyo de 1653 que es terminante:

«Ha hecho Vd. muy bien en desechar la parroquia de Glatens — le escribía al superior de Nuestra Señora de Lorm (Montauban) — aunque tuviera algún valor, no sólo porque habría sido un escándalo terrible cargarse Vd. con dos o tres parroquias a la vez, como porque las parroquias no son asunto nuestro. Como Vd. sabe, tenemos muy po­cas, y las que tenemos nos las han dado, sin quererlas nosotros, sus fun­dadores o los señores obispos, a quienes no nos podíamos negar, por no romper con ellos; quizás la de Brial sea la última que aceptemos, pues cuanto más vamos adelante, más nos traban todos estos asuntos».

Quizás, lo mismo que en otras ocasiones, no haya que tomar a Vicente al pie de la letra, o, si se hace, entender sus palabras más como expresión de un deseo y de una actividad interior que como descripción de los hechos. De otro modo, no se podrían armonizar sus palabras con lo realmente acontecido. De hecho, las parroquias aceptadas por la Congregación de la Misión en tiempo de San Vi­cente fueron bastantes, Veámoslo.

La casa de Toul tenía anejas dos parroquias, una en el mismo Toul y otra en Ecrouves. La de Richelieu regentaba la parroquia del lugar; la casa de Troyes, la parroquia de Barbuise, dotada de 2000 libras de renta. En Alet se intentó también proporcionar a los mi­sioneros una parroquia, sin llegar a realizarlo por la escasa duración de aquella fundación. En Cahors, los misioneros estaban encargados de la parroquia de San Bartolomé de Soubirous. En Saintes, re­gían la de Saint Preuil por medio de un vicario. Los de Le Mans ejercían el derecho de presentación sobre las parroquias de Montbé­zat y la Maison-Dieu. La casa de Montauban llegó a tener unidas tres parroquias: Saint Aignan, Brial y Falguiére. La casa de Sedan regentaba directamente la principal parroquia de la ciudad. En Ad­ge, sólo un pleito impidió hacer de otra la fuente de recursos del se­minario. Al de Narbona, se le adjudicó la parroquia de Maiour… Como se ve, Vicente aceptó algunas parroquias más después de de­cir que la de Brial sería la última…

Esta lista, seguramente incompleta, prueba que una cosa eran los deseos de Vicente e incluso sus convicciones íntimas y otra dis­tinta las limitaciones que la realidad le impuso en numerosas oca­siones.

Lo mismo puede decirse, aunque sea de pasada, de otra prescrip­ción, ésta impuesta incluso como regla a los misioneros, la de no obli­garse al oficio coral con canto de Horas y Misa. Ello no obstante, tanto los misioneros de Le Mans en la Colegiata de Coéffort como los de Saint Méen en la iglesia abacial estaban obligados a cantar las Horas Canónicas revestidos de sobrepelliz, al menos ciertos días, y la Misa mayor los domingos y días de precepto.

8.2. «Derechos feudales»

Más puede llamar nuestra atención de hombres del siglo XX otra forma de dotación económica que, en términos deliberadamen­te inexactos, podríamos llamar «derechos feudales». Me refiero con ello a fuentes de recursos económicos consistentes en el cobro de cier­tos servicios de origen netamente feudal que algunos fundadores atri­buyeron a las casas por ellos patrocinadas. Así, por ejemplo, el Car­denal Richelieu atribuyó a la de su ciudad ducal el feudo de Bois Bouchard, el señorío de Saint Cassien y, lo que es más notable, las notarías o registros públicos de Loudun. En estos casos, los misioneros sustituían al señor del lugar en el cobro de los impuestos que le eran propios.

Asimilable al anterior es el caso de los molinos. Ya se sabe que los derechos de molino eran una de las «banalidades» supervivien­tes en pleno siglo XVII del antiguo derecho feudal. Pues varias ca­sas vicencianas poseyeron molinos. Richelieu tuvo el de Tuet, por disposición del Cardenal y Montmirail el de Fontaine-Esarts por tes­tamento de Luis Toutblanc, secretario de Pedro de Gondi. No fueron las únicas. Una investigación a fondo de los archivos nacionales fran­ceses está llamada a proporcionarnos en este punto verdaderas sorpre­sas.

8.3. Capitales y rentas en efectivo.

A la dotación con beneficios eclesiásticos sigue en importancia la consistente en capital o rentas en efectivo atribuida a las funda­ciones. Puede decirse que, en mayor o menor cantidad, todas ellas recibieron algunos fondos de este tipo, pues a la asignación de otras fuentes de ingresos solían añadirse con frecuencia cantidades en efec­tivo, bien para la compra o el alquiler de la casa, bien como fondos para invertir.

En esta situación encontramos las casas de Troyes y Annecy, que recibieron sustanciosas cantidades del comendador Brúlart de Sillery, y las de Sedan (dotada espléndidamente por el rey Luis XIII y luego por su viuda Ana de Austria), Tréguier, Meaux (a la que el obispo dejó a su muerte una capitalito de 25.000 libras), Saintes, y Le Mans.

Una forma particular de constituir estas dotaciones consistió, en algunos casos, en la contribución extraordinaria que ciertos obis­pos impusieron a sus cabildos de canónigos y beneficiados con desti­no al seminario. Tal ocurrió en Cahors, Agen y Montauban, no siempre con excesivo agrado por parte de los obligados contribuyen­tes.

8.4. Servicios públicos.

La organización administrativa del antiguo régimen permitía, cuando no forzaba, por carencia de burocracia suficiente, a los po­deres públicos a ceder a los particulares la explotación de determi­nados servicios. Estos se convertían por ello en fuentes de ingresos para los concesionarios o arrendatarios, quienes cobraban a los usuarios el servicio en cuestión y pagaban a la hacienda pública la cantidad estipulada. La diferencia entre ambas cantidades constituía su beneficio.

Entre tales servicios hay que destacar el de las mensajerías re­ales o coches de transporte público. Vicente, o más exactamente, algunas de sus casas, poseyeron rentas producidas por estos servi­cios. Las casas de Aiguillon-Nuestra Señora de la Rose, Marsella y Roma así como las misiones de Argel y Túnez tenían colocada en las líneas de coches la parte más sustanciosa de su capital fundacional. Vicente no explotaba por sí mismo los coches, sino que arrendaba la línea a cambio de una renta anual. Hay que decir que el negocio no siempre resultaba rentable, por la frecuente intervención del Es­tado, que recortaba beneficios o embargaba las rentas de uno o va­rios trimestres. De todos modos, las referidas casas de la Misión tuvieron intereses, que sepamos, en las líneas de París a Chartres, Rouen, Orléans, Soissons y Burdeos. Todas ellas se debían a dona­tivos hechos por la Duquesa de Aiguillon. No en vano había sido su tío el fundador de los correos reales en Francia y sus dominios.

Más chocante aún para nuestra mentalidad, pero plenamente congruente con la del siglo XVII, resulta la obtención de beneficios sobre los impuestos de diversas clases por un procedimiento análogo al anterior. Noél Brúlart de Sillery cedió a la casa de Troyes la parte que le correspondía de los impuestos sobre géneros, mercancías y vino de las parroquias de Saint Aubin y San Maurilio de Ponts de Cé; y a la de Annecy sus derechos a las «aides» o ayudas (impues­tos sobre las bebidas y otros artículos de consumo) de la ciudad de Melun, equivalentes a las rentas de un capital de 40.000 libras, La casa de Crécy se vio dotada en parte con rentas procedentes de los impuestos pagados por los revendedores de sal de Lagny-sur-Marne.

8.5. Propiedades.

Por último — aunque no fue lo menos importante — muchas casas tuvieron su capital fundacional o parte de él en forma de fin­cas urbanas o rústicas, con cuyas rentas o explotación directa se sus­tentaban los misioneros.

Podía tratarse a veces de hoteles o casas edificadas en alguna ciudad. Troyes poseía en París el hotel del mismo nombre situado en el Faubourg Saint Michel y Richelieu, varias casas del Cardenal. Tierras, fincas, alquerías, granjas, bosques, prados, jardines y vive­ros explotaban Richelieu, Annecy, Crécy, Montmirail y, sobre to­do, Le Mans.

En algún caso, Vicente recurrió a la colocación en casas del ca­pital recibido en efectivo. Eso hizo con las 24.000 libras otorgadas por testamento de Luis XIII para los misiones de Sedan, que Ana destinó a una fundación estable de misiones. Vicente lo invirtió en la construcción, cerca de San Lázaro, de trece casitas que arrendó a las Damas de la Caridad para los niños expósitos. El alquiler cobra­do era para los misioneros de Sedan.

8.6. ¿Una Congregación rica?

Habría que abrir ahora un nuevo capítulo destinado a calcular el monto total de los fondos manejados por las fundaciones vicen­cianas. Pero tengo que confesar que, en este punto, mis ensayos de investigación se han estrellado una y otra vez contra obstáculos por ahora insuperables. La falta de datos, la imprecisión a veces de los conocidos, la variabilidad de los factores a conjugar y otras muchas causas hacen que no se pueda llegar sino a conclusiones muy aleato­rias. En esas condiciones, prefiero no adelantar conclusiones que, probablemente, se verían muy pronto desmentidas por comproba­ciones posteriores.

Lo que sí conviene decir es que, como reza un refrán español, «no es oro todo lo que reluce». En la correspondencia vicenciana abundan las lamentaciones sobre la escasez de recursos en que se debatían casi todas las casas, aún las mejor dotadas: rentas que no se cobraban, impuestos embargados, cosechas ruinosas, estragos bé­licos, deudores morosos, poca formalidad de algunos fundadores o versatilidad de otros, renuencia de herederos a cumplir mandas de­jadas en testamento, etc., etc., reducían con frecuencia a muy poca cosa lo que, en el papel, parece una boyante situación económica.

9. DIFICULTADES FUNDACIONALES

Si hasta aquí el panorama de las fundaciones vicencianas pare­ce moverse en el campo sereno, aunque enrevesado, de las disposi­ciones contractuales y las normas jurídicas, otra cosa es el estudio de la realidad viva de las fundaciones, cuyo logro hubo de superar en más de una ocasión obstáculos casi invencibles. Ya sabemos que, de hecho, algunas de las fundaciones no lograron consolidarse. Así ocurrió con las de Alet, Périgueux y Montpellier, todas las cuales duraron menos de dos años. Otras, como Adge y Meaux, tuvieron también, por insuficiencia de sus bases económicas o pastorales, exis­tencia efímera, pues cerraron, respectivamente, en 1671 y 1661.

Otras, en fin, se vieron seriamente amenazadas en sus intere­ses y en su misma existencia. Me referiré sólo a los tres casos más importantes.

Richelieu, que aparece a primera vista como una de las mejo­res fundaciones, estuvo a punto de irse a pique a la muerte del Car­denal. Este había vendido las notarías de Loudun, que constituían el principal capital de aquella casa, con intención de invertirlas en tierras que regalaría a la Misión. Pero la muerte le sobrevino antes de ultimar este proyecto de reconversión, como diríamos hoy. Pare­cía inevitable un largo pleito con los herederos. La Misión podía per­der mucho; nada menos que 101.360 libras llevaba invertidas en la construcción y acomodo de la vivienda. Afortunadamente intervino la Duquesa de Aiguillon, quien hizo que se cedieran a Vicente los dominios del señorío de Saint Cassien y unas casas que el Cardenal poseía en Richelieu y el caso quedó solucionado.

En Crécy, el fundador, en un momento determinado, se arre­pintió de sus buenos propósitos y decidió asignar al hospital de la localidad los fondos que había adjudicado a los misioneros. Vicente, conforme a su línea de conducta, se negó a pleitear. Pero el obispo, Domingo Séguier, llevó adelante el contencioso y logró la victoria para la casa.

Y en Saint Méen, es conocidísima la pintoresca historia, con ribetes de episodio de los Tres Mosqueteros, de la lucha a mano ar­mada entre les Benedictinos, respaldados por el parlamento de Bretaña, y el Obispo y los misioneros, apoyados en los decretos re­ales y en las tropas del mariscal de La Meilleraye.

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No ha sido mi intención, como habrán observado, hacer la his­toria de las fundaciones vicencianas en el sentido de contar las vici­situdes por que atravesaron, los hombres que las animaron, los tra­bajos y ministerios que desarrollaron. Ese hubiera sido otro tema, más bonito y, sin duda, más ameno. Pero, aparte de que esa histo­ria ya la escribió casi entera Coste en los capítulos que les he indica­do, no fue ésa, según he creído interpretar, la intención de los orga­nizadores de este curso, sino que tuvieran Vds. una visión de con­junto de la actividad fundacional de San Vicente. Mal o bien, creo haber hecho honor a mi cometido. Las lecciones que pueden despren­derse de este capítulo de la vida de nuestro santo Fundador es cosa que corresponde a Vds. deducir en reuniones de grupo o en refle­xiones personales.

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