La solidaridad con los pobres y los oprimidos dentro de la vocación de las Hijas de la Caridad

Francisco Javier Fernández ChentoHijas de la CaridadLeave a Comment

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Autor: Ana Duzán, H.C. · Año publicación original: 1988 · Fuente: XVI Semana de Estudios Vicencianos.
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I. Introducción

Aunque conocía ya, por supuesto, las «Semanas de Estudios Vicencianos de Salamanca» por su sólida reputación, el nivel de sus trabajos y la profundidad de la reflexión que suscitan, es, sin embargo, la primera vez que tengo el honor y el gusto de par­ticipar en ellas…, y ¡nada menos que como conferenciante!

El año pasado no me fue posible responder a la invitación del Padre Maside, y Sor María Luisa Rueda, nuestra Asistenta General a quien conocen ustedes muy bien, me sustituyó con ventaja, desarrollando el tema:

«LAS HIJAS DE LA CARIDAD Y LOS NUEVOS SERVICIOS».

Este año, siguiendo la línea del tema general para 1988: «Justicia y solidaridad con los pobres dentro de la vocación vicenciana», se me pide a mí que les hable más especialmente de: «La soli­daridad con los pobres y los oprimidos dentro de la vocación de las Hijas de la Caridad».

Y he podido darme cuenta de que, en cierta medida, he de coincidir con varias de las ideas expuestas ya por Sor Rueda, aunque yo lo haga desde otra óptica: la de la SOLIDARIDAD con los Pobres…

Es que para la Hija de la Caridad, esa SOLIDARIDAD pasa siempre a través de su servicio, bajo sus diferentes formas, anti­guas o nuevas, acomodándose de cerca a las múltiples formas de pobreza: las de ayer y las de hoy. No olvidemos que en su «HACER» la Hija de la Caridad tiene que empeñar todo su «SER», el Amor del Señor que está en ella, ese Amor que le hace ver otro Cristo en todo hermano que sufre o se siente despreciado.

II. Reflexiones preliminares

1. Un hecho importante que señalar: por todas partes se oye ahora hablar de SOLIDARIDAD

Ante los cambios tan rápidos de hoy, con unos engranajes muy complejos, hemos de constatar también una gran angustia en nuestro mundo siempre en búsqueda de algo. De ello somos testigos y en muchos casos compartimos ese sufrimiento: hambre, conflictos de toda clase, dramas de los refugiados, de los sin trabajo, de los sin techo, de los que están solos, ancianos, enfermos, marginados por la droga, el alcohol…, hogares destrozados, etc.

Felizmente, podemos ver también, como contrapartida, en nuestro mundo actual, tan zarandeado y desequilibrado, en el que todos buscan felicidad y seguridad, grandes movimientos de SOLIDARIDAD: movimientos en favor del respeto a los derechos humanos, movimientos pro justicia, fraternidad, paz. Felizmente también, junto al individualismo de muchos, cristalizado en su egoísmo, podemos ver con frecuencia a personas —cristianas o no—, a grupos que trabajan animosamente por la consecución de un mundo mejor y lo hacen a veces arriesgándose mucho, incluso poniendo en peligro la propia vida. Los medios de co­municación social nos muestran todos los días ejemplos de ese tipo, en los que se juega de plano y desde un punto de vista positivo, la verdadera SOLIDARIDAD… SOLIDARIDAD es una pa­labra genérica, sencilla y cómoda. Con ella, en efecto, se en­cuentran de acuerdo creyentes y no creyentes. Guardémonos de ponerle mala cara y más aún de despreciarla, porque es muy evocadora. Pero, por lo que a nosotros se refiere, tengamos habitualmente la inquietud de conferirle todo el poder movilizador que tiene, que posee el «COMPARTIR» evangélico.

2. Sustancialmente, ¿qué quiere decir la palabra SOLIDARIDAD?

— He empezado, como me gusta hacerlo ordinariamente, por buscar la referencia del diccionario: el diccionario responde con una definición neutra, precisa y completa. He consultado, pues, un diccionario en diez volúmenes y me he encontrado con la agradable sorpresa de haber descubierto algo positivo reco­rriendo media página de texto consagrado a la palabra: SOLI­DARIDAD. Entresaco estas líneas:

«SOLIDARIDAD: «Dependencia mutua entre los hombres que hace que unos no puedan ser felices y desarrollarse sino a condicióñ de que los otros puedan hacerlo también.

En el orden sociológico, se puede distinguir: la SOLIDARIDAD-HECHO NATURAL y la SOLIDARIDAD-VIRTUD. Esta última es la unión voluntaria y la entrega recíproca de los hombres unos a otros. La SOLIDARIDAD como hecho natural es a la vez física, biológica, económica, política, intelectual y moral. Según al­gunos, el individuo tiene una deuda inmensa con la sociedad. Y esta deuda crea a cada uno, en relación con los demás y la colectividad, unos deberes de abnegación y de entrega que, en suma, son deberes de simple JUSTICIA. La virtud de SOLIDARIDAD es la JUSTICIA INTEGRAL».

Es de notar la riqueza de estas breves frases. Nos lleva más allá de una definición estricta, de una explicación clásica de la palabra SOLIDARIDAD. Aun considerándola como definición de ese tipo, que se sitúa en el nivel de la relación entre los seres humanos, sin noción de trascencencia, nos hace contemplar la interdependencia que crea derechos y deberes recíprocos y nos ofrece esta convicción: «La virtud de SOLIDARIDAD es la JUSTICIA INTEGRAL»… No perdamos de vista la unión de dos palabras clave: JUSTICIA-SOLIDARIDAD.

— No obstante, antes de ver en ella un deber, tenemos que afirmar que la SOLIDARIDAD es una CONSTATACIÓN: una realidad de hoy.

Los finales del siglo XX nos enfrentan con una solidaridad necesaria, que se impone a nosotros. No podemos negarnos a tenerla en cuenta porque sería abandonar a la humanidad a sus desgracias de siempre, canalizadas a través de los siglos: miseria, enfermedad, guerra, por no citar más que éstas… Lo que parece sobresalir en la hora actual es la conciencia, cada vez más viva, de la solidaridad humana. Ser solidario es reconocerse como partes de un todo indivisible. Los hombres se salvarán todos juntos…, o se perderán. En la época de lo nuclear, de la elec­trónica, cuando espacio y tiempo se confunden, la solidaridad se impone a nuestros ojos. La fraternidad no puede contentarse con buenos sentimientos…

Ultimamente, el Papa Juan Pablo II publicaba su Encíclica «Sollicitudo rei socialis». Y mientras que su antecesor Pío XII pensaba que la paz era el fruto de la justicia; mientras Pablo VI decía que era fruto del desarrollo, el Papa actual, después de un análisis de la mayor lucidez, sin complacerse en la situación, concluye con firmeza: «La Paz es el fruto de la solidaridad»… Pero es que la solidaridad ha de ser ante todo reconocida, acep­tada, y después asumida… Si la justicia es una virtud, el desa­rrollo es el resultado de un esfuerzo enorme en el plano econó­mico, técnico, social y —esperémoslo— humanista… En cuanto a la solidaridad, apunta a una realidad completamente distinta: la de nuestra condición humana. Con esta realidad es con la que nos enfrentamos seriamente hoy. Se nos presenta cada vez más como una situación de reciprocidad. A las puertas del año 2000, en el ocaso de este siglo, vemos mejor que dependemos de los que dependen de nosotros… Es una idea muy sencilla pero esen­cial, cargada de consecuencias y cuya evidencia no puede es­capársenos… En el fondo, la solidaridad está inscrita en el co­razón de la persona humana. Más allá del individualismo, de los nacionalismos a corto plazo, la humanidad no tiene otra op­ción: nuestros hermanos en humanidad, nuestros semejantes en su diversidad y diferencias, están embarcados con nosotros…, y nosotros con ellos… Las consecuencias están ahí, y lleva consigo exigencias y deberes para hoy y para mañana… ¡Necesaria SO­LIDARIDAD!

— Una investigación más profunda de los fundamentos de la solidaridad, es más fácil de abordar ahora, después de estas primeras consideraciones:

  • Sus fundamentos antropológicos.
  • Sus fundamentos teológicos.
  • Sus fundamentos eclesiológicos y espirituales.

Los fundamentos antropológicos de la solidaridad

El deber de solidaridad se fundamenta, pues, en el bien común de la humanidad y en el destino universal de los bienes (expresión empleada en el sentido amplio). Es la consecuencia de la dignidad igual de todos los hombres a los ojos de Dios.

La interdependencia entre todas las partes del mundo y todos los habitantes del planeta-Tierra llama a la «RESPONSABILIDAD DE TODOS HACIA TODOS».

El deber de solidaridad se enraíza en la unidad de la familia humana (cf. cap. 2 de «Gaudium et Spes»). Es indispensable insistir en este aspecto para no vernos tentados a replegarnos en nosotros mismos. Pensemos en el diagnóstico pesimista, pero tan realista, de «Sollicitudo rei socialis» (números doce a veinticinco).

Los fundamentos teólogicos de la solidaridad

Dios creador quiere hombres, a imagen suya, libres y res­ponsables: a ellos confía el mundo. Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, viene a revelar a su Padre, que quiere hacer de todos los hombres hermanos, comunicándoles su Espíritu de Resucitado para hacerles compartir su plenitud de vida y de amor.

«La solidaridad es sin duda una virtud cristiana… La ca­ridad…, es signo distintivo de los discípulos de Cristo» («Solli­citudo», número cuarenta). Es una dimensión constitutiva de la misión de la Iglesia, de la identidad cristiana, y se dirige a todos… A los que tienen más, incumbe una mayor responsabilidad en esta misión.

Los fundamentos eclesiológicos y espirituales de la solida­ridad

El anuncio de la «Buena Noticia de Salvación» tiene lugar en la Iglesia «que existe para evangelizar» (Evangelii nuntiandi). Cada uno de nosotros es, «instrumento del designio de Dios».

La Iglesia es el Cuerpo de Cristo en el que todos los miembros están unidos unos a otros en el mismo y único Cristo: «Todos sois uno en Cristo Jesús» (Gal 3,28). Además, Cristo murió por todos (cf. 2Cor 14-15), cristianos y no cristianos: a tal nivel de profundidad se enraíza el «nosotros» solidario de los cristianos.

La Iglesia, real e íntimamente solidaria de los hombres y de su historia, es sacramento, es decir, signo y medio de Salvación, la Salvación de Dios. Hay que tenerlo en cuenta, con la convic­ción humilde de que una conversión personal y comunitaria es necesaria constantemente.

III. Para nosotras, Hijas de la Caridad, y a la luz de estas reflexiones, ¿qué es, pues, la solidaridad y cómo la vivimos?

1. En primer lugar, recordemos brevemente la vocación de Hija de la Caridad y su razón de ser

Nada mejor puedo hacer que citar, completo, el artículo pri­mero del capítulo primero de las Reglas Comunes, que repro­ducen nuestras Constituciones actuales. Es el siguiente:

«El fin principal para el que Dios ha llamado y reunido a las Hijas de la Caridad es para honrar a Nuestro Señor Jesucristo como manantial y modelo de toda caridad, sirviéndole corporal y espiritualmente en la persona de los Pobres, ya sea enfermos, niños, encarcelados u otros…».

Esta breve expresión: «u otros» quiere significar todas las nuevas pobrezas no citadas, que aparecen o irán apareciendo a lo largo de los siglos; y deja así campo libre a todas las iniciativas, porque: «el amor es inventivo hasta lo infinito» (San Vicente, Coste XI, p. 146; Sígueme IX/3, p. 65).

De modo que para toda Hija de la Caridad es una convicción profunda la que el servicio a Cristo en los Pobres es la razón de ser de su existencia. Actualmente, se oye hablar mucho de «op­ción preferencial por los pobres», pero nosotras pensamos sen­cillamente que nuestros Fundadores hicieron ya por nosotras esa opción deliberada de servir a Cristo en los Pobres. Esa opción fue la característica esencial de la Compañía naciente y sigue siendo la de la Compañía de siempre. En función, pues, de esa opción inicial, por el hecho mismo de esa opción, no puede ser cuestión para la Hija de la Caridad de «optar por los Pobres»… ¡No hay opción posible para nosotras! puesto que se trata de nuestra obligación la más estricta, plasmada en la emisión de nuestro cuarto voto, nuestro voto específico: el de servir a los Pobres… en SOLIDARIDAD CON ELLOS.

2. Como Hija de Dios, la Hija de la Caridad toma como punto de referencia los textos de la Sagrada Escritura:

— Con el Antiguo Testamento, tratará de repetir algunos pasajes de los Salmos, por ejemplo, que proyectan gran luz para mostrar, por una parte, la ternura, la mansedumbre de Yahvé, su amor al pobre, al desgraciado, su deseo de justicia para el oprimido; y por otra, el camino que cada una de nosotras ha de seguir por esta línea tan bien señalizada: leamos, oremos, es­forcémonos por imitar a nuestro Dios:

«Yahvé…, no se olvidó del clamor de los oprimidos…» (S 9, v. 13).

«Por la opresión de los pobres, por los gemidos de los menes­terosos, ahora mismo voy a levantarme, dice Yahvé, y les daré la salvación por la que suspiran…» (S 12, v. 6).

Y también:

«Guarda fidelidad eternamente,
hace justicia a los oprimidos
y da pan a los hambrientos,
Yahvé libra a los presos…» (S 146,7).

— Después nos encontramos con la «Buena Nueva de Je­sucristo» o NUEVO TESTAMENTO. En seguimiento de Cristo, único Evangelizador, aparecen algunas frases típicas, entre otras mu­chas, que nos invitan a imitar a nuestro Modelo, en cuanto a compartir con los demás, en cuanto a la justicia y, por lo tanto, a la solidaridad con los que sufren:

«Da a quien te pida y no vuelvas la espalda a quien desea de ti algo prestado…» (Mt 5,42).

Y este pasaje tan conocido:

«Porque tuve hambre, y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, peregriné y me acogísteis…, estaba desnudo…, preso…» (Mt 25,35-6).

«Dad y se os dará; una medida buena, apretada, colmada, re­bosante, será derramada en vuestro regazo. La medida que con otros usáreis, esa se usará con vosotros» (Lc 6,38).

Veamos otro versículo de Mateo:

«El que os recibe a vosotros, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió» (Mt 10,40).

3. Como Hija de la Iglesia, la Hija de la Caridad está enterada de los textos y directrices de la Iglesia, especialmente del Santo Padre, para hacerlos suyos y vivir de ellos, en fidelidad absoluta y dentro de la línea de su carisma propio.

Cómo no hablar una vez más, al tratar de la solidaridad, de la última Encíclica de S.S. Juan Pablo II… Diversos comenta­ristas vienen a decirnos en definitiva que la verdadera respuesta a los mecanismos perversos y a las estructuras de pecado, toma el camino de la solidaridad, «camino de la paz y a la vez del desarrollo». En pocas páginas de la Encíclica (las correspon­dientes a los números treinta y nueve y cuarenta), encontramos diez veces la palabra «solidaridad», sin contar otras muchas más en otros lugares. De virtud cristiana la califica el Santo Padre, quien nos la presenta como la anti-estructura de pecado: abarca todos los aspectos de la vida social, incluído en ellos el de la dimensión internacional. Inspirada por Dios, a la luz de la Fe, la solidaridad se convierte en comunión y nos abre al cumpli­miento del designio divino.

Por su parte, el Cardenal Etchegaray escribía en febrero úl­timo:

«Juan Pablo II hace un llamamiento a la solidaridad, conside­rada, no sólo como una necesidad de orden económcio o como un factor político, sino como un imperativo moral que se basa en la perspectiva de un mundo contemplado en su totalidad y su unidad radical.

De la solidaridad, palabra de resonancia jurídica y de ecos laicos, Juan Pablo II hace, textualmente, una ‘virtud cristiana’ (número cuarenta), como el nuevo nombre de la caridad uni­versal… Si la Iglesia puede soportar sin amedrentarse los pa­noramas más trágicos de la humanidad, es porque posee los medios para transformar en semillas de eternidad los gérmenes de muerte.

El realismo de la Fe que conduce con toda seguridad a la Pascua a través del camino insoslayable de la cruz, es la mejor palanca para transformar a hombres egoístas en hombres solidarios: les confiere el gusto y la pasión de hacer una tierra más habitable en la justicia y la paz… El mundo decepcionado necesita que alguien le repita que todo es posible para quien cree en Dios y en el hombre…, porque es una misma cosa».

Solidaridad: «virtud cristiana», «nuevo nombre de la caridad universal»… Una Hija de la Caridad no puede menos de sentirse aludida en estas líneas tan incisivas.

En una audiencia general, el 10 de febrero último, el Santo Padre se expresaba con firmeza acerca del tema candente de la solidaridad, y lo hacía con este título: «El hombre solidario de todos los hombres». No resisto al deseo de citarles algún pasaje de aquel discurso que entra tan dentro de la línea de nuestro carisma de Hijas de la Caridad:

«…¿En qué consiste esta solidaridad? Es la manifestación del amor que tiene su fuente en Dios mismo. El Hijo de Dios ha venido al mundo para revelar este amor. Lo revela ya por el hecho mismo de hacerse hombre: uno como nosotros. Esta unión con nosotros en la humanidad por parte de Jesucristo, verdadero hombre, es la expresión fundamental de su solidaridad con todo hombre, porque habla elocuentemente el amor con que Dios mismo nos ha amado a todos y a cada uno. El amor es recon­firmado aquí de una manera del todo particular: El que ama desea comrpartirlo todo con el amado. Precisamente por esto el Hijo de Dios se hace hombre…

Este «amor-solidaridad» sobresale en todala vida y misión te­rrena del Hijo del hombre, en relación, sobre todo, con los que sufren bajo el peso de cualquier tipo de miseria física o moral. En el vértice de su camino estará ‘la entrega de su propia vida para rescate de muchos’ (cf. Mc 10,45): el sacrificio redentor de la cruz. Pero, a lo largo del camino que lleva a este sacrificio supremo, la vida entera de Jesús es una manifestación multi­forme de su solidaridad con el hombre, sintetizada en estas palabras: ‘el Hijo del hombre no ha venido para ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate de muchos’ (cf. Mc 10,45)…

Jesús es el hombre, un hombre verdadero que, semejante a nosotros en todo menos en el pecado, se ha hecho víctima por el pecado y solidario con todos hasta la muerte de cruz».

En una carta de 21 de junio de 1987, sobre la economía, los Obispos Norteamericanos hablan también acerca de la solidari­dad-que-comparte, comunión con Dios, con esa noción de in­terdependencia de que he hablado hace un momento. Es un pá­rrafo hermosísimo que expresa las mismas convergencias, las mismas convicciones:

«Estar en comunión con Dios, participar en la vida de Dios implica un vínculo recíproco con todos los habitantes del globo. Jesús nos ha enseñado a amar a Dios y a amarnos los unos a los otros… Mediante una comprensión de la interdependencia, tenemos que pasar de nuestro amor a la independencia hasta un compromiso en la solidaridad humana… El amor implica la inquietud por todos, especialmente por los pobres…».

Un Mensaje de los Obispos de Francia, del 10 de noviembre de 1987, titulado: «La solidaridad: una urgencia», muestra tam­bién qué atenta está la Iglesia a los signos de los tiempos y trata de profundizar en este problema de nuestra sociedad, afirmando sólidas convicciones:

«El amor de preferencia por los pobres es una de las caracte­rísticas de la Revelación, en Jesucristo, del Dios Creador y Redentor. La solidaridad es uno de los elementos componentes de la caridad. Hunde sus raíces en el amor con el que Dios se ha hecho solidario de todo hombre, en Jesucristo. Es una di­mensión constitutiva de la misión de la Iglesia, de la identidad cristiana… La solidaridad no puede ser selectiva, porque de suyo es universal».

4. Algunas puntualizaciones sobre la palabra: POBRES, tal y como la entienden las Hijas de la Caridad:

Para no apartarme en absoluto de la definición de la palabra «POBRES» que acepta la Compañía de las Hijas de la Caridad, voy a citarla textualmente tal y como se encuentra en el ‘Léxico’ anejo a nuestras Constituciones:

POBRES: Las Asambleas Generales de las Hijas de la Caridad han optado por mantener el empleo de la palabra «pobres» por­que tiene «la ventaja de especificar la cualidad fundamental de aquellos que constituyen la finalidad de nuestra vocación y porque es un término genérico que comprende todas las formas de pobreza» (Madre Guillemin, 2-2-1968).

Me ha parecido conveniente recordar esta definición para mostrar que los ‘oprimidos’ a que alude el título que se me ha propuesto no son, para nosotras, sino una categoría, una clase, entre otros pobres más numerosos y tan necesitados de ayuda como ellos, aunque de otra manera: enfermos, personas solas, por ejemplo, que no son forzosamente ‘oprimidos’.

Una vez hecha esta puntualización, voy a referirme, por su­puesto, dentro de un momento, a las personas víctimas de la injusticia y de la opresión a las que las Hijas de la Caridad sostienen lo mejor que pueden con las posibilidades que están a su alcance.

5. Algunas REFLEXIONES que pueden iluminarnos sobre la SO­LIDARIDAD de que estamos tratando:

— Partiendo de las Constituciones y Estatutos de las Hijas de la Caridad

Varias veces hablan las Constituciones y Estatutos, y de ma­nera muy explícita, de esa solidaridad indispensable, en la que estamos perfectamente de acuerdo: Y si es un hecho que el Ser­vicio es para nosotras expresión de nuestra consagración a Dios en la Compañía y que confiere a esa consagración todo su sig­nificado, también lo es que ese servicio pasa por la solidaridad con los más pobres.

— Nuestra Constitución 2.1, párrafo 4, dice, en efecto:

«Reconocen en los que sufren, en los que se ven lesionados en sti dignidad, en su salud, en sus derechos, a hijos de Dios, a hermanos y hermanas de quienes son solidarias».

Comprobemos con qué claridad queda expresada aquí la no­ción de ayuda, de justicia, de solidaridad.

—      La Constitución 2.7, párrafo 5, muestra otro aspecto que nos aproxima a los pobres al hacernos vivir, en cierto modo, como ellos, que han de enfrentarse con el trabajo diario…, aun­que, con tantas personas en paro como hay hoy, el tener un trabajo, por más que pueda imponer una pesada sujeción, es ya una seguridad…:

«Se someten a la ley universal del trabajo, considerándose so­lidarias de todos en la necesidad de ganarse la vida. Aceptan las condiciones profesionales con sus dificultades e inseguridad, mientras dichas condiciones no se opongan a las enseñanzas de la Iglesia».

—      Nuestra Constitución 2.9, en su tercer párrafo hace más hincapié sobre la justicia, la ayuda que debemos aportar a nuestros hermanos, frente al derecho que cada uno de ellos tiene a realizar su promoción social y llegar así a ser plenamente hombre creado a imagen de Dios:

«San Vicente recuerda que el amor implica la justicia; por eso, las Hijas de la Caridad se ponen a la escucha de sus hermanos para ayudarles a tomar conciencia de su propia dignidad. Res­petando las situaciones particulares, colaboran con los que tra­bajan, siguiendo las directivas de la Iglesia, por promover sus derechos. Dan a conocer las llamadas y las aspiraciones legí­timas de los más desfavorecidos, que no tienen la posibilidad de hacerse oir».

—      La misma Constitución, en el párrafo siguiente, al mismo tiempo que nos pide tengamos siempre una ACTITUD de SIERVA junto a «nuestros queridos Amos los pobres», insiste con razón en ese carácter de gratuidad total y de desinterés que ha de existir en el espíritu de una buena Hija de la Caridad.

«Cualesquiera sean su forma de trabajo y su nivel profesional, se mantienen ante los Pobres en una AcITTup de SIERVAS, es decir, en la puesta en práctica de las virtudes de su estado: humildad, sencillez y caridad. Tienen especial empeño en conservar el de­sinterés de corazón y el sentido de la gratuidad, que se manifiestan en el espíritu de su servicio y en la calidad de su presencia».

—      El Estatuto 4 insiste también con firmeza en la inquietud por la justicia, inspirada siempre por la caridad:

En lo que a las Hijas de la Caridad se refiere, la misión pasa a través de las actividades concretas que las insertan profunda­mente entre sus contemporáneos, lo que exige una preocupación constante por la competencia, el conocimiento de la legislación en vigor, la inquietud por la justicia social inspirada por la caridad.

Se pronuncian abiertamente por el respeto a la vida humana, y dan su apoyo a los que luchan por que se conozcan los derechos de todo hombre».

—      El mismo Estatuto, en el párrafo siguiente, muestra la necesaria colaboración con otros, en solidaridad:

«Las Hermanas trabajan habitualmente con otras personas, y se espera de ellas una colaboración leal, un espíritu de participa­ción, una vivencia de los valores que la Compañía representa. La cooperación con organismos privados o públicos permite, además de un mejor servicio, ampliar el testimonio evangélico».

—      Por último, un ejemplo con el Estatuto 5, que precisa de manera más concreta la colaboración, dentro de la Iglesia, con los laicos, especialemtne con los Movimientos Vicencianos, así como nuestro deber de hacer lo posible por suscitar en otros, jóvenes sobre todo, el deseo de comprometerse en favor de los que necesitan ayuda: desprovistos de todo tipo, como enfermos, personas desalentadas, explotadas… la lista sería muy larga…:

«Colaboran con todas las fuerzas vivas de la Pastoral y hacen lo posible por promocionar y alentar a laicos responsables. La fidelidad a sus orígenes las induce a trabajar con los Mo­vimientos vicencianos y a suscitar el compromiso de jóvenes y adultos en favor de los más necesitados».

— La SOLIDARIDAD partiendo del Documento Inter-Asambleas Generales (1985/1991):

Este Documento que se redactó al finalizar la última Asam­blea General de las Hijas de la Caridad, en junio de 1985, subraya algunos puntos de nuestras Constituciones o Estatutos, que nos parecieron de mayor importancia para el día de hoy. Esas con­vicciones que presenta se completan con las líneas de acción correspondientes. Hace ya tres años que la Compañía se está sirviendo de este Documento, que da como resultado, en todas partes, una seria revisión de Obras con la única inquietud de dirigirnos, cada vez más, hacia los más desheredados. Sin ne­cesidad de parafrasear sobre nuestro tema, me parece mejor leer una página de dicho Documento en la que Solidaridad y Justicia se reconocen como «una urgencia para nuestro tiempo».

—Primera convicción:

«El amor implica la justicia» (San Vicente, 8.3.1658). Por todas partes en el mundo hay hombres humillados, oprimidos, vícti­mas de injusticias. Por esto: EL COMPROMISO EN FAVOR DE LA JUSTICIA Y DE LA DEFENSA DE LOS DERECHOS DE LOS ‘SIN VOZ’, se nos presenta como una de las urgencias de nuestro tiempo».

Y siguen las correspondientes líneas de acción:

  • «Sacar de la Sagrada Escritura y de las Enseñanzas de la Iglesia los principios inspiradores de nuestro servicio.
  • Discernir a nivel provincial las acciones concretas apropia­das en cada contexto.
  • Ponernos a la escucha de los Pobres para comprender sus aspiraciones, ayudarles a asumir su propia promoción y a vivir la justicia entre ellos.
  • Defender los derechos de los Pobres, excluyendo toda forma de violencia y toda identificación con un partido político.
  • Pronunciarnos abiertamente por el respeto a la vida humana en todas las etapas».

Segunda convicción, seguida de su proyecto:

«Las palabras de San Vicente: ‘No me basta con que yo ame a Dios si mi prójimo no le ama’ (30.5.1965) nos estimulan a compartir la Buena Nueva que anima nuestra vida. Queremos, COMO IGLESIA, REVELAR A LOS POBRES QUE Dios LOS AMA.

  • Revelar el amor de Dios a los Pobres, por:
    • el servicio corporal y espiritual
    • el testimonio de vida
    • el anuncio explícito de la Palabra de Dios.
  • Hacer surgir nuevos obreros de la Evangelización y parti­cipar en su formación.
  • Trabajar dentro del espíritu de las orientaciones de las Con­ferencias Episcopales y colaborar con todas las fuerzas vivas de la Pastoral, especialmente con los Sacerdotes de la Misión y el laicado vicenciano».

6. Solidarias como Hijas de la Caridad: Convergencias y diferencias – Carácter específico – Testimonio

a) Convergencias

Por nuestro ser de criaturas, de bautizadas, de Hijas de la Iglesia, la simple coherencia entre el DECIR y el HACER muestra esa necesidad absoluta de solidaridad entre los hombres… «ne­cesaria – solidaridad»…

Como Hijas de la Caridad, acabo de demostrar bastante de­tenidamente que la Compañía, por vocación, ha estado atenta a esa dimensión desde siempre, y prueba cierta de ello son las Constituciones, Estatutos, Documento Inter-Asambleas, de los que he citado varios pasajes.

b) ¿Cuál es, pues, nuestra diferencia?

— Somos solidarias pero no somos similares:

Es relativamente fácil confundir…, hacerse quizá insensible­mente como una especie de militante seglar; la tentación es gran­de, tanto más grande cuanto que es insidiosa… Bajo pretexto de hacer MAS y MEJOR, es muy posible arrojarse a cuerpo descubierto en la acción con riesgo de descuidar la vida espiritual, la vida comunitaria, la vida fraterna…, naufragando en el activismo. Nuestra acción, aunque buena y eficaz, no sería de una Hija de la Caridad… porque estaría vacía de lo esencial: de esa visión de Fe que sólo puede alimentar un enraízamiento profundo en Dios, dentro de una unidad de vida, de un equilibrio entre la vida espiritual, la vida fraterna y la vida de servicio. Sepamos manejar como es debido el «dejar a Dios por Dios».

Veamos lo que dice nuestra Madre Guillemin a este respecto, el 1.° de enero de 1966:

«Guardémonos bien de falsear la Voluntad de Dios sobre no­sotras y la respuesta que debemos darle.

Seamos resueltamente Hijas de la Caridad ‘en toda su plenitud’, manteniéndonos alejadas de toda clase de compromiso con la tibieza que amenaza en general a toda vida religiosa.

Dios no quiere ver imitaciones de Hijas de la Caridad, activos robots que sólo podrían dar el triste espectáculo de una agitación sin alma, de gestos vacíos de todo valor religioso; de tal forma entregadas al mundo, bajo pretexto de penetración y contactos efectivos, que adoptasen sus ideas y su manera de ser hasta el punto de no diferenciarse ya de él.

Si no somos resueltamente Hijas de la Caridad, con todo lo que esto lleva consigo de espíritu de oración, caridad mutua, re­nunciamiento vivido, sentido social, alegre disponibilidad para con los demás, no podremos transmitir el mensaje evangélico a todos los que, no encontrando en sí mismos la respuesta de Dios a sus problemas, la esperan de nosotras.

SÓLO SEREMOS ÚTILES AL MUNDO Y A LA IGLESIA SI SOMOS PLENA Y AUTÉNTICAMENTE HIJAS DE LA CARIDAD, HIJAS DE DIOS».

Es interesante comparar estas líneas con otras del Padre Loew que dice algo parecido hablando de los Sacerdotes de la Misión Obrera (Jacques Loew et le Défi Evangélique). Estos — dice — están

«…inmersos en medio de los hombres en una comunidad de destino real… y deben mantener constantemente un difícil equi­librio entre la participación en la vida de los ambientes des­cristianizados y la distancia necesaria que debe mediar entre ellos y esa vida, en nombre de la Fe.

Con frecuencia, por su educación anterior, por su nacionalidad, y sobre todo, por su Fe y su consagración a Dios, el apóstol es muy diferente de aquellos con los que trabaja. La tentación fuerte de querer ser como los demás, por miedo a separarse de ellos, puede llevarle a falsear el sentido de su presencia y a viciar sus opciones. Porque hace falta mucha lealtad y mucha humildad para tomarse uno como es y aceptar el ser fundamentalmente diferente; hace falta también mucho valor, mucha imaginación para hacerse responsable de actos que, sin componendas recha­zables, significan auténticamente lo absoluto de Dios. La acción misionera tiene sus leyes propias, totalmente contrarias al es­píritu del mundo».

— Somos plenamente conscientes —más que otros qui­zá— de nuestra inter-dependencia con todos, particularmente con los Pobres.

Sabemos por experiencia que de manera horizontal recibimos de ellos tanto —y a menudo más— de lo que les damos.

«Su sufrimiento nos interpela y nos invita a una POBREZA más radical, en una mayor PROXIMIDAD de vida» (Documento As. Gen.).

De ellos aprendemos:

«el desinterés del corazón: los Pobres son nuestros Amos; les debemos todo… Según la expresión de S. Vicente, tenemos que `ajustarnos’ a los Pobres» (Documento As. Gen.).

Los pobres nos edifican con su paciencia, su capacidad de acogida, su sentido innato de la solidaridad, de la fraternidad entre ellos.

— Esta interdependencia se manifiesta en el cambio pro­fundo que se ha dado en nuestra manera de servir a los Pobres: Es interesante, en efecto, observar cómo, con la evolución eco­nómica y social, al filo de los siglos se han efectuado diversos «pasos»:

  • Primero fue: «hacer en sustitución o en lugar de…» … Era el donativo, la limosna, inclinarse hacia, tomar el puesto de…
  • Después vino el «hacer al lado de…, junto a…» … Era la asistencia todavía teñida de maternalismo.
  • Por último, en nuestros días «estar con…» (No: «ser como»), en solidaridad, en interdependencia.

Digamos también para ser exactos que, de hecho, todo esto no queda tan delimitado. Hoy, como ayer, hay interferencias, como ya hacía San Vicente que empezaba por dar de comer, de beber, a los que tenían hambre y sed o vestía a los que carecían de ropas; pero al mismo tiempo, tenía presente la promoción integral, proporcionando aperos y semillas con el fin de que los mismos interesados pudieran hacerse cargo de subvenir a sus necesidades, respetando así el plan de Dios con sus criaturas.

Nunca llega la solidaridad tan a fondo como cuando traba­jamos por restaurar en los hombres su primera identidad. Enton­ces es cuando ofrece todas las oportunidades para que cada uno sea actor de su propia promoción.

Pero en cuanto a nosotros, que queremos ser fieles al designio de Dios revelado en la historia de la Salvación, no podemos olvidar que la solidaridad entre los hombres ha de tomar el mismo camino que Dios tomó al hacerse solidario de todo hombre, en Cristo. Y sabemos muy bien que fue identificándose con los pobres como Cristo se identificó con todos los hombres.

Así se expresaba el Santo Padre, el 17 de mayo último, ante los «constructores de la sociedad», en Paraguay. Les exhortaba a:

«… asumir sus responsabilidades y a desempeñar sus cargos en la sociedad, teniendo siempre ante los ojos la realización del bien común, lo cual supone la creación de las condiciones ne­cesarias para que todos los ciudadanos, sin excepción alguna, puedan desarrollar plenamente su persona».

Y añadía también:

«La propuesta cristiana está caracterizada por el optimismo y la esperanza. Porque se basa en el hombre y, desde un sano humanismo, quiere hacer oir su voz en las instituciones sociales, políticas y económicas… Se trata, con todo, de un optimismo realista, no utópico, ya que es consciente de la existencia, siem­pre perniciosa, del pecado, que se manifiesta también en es­tructuras que en lugar de servir al hombre, se vuelven contra él».

E igualmente:

«Frente a las visiones individualistas o inspiradas en materia­lismos cerrados, esta doctrina social —de la Iglesia— presenta un ideal de sociedad solidaria y en función del hombre abierto a la trascendencia… La vigencia simultánea y solidaria de va­lores como la paz, la libertad, la justicia y la participación, son requisitos esenciales para poder hablar de una auténtica socie­dad».

Entramos plenamente en esta visión tan amplia expresada por Juan Pablo II y en la que tantas veces insiste.

c) Nuestro carácter específico

—      Algo he dicho de él al empezar esta charla. Voy a añadir simplemente que si en nuestra VOLUNTAD y en la REALIDAD somos SOLIDARIAS de los POBRES, lo somos también y ANTE TODO, como se debe, de nuestro prójimo más próximo: nuestras Hermanas.

JUNTAS, en Comunidad de VIDA FRATERNA y, por lo tanto, en SOLIDARIDAD unas con otras, es como hemos sido llamadas a «SERVIR A CRISTO EN LOS POBRES». Nuestro reciente Encuentro de las Visitadoras de todo el mundo tenía precisamente como tema: «EN COMUNIDAD FRATERNA CON MIRAS A UN MEJOR SER­VICIO».

Durante una semana entera hemos profundizado en este tema sin agotarlo…

—      También estamos en solidaridad en el campo más vasto del conjunto de las Provincias y de toda la Compañía, dentro de una unidad verdadera, que se quiso y se consiguió desde los orígenes: tesoro frágil que estamos empeñadas en conservar a toda costa para permanecer fieles a nuestro carisma, partiendo de la línea de nuestro tan conocido lema: «CARITAS CHRISTI URGET NOS».

Sí, la Caridad de Jesucristo nos apremia para que corramos al servicio de las miserias de hoy… Esa Caridad teologal que supera con mucho a la simple filantropía, al altruismo, a la abnegación, fraternidad o cualquiera otro sentimiento…, pero que necesariamente pasa a trevés de la SOLIDARIDAD y de la interdependencia: solidaridad entre nosotras, solidaridad en nuestra colaboración con otras personas, seglares o vicencianos para un servicio mejor a los más pobres, en SOLIDARIDAD con ellos.

—      Es también con un espíritu de HUMILDAD, SENCILLEZ y CARIDAD, —ya lo hemos dicho antes— como podemos servir más eficazmente, en ACTITUD DE SIERVAS, y empleando una ex­presión de San Vicente (el 11 de noviembre de 1657): «con dulzura, compasión, cordialidad, respeto y devoción».

— Digamos, por último, unas palabras sobre esa inquietud por la JUSTICIA que es inseparable de la CARIDAD y, por lo tanto, de la SOLIDARIDAD. Dejaremos hablar sucesivamente a nuestra Madre Guillemin y a nuestra Madre Rogé:

«¡Qué deseo de justicia y caridad, qué respeto escrupuloso a la verdad debemos llevar a lo que podríamos llamar «nuestra vida pública»! En este campo es donde debemos insistir más en vivir el Evangelio, y para ello confrontar de continuo nuestros actos con nuestra Fe, y revisar nuestra conducta para hacer el reajuste necesario» (Madre Guillemin, 1-1-1964).

«…El amor también será el que nos haga sensibles a las exi­gencias de la justicia tal y como las perciben los Pobres. El amor nos hará comulgar con el sufrimiento de los Pobres ante tantos recursos dilapidados para satisfacer falsas necesidades o goces lujosos, mientras existen seres humanos que no pueden satisfacer sus necesidades vitales. La Caridad nos pide que comprendamos y que hagamos comprender, que denunciemos, que esclarezcamos, que busquemos cómo curar el mal de las desigualdades. Si no, ¿cómo haríamos nuestras las aspiraciones colectivas de los más desamparados para así poder trabajar en su evangelización?» (Madre Rogé, 2-2-1985).

… ¡Nada se puede añadir que proyecte más luz!

d) Testimonio de la Hija de la Caridad

— Tenía intención de ilustrar mis palabras con algunos tes­timonios de servicio, dentro de la línea de nuestro tema. Pero al reflexionar sobre ello, me he dado cuenta de que sería una re­petición inútil de los numerosos testimonios que les aportó Sor Rueda el ario pasado en este mismo lugar. Por eso, prefiero remitirles a su interesante intervención de 1987. En efecto, cada uno de los hechos que ella presentó como «POBREZAS DE HOY» podría enfocarse perfectamente bajo el aspecto de la Solidaridad, que no deja de estar presente en todos esos servicios.

Voy a darles, sin embargo un ejemplo —sólo uno— de so­lidaridad, del que he sido testigo lleno de admiración durante mi última estancia en el Viet-Nam, el mes de febrero último…

— Más de 200 Hermanas autóctonas se quedaron voluntaria­mente en su país, a pesar de las dificultades que supuso el cambio de régimen de 1975, cuando marcharon todas las Hijas de la Caridad no vietnamitas a las que expulsó el nuevo gobierno marxista. Estas Hermanas tuvieron empeño en permanecer allí, en solidaridad con sus conciudadanos y aceptaron el contexto en el que iban a tener que vivir: falta de libertad, economía gravemente dañada, etc… Quisieron sobre todo quedarse al ser­vicio de sus hermanos más necesitados que antes por el hecho de los acontecimientos acaecidos. Y allí continúan llevándoles amor, ayuda y cuidados atentos, en tres leproserías, atendiendo a los cancerosos, a los tuberculosos, hambrientos, minusválidos físicos o mentales. Son solidarias también del personal sanitario, de los funcionarios de los Establecimientos, asalariadas como ellos, sujetas a las mismas condiciones de trabajo, que no son nada fáciles: diez días de permiso al año, un salario que alcanza a cubrir las necesidades vitales durante diez días al mes, lo que les obliga a desarrollar otra actividad para suplir esa carencia… Y esa situación la comparten los que están en la cumbre del equipo médico de dirección y el empleado de limpieza más ínfimo.

A nuestras Hermanas se las reconoce como Hijas de la Caridad sin ambigüedad alguna, pese a que el equipo médico dirigente esté compuesto por puros marxistas, como ellas lo saben muy bien. Pude comprobar con mis propios ojos que, al margen de lo que no puedan ser las convicciones personales de cada uno, de lo que no se habla nunca, existe una estrecha colaboración, con pleno respeto mutuo, para lograr el objetivo de enfrentarse juntos con el sufri­miento, el dolor y tratar de aliviarlos. Es una admirable abnegación por ambas partes… «NECESARIA SOLIDARIDAD».

Puedo añadir a esto —y siempre dentro del ámbito de la solidaridad— que enviamos con regularidad desde París —Casa Madre— a los Hospitales en donde trabajan nuestras Hermanas, productos lácteos, alimentos, medicinas, aparatos médicos o qui­rúrgicos, como ayuda humanitaria indispensable. Todo llega con normalidad y se distribuye íntegramente como es debido.

Nuestras Hermanas gozan de gran aprecio por su rectitud, su lealtad, que no se han desmentido nunca desde «el cambio». Al cabo de trece arios, se reconoce su caridad auténtica, ese «su­plemento de alma», a pesar de que ellas se sitúen «de manera diferente», siendo, eso sí, pobres entre los Pobres: «NECESARIA SOLIDARIDAD».

IV. Conclusión

¿Cómo concluir esta exposición? ¡Se podrían decir todavía tantas cosas sobre este tema! Como siempre, me he tenido que contentar con profundizar en algunos puntos, entre otros, porque me han parecido más importantes.

Acabamos de celebrar la clausura del Año Mariano —el 15 de este mes. Sin embargo, para una Hija de la Caridad, cada año que pasa es un Año Mariano… Por eso, citando una vez más el Documento de la Asamblea General, diré:

«… Tomamos a MARIA, la única Madre de la Compañía, como guía de nuestros pasos para revelar a Jesucristo a los Pobres»,

A María, camino de FE y de ESPERANZA.

Los hombres, especialmente los Pobres, esperan de nosotras, efectivamente, una palabra de Esperanza que les permita DAR DE NUEVO SENTIDO A SU VIDA, encontrar la VERDAD, la JUSTICIA, la ALEGRIA, dentro de la SOLIDARIDAD. Por eso, hemos escogido como tema de nuestra Asamblea General de 1991: «LA HIJA DE LA CARIDAD EN Y PARA EL MUNDO DE HOY».

Es verdad que en este mundo en búsqueda, en continua mu­tación, en el que el hombre no cesa de interrogarse sobre el porqué y el cómo de la existencia, tenemos que contemplar a la Santísima Virgen María, la Virgen del FIAT y del MAGNIFICAT.

Con su «si», Ella transformó la faz del mundo, aceptando entrar en ese mundo que se cuestiona, en ese mundo en «peregrinación», haciéndose solidaria de todos, con humildad y confianza, feliz de saber que Alguien más grande que Ella la amaba y la dirigía.

Quiera Dios que con nuestra pobre contribución logremos dar a María, en la vida de los hombres, un puesto privilegiado: a María, Madre de Dios y Madre de todos nosotros, a María, NUESTRA SEÑORA DE LA ESPERANZA.

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