La santidad de Federico Ozanam (I)

Mitxel OlabuénagaFederico OzanamLeave a Comment

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Todos sabemos que Vicente de Paúl plantó un gran árbol “revolucionario” de caridad en el siglo XVII. En este tronco se le han ido injertando otras ramas que, a pesar de tener identidad propia, todas ellas se alimentan de esa savia del Cristo adorador del evangelizador y servidor de los Pobres descubierto por el Santo y que lo adoptó como un carisma especial para él y para toda la larga familia que ha engendrado.

En la primera mitad del agitado siglo XIX en París, Federico fue como otro injerto en ese árbol de caridad de Vicente de Paúl. Su carisma arrastró a una gran parte de la juventud de
su tiempo. Seglar comprometido, se adelantó al quehacer laico en el seno de la Iglesia, siendo precursor de la doctrina social cristiana. Fruto de este fenómeno queda la Sociedad de San ende de Paúl conocida más frecuentemente como «Las Conferencias”. Fundada en 1833 en París por «un grupo-comunidad» de seis jóvenes y cuyo líder principal fue Federico Ozanam. Este grupo estuvo apoyado, alentado y guiado por una Hija de la Caridad. Sor Rosalía Rendú y por un Profesor Manuel Bailly, primer Presidente de la Sociedad.

Hoy día, esta Entidad, es «una verdadera multinacional de la caridad”. Es una Asociación católica, laica, internacional, benéfico-social que se dedica a combatir incansablemente, con sencillez y sin ruido, la miseria, la marginación, el abandono, la soledad, la explotación… y las mil formas de pobreza generada en nuestra Sociedad. Está establecida en 139 países, repartida por la geografía de los cinco continentes y cuenta alrededor de un millón de socios.

En 1849 dieciséis años más tarde, fue instituida la Sociedad en España por Santiago Masarnau, un célebre compositor y músico romántico que hoy día va camino de los altares. Su pro­ceso de canonización está ya en la fase romana.

  1. PERSONALIDAD Y SANTIDAD DE FEDERICO OZANAM

Con la beatificación de Federico Ozanam en el marco de la Jornada mundial de la juventud, que tuvo lugar el 22 de agosto de 1997 en París, la Iglesia, representada por el Papa Juan Pablo II, inspirado por el Señor reconoció con solemnidad y para siem­pre, la santidad de Federico Ozanam.

Esta santidad, hay que buscarla en su gran talla humana, se apoya y sustenta en su humanidad. El Papa Benedicto XVI dijo a los jóvenes en Colonia:

Los santos nos indican el camino para ser felices y nos muestran cómo se consigue ser personas verdaderamente humanas.

Porque, la santidad es la plenitud de la humanidad. Sólo el santo es verdaderamente hombre. Realmente los santos son los grandes revolucionarios de la historia.

La figura que hoy queremos resaltar fue un hombre joven que tuvo una breve existencia, 40 años. Un hombre que vivió la santidad en lo cotidiano: como hijo, estudiante universitario, profe sor, filósofo, hombre de ciencia, esposo y padre de una hija; un hombre de una riqueza espiritual excepcional que elevó el amor familiar, conyugal y paterno a un grado sumo. Un hombre cuyos múltiples y diversos compromisos, defendidos siempre con el mismo vigor espiritual, fueron puesto al servicio de la fe, de la caridad, de la Iglesia, del pobre, de la ciencia, y de la democra­cia; o sea, un hombre plenamente humano que encarna y respon­de al tipo de cristiano con un ideal nutrido del Evangelio y que respondió tanto a los interrogantes de sus contemporáneos como a las inquietudes de nuestra generación.

Federico llevó una vida con entera libertad, su vida fue transformada, sublimada por una santidad adquirida progresivamen­te.

Como todo ser humano superó lo cotidiano, «lo terrible de la vida de cada día», la sucesión de los días, muchos de los cuales transcurren grises y anodinos. Como todos los humanos, Federico se preocupó por su salud, por el destino de los suyos, por sus medios de existencia, por su porvenir, por su éxito, luchó por su promoción en la universidad, por la obtención de premios y con­decoraciones o, simplemente, por la vida que se le escapaba impidiéndole terminar su obra científica.

Ozanam se nos reveló en «la acción y en la entrega». Sus amigos y las personas más allegadas estaban convencidos que era algo extraordinario, que era un santo. Paul Lamanche escribió, treinta años después de haber muerto Ozanam: No he conocido a nadie que tuviera un alma como la suya, solo Nuestro Señor Jesucristo.

Y Paul Claudel, compara la vida de Ozanam con la maravillosa y sobrenatural luminosidad que el sol proyecta en la catedral de Saint-Jean de Lyon cuando atraviesa el rosetón de poniente: Así de maravillosa, dice Paul, es la luminosidad que se derrama en cada una de las piedras de la catedral de la vida de Ozanaml.

Efectivamente, Federico Ozanam, vivió radicalmente la misión de los discípulos de Jesús: «Ser luz y sal de la tierra’. Hizo brillar su luz delante de los hombres, para que viendo sus buenas obras, glorifiquen al Padre que está en el cielo3.

La religiosidad de Federico Ozanam impregnó toda su vida. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que la suya fue una existencia iluminada por la fe, una fe sencilla, serena, y al mismo tiempo, arriesgada. No se redujo a la aceptación de un compen­dio de verdades, sino que fue una entrega que le impulsó en la tarea de construir su propia historia personal según los criterios evangélicos: obras de transformación por el amor.

Juan Pablo II en la homilía de su beatificación dijo:

Fiel al mandamiento del Señor, Federico Ozanam creyó en el amor, en el amor que Dios tiene a los hombres. Él mismo se sintió llama­do a amar, dando ejemplo de un gran amor a Dios y a los demás. Salía al encuentro de todos los que tenían mayor necesidad de ser amados que los demás: los pobres, a quienes, Dios Amor, sólo podía revelarse efectivamente mediante el amor de otra persona. Ozanam descubrió en eso su vocación, y vio el camino al que Cristo lo llamaba. Allí encontró su camino hacia la santidad. Y lo recorrió con determinación.

  1. LA ORIGINALIDAD DE FEDERICO OZANAM

Federico Ozanam fue un gran personaje del siglo xix por varias razones:

  • Por la influencia que tuvo sobre la juventud católica.
  • Por fundar, junto con otros seis jóvenes, la Sociedad de San Vicen­te de Paúl.
  • Por la lucha y revolución en la doctrina social cristiana, comprometido desde su calidad de laico.
  • Por su entrega al servicio de la caridad.
  • Por ser un gran intelectual, el profesor más joven de la Universidad de la Sorbona de París.
  • Pero ante todo y sobre todo por su gran talla humana como hombre, como cristiano, como esposo, como padre y como amigo. Fue el hombre de las bienaventuranzas evangélicas: de espíritu humilde, bondadoso, de corazón puro.

El beato Federico Ozanam, apóstol de la caridad, gran figura del laicado católico del siglo XIX, fue un personaje que desempeñó un papel importante en el movimiento de las ideas de su tiem­po. Estudiante, profesor eminente: primero en Lyon y luego en París, aspiró ante todo a la búsqueda y la comunicación de la verdad, en la serenidad y el respeto a las convicciones de quienes no compartían las suyas.

Aprendamos a defender nuestras convicciones sin odiar a nuestros adversarios escribía; a amar a quienes piensan de un modo diferen­te del nuestro. Quejémonos menos de nuestro tiempo y más de nosotros.

Federico Ozanam aprovechó con visión profética, el momen­to y la coyuntura histórica en que le tocó vivir, supo, como diría Pablo VI: «Escrutar los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz, del Evangelio».

Fue una ocasión propicia para completar la obra del sacer­dote con el laico. He aquí una novedad. Podemos decir que la caridad se secularizó para que unos mensajeros seglares pudie­ran infiltrar en aquellos ambientes un hálito de esperanza, allí donde los estragos de una incipiente industrialización eran evi­dentes y una nueva clase social, el proletariado, sufría una gran explotación a causa de la pobreza y de la ignorancia.

En ese sentido, podemos verdaderamente decir que Federico Ozanam fue un profeta pero de acción. Como afirma en su carta a Ernesto Falconnet en 1834:

Las ideas religiosas no tendrán ningún valor si no tienen un valor práctico y positivo. La religión sirve más para la acción que para el pensamiento.

Precisamente, ciento diez años después de la muerte de Ozanam, el Concilio Vaticano II proclamó la urgente necesidad de este apostolado iniciado por él y los vicentinos, al afirmar en la Constitución dogmática de la Iglesia:

Los laicos están llamados por Dios a contribuir desde dentro a la santificación del mundo a modo de levadura, cumpliendo su propio cometido y guiados por el espíritu evangélico y, de este modo, manifestar a Cristo a los demás, brillando ante todo, con el testimonio de su vida, con la fe, la esperanza y la caridad. A ellos, por tanto, de un modo especial, corresponde iluminar y organizar los asuntos temporales a los que están estrechamente vinculados.

Es preciso reconocer y poner de manifiesto:

Primero que la Obra de Ozanam es pionera de este moderno apostolado seglar para evangelizar y ayudar al mundo.

Segundo, que la obra de visitar a los pobres, enfermos y necesitados en sus domicilios no era nuevo en la historia del cristianismo. Desde su fundación la Iglesia vivió la caridad como esencial a su vida. Ya los primeros cristianos se dedicaron a aliviar necesidades y miserias de los pobres con una misión de diaconía dentro de la Iglesia. De ordinario con escasos resultados por falta de organización y trabas múltiples. Otros también continuaron esta misión a través de los siglos. Como Vicente de Paúl, en el siglo XVII, que ejerció la caridad organizada a través de las Damas y más adelante con las Hijas de Caridad. A pesar del carácter laical que les imprimió, tuvieron votos y vida en común.

La Sociedad de caridad que Federico fundó no exigía votos religiosos, ni especiales devociones, ni una forma determinada. No estaba dirigida por el clero sino por laicos.

Durante el tiempo en que Federico Ozanam fue Presidente de las Conferencias de Lyon se planteó el problema de cierto cariz espiritualista de los miembros, del modo y manera de desenvolverse la Sociedad. Ozanam vio aquí un peligro de que pudiera ponerse bajo la dirección eclesiástica, de tal suerte que fuera absorbida por algunas congregaciones religiosas famosas por aquel tiempo. El hecho sería muy loable, pero muy contrario al fin de la Sociedad. Se llegó a un acuerdo y se establecieron algunas conclusiones:

A partir de la próxima Asamblea General la presidencia efectiva de reunión deberá ser ejercida, no por el Sr. Cura de San Pedro, sino por el presidente de la Sociedad. El Sr. Cura sólo honrará la reunión con su presencia.

Este objetivo se sigue cumpliendo desde los orígenes a nuestros días. El sacerdote tiene sólo las funciones de asesor espiritual.

Al leer y releer las enseñanzas conciliares acerca de cómo debe ser el apostolado de los laicos, vemos cómo Federico Ozanam encarnó en su vida y en su obra esta doctrina con más de un siglo de adelanto: El Concilio apoya esta acción caritativa como el distintivo del apostolado cristiano.

Todo ejercicio de apostolado tiene su origen y su fuerza en la cari­dad… Por lo cual, la misericordia con los necesitados y los enfer­mos, y las llamadas obras de caridad y de ayuda mutua para aliviar todas las necesidades humanas, son consideradas por la Iglesia con singular honor…

Los seglares deben completar el testimonio de su vida con el testi­monio de la palabra. En el campo del trabajo, de la profesión, del estudio, de la vivienda, del descanso o de la convivencia, son más aptos los seglares que los sacerdotes para ayudar a sus hermanos, porque muchos hombres no pueden escuchar el Evangelio ni cono­cer a Cristo más que por sus vecinos seglares…

Mª Teresa Candelas. CEME.

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