La obra de Federico Ozanam (VIII)

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CRÉDITOS
Autor: Léonce Celier .
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ESTUDIOS HISTÓRICOS

Trabajador encarnizado, Ozanam ha cubierto con su fina escritura de miope un número inmenso de páginas: cartas, notas de viaje, notas para los cursos, comunicaciones, y manuscritos largos o breves. Y, desde su adolescencia hasta su muerte, lo que publicó fue considerable. Un modesto erudito, el padre Galopin, sacerdote rural en la Bresse chalonesa, ha consagrado durante años sus escasos ocios y sus fuerzas para recensionar todo lo que ha constituido la obra impresa de Federico Ozanam, desde la simple reseña hasta el libro. La Bibliografía que nos ha ofrecido no cuenta menos de 297 números, comprendiendo, es verdad, ocho publicaciones o reimpresiones póstumas. No nos proponemos analizar esta masa de trabajos, grandes y pequeños. Podemos, sin embargo, intentar recoger las líneas generales, clasificándolas en dos órdenes de ideas: el designio histórico y apologético de Ozanam y su acción social y caritativa.

Dichoso de su fe reconocida, Ozanam, a partir de sus dieciocho años, concibió el proyecto de escribir una vasta obra que hubiera podido titular: Demostración de la Verdad cristiana por la antigüedad de las creencias históricas, religiosas y morales. He ahí cómo habla de ello a Falconnet, en una carta del 4 de septiembre de 1831:

«Nunc animis opus, Aenea, nunc pectore firmo.

»Aquí hay que armarse de valor y de resolución para lanzarse a inmensas investigaciones: pues hay que contar que vamos a dar la vuelta al mundo. Se trata de describir todas las religiones de los pueblos de la Antigüedad y de los pueblos salvajes; trátase de reunir, en un solo cuadro, todas las creencias y sus fases. Hay que reconocer la genealogía, el parentesco de las diversas religiones, cómo las creencias madres se han dividido en sectas, en múltiples ramas… Finalmente… hay que estrujar cada mito para poder descubrir el espíritu y el sentido… y, separando a un lado todos los elementos secundarios, variables, relativos a los tiempos, a los lugares y a las circunstancias, recoger, como el oro en el fondo de un crisol, el elemento primitivo, universal: el Cristianismo…

»Entonces se ofrecería a nuestras miradas: en el primer plano, la creación del hombre y la revelación primitiva; luego el pecado y la corrupción de la creencia; y por fin los desarrollos y las subdivisiones de cada una de esas fuentes alteradas y la permanencia de la tradición de la ley mosaica hasta el día de Cristo.

»Y una vez llegados aquí, si la muerte o la vejez no nos han detenido todavía, veríamos elevarse la gran figura del Cristianismo con todo su esplendor: Cristo, la filosofía de su doctrina presentada como la ley definitiva de la humanidad; luego, su gloriosa aplicación durante dieciocho siglos, y, finalmente, la determinación del porvenir.

»…Ya puedes comprender que este trabajo necesita unos conocimientos bastante profundos de la geografía, la historia natural de cada país, la astronomía, la psicología, la filología, la etnografía…».  

Este inmenso trabajo, hacia el cual espera Ozanam arrastrar a algunos amigos, sobrepasaba las fuerzas de un hombre solo, por muy poderosamente dotado que estuviera, e incluso las de un equipo de jóvenes entusiasmos. Los estudios del futuro apologista, su entrada en la carrera del Derecho, le hicieron aplazar sus proyectos, pero no a olvidarlos. Cuando en 1840, Ozanam, aprobado ya para ocupar la agregación de Letras, fue escogido como suplente para la cátedra de Literatura comparada, de la que su maestro Fauriel era el titular, no tardó en ver, en la enseñanza de la que se había encargado, la ocasión de reemprender, bajo una forma algo diferente, mejor adaptada a lo que él sabía y podía hacer, el gran designio apologético de su adolescencia. Orientó sus lecciones hacia el estudio de las costumbres, de la civilización y de las creencias, antes que hacia el análisis de las formas literarias. Pasados algunos años, pensó en integrar las publicaciones que había dejado atrás con las que proyectaba hacer, dentro de un plan razonado: el de una historia de las letras y de la civilización durante la Edad Media, en donde él demostraría cómo la Iglesia ha recogido lo mejor de la herencia antigua y forjado en la Europa bárbara el pensamiento, el arte y las costumbres de la cristiandad. Expone este plan, el 26 de enero de 1848, a su amigo Foisset:

«…Mis dos ensayos sobre Dante y sobre los germanos, son para mí los dos jalones extremos de un trabajo del que hice ya una parte en mis lecciones públicas y que desearía reemprender para completarlo. Sería la historia literaria de los tiempos bárbaros: la historia de las letras y, por consiguiente, de la civilización, desde la decadencia latina y los primeros principios del genio cristiano hasta el fin del siglo xviii… El tema sería admirable, pues se trata de dar a conocer esa larga y laboriosa educación que la Iglesia dio a los pueblos modernos.

»Empezaría por un volumen de introducción, en el que intentaría demostrar el estado intelectual del mundo al advenimiento del Cristianismo, todo cuanto la Iglesia podía recoger de la herencia de la antigüedad, la forma cómo la recogió y, por consiguiente, los orígenes del arte cristiano y de la ciencia cristiana…

»Vendría después el cuadro del mundo bárbaro… luego su entrada en la sociedad católica y los prodigiosos trabajos de esos hombres como Boecio, Isidoro de Sevilla, Béde, san Bonifacio, que no permitieron que llegara la noche, que llevaron la luz de un extremo a otro del imperio invadido…, y que fueron pasándose de mano en mano la antorcha hasta Carlomagno…

»Haría ver todo cuanto se hizo de grande en Inglaterra en tiempos de Alfredo, en Alemania bajo los Otones, y llegaría así hasta Gregorio VII y las cruzadas,

»Tendría entonces los tres siglos más gloriosos de la Edad Media: los teólogos… los legisladores…, toda la querella del sacerdocio y del imperio; los municipios, las repúblicas italianas, los cronistas y los historiadores; las universidades y el renacimiento del derecho; tendría toda esa poesía caballeresca, patrimonio común de la Europa latina, todas esas tradiciones épicas particulares a cada pueblo, y que son el principio de las literaturas nacionales.

»Asistiría a la formación de las lenguas modernas, y mi trabajo terminaría con La Divina Comedia, el mayor monumento de aquel período, que es como un resumen de toda una época y constituye su gloria.»  

No tuvo tiempo para construir este vasto edificio. Excavó los cimientos, reunió los materiales de varias partes y ofreció a sus alumnos y al público unos fragmentos más o menos importantes. Los encontramos en los libros donde figuran reproducidas sus lecciones de la Sorbona, así como en casi todos sus escritos, que constituyen su obra histórica, obra de la que este plan asegura la unidad.

  1. — La Iglesia y la herencia antigua. El «volumen de introducción» que Ozanam pensaba colocar a la cabeza de su gran obra, lo encontramos más o menos realizado en las veintiuna lecciones que él profesó en 1849-1850. Dudaba de entregar al público este trabajo. He ahí cómo habla de ello a J.-J. Ampére:

«Vuestro servidor regresaba de viaje con una infinita .necesidad de someter a su atención importantes proyectos de trabajo. Llevo en estas carpetas mis taquigrafías del año último, todo un libro para escribir con este título: El siglo quinto. Introducción a la Historia literaria de los tiempos bárbaros. Antes de considerar los peligros que la barbarie hizo correr al espíritu humano en el momento en que la barbarie iba a convertirse en dominadora, lo que iba a perder, lo que iba a ganar, lo que era preciso arrancar del gran naufragio, yo me hallé conducido al estudio del siglo quinto, como una introducción a la historia de los siglos siguientes. El tema es hermoso, pero vacilo en empezarlo; lo sé demasiado y demasiado poco: demasiado poco para tener la conciencia en reposo: ¿cómo hablar de todos esos grandes hombres sin haber vivido antes diez años con ellos?… Por otro lado, conozco demasiado, demasiados detalles… corro el peligro de perder de vista lo que constituiría el interés particular de mi trabajo… Desconfío también de la monotonía y la solemnidad de mi estilo… Yo me pregunto si mis hombros son lo bastante fuertes como para llevar esta carga…, si vale la pena escribir para añadir algunas hojas más a las que el viento de cada invierno barre de nuestros jardines y de la memoria de los hombres.»  

De hecho, tan sólo las cinco primeras lecciones fueron publicadas por él en El Corresponsal. A pesar de los escrúpulos de su amigo, Ampére vio allí «uno de los fragmentos a la vez más ele- vados y más acabados que hayan jamás salido de su pluma». Las dieciséis últimas lecciones han sido impresas en 1855 por la atención del propio Ampére, sacadas de la taquigrafía. El conjunto forma, bajo el título La Civilización en el siglo quinto, los dos primeros volúmenes de las Obras completas. Sin embargo, a partir de la lección décima, Ozanam se consagra casi por entero a las costumbres y las instituciones de los cristianos. Es en las nueve primeras que podemos buscar su pensamiento sobre el paganismo en su declive, sobre la muerte de los ídolos y sobre las supervivencias paganas, sobre el derecho y las instituciones, sobre el arte y las letras en el Bajo-Imperio, así como el uso que la Iglesia podía sacar de ello y sobre la forma en que lo asimiló. Plotín y Símaco, Claudio, Macrobio, Donato, Ausonio y Apolinario, Julián y Honorio, Agustín, Máximo, Ambrosio y Jerónimo son, con muchos otros, citados como testigos. Hechos abundantes, sin duda, pero el orador —puesto que se trata aquí de elocuencia más que de investigación científica—, no pierde jamás el hilo conductor, y este inventario de la herencia antigua responde muy bien a sus propósitos : introduce al lector al estudio histórico y literario de los tiempos bárbaros.

Ozanam adolescente, como se sabe, había concebido las más vastas ambiciones. Su curiosidad no se había confinado en los últimos siglos de la Antigüedad romana, sino que se había extendido hasta la historia religiosa de todos los pueblos antiguos. Encontramos señales de sus abundantes lecturas en algunos artículos que La Revista Europea y El Universo religioso publicaron en los tiempos en que él se sumergía, por deber, en los  artículos del Código : sobre las Creencias religiosas de China, las Leyes de Manou, y el Libro del

Pastor de Hermas, así como también en numerosos comentarios. Estas migajas no deben ser negligidas, pues ellas demuestran la apertura de su espíritu a la vez que la conciencia con que se preparaba para su función de historiador apologista.

  1. Cuadro del Mundo bárbaro. Este cuadro fue en su mayor parte compuesto y publicado por Ozanam. Las últimas lecciones de La Civilización en el Siglo quinto nos ponían ya en presencia de los germanos instalados en el Imperio, en contacto con el Cristianismo. Pero no era todo eso solamente lo que Ozanam se proponía hacer a continuación de su introducción. Fue a buscar a los bárbaros en su país para ponerlos en lo que era la base de su gran exposición histórica y literaria. Desde 1845 «trabajaba tanto como le era posible en su interminable volumen». Este volumen apareció en la casa edito- ra Lecoffre, en 1847, con el título Los germanos antes del Cristianismo. Dos años más tarde, publicó el segundo volumen, titulado La civilización cristiana y los francos. Los dos reunidos constituyen los Estudios germánicos, que ocupan los números tres y cuatro entre los tomos de sus Obras completas. Los títulos son, aquí, algo engañadores. El trabajo es menos fragmentario de lo que podría hacer creer. El objeto que se proponía Ozanam, es decir, la historia del pensamiento, de las instituciones y de las costumbres en los pueblos que formaron la Europa occidental, se encuentra allí tratado a través de los ocho primeros siglos de la Era cristiana.

Si constatamos algunas lagunas es porque no era posible, sin duda, que el autor las llenara. En su primera parte abraza, no solamente el origen de los diversos pueblos germánicos, su religión, sus leyes, sus lenguas, su poesía, con amplios panoramas abiertos sobre otros pueblos, según el método comparativo, que era el del profesor, sino también todas las reacciones del romanismo sobre las poblaciones de Germania. En cuanto a la segunda parte, desborda ampliamente a Francia. La ausencia de toda perspectiva asiática impide sin duda a Ozanam dar verdadera cuenta de las invasiones, pero en el terreno en que se ha colocado, no descuida nada para mejor pintar las relaciones de todos los bárbaros con el Cristianismo, en la Galia, naturalmente, pero también en Italia, en Irlanda, en Inglaterra y en todo el territorio alemán. Hasta en los tiempos de Carlomagno sigue las iglesias, las monarquías, las letras y las escuelas en casi todos los reinos. Aña- diremos a esos dos la copiosa memoria sobre La Instrucción pública en Italia en los tiempos bárbaros, inserta como apéndice en el tomo II de las Obras,’ y podremos decir que Ozanam pudo, en suma, dar la última mano a la base fundamental de su monumento. Es probable que hubiese tenido que hacer algunas adiciones, si la vida se lo hubiera permitido, pero el fondo de su pensamiento nos lo legó por completo. Más allá de la exposición histórica, leal y escrupulosa, es ante todo un pensamiento cristiano:

«Ya era hora, nos dice en el Prefacio, de mostrar al Cristianismo acabando la obra que había desesperado a la política de los Césares. A medida que la antigua Roma pierde terreno y batallas, a medida que ella se da cuenta de que está gastada y agota contra los bárbaros sus tesoros y sus ejércitos, todo cuanto tenía de poder, una nueva Roma completamente espiritual, sin otro poderío que el pensamiento y la palabra, recomienza la conquista, espera a los bárbaros en la frontera para sujetarlos en el momento en que ellos se van adueñando de todo, y finalmente penetra en su casa, en el corazón de Germania, para buscar allí a las naciones retrasadas y recalcitrantes. Mientras que los godos, los vándalos y los lombardos se pasan al arrianismo, que les perderá, la fe se ampara del pueblo de los francos; a partir de este momento las invasiones han encontrado su barrera, y el imperio romano, a sus sucesores. Yo me acerco a este pueblo, por cuya grandeza todo el Occidente trabaja, y, estudiando en él la civilización cristiana, llego al punto en que ésta reposa radiante sobre los germanos… Me detengo en la conversión de los normandos en el momento en que, estos últimos, llegados con la invasión y penetrados ya por la cristiandad, nos permiten asegurar que en el Norte ya no existen bárbaros.»

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