I. Avanzando hacia lo fundamental
Gracias por su invitación para hablar sobre la educación a lo largo de la vida y la formación permanente en la Congregación de la Misión. Lo considero como una invitación a reflexionar sobre nuestra vocación personal y común para crecer en nuestras propias vidas como seres humanos, discípulos de Jesús, seguidores de Vicente, misioneros, hermanos unos de otros, amigos de los pobres y amigos de los sacerdotes. No pretendo ninguna especialidad en este campo, aunque la formación ha ocupado una parte muy importante de mi vida en comunidad. Me imagino que he sido invitado por mi responsabilidad actual como Director del programa del CIF. Conocer misioneros de toda la Congregación ha sido una bendición grande para mí y espero que lo que tengo que decir de alguna manera exprese lo que yo he aprendido de ellos, de sus aspiraciones y esperanzas, sin olvidar su satisfacción por la oportunidad de venir al CIF. No hablo hoy concretamente sobre el CIF, sino más bien sobre la llamada que recibimos a crecer hasta el final de nuestra vida. Dado que no estoy aquí como experto, he elegido hablar de mi experiencia y compartir con vosotros mis convicciones. Espero ser concreto y específico, no para que estéis de acuerdo en todo, sino para que tengáis algo específico que estimule vuestra propia reflexión y evoque vuestra experiencia propia y vuestras convicciones.
Una nueva generación de líderes para el siglo XXI. Vosotros sois una generación nueva de líderes para el siglo XXI. Yo estuve presente en la última Asamblea General de 2004, no como delegado sino para informar a la Asamblea sobre el CIF. Recibí una sorpresa grande al llegar a la Asamblea. Habiendo asistido a las cinco Asambleas Generales anteriores, esperaba conocer a muchos o a la mayoría de los delegados de la Asamblea del 2004. Pero descubrí al llegar que muchos de los provinciales y la mayoría de los delegados participaban en su primera asamblea. Para mí fue una Asamblea de nombres y caras nuevas. Después de superar la sorpresa, me di cuenta de que el liderazgo de la Congregación había pasado a manos nuevas más jóvenes, lo que me hiso feliz. La Asamblea de 2004 siendo la primera Asamblea General del siglo XXI me hizo comprender que teníamos una generación nueva de líderes — vosotros mismos — para un nuevo siglo en la vida de la Compañía.
La oportunidad de participar en cinco Asambleas Generales me ha dado una perspectiva sobre la evolución de la comunidad en los últimos cuarenta años, que quisiera compartir con vosotros, porque pienso que da un contexto para el trabajo de este encuentro. La trayectoria de la Compañía desde el Concilio Vaticano Segundo ha sido una gracia. Conocer de donde venimos y «hacia donde vamos» ayudará a centrar el tema del Aprendizaje de toda la Vida y la Formación Permanente en perspectiva, y puede ayudar a contextualizar el camino hacia adelante.
Una trayectoria agraciada. Las dos primeras Asambleas Generales después del Concilio, 1968-1969 y 1974, fueron tiempos de esfuerzos, conflictos, choques de visiones cósmicas y esperanzas para el futuro. Fue un tiempo en que los misioneros se esforzaban por conocerse mutuamente y conocer sus situaciones, los modos de pensar de unos y otros, saber qué palabras valoradas por un grupo tenían un significado distinto y a veces negativo para otro grupo. Finalmente, fue un tiempo de superar falsas impresiones, estereotipos, prejuicios y proyecciones. También hubo un cambio en los centros de influencia. El predominio de la lengua inglesa en 1968-1969 dio paso a las convicciones españolas, francesas e italianas sobre Jesús el evangelizador (y liberador) de los pobres — la agenda preparada por las provincias para la Asamblea de 1974 se rechazó y la Asamblea se dedicó ella misma a exhortaciones pastorales para los misioneros. Fue mi primera Asamblea y para mí estuvo marcada por mutuos malentendidos así como por serios esfuerzos en superar dichos malentendidos. Retrospectivamente, creo que fue la primera fase para llegar a ser una comunidad internacional y global, no sólo geográficamente, que ya éramos, sino relacionados, corporativamente y como misioneros.
La fase siguiente en nuestra evolución como comunidad internacional, con una misión global, ocurrió en las Asambleas de 1980 y 1986. Durante nueve semanas en el verano de 1980 la Asamblea General trabajó para escribir las Nuevas Constituciones y los Estatutos. Parecía existir un nuevo nivel de entendimiento y diálogo, nuevos esfuerzos para comunicarse y comprenderse unos a otros. La Asamblea estuvo estancada durante semanas sobre si la Congregación tenía uno o tres fines, pero finalmente resolvimos el problema de forma aceptable para toda la Asamblea. La imagen de Cristo el Evangelizador de los Pobres fue asumida como la expresión propia del fin de la Comunidad con la comprensión clara de que se realizaba en una triple forma. El documento final pertenecía a una Asamblea unida y a una Congregación unida. Seis años más tarde, la Asamblea General de 1986 profundizó este vínculo a través del tema, «Un Cuerpo, Un Espíritu en Cristo».
La tercera fase en nuestra evolución post-conciliar nos empujó desde la unidad interna a la misión global y el servicio especial vicenciano. La Asamblea de 1992, en la que el P. Maloney fue elegido Superior general, ordenó la colaboración inter-provincial y una nueva iniciativa misionera. La Asamblea de 1998 encaminó a la Congregación a extenderse también, esta vez en colaboración activa con los miembros increíblemente numerosos e incesantemente activos de la Familia Vicenciana.
Este viaje desde el conflicto y la incomprensión mutuos (1968-1969 y 1974) a la unidad y el entendimiento a través del esfuerzo y el diálogo (1980 y 1986) y desde entonces al servicio misionero expansivo de las misiones internacionales y compromisos con la Familia Vicenciana (1992 y 1998), fue algo que nadie programó. Se contempla sólo en retrospectiva y de este modo, yo creo, debe ser atribuido al Espíritu Santo. Naturalmente, nos lleva a la pregunta: ¿adónde vamos desde aquí? Cualquiera que sea el tema elegido para la próxima Asamblea General, no lo sé, pero presumo que el Aprendizaje a lo largo de la Vida y la Formación Permanente será un componente clave de cualquier dirección estratégica que elijan.
¿Qué es la formación a lo largo de toda la vida?
He aquí algunos factores que deben entrar en consideración sobre la Formación Permanente. Pueden añadir otros.
Crecimiento. La formación permanente tiene que ver con un marco mental y un compromiso para crecer durante toda nuestra vida. La formación inicial es sólo una introducción a nuestro estilo de vida y un fundamento para lo que va a venir. Hace años, la formación inicial era sólo formación final, excepto para algunos que continuaban para especializarse en alguna área académica. Pero, hoy, la formación permanente es parte integral de nuestro viaje de toda la vida.
Transformación. La formación aspira a la transformación. Esta es la idea de Rosemary Haughton hace mucho tiempo. La meta real es la transformación, que compromete la libertad de la persona individual para responder al Espíritu Santo. La formación proporciona el contexto y el material para la transformación. Podemos formar a las personas en el sentido limitado de socializarlas en las prácticas, costumbres y estilo de vida de la comunidad. Pero el proceso de una auténtica formación apunta más allá de ella misma, donde de hecho no puede ir, es decir, dentro del mundo de la libertad del individuo y la acción del Espíritu Santo. Me parece que la grandeza y las limitaciones de la formación se encuentran en ubicar la formación como algo significativamente más que socialización y significativamente menos que transformación.
Viaje. La formación permanente realiza una contribución grande al viaje desde el falso yo al verdadero yo, desde la generosidad para amar, desde conocer quien nos ha dado la vida para los hermanos, desde la pobreza en tercera persona plural (otros son pobres) a la pobreza en primera persona de singular (yo soy el pobre, como Vicente). Fomenta el viaje de la oración a la contemplación, de la conformidad social a la auto-autoridad, y del discurso indirecto (repitiendo lo que otros han dicho) al discurso directo (hablando la Palabra de Dios que ha llegado a ser mía propia).
Algunos, comparando los discípulos de los rabinos con los discípulos de Jesús, han notado ciertas diferencias claves, entre las cuales está que los discípulos de los rabinos esperan eventualmente ser ellos mismos rabinos, mientras que los discípulos de Jesús nunca se diploman. Nosotros somos discípulos toda la vida, aprendices. Nuestro viaje está dentro del inefable misterio del amor de Dios mediatizado por los anawim que Dios ha constituido en lote nuestro.
Santidad. Ha llegado a hacerse habitual hablar de conversión, no como un acontecimiento aislado que cambia la vida sino como una realidad permanente, una conversión permanente. No nos convertimos sólo una vez, cuando respondemos afirmativamente con todo nuestro corazón y nuestra alma a la invitación de Jesús para venir y seguirle. Después de nuestra respuesta inicial a la proclamación del Evangelio y la invitación de seguir a Cristo evangelizando a los anawim, está la invitación diaria a la conversión y a la transformación en Cristo. Si hablamos de conversión o metanoia en el mundo cristiano, el Este habla de Iluminación como meta de este viaje.
Competencia. La formación inicial nos introduce en la vida y misión de la comunidad y nos coloca o nos hace avanzar en el camino a la santidad. Los Votos confirman nuestro compromiso de evangelizar a los pobres durante toda nuestra vida, y el sacerdocio o la hermandad concreta nuestro papel en la evangelización. Pero esto es un punto de partida. Tendremos ciertamente que crecer en competencia ministerial y quizás también desarrollar competencias y técnicas profesionales. La imagen nueva de sacerdote que esta emergiendo gradualmente desde el Concilio Vaticano Segundo requiere una multitud de nuevas competencias, especialmente competencias para proclamar la Palabra de Dios y evangelizar a los anawim. La primacía del bautismo, la emergencia del laicado y el desarrollo de todos los ministerios laicales exigen técnicas para construir la comunidad, escucha, colaboración y liderazgo dinámico. Los líderes, dicen, se hacen no nacen, incluyendo los líderes clericales y religiosos.
En línea con los tiempos. El Papa Juan XXIII dijo que el Concilio Vaticano Segundo era sobre el aggiornamento, porque percibía que la Iglesia no caminaba con los tiempos actuales. No se si nosotros nos hemos puesto al día o no, pero nos corresponde relacionarnos con nuestros contemporáneos y estar en contacto con lo que ocurre hoy. No tiene valor estar por detrás de los tiempos. San Vicente estuvo al corriente de su tiempo. Volveré a esto más tarde.
Una Meta con Visión Orientadora. Cuando Juan XXIII abrió el Concilio Vaticano Segundo en 1962, dijo, «La Divina Providencia nos dirige hacia un nuevo orden de relaciones humanas…». El explicó más tarde que se trata de un orden en el que la gente resolverá sus dificultades y diferencias sin violencia. Pablo VI y Juan Pablo II han hablado ambos de crear una civilización del amor. Aquí tenemos un Evangelio y una visión eclesial que anima nuestra formación permanente. Cuando este orden nuevo de relaciones humanas y esta civilización del amor se centran en el más pequeño de nuestra sociedad y sobre los servidores sacerdotales tiene un rostro Vicenciano.
Creo que la meta de la formación permanente merece atención especial. Thomas Merton ha dicho que vivimos en un mundo de medios perfectos y fines confusos. Podemos saber mucho sobre procesos, sólo si sabemos a donde vamos.
¿Cuáles son los dinamismos básicos de la Formación Permanente?
1. El dinamismo básico de la formación permanente es el mismo del desafío dinámico del Concilio Vaticano Segundo, es decir, 1) «Recursos» y 2) responder a «los signos de los tiempos». Estamos llamados a volver a las fuentes, al carisma del Fundador, y proyectarlo en el marco contemporáneo a través del discernimiento de los signos de los tiempos.
2. «Recursos». Creo que la comunidad puede felicitarse sobre nuestra vuelta a las fuentes desde el Concilio Vaticano Segundo. Coste está disponible en italiano, español, inglés y polaco. Estudios, revistas, semanas de estudio, talleres, seminarios, páginas web, SIEV y CIF, todos han contribuido a nuestro conocimiento de San Vicente. Las dimensiones históricas y humanas de la vocación de Vicente y el viaje hacia la santidad ha remplazado a un Vicente históricamente distante. Todos estamos contentos con los resultados. Vicente ha llegado vivo para nosotros dentro de la comunidad y la gran Familia Vicenciana por caminos no soñados. Por supuesto, hay mucho por hacer, y parece ser que estamos preparados para hacerlo. Entre paréntesis, SIEV busca fomentar una nueva generación de especialistas Vicencianos.
3. «Los signos de los tiempos». Las Constituciones y los Estatutos de 1980 fueron nuestro mejor esfuerzo para expresar el significado y el camino de Vicente para nuestros tiempos a la luz del Vaticano II y lo que estábamos aprendiendo de Vicente. Pero, éramos conscientes inmediatamente de que era el comienzo y no el final del re-descubrimiento de nuestras raíces. El segundo párrafo de las Constituciones, que fue sombreado por toda la atención dada al primer párrafo sobre «el seguimiento de Cristo Evangelizador de los Pobres», apunta a los desafíos futuros y la dinámica de la conversión y el discernimiento permanentes. Dice así:
2. Supuesto este fin, la Congregación de la Misión, atendiendo siempre al Evangelio, a los signos de los tiempos y a las peticiones más urgentes de la Iglesia, procurará abrir nuevos caminos y aplicar medios adaptados a las circunstancias de tiempo y lugar, se esforzará además por enjuiciar y ordenar las obras y ministerios, permaneciendo así en estado de renovación continua.
Más que ningún otro párrafo de las Constituciones, éste es nuestro mandato para un discernimiento de toda la vida y una renovación permanente. Los dos primeros párrafos establecen la dinámica fundamental de nuestra vocación: seguimiento de Cristo evangelizando a los pobres en las circunstancias actuales. Está en el corazón de nuestra vocación que estemos en contacto con nuestros tiempos, en contacto con lo que esta ocurriendo, lo que sigue adelante. Pero esto no es meramente sobre información y noticias, hay que hacerlo desde la fe. Discernir los signos de los tiempos significa verlos con la mente y el corazón de Cristo. «Tanto amó Dios al mundo…». Solamente el amor de Dios que está en el corazón de nuestra vocación nos guardará de retirarnos a entornos seguros del mundo contemporáneo y nos dará la simpatía para apreciar el bien que está ocurriendo y el desafío que tenemos delante.
Adelante hacia lo fundamental
Hace más de veinte años, uno de vosotros fue invitado por la provincia Central para darnos una jornada de oración y reflexión como preparación para una asamblea provincial. Todavía recuerdo la charla. Nuestra provincia estaba dividida entre misioneros que insistían en volver a lo básico y misioneros que querían ir adelante con nuevas obras. El conferenciante dijo que cada grupo tenía razón, pero no del todo, quizás cada grupo tenía media verdad. Eso tuvo un efecto unificador en nosotros. Después, pensé que el título de esta charla podía haber sido: «Adelante hacia lo básico». Lo básico de la fe, la oración, el amor, la comunión y el sacrificio son absolutamente necesarios, pero no queramos encontrarlo volviendo a los años cincuenta o a un mundo que ya ha pasado. Solamente lo encontraremos si avanzamos comprometidos con los desafíos de hoy y de mañana y el mundo nuevo que está naciendo.
Estos comentarios han sido una orientación general sobre formación permanente. Esta tarde me gustaría reflexionar sobre la formación permanente de cada misionero individual, y mañana sobre la formación permanente de la comunidad.
II. El viaje de Vicente y el nuestro
Volviendo a las fuentes se revela el lado humano de la santidad de Vicente, nos muestra la riqueza y el calor de sus relaciones, poniéndole en relación con su sociedad y los acontecimientos de su tiempo, y en general, sensibiliza nuestro corazón dejándonos con una valoración profunda de la persona real que fue Vicente. Me gustaría resaltar tres dimensiones de la vida de Vicente que son significativas para nuestra formación permanente.
El camino de Vicente
El viaje de Vicente a la santidad fue gradual. Una de las cosas que los participantes en el CIF más aprecian es el hecho de descubrir el lado humano de Vicente. Se experimenta mucha alegría al conocer el camino de Vicente, esto es, conocer las dimensiones humanas e históricas de su viaje desde las ambiciones financieras hasta llegar a ser el Apóstol de la Caridad. Vicente descubrió la bondad de la gente en Clichy, su propia pobreza en su prueba de fe, la pobreza espiritual de las personas en las propiedades de Gondi, en Folleville, las necesidades de los pobres enfermos en Chatillon, la bondad humana de Francisco de Sales, el peso de su misión fallida a su familia y su liberación de ella, la sinergia de trabajar con compañeros en misión (Luisa, etc.). El viaje de Vicente hacia los pobres fue al mismo tiempo un viaje hacia la libertad, hacia la verdadera libertad evangélica.
Vicente encontró a Dios en la historia, en los acontecimientos, en las circunstancias y en las personas. Creo que esto es lo que le separó definitivamente de Berulle. Berulle se concentraba en la liturgia celeste y veía al sacerdote como un reflejo de esa santidad perteneciente a otro mundo. Vicente, por otra parte, encontró a Dios presente en este mundo: en los acontecimientos, en las circunstancias, en las experiencias, en las gentes, en el pobre. El Jesús de Berulle era el Señor Resucitado; el Jesús de Vicente era el Jesús terreno de Nazaret conocido en los misterios de su existencia histórica. Para Vicente «Dios está aquí».
André Dodin solía decir que Vicente no tenía una espiritualidad, sino más bien un Camino, un Camino que estaba basado en la experiencia. El encontró a Dios en la experiencia y en los acontecimientos; por ejemplo, en su encuentro con Francisco de Sales, o la entrega de Margarita Naseau para ayudar a las Señoras, o el reto del hugonote en Montmirail sobre el abandono de los pobres campesinos, o la pérdida de la granja de Orsigny. Dodin definió el Camino de Vicente en tres pasos: primero, experiencia; segundo, reflexión a la luz del evangelio, y, tercero, la acción dirigida por la fe y criterios claros. Vicente no fue un ideólogo, no comenzó él por las ideas, conceptos, sueños y planes. El trató con los acontecimientos y discernió la presencia de Dios en ellos. Esto nos lleva a saber que nuestro mundo es hoy diferente del mundo de Vicente, de tal modo que los acontecimientos a los que él respondió no son los acontecimientos que nosotros experimentamos. Dios nos habla en los acontecimientos de hoy. Estamos llamados a responder con su carisma. Esto hace que el carisma de Vicente sea permanentemente actual.
Vicente fue un hombre de su tiempo. Nos gusta citar las palabras de Vicente sobre ser infinitamente creativos. Pero la primera cosa que tenemos que imitar en Vicente es permanecer en contacto con nuestro tiempo. Vicente estuvo en contacto son su tiempo. Pocas cosas ocurrían en Francia que Vicente no tuviese conocimiento de ellas (o respondiese a ellas).
Porque Vicente fue un hombre de su tiempo, estamos invitados a ser hombres de nuestro tiempo. Porque Vicente encontró a Dios en la historia, en los acontecimientos, en las personas (más que en las ideologías y en las teorías) el Camino de Vicente es siempre relevante. Su tiempo no es nuestro tiempo, pero la fidelidad a sus caminos significa para nosotros pertenencia a nuestro tiempo — ser hombres de nuestro tiempo. Y esto es lo que experimentamos al escribir las Constituciones y los Estatutos en 1980.
Sabemos que Juan XXIII creía que la Iglesia caminaba desfasada de su tiempo y necesitaba actualizarse. Ese es el significado del «aggiornamento». Algunos dicen que la etapa del «aggiornamento» ha concluido y que estamos en una etapa nueva, llamada «re-fundación» o «re-invención». Quizás sin saberlo eso es lo que hicimos al escribir las Constituciones en 1980. Nos auto-redefinimos y lo que significa ser vicenciano actualmente y en el futuro.
Las Constituciones suponen un empuje para el futuro. Ayer cité el segundo párrafo importante de las Constituciones. Este es el estatuto para la formación permanente con relación a las realidades de nuestra sociedad y cultura, y los acontecimientos de nuestro tiempo. Es uno de los dos pilares de las Constituciones. Ello exige:
- Atención a los signos de los tiempos
- Atención a las llamadas más urgentes de la Iglesia
- Abrir nuevos caminos
- Utilizar nuevos medios
- Adaptarse a las circunstancias de tiempo y lugar
- Evaluar y planificar trabajos y ministerios
- Permanecer de esta forma en estado de renovación permanente
Este párrafo nos vincula a lo que va avanzando y establece un marco de crecimiento, desarrollo y conversión para la comunidad y para el individuo. Está en continuidad con el párrafo 77 que dice:
1. Nuestra formación en un proceso permanente, tendrá como finalidad que los miembros, animados por el espíritu de san Vicente, lleguen a ser capaces de llevar a cabo la misión de la Congregación.
2. Por consiguiente deben crecer diariamente en el conocimiento de que Jesucristo es el centro de nuestra vida y la regla de la Congregación.
En el mismo párrafo 81 se afirma:
La formación de nuestros miembros debe continuar y renovarse a lo largo de toda la vida.
Esta insistencia en la formación de toda la vida y el crecimiento permanente con relación a las necesidades y acontecimientos actuales es nueva.
En 1980, nosotros nos re-inventamos. Pasó mucho tiempo antes de que yo entendiera las Constituciones y los Estatutos como un reinvento de nosotros mismos, pero eso es lo que son. La diferencia entre los 326 años (1658-1984) cuando seguíamos las Reglas Comunes y las Constituciones actuales es que san Vicente escribió las Reglas Comunes y nosotros hemos escrito las Constituciones y los Estatutos. Hay también una segunda diferencia. Las Reglas Comunes se basaban en la experiencia y reflejaban la vida actual de la Congregación. Las Constituciones y los estatutos expresan nuestras aspiraciones para el futuro que creemos estamos llamados a ser. La consecuencia de esto, que es la tercera diferencia, es que no estamos llamados solamente a la fidelidad de lo que ya es, sino a la fidelidad en el futuro, que algunos han llamado «fidelidad creativa».
Nosotros hemos redactado las Constituciones y los Estatutos. Esto implica responsabilidad. Implícitamente aceptamos la responsabilidad para definir el perfil y empuje de la vida vicenciana en esta nueva era. El Concilio Vaticano II nos condujo a hacerlo y la Santa Sede aprobó y confirmó nuestras Constituciones, es verdad. Sin embargo, la responsabilidad para vivir el carisma de Vicente en nuestros tiempos es nuestra. Y, en la medida que lo hacemos, descubrimos una riqueza y profundidad en las Constituciones más allá de lo que pensamos poner ahí. Ésta es ciertamente la experiencia de misioneros que vienen al CIF así como las expectativas.
Ellas se relacionan con el presente y el futuro. Aunque Vicente dijo que las Reglas Comunes no contenían nada que la comunidad no estuviese ya viviendo, no podemos decir nosotros lo mismo con relación a las Constituciones y Estatutos. Expresan, no necesariamente nuestro estilo de vida hoy, sino valores, metas y normas que creemos encarnan el carisma de Vicente y que buscamos estén a la altura de las nuevas circunstancias.
Requieren «fidelidad creativa». Nuestra fidelidad no es sólo algo que ya se ha dado en el pasado, sino que es también para el futuro, es decir, para abrir nuevos caminos y nuevos medios adaptados a las circunstancias de tiempo y lugar» (C. 2) Nuestro desafío es la «fidelidad creativa».
Es muy frecuente citar las palabras de Vicente, «Dios es creativo hasta el infinito». Las Constituciones y los Estatutos son nuestros medios para imitar la faceta creativa del carisma de Vicente.
III. Optando por la vida: recursos para avanzar
A. Aprecio de donde hemos estado y del bien que está aconteciendo
- Aceptación de nuestra misión «seguimiento de Cristo Evangelizador de los pobres»
- El sentimiento y la experiencia de pertenecer a una comunidad internacional
- Un sentido palpable de la unidad de la Congregación en todo el mundo
- La buena voluntad y bondad de los misioneros
- La inculturación del evangelio en todos los continentes
- Liderazgo propio en toda la Congregación
B. El reconocimiento de que los misioneros son el gran bien de la Congregación
- Jesús dice de sus discípulos, «Te doy gracias por los que me has dado… Son un regalo para mi»
- Cada misionero, así como cada pobre, es un regalo de Dios
C. Aprecio del bien potencial de la formación permanente
- La confianza de que estamos en contacto con nuestro tiempo
- El sentido de ser relevantes para nuestra sociedad y nuestro pueblo
- La alegría de ser aprendices toda la vida — «permaneced en mi verdad»
- Una profundización en la identidad vicenciana y el deseo de compartirla
- La realidad de ser hombres de oración que están en la casa con interioridad
- Confianza en que el Señor nos dirige en las circunstancias actuales
- Producir — gastar energía personal y corporativa en el servicio de los pobres y del clero
D. Una actitud positiva hacia el cambio y la conversión (humildad)
- Llamadas a una conversión permanente, auténtica
- La conversión es espiritual, moral, intelectual, afectiva, social y política
- La conversión va del falso yo, al verdadero yo, del propio interés, al sacrificio, del ego a la auténtica libertad
E. La cooperación y la buena voluntad de los misioneros
- Reconocimiento de los misioneros y sus capacidades
- Un programa positivo de crecimiento y desarrollo
- Cultura comunitaria de afirmación y animación
- En definitiva, el propio don de los misioneros
F. El gran número de personas de buena voluntad con los que podemos colaborar
- En la Familia Vicenciana y en nuestros trabajos vicencianos
- En el mundo — red de trabajo y colaboración
IV. Claves para el futuro
A. Avanzando hacia lo fundamental
- Continuar estudiando a Vicente y apropiarse de su carisma
- Ser hombres de oración y de interioridad
• Relación entre oración y pobreza
• Giuseppe Toscani, La Mística de los Pobres, El camino de Caridad (San Pablo, 1998). También traducido por Myles Rearden - Auto sacrificio y compromiso incondicional
• Escuchar con un corazón abierto
• Pobreza de tiempo - Comunión fraterna en las condiciones actuales
- Alegrarse de ser «la Pequeña Compañía» (Abandonar la mentalidad del acopio)
B. Opciones básicas
- Comenzar desde la propia experiencia
- Valorar la buena voluntad y la experiencia de los misioneros
- Elegir, dirigir (establecer una agenda y expectativas reales)
- Desafiar a los misioneros, comunidades y provincias para que crezcan
- Educar para los desafíos de nuestro tiempo
- Utilizar recursos disponibles dentro y fuera de la comunidad
- Crear experiencias de aprendizaje que lleven al cambio de conducta
- Evangelizar la cultura de la Congregación — comenzando con la formación permanente
• la formación permanente es un medio para evangelizar a la comunidad y a nosotros
• Individualmente y como comunidad
C. Identificar estrategias, reta a la comunidad en el mundo
- Las pobres gentes en las escaleras de nuestra casa; la sima creciente entre ricos y pobres
- La persistencia de guerras y violencia y el anhelo por la paz y la reconciliación, san Vicente un hombre de paz en tiempos de guerra
- El hambre de significación, valores, fe y oración
- La necesidad de sacerdotes para apoyar, acoger y servir (Imaginar nuevas formas de ser hermanos y sacerdotes — ¿casas de acogida?)
- El anhelo del laico para ofrecerse voluntariamente a servir