La Formación Permanente

Francisco Javier Fernández ChentoFormación VicencianaLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Emilio Cid, C.M. · Año publicación original: 1977 · Fuente: Vincentiana, 1977.
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Esta reflexión está inspirada en la carta circular del Superior General del 25 de enero de 1977. No es propiamente un comen­tario sino una reflexión independiente, pero concordante con las ideas expresadas en la carta.

El tema no responde a una moda convencional, sino a una necesidad vital de nuestros tiempos, debido a los cambios que todos hemos experimentado y a las situaciones nuevas que aparecen continuamente en la Iglesia y en el mundo.

Los Superiores Generales le han dedicado al tema tres días de reflexión (19-21 de mayo de 1976) en la. Villa Cavalletti, Nuestro Superior General ha pensado que debía hacer llegar los resultados a toda la Congregación mediante su carta anual.

Se da el caso de que este año la mayor parte de las provincias celebran sus Asambleas Provinciales y la carta pudiera ayudar en la reflexión colectiva.

Formación inicial y formación permanente

Para centrar el problema hay que hacer varias constataciones previas. Primera: la vida es un proceso evolutivo que no se puede dar nunca por terminado. Un slogan de la filosofía trans­formista decía: «transformarse o morir «.

Segunda constatación: la vida cristiana se funda en una opción de fe, que se puede realizar en una profesión laica en la mayoría de los casos. Los cristianos poco comprometidos viven la profesión como lo más importante y la fe ocupa un puesto secunda­rio en la vida.

La vida religiosa, tomando este término en el sentido más general, se funda en una opción de fe, y la profesión, generalmente, está en el mismo nivel de la fe sin posibilidad de realizarse fuera de este nivel. Se da el caso de religiosos con una profesión laica, que por su misma dinámica los seculariza, si no hacen un esfuerzo continuo de enraizarse en la fe. En cambio el ministerio pastoral, si es auténtico, los pone en la necesidad de vivir su vida en el nivel de la fe.

Limitando ahora el problema de la formación permanente a la vida religiosa, tenemos una formación inicial de maduración de la opción de fe, con una iniciación intelectual y profesional, que precede y prepara para la asunción de la responsabilidad plena en la vida. Este proceso no puede darse nunca por terminado. En nuestro caso la profundización de la opción cristiana y vicenciana y el perfeccionamiento de los instrumentos de percepción y de acción sobre el mundo continúa toda la vida en un proceso de evolución normal.

Raíz del problema

La dificultad está fundamentalmente en mantener la fe, que no cambia, y en asimilar críticamente las conclusiones de la ciencia moderna para responder adecuadamente a las necesidades del mundo que cambia continuamente. Tenemos por lo tanto dos problemas que estudiar previamente: el problema de la fe y el problema del mundo.

La dificultad se complica por las diversas actitudes que se pueden tomar ante la fe, y las diversas estimaciones del mundo, con el peligro de tomar posturas radicales, que pueden llegar a romper la comunión en las comunidades

Problema de la fe

La adhesión a Cristo es la sustancia de la fe y esta no cambia nunca. En cambio las actitudes de fe pueden cambiar. La palabra de Dios tiene infinitas dimensiones; sus virtualidades se ma­nifiestan de una manera progresiva a la medida de las necesidades del mundo. Hay nuevos problemas y nuevas situaciones en el mun­do y es necesario buscar en la fe nuevas respuestas. Cambian las mentalidades y es necesario crear un lenguaje nuevo para entablar de una manera comprensible el diálogo con las generaciones nuevas.

Estos hechos motivan diversas actitudes de fe según se ponga el acento en un punto o en otro. Se puede hablar de casos límite: la actitud de fe estática, que se adhiere a fórmulas abstractas, alejadas del Evangelio, y se manifiesta en prácticas que no comprometen a la persona. Y en el otro extremo la acti­tud, que confunde peligrosamente la fe con las conclusiones de la ciencia o de la filosofía moderna, y, pero aún, con las ideolo­gías, y todo ello con el pretexto de estar al día. Tenemos por una parte la esclerosis de la fe unida a la esclerosis mental, y por la otra la disolución de la fe y tal vez la disolución de la persona en el ambiente. Estas dos actitudes de fe tienen un aspecto común en la medida en que prescinden de la palabra de Dios.

La fe, que se nutre de la palabra de Dios, integra y solidifica la individualidad del hombre cristiano, y lleva a dar una respuesta creadora a los problemas existenciales que se nos presentan, Y, bien entendido, la fe no nos aleja del hombre, porque la fe, como el sábado, es para el hombre. La fe vital y creadora nos pone en condiciones de hacer la síntesis con el mundo a condición de profundizarla continuamente en el estudio, la reflexión y la oración.

El problema del mundo

El segundo problema es el problema del mundo con sus in­finitas caras ambiguas: la técnica, los medios de comunicación social, el urbanismo, la industrialización, todo con su cara positiva y negativa, donde el bien y el mal parecen brotar de la misma fuente. El secularismo, que aplica los procesos científicos al descubrimiento y dominio de la naturaleza al servicio del hombre, pero excede los límites legítimos en el momento en que pretende ser la única clave para la interpretación del mundo. El mundo con sus infinitos problemas: la población y los recursos, la con­taminación, el «habitat» humano; los problemas políticos, so­ciales, raciales, económicos, etc. El mundo de las ideologías y la propaganda con los mitos intocables, los slogans ambiguos, las clasificaciones artificiales para destruir el sentido crítico y hacer pasar en bloque o condenar en bloque lo que se dice en un sentido o en otro. La polarización en blanco y negro según la posición ideológica de cada uno.

No se trata de cargar todo este mundo sobre las espaldas de cada uno, sino de tomar conciencia de que este mundo existe, saberlo mirar con ojos críticos, darnos cuenta que condiciona nuestra vida y la vida de los demás, y ver las posibilidades de aportar algo en su marcha.

Frente a este mundo complicado y confuso, que percibimos prin­cipalmente a través de los medios de comunicación social, hay otro mundo concreto de las gentes que nos rodean y se acercan a nosotros en espera de una palabra iluminadora.

También aquí se dan dos posiciones contrapuestas: la de los que ignoran o parecen ignorar los hechos que están cambiando el mundo, y la de los que olvidan el mundo de las personas concretas. En ambas direcciones es necesario ejercitar la reflexión y el discernimiento: sobre el mundo en general para lograr una orientación correcta, y sobre el mundo concreto para res­ponder con realismo a las necesidades concretas.

Con frecuencia puede suceder que nuestra mentalidad es más avanzada que la de los fieles que nos rodean. Por respeto a las personas hay que tomar su situación real como punto de partida para hacerlas avanzar en la comprensión de la fe y del mundo a su ritmo sin violentarlo, No tenemos derecho a imponerle una mentalidad que no comprende por muy convencidos que nosotros estemos de nuestras opiniones.

Peligro de parálisis

Todos estos problemas han producido en muchos sacerdotes y religiosos la frustración, la desilusión y la parálisis apostólica. El fenómeno de abandono sacerdotal y religioso, que nos ha aquejado y nos sigue aquejando todavía, es en gran parte un fenómeno de inadecuación de la fe con el mundo en que vivimos. El núcleo de fe que se encuentra en el fundamento de nuestra vida, está en peligro permanente de ser ahogado en el ambiente secularista. Más que nunca es verdad la advertencia de San Pablo de que llevamos el tesoro de la fe en vasos de barro (2 Cor., 7, 4).

El Superior General apunta a este fenómeno cuando recomienda el apostolado activo como medio de formación permanente. Los apóstoles no esperaron a clarificar todos los problemas que sus­citaba la persona de Jesucristo, sino que se dedicaron a predicar la Buena Nueva. Sobre la marcha tropezaban con los problemas y los resolvían a la luz de Cristo. El problema de la segunda venida de Cristo en Tesalónica motivó el primer escrito cristiano que ha llegado hasta nosotros; el problema de la Ley Mosaica motivó la epístola a los Gálatas; y el problema de los carismas motivó, al menos en parte, la primera epístola a los de Corinto. Y debajo del Evangelio se perciben las controversias y las preo­cupaciones de la primera generación de cristianos. Pero siempre la fe en Jesucristo estaba por encima de todas las controversias. Necesitamos recuperar la seguridad en la fe para afrontar el mundo. Los apóstoles con la fe en Jesucristo fueron capaces de afrontar el mundo grecorromano bien más alejado de los valores cristianos que el nuestro.

El apostolado activo lleva a una clarificación interior de la fe, si uno ha de ser sincero consigo mismo, y crea una base interior para la comprensión del mundo y para la búsqueda activa de las soluciones. El momento es urgente y no podemos esperar a tener claros todos los problemas. No podemos dejar todo el campo de la formación a la televisión, al sindicato, a los partidos polí­ticos, ni siquiera a la universidad secularizada.

Objetivos de la formación permanente

Frente a este conjunto de problemas los objetivos de la for­mación permanente se dibujan con claridad. Ante todo la forma­ción permanente intenta capacitamos para comprender el movi­miento del mundo a la luz de la fe y dotarnos de los instrumentos necesarios de juicio y de acción en el mundo que se mueve. Podemos distinguir tres planos:

  • Necesitamos profundizar nuestra fe para ser capaces de mantener viva y operante nuestra opción fundamental cristiana y vicenciana frente al proceso secularista del ambiente. Es un proceso que hay operar en varias direcciones: profundizar per­sonalmente en los motivos de fe para defender nuestro ser cris­tiano; purificar la fe de las adherencias ajenas a la misma; dis­cernir el área central de la fe, las implicaciones de la misma y los campos que caen fuera; buscar una base racional que permita una síntesis con el mundo y la asimilación crítica de las conclusiones de las ciencias humanas. Es un proceso espiritual e intelectual al mismo tiempo. En este punto se colocan los cursos de renovación teológica y espiritual. Los cursos de renovación teo­lógica sin el esfuerzo espiritual pueden ser esterilizantes.
  • En segundo lugar necesitamos renovar los instrumentos de discernimiento de los signos negativos y positivos del mundo. Las ciencias humanas han clarificado problemas que antes creía­mos religiosos: el sentido de las culturas, los fenómenos sociales y políticos. También aquí hay que prevenirse contra las conclu­siones de las ciencias humanas que se construyen sobre bases exclusivamente humanistas. La fe nos da un punto mucho más sólido para establecer la idea de hombre. Por el contrario, sin la fe, hasta la misma idea de hombre puede ser manipulada en muchas direcciones. Y lo que hoy se ve como un descubrimiento mañana aparece como superficial y aun erróneo.
  • En tercer lugar necesitamos adaptar los instrumentos de acción a las nuevas situaciones, que cambian con las necesidades y sobre todo con los medios de comunicación social.

Pablo VI en la exhortación sobre «La Evangelización en el mundo moderno» acentúa los tres puntos que acabamos de men­cionar: El contenido de la Evangelización, las Vías de la Evan­gelización y los Destinatarios de la Evangelización.

Función de la comunidad

En este contexto cada vez se ve con más claridad la importancia de la comunidad.

La comunidad está mejor equipada que los individuos al su­mar experiencias y conocimientos diversos, y puede poner al ser­vicio de la formación permanente todos los instrumentos de diá­logo y de comunicación a todos los niveles. A nivel local, la comunidad puede discutir los problemas concretos; a nivel pro­vincial puede discernir los problemas generales de la región en que trabaja y a nivel general, el equipo central puede dar orien­taciones a modo de principios generales de juicio y de acción sobre las realidades del mundo.

Sin duda no es siempre fácil, porque a todos los niveles puede haber actitudes diversas de fe y modos diversos de percibir el mundo. Pero al mismo tiempo es claro que existen elementos unitarios que dan una buena base para la reflexión fructuosa. La fe en Jesucristo y la aceptación de la Palabra de Dios como norma­tiva unifican todas las actitudes de fe. Así mismo en la percep­ción del mundo hay puntos claros — el respeto a la persona y los derechos humanos, la lucha por la justicia, la lucha por la libertad, etc. —, que pueden servir de criterios generales en el diálogo y la reflexión sobre los fenómenos del mundo.

Los individuos tienen que poner por su parte al menos un grado elemental de apertura a los demás y un esfuerzo por escuchar y comprender las posiciones opuestas. La comunidad pone el am­biente fraterno, donde las personas pueden respirar un ambiente humano, sentirse libres, expresarse y crecer.

La conclusión es que la comunidad debe ser revitalizada por todos los medios, sin descuidar ningún aspecto para que pueda rendir todas las virtualidades. El mundo, que ha destruido en gran parte las comunidades naturales, busca ahora los medios de crear otras comunidades, para que la vida sea tolerable en el planeta.

Insuficiencia de la comunidad

Ninguna comunidad puede presumir que tiene todos los ele­mentos para dar una respuesta a todos los problemas, de ahí la necesidad de participar activamente en la búsqueda con todos los hombres que buscan la verdad. Tenemos siempre algo que aportar y mucho que recibir de los demás.

De todos son conocidos los instrumentos de diálogo y comuni­cación entre los religiosos y las instituciones de renovación a todos los niveles. Muchas veces parece tiempo perdido el participar en las infinitas reuniones y discusiones, pero, al menos, traemos a casa la idea de lo que piensan los demás y es un estimulante de nuestra reflexión individual y colectiva.

A nivel general los Superiores Generales tienen su órgano (USG) de diálogo y reflexión sobre los problemas de la vida religiosa; y, dentro de la misma organización, hay una comisión especial (Concilium 16) para el diálogo con los órganos superiores de la Iglesia.

Los Asistentes Generales tienen también su unión y sus reu­niones más o menos periódicas, donde se comunican experiencias y estudian posibles líneas de acción en sus campos respectivos.

Los secretarios generales se reúnen así mismo para estudiar problemas técnicos y medios adecuados de comunicación.

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