La Fe, vocación y misión

Francisco Javier Fernández ChentoFormación Cristiana1 Comment

CRÉDITOS
Autor: Félix Villafranca Calvillo, C.M. .
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Objetivos catequéticos

  • Mostrar que la Fe es algo vivo, fuerza pura en acto permanente, que actúa desde la interioridad de la persona y sólo alcanza su plenitud en la disponibilidad incondicional al servicio del hermano.
  • Profundizar en el sentido de nuestra Vocación y de nuestra misión.

Ambientación y metodología

Quizá sea conveniente partir de las imá­genes reales que los integrantes del grupo tienen de Dios y de los llamados creyentes. Hacer una lluvia de ideas y ver qué es Dios para mí, qué resonancias provoca en mí; constatar por el mismo sistema los diferentes tipos de creyente que conozco, tratar de cla­sificarlos…

Habrá que ver después la aproximación de estas imágenes reales al «Dios verdadero» y al «auténtico discípulo de Jesús» que nos presenta el Evangelio. Tratar de diseñar entre todos la imagen evangélica del creyente.

El Catequista pondrá buen cuidado en re­saltar que la Fe es ante todo:

  • puro don gratuito de Dios: el hombre nada puede hacer por sí mismo para mere­cerla. Dios es el que tiene la iniciativa y con­voca al hombre a su fiesta: el amor, la co­munión con El y los hermanos.
  • adhesión Incondicional del hombre a Dios. El hombre responde a su llamada con un SI sin regateos ni reservas. El módulo ba­remo de esta adhesión es Cristo mismo: la medida de identificación con El.
  • misión, envío a los hombres. Creer es amar. El gozo de sentirse amado por Dios no cabe en el frágil recipiente del individuo: lo desborda, exige compartirlo, comunicarlo a los hombres, AMAR, ANUNCIAR, PROCLA­MAR, CELEBRAR. Quizá convenga antes de seguir adelante recapitular los aspectos prin­cipales de la Fe reseñados en las Catequesis anteriores.

Experiencias humanas

Provocar en el grupo la comunicación di­recta de experiencias vivas. Cuanto más cer­canas al grupo, mejor. Alguien, quizá, dentro del mismo grupo, está experimentando una profunda transformación en su vida desde el día en que se encontró de frente con Cristo… Tal vez alguno conozca un caso parecido de otro compañero o simplemente de otra per­sona cercana…

Un día, Vicente de Paúl «descubrió» a Cristo en el rostro del pobre…, aquel día nació, de verdad, el Vicente de Paúl que conocemos; desaparecieron definitivamente sus sueños juveniles, puso piñón fijo a su vida: a Dios sólo se va por el pobre. Pueden evocarse numerosas escenas de su vida, sus fundaciones de caridad, el ardor de su celo por el hombre, cuyos destellos llegan hasta nos­otros…

¿Conocéis otros Vicente de Paúl en nuestros días? Y lo que «éstos y éstas pueden», tú ¿por qué no?

Experiencias bíblicas

La vocación profética nos proporciona una buena ficha de referencias. Sus «llamadas» resuenan aún hoy palpitantes de vida y de fuerza. Ellas clarifican el sentido de nuestra «vocación» y de nuestra «misión» en el hoy de la Iglesia. Destaquemos algunas de estas llamadas proféticas:

  • Samuel: «Habla, Señor, que tu siervo escucha» (cf. 1 Sam. 3, 4-9).
  • Isaías: «Heme aquí, envíame». «Ve y di a ese pueblo…» (cf. Is. 6, 5 ss.).
  • Jeremías: «Desde hoy te doy mi autori­dad sobre las gentes»… (cf. Jer. 1, 4-10).
  • Amós: «Yahvé me tomó de detrás del rebaño y me dijo: Ve y profetiza a mi pueblo, Israel…» (cf. Am. 7, 14-17).
  • Juan Bautista: «He aquí que yo envío mi mensajero delante de ti, el cual te prepa­rará por delante el camino…» (cf. Mt. 11, 7-10).
  • Apóstoles: «Yo os mando como ovejas entre lobos» (cf. Mt. 10, 16 ss.). «Id y haced discípulos de todas las nacio­nes…» (Mt. 28, 19-20).
  • Pablo: Mención especial merece el caso de Pablo. Derribado del caballo en su camino a Damasco, Saulo, cambia completamente su personalidad: no será más Saulo perse­guidor de los cristianos, sino Pablo, el gran Apóstol de los gentiles (Hc. 9, 1 ss.). Pasa por todas las penalidades por anunciar el’ Evangelio (1 Cor. 4, 8-17). Trabaja manual­mente para no ser graboso en su ministerio (cf. 1 Cor. 1, 12). Se hace todo a todos para ganarlos a todos (cf. 1, Cor. 9, 19-20).

La Fe es una vocación

a) Dios llama…

Es El quien toma la iniciativa e invita al hombre a conocerle, a participar de lo que El es y sale a compartir con El la obra creadora, a transformar la realidad vieja, «en unos cielos nuevos y una tierra nueva» (cf. GS. 39, 2.°).

  • «No me elegisteis vosotros a mí, fui yo quien os elegí a vosotros» (Jn. 19, 17).
  • «Sin Mí nada podéis hacer» (Jn. 15, 6).
  • Dios nos amó primero… (cf. 1, Jn. 4-10).
  • Llama a la santidad de vida (cf. Ef. 1, 4; 1 Ts. 4, 3; LG. 11, 3.°).
  • Llama a la imitación de Cristo (cf. LG. 40, 1.°; LG. 22, 4.°).
  • Llama a la unión íntima con El, que es la razón principal de la dignidad humana (cf. GS., 19, 1.°; 22, 1.°).
  • Llama a ser testigos de Cristo (cf. GS. 43, 4.°).

b) El hombre responde

  • Se fía de Dios, acepta incondicional­mente su iniciativa, se deja conducir por El… (cf. DV. 5).
  • Pero aún esta respuesta libre e incon­dicional por parte del hombre no es posible sin la gracia de Dios.
  • Esta respuesta debe ser libre de toda coacción o condicionamiento (cf. OH. 10).

La Fe es una misión

La misión es esencialmente inherente a la fe, de otro modo, la convocatoria divina sería estéril, pasiva e inoperante. Toda llamada de Dios es un envío, una misión. Lo hemos visto ya de múltiples modos a lo largo de estas catequesis. Para una mayor claridad, podría­mos catalogar la misión que nace de la fe en una triple dimensión:

a)  Misión interior

La llamada de Dios convoca al hombre, en primer lugar, a su propia transformación in­terior: es una llamada a la conversión per­sonal.

b) Misión orientada hacia la construcción del Reino de Dios

El hombre que ha optado libremente por Dios se siente catapultado hacia los hombres. No hay saltos en el vacío: con los hombres o contra Dios.

Esta misión sólo es viable por el compro­miso serio y permanente en la transformación de las realidades terrenas. En la medida que nuestra tierra mejora, el Reino de Dios se aproxima hacia una plenitud (cf. GS. 39, 2.°).

  • Instrumento indispensable del hombre es la realización de su propia misión en el trabajo, «mediante el cual participa en la obra del Creador» (Juan Pablo II). El trabajo hu­mano tiene además, en expresión del Papa, en su Encíclica: «Laborem exercens» un va­lor redentor, ya que confiere al hombre una participación en la cruz redentora de Cristo y añade: «En el trabajo, merced a la luz que penetra dentro de nosotros por la resurrec­ción de Cristo, encontramos siempre un tenue resplandor de la vida nueva, del nuevo bien, así como un anuncio de los «nuevos cielos y otra tierra nueva»».

c) Misión evangelizadora

Nace también del propio ser cristiano, de su unión íntima con Cristo, de su participa­ción en la triple misión profética real y sacer­dotal de Cristo, de su constitución comuni­taria…

  • «El cristiano dice «SI» a Dios y de ahí recibe su envío a los hombres…» (Von Bal­thasar).
  • La dignidad de ser cristiano implica participación en la realeza, en el sacerdocio, en la misión profética de Cristo, en la misión salvífica de la Iglesia (cf. 1 P. 2, 9; LG. 31, 1.°; 33, 2.°).
  • La dignidad de ser cristiano es igual en todos los cristianos, sean simples seglares, sacerdotes u obispos, aunque difieran sus funciones, responsabilidades y atribuciones (cf. LG. 32).
  • Esta igualdad de dignidad hace al cris­tiano corresponsable con la jerarquía en la construcción del Reino de Dios en el mundo (LG. 31, 2.°; AA, 5 y 7, 5.°).

Fe, misión y signos de los tiempos

El espíritu de servicio que nace de la fe impulsa al cristiano a la realización de los signos de los tiempos, entendiendo como ta­les aquellos ideales y aspiraciones de una sociedad que, por ser participados por la ma­yor parte de los conciudadanos, constituyen los valores más altos de esa sociedad en una época histórica determinada.

Buscando actitudes nuevas

Ver

¿Cuáles son tus modelos de vida cristiana? ¿Qué personas del pasado o del presente motivan o impulsan tu caminar hacia Cristo? Descríbenos tu experiencia de Dios y tu dis­ponibilidad para el servicio.

¿Hacia dónde deben orientarse nuestros desvelos en el empeño de transformar el mundo en que vivimos? Mira a tu alrededor: en tí mismo, en tu trabajo, en tu colegio, en tu barrio, en tu parroquia, en tu familia, en tu grupo de amigos… ¿Qué crees que tiene que cambiar con más urgencia? ¿Qué puedes aportar tú a este cambio?

Juzgar

¿Para tí el profeta es un bicho raro del pasado o sencillamente un hombre que vive con amor y anuncia la esperanza de un mundo más justo? ¿Qué puede significar hoy «vivir con amor»? ¿Cómo se puede anunciar hoy la esperanza de un mundo más justo y fraternal?

Sin duda, conoces a algunos profetas de nuestro tiempo: Madre Teresa, Hélder Cámara, Casaldáliga, Mons. Romero, Hermano Roger… ¿qué tienen de común los profetas de ayer y de hoy?

Actuar

Desde tu vivencia cristiana, ¿qué pistas puedes señalarnos para vivir la fe integral­mente en el mundo de hoy? ¿De cara a una proyección de tu vida cristiana, qué te exige tu disponibilidad de evangelizar?

Constata las realidades políticas, sociales, económicas, culturales, religiosas… que ne­cesitan ser impregnadas del espíritu evangé­lico. Ante estas realidades, ¿tú qué puedes hacer personalmente o en grupo? Señala una serie de actividades o de campos donde pue­das ejercer tu misión evangelizadora. No de­jes de indicar lo que estimas más urgente y aquello para lo que te creas más capacitado.

Defínelo en tu proyecto concreto.

¿Cómo va a celebrar vuestro grupo la se­mana «Vocación y Misión»? Elaborad un pro­grama detallado y realista.

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