La fe como experiencia de san Vicente (I)

Mitxel OlabuénagaEspiritualidad vicencianaLeave a Comment

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INTRODUCCIÓN

El tema que me fue propuesto lo he aceptado tal cual me llegó; no he realizado ningún cambio. Lo que ya no tengo tan claro es si he acertado en mi interpretación y formulación del mismo. Espero no desviarme de la idea origen ni defraudar al respecto. Pero tendrán que decirlo, en primer lugar, el director de esta semana vicenciana y, en segundo lugar, los oyentes y los lectores de este trabajo.

Lo que pretendo hacer no es una tesis, ni un estudio porme­norizado de la fe en Vicente de Paúl ni de su experiencia huma­na y cristiana al respecto. En cambio, pretendo proponer lo que su fe y experiencia me sugieren a la luz de algunos datos que el mismo Vicente de Paúl me ofrece contrastándolos con una pági­na del evangelio de san Marcos.

Nos decía en una sesión de formación permanente el P. Beni­to Martínez, sobre la frase de Vicente de Paúl: «Ésta es mi fe, ésta es mi experiencia», que dicha frase «expresa las dos clases de argumentos que usa el santo para reforzar la verdad de su exposición: uno divino, el de la fe, y otro humano, el de la expe­riencia humana conseguida a lo largo de su vida». Pero, ¿son únicamente dos argumentos para reforzar la verdad de su expo­sición? ¿No se imbricarán el uno en el otro llegando a ser las dos caras de una misma realidad semejante a las dos caras que cons­tituyen una moneda válida?

No pretendo precisar con exactitud qué es eso que llamamos fe ni las formas distintas de creer en la persona, vida y pensa­miento de Vicente de Paúl. ¿Será mucho pretender darlo por supuesto? Otros nos ofrecen respuesta a todo esto; a ellos nos remitimos’. Ni busco desarrollar un tratado doctrinal al respecto. Recientemente ha aparecido una obra, de un misionero paúl, que nos ofrece algo al respecto; puede y debe consultarse. Lo que voy a hacer es reflexionar en voz alta lo que llevó a Vicente de Paúl a madurar su fe y a vivirla en la acción caritativa.

  1. «TAL ES MI FE Y TAL ES TAMBIÉN MI EXPERIENCIA»

Antonino Orcajo, en su estudio sobre la espiritualidad de san Vicente de Paúl, afirma lo siguiente: «San Vicente de Paúl alude con frecuencia a su fe y a su experiencia». Y añade inmediatamente: La doctrina que reparte ocasionalmente es fruto de vivencias evangélicas y de experiencias conseguidas en el correr del tiem­po. A la inversa de otros maestros que parten de bellas doctrinas, sin llegar a demostrar que fueron vividas por ellos, nuestro Santo arranca de hechos que ha protagonizado, de pruebas que ha superado, de experiencias que han enriquecido su fe.

Lo que Vicente de Paúl enseña y trasmite a los suyos nace de sus vivencias evangélicas y de sus experiencias de vida, no de algo aprendido en una escuela o formulado únicamente de mane­ra teórica. Podemos decir, por lo tanto, que actúa de una manera diferente a los maestros de espiritualidad tradicionalmente cono­cidos. Él ha sido, previamente, el protagonista de lo que ahora transmite y enseña: hechos, pruebas sufridas, experiencias de todo tipo. Todo ello ha contribuido a madurar su fe, a enriquecer­la y a darla sentido.

No voy a hacer memoria de todos y cada uno de los textos señalados anteriormente en nota a pie de página. Tan sólo voy a recoger uno que considero significativo, claro y preciso al res­pecto. En él nos encontramos con la frase transcrita, según la tra­ducción española de las obras de san Vicente de Paúl, tal cual está recogida en el encabezamiento de este apartado y no en el título general de la ponencia. Hablo del texto de una carta que Vicente de Paúl dirige a Bernardo Codoing, misionero paúl y, a la sazón, superior de la comunidad de misioneros de Roma. Corría el año del Señor de 1642. He aquí el texto completo de dicha carta, tal y como ha llegado hasta nosotros:

El proyecto que usted me propone de ir a empezar las misio­nes por las tierras de los señores cardenales me parece demasiado humano y contrario a la sencillez cristiana. ¡Ay, padre! ¡Dios nos guarde de hacer nada por unas razones tan rastreras! Su divina bondad quiere de nosotros que no hagamos jamás ningún bien en ningún sitio para que nos tengan en consideración, sino que miremos siempre la gloria de Dios directamente, inmedia­tamente y sin segundas intenciones en todas nuestras obras. Esto me ofrece la ocasión de pedirle dos cosas, prosternado en espíritu a sus pies y por el amor de nuestro Señor Jesucristo. La primera, que huya usted todo lo posible de darse a ver; y la segunda, que no haga usted nunca nada por respeto humano. Según esto, es sumamente importante que honre usted por algún tiempo la vida oculta de nuestro Señor. Debe haber allí encerra­do algún tesoro, ya que el Hijo de Dios estuvo durante treinta años en la tierra como un pobre artesano, sin darse a conocer. Además él bendice siempre mucho más los comienzos humildes que los esplendorosos.

Quizás me diga usted: ¿qué sentirán de nosotros en esta corte, y qué pensarán en París? Deje usted que piensen y que digan todo lo que quieran y esté seguro de que los principios de Jesucristo y los ejemplos de su vida nunca nos llevan al desas­tre, sino que dan su fruto a su debido tiempo, que todo lo que no es conforme con ellos es vano, y que al que sigue las máximas contrarias todo le saldrá mal. Tal es mi fe y tal es también mi experiencia. En nombre de Dios, padre, tenga esto por infalible y ocúltese bien.

La expresión «Tal es mi fe y tal es también mi experiencia» no es, pues, una frase suelta, ni una idea desconectada de la vida y del pensamiento de Vicente de Paúl. El texto de la carta nos ofre­ce un contexto precioso y sugerente para entenderla. ¿Qué expre­sa la carta? ¿Qué nos sugiere la misma? Desconocemos el con­tenido de la carta de Bernardo Codoing a Vicente de Paúl. Pero éste nos reproduce, en su respuesta, los datos de la misma y las propuestas que el superior de Roma le había hecho llegar. Vicen­te de Paúl rechaza tales proyectos como contrarios a la vida de fe y a la experiencia, tanto de Vicente de Paúl como de la Con­gregación de la Misión desde sus inicios.

Tener misiones populares en las tierras de los señores carde­nales de Roma, según el motivo que se sugiere para realizarlas, parece demasiado humano y, a la vez, contrario a la sencillez cristiana. ¿Por qué a Vicente de Paúl esa propuesta le parece ser demasiado humana y contraria a la sencillez cristiana? Porque el motivo por el que se quieren promover tales misiones no es otro que el que nos tengan en consideración. Ésta es, para Vicente de Paúl, una consideración muy humana, esto es rastrera y munda­na; y, además, no busca la gloria de Dios directa e inmediata­mente. Y, lo que es aún peor, se propone con intenciones ocultas y aviesas; es decir, con segundas intenciones. Según Vicente de Paúl, el padre Bernardo de Codoing pretende actuar con precipi­tación y por motivos poco seguros y edificantes que alimenten la vanidad personal, la fama propia, la búsqueda de un éxito que le dé renombre, etc. Dejarse guiar por la fama, el prestigio, el renombre, la honra propia es humano, sí; pero demasiado huma­no y poco conforme a las enseñanzas de Jesucristo y al estilo de vida de Jesucristo. Sin embargo, es esto último lo que conviene conocer, aprender y seguir. Pues las enseñanzas y la forma de vida de Jesucristo, con toda seguridad, jamás nos llevarán al desastre y darán su fruto a su debido tiempo. Es más, todo lo que no se ajuste a esto resultará vano y saldrá mal.

A simple vista puede parecemos esta carta de Vicente de Paúl una corrección muy dura a su representante en Roma. Sin embar­go, descubrimos inmediatamente que el tono de la misma es suave; está cargado de afecto, delicadeza y amor; manifiesta el cariño de un padre corrigiendo a su hijo menor con ternura y, a la vez con firmeza, para que aprenda los caminos exactos de la vida y de la fe cristianas. Como buen padre y maestro se dirige a él ofreciéndole algo que él ha vivido y experimentado previa­mente. Y se lo ofrece desde la humildad y sencillez que ya carac­terizan su vida. Y así le dice, esto me ofrece la ocasión de pedirle dos cosas, prosternado en espíritu a sus pies y por el amor de nuestro Señor Jesucristo. Es el amor, que todos hemos recibido previamente de Jesucristo mismo, el que mueve a Vicente de Paúl a realizar las dos propuestas y, de manera figurada además, a hacerlo de rodillas delante de él, esto es, con toda humildad, sin el más mínimo asomo de superioridad, mandato o exigencia imperativa; más bien, como una sugerencia amable, cariñosa, paterna.

¿Cuáles son estas dos propuestas? La primera, que es necesa­rio huir de la pretensión de dejarse ver uno mismo en aquello que hace: huya usted todo lo posible de darse a ver. La segunda, que no realice nunca nada por respeto humano, esto es, ni para hala­gar a los hombres ni para dar satisfacción a las pretensiones humanas alimentadas por el egoísmo, el orgullo, la soberbia o la vanidad. Vicente de Paúl añade, además, unas razones o argu­mentos evangélicos o de fe. Es totalmente necesario que usted honre por algún tiempo la vida oculta de nuestro Señor, ya que en dicha vida oculta debe existir encerrado algún tesoro puesto que Jesús mismo vivió, sin darse a conocer, durante treinta años desempeñando el humilde oficio de artesano. Y añade, a conti­nuación, un argumento más: Dios bendice siempre mucho más los comienzos humildes que los esplendorosos. Vicente de Paúl, por fe y experiencia, está bien asentado en los principios de las parábolas de la mostaza y la levadura. Y sobre todo, ha sido su experiencia de fe y de vida equivocadas las que le ofrecen una enseñanza casi infalible. Por todo eso, Vicente de Paúl concluye su carta a Bernardo Codoing proponiéndole tal es mi fe y tal es mi experiencia; y, además, lo exhorta con cierta urgencia a que se tome estos principios como infalibles y, sobre todo, que él, en todo lo que se proponga realizar, se oculte siempre muy bien.

Vicente de Paúl vuelve con frecuencia sobre estos principios y exhortaciones cuando se comunica por carta con su delegado en Roma. No podemos entretenernos en traer a colación todos y cada uno de los casos al respecto. Pero conviene que nos hagamos una pregunta antes de seguir adelante. Dicha fe y dicha experiencia, ¿cómo las fue adquiriendo Vicente de Paúl? Preten­do responder a todo esto en los próximos apartados. Pero comen­cemos, en primer lugar, contemplando y analizando un pasaje del evangelio según san Marcos.

Santiago Barquín

CEME 2010

 

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