- EL SER: DE LA INSUFICIENCIA A LA AUTENTICIDAD
Envueltos en una cultura que privilegia el espectáculo y la apariencia, la eficacia y los datos estadísticos, es grande la presión para hacer cada vez más cosas. Muchas veces estamos tan preocupados con lo que hacernos o lo que debemos hacer pero no siempre nos cuestionamos sobre la cualidad de nuestras acciones y si ellas son una consecuencia de nuestra configuración real con Cristo. Nos afanamos trabajando pero ¿las semillas que lanzarnos a la tierra son las del Reino de Dios?, ¿hay coherencia entre lo que somos y lo que hacemos?, ¿no padecemos de un activismo estéril que nos aleja de la «dimensión contemplativa, que pide oración, estudio, reflexión. diálogo, interiorización, confrontación de lo que se sabe con lo que se hace»? La crisis del ser es también una crisis de identidad, ¿no la padecemos hoy todavía? Hay que tener consciencia que ciertas formas de vida reducen nuestro ser, lo enflanquecen y dividen, lo corrompen y debilitan y, a veces, sin darnos cuenta, somos casi nada como consagrados.
En el principio no era así. En el principio era el ser. El ser precede al hacer. El reto del ser, inquietó a Vicente que procuró ser «alter Christus». La divina inquietud ha sido transmitida a los misioneros por medio de las reglas comunes. Por eso, entre los varios fines de la Congregación, el fundador señala la perfección personal: «1º En procurar la propia perfección, esforzándose por imitar las virtudes que este Soberano Maestro se dignó enseñarnos con sus palabras y ejemplos». Dedicarse a la propia perfección, en lenguaje de hoy, no significa dar cuerpo a un deseo narcisista de ser mejor que los demás. Se trata sobre todo de asumir las implicaciones de una llamada a la santidad, grabada en nosotros, de una vez para siempre, en el día de nuestra consagración bautismal, una consagración que ha sido profundizada por la emisión de los consejos evangélicos.
En primer lugar, está el ser, que exige la transformación del que ha sido elegido por el Ser divino. Ser un hombre que remite hacia Dios en sus palabras y silencios, en sus gestos y en su quietud. Un ser que sea pleno de consciencia y de voluntad en cumplir la voluntad de Dios. El ser que no se esconde ni tiene vergüenza de decir cuál es su amor. Un ser que simplemente da testimonio por su existencia. En el lenguaje del fundador eso significa ser revestido del espíritu de Jesucristo para poder representarlo con sus rasgos, obrar siempre en conformidad con las máximas evangélicas y plasmar su ser con las potencias del alma de la Congregación, las cinco virtudes.
Por otra parte, el ser verdadero, coherente, ejerce una atracción irresistible40. El ser autentico es bello y, en la expresión atrevida de Dostoievski, «la humanidad puede vivir sin la ciencia, puede vivir sin pan, pero nunca podría vivir sin la belleza, porque ya no habría motivo para estar en el mundo. Todo el secreto está aquí, toda la historia está aquí». Nosotros hemos sido atraídos por la belleza del mensaje de Jesús y la contemplamos con la mirada de Vicente. Pero, con nuestros muchos quehaceres, ¿todavía tenemos tiempo para estar con el Creador bello? ¿Y será que nuestras vidas de consagrados trasparentan la luminosidad bella del ser divino? Tal vez nuestra forma de ser no despierte la actitud de sorpresa en los demás. Y sin belleza no hay verdadera misión. Todo se vuelve enfermo y pasajero.
- LA MISIÓN: CONCRETIZANDO EL «SUEÑO MISIONERO DE LLEGAR A TODOS» (EG. 31)
Los relatos evangélicos ponen de manifiesto que Jesús ha llamado a los apóstoles para «estar con Él». Él es el maestro que prepara a cada uno para después enviarlos a que hagan lo mismo que Él ha hecho: anunciar el Reino de Dios. Después de la resurrección, bajo el liderazgo de Pedro, Jesús les confía la misión de ir hasta los confines del mundo en misión. En la Iglesia, como recuerdan los documentos conciliares, «ya desde los orígenes hubo hombres y mujeres que se esforzaron por seguir con más libertad a Cristo por la práctica de los consejos evangélicos y, cada uno según su modo peculiar, llevaron una vida dedicada a Dios, muchos de los cuales, bajo la inspiración del Espíritu Santo, o vivieron en la soledad o erigieron familias religiosas a las cuales la Iglesia, con su autoridad, acogió y aprobó de buen grado».
Como misioneros paules sabemos que nuestro modo de seguir Jesús se realiza en la misión. Forma parte de nuestro ADN y hemos sido consagrados para la misión: «evangelizar a los pobres». Se entiende esta misión en un sentido dinámico. Así como Vicente en el siglo XVII alarga el campo de la misión y diversifica los modos de realización — zonas rurales. galeras. formación del clero, misiones ad gentes, etc. — nuestra misión se pude concretizar de múltiples modos: en una Parroquia o capellanía. en el Seminario o la universidad. Cambia el lenguaje. pero el espíritu misionero es siempre el mismo.
La consagración misionera remite al misterio de la encarnación: «el verbo puso su morada entre nosotros» (Jn 1,1) y ha asumido el rostro humano. La misión se caracteriza por un movimiento de salida, de descenso a la realidad, hasta los rincones del mundo. La participación en la misión del Hijo nos hace compartir la situación real y concreta de las gentes a las que somos llamados a evangelizar y por quien nos debemos dejar también evangelizar porque «ellos son nuestros maestros». La ruptura entre la forma de vida de los misioneros y la población donde se inserta la comunidad puede ser un contra-testimonio que desacredita el anuncio. No olvidemos que la secularidad de la Congregación de la Misión recuerda, por un lado, nuestra condición de clérigos que ejercen su actividad pastoral bajo la guía de los obispos y en comunión con los párrocos. Pero, por otra, evoca la vivencia del misterio de la encarnación. Si no estarnos encarnados no podernos caminar, compartir el pan y vivir el Evangelio de los pobres. La «santa invención» que ha hecho de la Congregación una especie de «anfibio canónico» ha sido con un propósito bien claro: la misión entre los últimos y olvidados. Si hoy, bajo el pontificado del Papa Francisco, la Iglesia es llamada a retomar un talente misionero, más aún lo tiene nuestra congregación por su «consagración peculiar» a la misión.
- VIDA EN COMÚN: «COMO AMIGOS QUE SE QUIEREN BIEN»
En el tiempo del fundador había algunas semejanzas entre su fundación y la de los Padres del Oratorio. Coincidían en algunos fines pero se diferenciaban en los medios, sobre todo en lo que se refiere a la centralidad de la vida comunitaria. Con normas explicitadas para modelar la vida comunitaria, algunas de ellas, según señala P. Coste, coinciden casi a la letra con las Constituciones de la Compañía de Jesús (normas sobre la correspondencia, la lectura de la mesa. el silencio)’, Vicente tenía una clara intención de potenciar la comunidad en cuanto grupo que trabaja, corno un solo cuerpo, regido por las mismas leyes y principios, para la misión. De este modo, la nueva Congregación se distanciaba del modelo comunitario inaugurado por su antiguo maestro. el cardenal P. Bérulle, que según se comentaba con ironía era «una decente posada» y no una comunidad ‘a Vicente fundamenta teológicamente el ideal de la comunidad en el misterio de la Trinidad a quienes los misioneros estaban llamados a «venerar de manera especialísima», como modelo de comunidad perfecta y uniforme’. En resumen, la comunidad por un lado es el espacio de la concretización del sueño evangélico de los primeros cristianos que vivan con un «solo corazón y alma» y, por otro, satisface las más profundas aspiraciones humanas, la necesidad de estar con el otro, mantener relaciones de amistad y confianza con sus semejantes. La comunidad como espacio de fraternidad potencia la realización personal y, en consecuencia. determina el empeño en la misión. Sin comunidad no se vive la misión.
Hoy, sin embargo, siguen siendo actuales las palabras del P. Pérez Flores cuando comentaba el tema: «uno de los grandes retos que hoy tiene la Congregación, (…) es la de la vida común y el del trabajo en común, cómo vivir de una manera eficiente y concorde los valores evangélicos de la castidad, pobreza y obediencia, cómo vivir al unísono el mismo celo (…) cómo estar disponible para los proyectos provinciales, cómo preparase profesionalmente para desempeñar responsablemente lo que se le confía»45. En una palabra: ¿cómo operacionalizar comunitariamente la evangelización? La amenaza que se da en nuestras comunidades es que ellas se vuelvan. en la expresión del antropólogo francés, M. Augé, un no-lugar, es decir, un territorio donde estamos de paso pero sin llegar a vincularnos. Por contra, animados por el mismo carisma, compartiendo los mismos fines, nuestras comunidades son llamadas a ser espacios de vida donde se concretiza la «Iglesia de puertas abiertas». Abiertas no solo para una «salida en misión» sino también de entrada y acogida de lo novedoso, de lo disonante y de lo imprevisto porque el Evangelio así nos manda. En fin, ser más reflejo de Jesucristo para trabajar mejor, tanto personal corno comunitariamente, entre los últimos, eso es vivir la consagración vicenciana misionera.
Nélio Pita Pereira, cm
CEME 2005