La Compañía de las Hijas de la Caridad (Secularidad)

Francisco Javier Fernández ChentoFormación VicencianaLeave a Comment

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Autor: Miguel PÉREZ FLORES, · Fuente: Ecos 1997.
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Les voy a ofrecer algunas reflexiones sobre la secularidad de la Compañía de las Hijas de la Caridad. La pregunta a la que pretendo responder es la siguiente:¿QUE QUEREMOS DECIR CUANDO AFIRMAMOS QUE UNA CARACTE­RISTICA DE LAS HIJAS DE LA CARIDAD ES LA SECULARIDAD?

 La secularidad: característica del carisma de la Hija de la Caridad

  1. Ya desde el primer momento de mi exposición, quiero decirles tres cosas:

1ª Que, según mi modo de ver, la cuestión de la secularidad de las Hijas de   la Caridad ha dejado de ser un tema canónico. Ya no se puede plantear desde    este punto de vista, a no ser que se estudie la secularidad de las Hijas de la     Caridad desde la perspectiva histórica. Las razones en las que me baso son:

a)   Porque la Iglesia ha creado el marco canónico de las Sociedades de Vida Apostólica donde se coloca la Compañía de las Hijas de la Caridad.

b)   Porque en el Código del Derecho canónico actual, el término secular se aplica al clero secular, a los Institutos seculares, a quehaceres o tareas seculares y a personas jurídicas seculares. No se aplica a las Sociedades de Vida Apostólica y, por tanto, no se aplica a la Compañía de las Hijas de la Caridad.

c)    Porque la Compañía de las Hijas de la Caridad tiene hoy bien delineada su identidad canónica en las Constituciones. En la descripción canónica de la misma no entra la nota de secular (cf. C. 1.13). Es cierto que en la C. 1.9 se dice que las Hijas de la Caridad «no son religiosas, sino hermanas que van y vienen como seculares» (seglares). El texto citado está tomado de una carta de san Vicente al P. Santiago de la Fosse que veía una contradicción en el comportamiento de san Vicente. Por una parte prohibía a los misioneros que se dedicaran al servicio espiritual de las religiosas y, por otra parte, mandaba atender a las Hijas de la Caridad. San Vicente escribió esta carta unos meses antes de morir, el 7 de febrero de 1660. Es una carta muy interesante acerca de las relaciones de los misioneros con las Hijas de la Caridad. El texto no es de naturaleza canónica.

2.ª El tema de la secularidad es muy importante porque la Compañía, si     acierta en el modo de aplicar bien su secularidad, en escoger los signos         apropia­dos y en plasmar un estilo de vida adecuado, será en el mundo, un         signo evan­gélico, eclesial y vicenciano de gran valor. Si, por el contrario, no     acierta, se expone a ser devorada por el mundo, a sucumbir ante el poder      arrollador de la mundanización. El riesgo de la mundanización, por no haber    entendido bien la secularidad y no haber acertado en las expresiones, es un     riesgo que se ha de tomar en serio, como es serio el riesgo de no aceptar con    valentía las exigencias de la secularidad.

  1. Si la secularidad no es una cuestión canónica, ciertamente es una caracterís­tica del carisma de la Hija de la Caridad, una exigencia que dimana necesaria­mente de la naturaleza de su apostolado, que tiene como fin honrar a Cristo en las personas de los pobres. La C. 2.10 afirma que san Vicente lanzó a las Hijas de la Caridad «con la audacia de los apóstoles, por los caminos del mundo», o como leemos en la C. 1.9: «San Vicente y santa Luisa, respondiendo a la llamada de los tiempos, enviaron a las Hijas de la Caridad al encuentro de los pobres». Si se leen las constituciones desde la clave de la secularidad, se puede percibir que la idea de la secularidad es como un hilo que recorre toda la trama del tejido constitucional.

 

Lo que entendemos por secularidad: estar en el mundo sin ser del mundo

  1. El término secularidad ha resultado ser un término muy complejo. Conviene, pues, explicar lo que para nosotros significa, lo que nosotros queremos expresar cuando lo usamos. El término dice relación con el mundo, negativa y positivamen­te: ser del mundo, estar en el mundo, actuar como el mundo, vivir según el espíritu del mundo, gozar del mundo, pero también, ser levadura en el mundo, luz y sal del mundo, ser signo evangélico del mundo, etc. Todo esto nos recuerda algunos pensamientos de Jesús y cómo se comportaba El con relación al mundo: «Dios amó tanto al mundo que le entregó a su Hijo» (Jn 3,16). «Jesús vino al mundo y los suyos no lo recibieron» (cf. Jn 1,10). «Jesús es el salvador del mundo, el que quita los pecados del mundo» (Jn 1,29). «El dio su carne por el mundo» (Jn 6,51).
  2. Los cristianos, con relación al mundo, nos encontramos en la misma situación que Cristo. El mundo es obra de Dios y es lugar del maligno. Jesús no rogó al Padre que sacara a sus discípulos del mundo, sino que los librara del mal del mundo (cf. Jn 17,15). Esto significa que debemos estar en el mundo, pero sin contaminarnos del mal del mundo, evitando toda mundanización. Hay que estar en el mundo y no dejarse modelar según el mundo. Hay que renunciar a las pompas y vanidades del mundo estando en el mundo y siendo luz del mundo. Hay que vivir de los bienes de este mundo y, al mismo tiempo despegado de los bienes de este mundo. La secularidad origina situaciones contradictorias no siempre fáciles de resolver.
  3. Si el discípulo no puede ser distinto del maestro, el cristiano entra de lleno en la misma dinámica de Jesús en lo que se refiere al mundo: será odiado por el mundo, el mundo lo tentará, pero al mismo tiempo sentirá la fuerza del Espí­ritu que lo librará del mal. En resumen, para Jesús la presencia en el mundo fue una tarea de salvación, de vencer al mal en todas sus manifestaciones. El cristiano tiene la tarea de santificar al mundo, de salvarlo y de poner remedio a sus males.
  4. Estoy convencido de que, si queremos separarnos de una visión canónica de la secularidad de la Hija de la Caridad, el camino es contemplarla a la luz de la actitud de Cristo con relación al mundo. Por muchas implicaciones que la secu­laridad tenga en todos los órdenes, no se puede prescindir de contemplarla en su dimensión teológica. La secularidad de la Hija de la Caridad no se puede separar de su identidad y misión, de su condición de persona consagrada a Dios para el servicio de los pobres, es decir, del don de la vocación, que es, ante todo, don de Dios y, por tanto, realidad teológica. A veces —es mi impresión— parece que la secularidad se plantea solamente desde el servicio. Este plantea­miento no es plenamente correcto. Para que sea plenamente correcto, es nece­sario plantear la secularidad también desde la consagración. Veremos cómo el pensamiento de los Fundadores sobre la secularidad de la Compañía está plan­teado desde la consagración y desde el servicio. En las Sociedades de Vida Apostólica y, por tanto en la Compañía de las Hijas de la Caridad, es posible que se dé la tensión entre consagración y servicio, como parece que sucede en los Institutos de Vida Consagrada que llevan a cabo actividades apostólicas. El que existan tensiones no es malo. Las tensiones son signo de vida y, sobre todo, voces de alarma.

 

Secularidad y sentir con la Iglesia

  1. La Compañía es un ser vivo. No es suficiente con que beba en las fuentes las inspiraciones e instituciones de los Fundadores (cf. C. 1.3). Está, además, inserta en el misterio salvífico de la Iglesia (cf. C. 1.13). Debe, pues, sentir con la Iglesia. Todos sabemos cómo el Vaticano II se planteó muy seria y profundamente la relación de la Iglesia con el mundo, en uno de los documentos más significativos del Concilio, la constitución pastoral que lleva el título de «La Iglesia en el mundo de nuestro tiempo». Un buen planteamiento de la secularidad de la Hija de la Caridad no puede prescindir de cómo la Iglesia quiere estar presente en el mun­do. El proemio del documento es muy significativo para la Hija de la Caridad: «El gozo y las esperanzas, las tristezas y angustias del hombre de nuestros días, sobre todo, de los pobres y de toda clase de afligidos, son también gozo y esperanza, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdade­ramente humano que no tenga resonancia en su corazón, pues la comunidad que ellos forman está compuesta de personas que, reunidas en Cristo, son dirigidas por el Espíritu Santo en su peregrinación hacia el Padre, y han recibido para proponérselo a todos, el mensaje de salvación. Por ello, esta comunidad se siente verdadera e íntimamente solidaria con la humanidad».
  2. Toda la constitución pastoral del Vaticano II «Gozo y esperanza» ofrece ele­mentos para ahondar el significado de la secularidad de la Hija de la Caridad. Hay capítulos especialmente ricos, como es el capítulo IV. En él se trata de la función de la Iglesia en el mundo: las relaciones mutuas entre la Iglesia y el mundo, la ayuda que la Iglesia se esfuerza por ofrecer a cada uno de los hombres lo que la Iglesia ofrece a la sociedad o, cambiando el orden, lo que el mundo ofrece a la Iglesia. Y todo para que, mediante esta ayuda mutua, se logre que venga el reino de Dios.

Lo que pretendo con todo esto que les estoy diciendo es que planteemos bien el tema de la secularidad, que la veamos como un valor teologal y como un dinamismo de la misión salvadora de la Iglesia. No podemos prescindir del valor «funcional» de la secularidad de la Hija de la Caridad, pero tampoco centrarnos exclusivamente en él.

 

Pensamiento de san Vicente sobre la secularidad de la Hija de la Caridad

  1. La idea más común que tenemos acerca de la secularidad de las Hijas de la Caridad es que san Vicente nunca quiso que éstas fueran religiosas. Todos conocemos lo que el ya anciano Fundador —le faltaban unos meses para morir dijo en la conferencia de 24 de agosto de 1659: «Si se presentase un espíritu enredador e idólatra que dijese: «tendríais que ser religiosas, eso será lo mejor», entonces, hijas mías, la Compañía estaría para la extremaunción. Tened miedo, hijas mías, y si todavía estáis con vida, impedidlo. Llorad, gemid, decídselo al superior. Pues, quien dice religiosa, dice enclaustrada, y vosotras tenéis que ir por todas partes» (IX, 1176).
  2. La lectura de este texto suscita varias preguntas: ¿La idea de «religiosizar» la Compañía ha existido en su historia? San Vicente parece que tuvo miedo de que así sucediera. Mi respuesta es que no ha existido la idea de «religiosizar» canó­nicamente la Compañía. Pero no estoy seguro de que no haya habido tendencias o mentalidades «conventualizantes». Según mi parecer, hoy prevalece la idea secularizante    lo que considero bueno— sin embargo, es necesario tener con‑ ciencia seria de lo que la secularidad exige y la valentía y arrojo para ser conse­cuentes. Es posible que en la Compañía existan hoy simultáneamente tendencias «conventualizantes y secularizantes» no fáciles de armonizar. Estoy seguro de que muchos problemas tienen su raíz en esta doble mentalidad.
  3. Detengámonos en la conferencia del 24 de agosto de 1659. San Vicente ha sido Superior de la Compañía durante veintiséis años, desde 1633 a 1659, son veintiséis años. La Compañía lleva también veintiséis años de vida. El Fundador y Superior está cargado de experiencia. La Compañía ya ha experimentado diver­sas tensiones, tentaciones y fallos. Hay elementos más que suficientes para no perder la ilusión cara al futuro, pero también hay elementos suficientes para la reflexión, para afrontar los riesgos y resolver los problemas que surjan.
  4. En la conferencia del 24 de agosto de 1659, san Vicente explicó las Reglas de las Hermanas que trabajan en las parroquias. Es una conferencia interesante e iluminadora del tema de la secularidad. Se repiten las ideas claves. San Vicente buscó siempre la armonía entre estar en el mundo, la atención a los peligros y sus remedios, o dicho positivamente: san Vicente deseó firmemente que la presencia de las Hermanas en el mundo fuera significativa, testimonial y apostólicamente eficaz. Denunció dos casos en los que alguna Hermana sucumbió a los peligros de la mundanización: el apego a los hombres, aunque fuera el confesor, y que­darse con el dinero de los pobres. Son ejemplos de mundanización. En nota, recojo aquellos pasajes de la conferencia antes citada, para que ustedes los relean y vean el esfuerzo que san Vicente hizo para mantener la armonía entre presencia en el mundo y las exigencias espirituales. Merece la pena que lean esta conferencia y ponerse en la misma situación en la que se puso san Vicente (cf. nota al final del artículo).
  5. No creo que resulte difícil resumir el pensamiento de san Vicente sobre la secularidad de las Hijas de la Caridad:
  • Presencia en el mundo, sobre todo, en el mundo de los pobres.
  • Espiritualmente vigorosa.

Y las razones de esta exigencia espiritual son:

  • Para que sea una presencia evangélicamente testimonial.
  • Para que sea una presencia apostólicamente eficaz.
  • Salir al encuentro de los peligros de la mundanización.

 

Secularidad y unidad en la diversidad

15. Nada más que se plantea el tema de la secularidad, aparece inmediatamente la cuestión de los medios, de cómo conseguir la presencia cualificada en el mundo. Entramos dentro del campo de las expresiones, de los signos que se deben crear o cambiar, del estilo de vida personal y comunitario, de las obras propias o en colaboración. Me resulta muy difícil concretar y a ustedes les resul­tará muy difícil concretar, porque tienen delante una Compañía que se define internacional. La C. 1.18 reconoce la internacionalidad de la Compañía y sus consecuencias: <‹El carácter internacional de la Compañía se expresa en su vida, su organización y su representación». No hay otro camino que el discernimiento, teniendo presente los criterios que la misma Compañía se ha dado a sí misma en las Constituciones. Una vez más, les cito el principio de la unidad dentro de la diversidad que <>permiten a la Compañía un apostolado más eficaz y una vitalidad mayor. Estas diversidades implican, en lo que se refiere a las actividades y estilo de vida, opciones diferentes que siempre se hacen en función del servicio de Cristo en los pobres, según el espíritu de la vocación» (C. 3.24). Por lo que se refiere a las diversidades, no creo que se pueda poner límite por       lo que dice la C. 1.8: >‹Del Hijo de Dios aprenden las Hijas de la Caridad que no           hay miseria alguna que puedan considerar como extraña… Múltiples son las for­mas         de pobreza, múltiples las formas de servicio, pero uno solo es el amor de Dios que las ha llamado y reunido». Por lo que se refiere a la unidad, creo que sí puedo ofrecerles, al menos, dos criterios, dejando a un lado la unidad en el espíritu que es, sin duda, la más importante. Señalo dos más fáciles de comprobar:

1º La unidad en el gobierno, es decir, la aceptación real de los mismos       Superiores.

2º La práctica de las mismas Constituciones, no obstante, la diversidad en las    interpretaciones y aplicaciones.

 

En busca de una formulación armónica de la secularidad de la Compañía

16. La tarea de discernir y de plasmar armónicamente las exigencias de la secularidad es, sin duda, una de las responsabilidades de la Asamblea. Un ejemplo lo tenemos en las Asambleas anteriores. Casi podemos decir que fue un tema en el que se trabajó desde 1968 hasta la aprobación de las Constituciones en 1983. La conciencia de la secularidad en la Compañía nunca ha desaparecido. Me refiero a las expresiones normativas. En las Constituciones provisorias, fruto de la Asamblea General de 1968-1969, al exponer lo que es el espíritu de la Compañía, se afirma que una de sus características es la inserción en el mundo. Para pro­barlo, citan la autoridad de san Vicente. Citan el conocido texto: «tendrán por monasterio las casas de los enfermos, por habitación un cuarto de alquiler, por capilla, la iglesia parroquial, etc.». Y no añaden más. El texto ha quedado recor­tado. El pensamiento de san Vicente queda mutilado.

  1. En la Asamblea de 1974 hay un cambio. La idea de inserción en el mundo es sustituida por la idea de la universalidad del servicio… «por todas partes. Las Hijas de la Caridad saben que en todas partes encuentran la presencia del Señor, como se lo aseguran los Fundadores: tendrán ordinariamente por monasterio las casas de los enfermos, etc.», pero, en la redacción de las Constituciones previ­sorias de la Asamblea General de 1974, se añade el complemento espiritual: «La Compañía reconoce la exigencia que representa para cada una de las Hermanas el llegar a una vida cristiana y consagrada verdaderamente sólida, a una unión constante con Dios, para poder ser, en medio del mundo, testigo del amor de Dios». En realidad, esta exposición de la secularidad es correcta. Busca la armo­nía entre la presencia en el mundo y el vigor espiritual para poder ser en el mundo, testigo del amor de Cristo. Se sacan las consecuencias de la agilidad y movilidad, y la prontitud de acudir al servicio de los pobres.
  2. En la Asamblea General de 1980 hay una nueva formulación. Se parte de la universalidad de la Compañía: «Desde los comienzos, san Vicente y santa Luisa, respondiendo a las llamadas de su tiempo, enviaron a las Hijas de la Caridad al encuentro de los pobres. Y para permitirles conservar la movilidad necesaria y vivir en medio de aquéllos a quienes servían, les dieron por monasterio las casas de los enfermos, etc.». Se saca una conclusión referente a la secularidad. «Los fun­dadores quisieron, pues, para las Hermanas, la secularidad que hacía posible ir por todas partes, cuidando, sin embargo, de explicitar que debían vivir regular­mente, observando las Reglas recibidas. Pero les hicieron comprender, sobre todo, la exigencia de una unión con Dios constante, para poder ser, en medio del mundo, testigos del amor de Cristo». Otras consecuencias son la disponibilidad y la agilidad para responder a las necesidades nuevas y urgentes y las insercio­nes que exigen (cf. C. 1.9).
  3. Tampoco se pueden poner objeciones de fondo a esta expresión de la se­cularidad. Sin embargo, se introdujo otro cambio en la expresión de la seculari­dad. De nuevo se parte de la llamada universal de los pobres y de salir a su encuentro. Se recoge la idea de la movilidad y se da el texto de san Vicente completo. La novedad está en que se da el texto completo de san Vicente: «Con­siderarán que no se hallan en una religión, ya que ese estado no conviene a los servicios de la vocación. Sin embargo, como quiera que se ven más expuestas a las ocasiones de pecado que las religiosas obligadas a guardar clausura, puesto que tienen por monasterio las casas de los enfermos, y no hacen otra profesión para asegurar su vocación más que la confianza continua que tienen en la divina Providencia, el ofrecimiento que hacen de todo lo que son… Por todas esas con­sideraciones, deben tener más virtud que si fueran profesas de una orden religio­sa… Las conclusiones que se deducen son que las Hijas de la Caridad no son religiosas sino personas que van y vienen como seglares y la movilidad de ir por todas partes» (C. 1.9).

20. ¿Por qué estos cambios? En primer lugar, porque el tema era muy interesante y no se acababa de dar una formulación satisfactoria. Había que perfilar todo lo posible la formulación. No es de extrañar que los peritos de la Congregación romana, encargados de estudiar las Constituciones, hicieran observaciones espe­ciales y aconsejaran poner completo el texto vicenciano para evitar interpretacio­nes reducidas o demasiado circunscritas a un tiempo determinado. Se trataba de una característica del carisma vicenciano muy importante y muy decisiva para la vitalidad de la Compañía. Lo mejor era seguir el consejo dado en el decreto Perfectae Caritatis del Vaticano II: ir a las fuentes, ser fieles al espíritu de los Fundadores para conservar el carácter propio (cf. PC 2b).

21. Perdonen que sea repetitivo. Creo que el esfuerzo de la Compañía por lograr una formulación armónica sobre la secularidad se ha conseguido y ha quedado plasmada en la C. 1.9. El esfuerzo que ha durado desde 1968 hasta la aprobación de las Constituciones actuales, 1983, ha dado fruto que esperemos sea abundante.

 

Secularidad y consagración

22. A partir del reconocimiento de los Institutos Seculares se desarrolló una idea que, de alguna manera, está en san Vicente. Me refiero a la secularidad consa­grada. San Vicente enseñó a las Hermanas que «no hacen otra profesión para asegurar su vocación más que la confianza continua que tienen en la Divina Providencia y el ofrecimiento que hacen de todo lo que son y de su servicio en la persona de los pobres» (C. 1.9). Con un lenguaje bien sencillo, lejos de formulaciones teológicas, san Vicente está hablando de la consagración de la Hija de la Caridad. Una de las expresiones más convincentes de la consagración de la Hija de la Caridad es la entrega de sí misma a Dios, de todo lo que ella es, para cumplir la misión confiada: el servicio a Cristo en los pobres. Es importante ver la secularidad a la luz de la consagración o como un matiz que da color especial a la consagración. La repercusión que ésta tiene en la Hija de la Caridad es grande. Nunca una Hija de la Caridad se debe considerar como mera asistente social, como mera prestadora de servicios sociales profesionales. El empeño por lograr el vigor espiritual, elemento esencial de la secularidad vicenciana, no tiene base, si no se ve la secularidad desde la perspectiva de la consagración a Dios.

 

La secularidad y la formación

  1. Los Fundadores, dada su mentalidad, el lenguaje de su tiempo, insistie­ron en evitar los peligros del mundo, uno de los enemigos del hombre. San Vi­cente aconsejó la práctica de la modestia, del recogimiento, de vivir como regu­lares, unidos con Dios. Todo esto, lenguaje y contenidos, suena a ascética tra­dicional, de ninguna manera desechable, por supuesto. Lo que sucede es que la secularidad ofrece muchos puntos de interés en la formación espiritual y cívica de las Hermanas. La formación espiritual requiere hoy una visión y una práctica de las virtudes, no sólo a nivel de perfección personal, sino a nivel social. Esto que les digo es importante y no es nada nuevo para ustedes. La C. 2.3 distingue bien el aspecto personal y apostólico de las tres virtudes que caracterizan a la Hija de la Caridad: sencillez o transparencia, humildad o cercanía al pobre, caridad o apremio, celo o ardor por que toda persona realice su vocación de hijo de Dios.
  2. La secularidad de las Hijas de la Caridad, es decir, presencia evangélica y vicencianamente cualificada, les permite ver todos los compromisos de la Hija de la Caridad en dimensiones de horizontes amplios. Los consejos evangélicos que emiten las Hijas de la Caridad se pueden y se deben ver desde su presencia en el mundo. Por la entrega total, la Hija de la Caridad se encarna en el mundo. La castidad la deben vivir en medio del mundo, les permite la libertad de «ir y venir», según la visión de santa Luisa. La obediencia no se concibe sino como disponi­bilidad para construir un mundo nuevo. El servicio las pone en contacto con realidades muy significativas del mundo, como son los pobres, en cuyos rostros se ven los pecados de la humanidad. Los consejos evangélicos adquieren matices no percibidos si sólo se ven desde una perspectiva de perfección personal. Esta vivencia de los consejos evangélicos en el mundo hace que la vida de la Hija de la Caridad se presente con un valor profético, en su doble vertiente de choque y de propuesta.

25. La Madre Guillemin trazó un estupendo programa de formación cuando ex, puso los cambios de mentalidad que hoy exigía el servicio: «pasar de una situación de posesión a una situación de inserción; de una posición de autoridad a una  postura de colaboración; de un complejo de superioridad religiosa a un sentimiento de fraternidad; de un complejo de inferioridad humana a una franca participación en la vida; de una inquietud de conversión moral a una preocupación misionera» (cf. Instrucción de votos, pág. 113).

26. Una formación desde la secularidad no es extraña a la espiritualidad de Hijas de la Caridad. El dicho tan conocido y expuesto por san Vicente de «dejar a Dios por Dios» es un punto de arranque inspirador. En las Constituciones está también presente: «En la alabanza a Dios hay que ser portadoras de los gozos 3 de las esperanzas, las tristezas y angustias de toda la humanidad» (C. 2.12). «La oración es tiempo de escuchar al Señor, de buscar su voluntad, de presentar la vida y las necesidades de los hombres» (cf. 2.14). Todos estos gérmenes de secularidad que encontramos en la espiritualidad de la Hija de la Caridad se deben, creo, desarrollar con esmero. Los observadores de la Vida Apostólica de futuro están de acuerdo con que todos los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica deben estar animados de un gran vigor espiritual. Es inútil proclamar una secularidad significativa si la persona que la ha de llevar cabo no está bien formada y no ha logrado la armonía entre estar en el mundo sir ser del mundo.

27. Un formador, refiriéndose a la formación en la vida teologal del consagrado al apostolado dice lo siguiente: -No quedan ya muchas dudas al respecto. La ingenuidad en este terreno debiera estar prohibida. En el origen de las vida, sacerdotales, de consagrados que florecen personal y apostólicamente, hay siempre un hombre, una mujer de fe. En el origen y en la perpetuación de quiebra personales o apostólicas siempre hay un deterioro de la fe. Se va acumulando tal grado de experiencia en este terreno que la ingenuidad, incluida la que pueda darse en la formación, es ya culpable» (García A.: Apología de la diferencia, Sal Terrae, octubre de 1994, pág. 714).

28. Mi oración por todas las Hijas de la Caridad del mundo y que están metidas en el mundo, especialmente en el mundo de los pobres, es la de nuestro Señor

 

«No te pido, Padre, que las saques del mundo, sino que las libres del mal».

 

 

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