La caridad y la promoción humana en la misión

Francisco Javier Fernández ChentoEspiritualidad vicencianaLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: María Gracia Deriu, H.C. .
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En primer lugar presento la síntesis de la dinámica y de los tiempos de nuestra tarea:

  1. La Misión se prepara y organiza siempre por los Misioneros de acuerdo con el Párroco y con los grupos existentes en la parroquia. Se establece el tema principal, el período más oportuno y se preparan todos los aspectos logísticos mejores para el buen éxito de la Misión. En cuanto es posible, participan en estos encuentros los representantes del grupo, teniendo así un primer contacto con la realidad en la que trabajarán.
  2. En nuestro grupo trabajamos en parejas, laica y Hermana. Según las exigencias de la comunidad, y de nuestra disponibilidad, toman parte dos o más parejas. Nuestro compromiso es de una o dos semanas. Llegamos siete días antes de los Misioneros; en la primera parte trabajamos solos, en la segunda seguimos nuestro trabajo, mientras los sacerdotes inician el suyo.
  3. El día de llegada, normalmente con una sencilla y atractiva ceremonia en la celebración de la Misa, o de las Vísperas, el Párroco, ante la comunidad reunida en oración, confía el mandato y entrega el crucifijo a los misioneros; este es el momento en que comienza oficialmente nuestra labor.
  4. Nos alojamos con las familias que se prestan a ofrecer este servicio. Normalmente las comidas se hacen juntos y el alojamiento tiene lugar según las posibilidades disponibles.

Después se inician las visitas a las familias. Partiendo de la periferia para después dirigirnos hacia el centro, nos comprometemos a ponernos en contacto con todos los núcleos familiares. Al ponernos en contacto con ellos, les presentamos el programa de la Misión y tratamos de sensibilizarles sobre los compromisos que este tiempo de Gracia especial lleva consigo, tratamos también de establecer una buena y cordial relación y en el buen clima, creado fácilmente, llegamos al conocimiento de los diversos problemas con que se enfrentan las familias: sufrimientos físicos y morales, dificultades y problemas de diversa naturaleza. Se nos ofrece una segunda oportunidad, para los casos que lo aconsejan, de sugerir el
encuentro con el misionero, e incluso, con frecuencia nos comprometemos a comunicar al misionero los casos de ancianos y enfermos.

Este tipo de acercamiento nos permite conocer los problemas, las dificultades e incluso las alegrías de las personas con quienes nos encontramos. Esto supone ya en sí un anuncio, aunque sea de manera muy sencilla, de Cristo y del Evangelio, en espera de un anuncio más sistemático y completo por parte de los misioneros.

Como Hija de la Caridad, mi experiencia en las Misiones ha sido siempre maravillosa, existen momentos de gran enriquecimiento y de encuentro con realidades distintas de mi quehacer cotidiano. A través de estas experiencias, he tenido la oportunidad de adquirir una mayor sensibilidad y atención a los problemas que se presentan, estimulándome a una mayor apertura y disponibilidad. Como decía la Madre Gillemen, «La Hija de la Caridad debe abrirse a todos los horizontes del mundo» atenta, como San Vicente, a las nuevas realidades que se encuentran, es decir a los signos de los tiempos.

Ciertamente, no es una novedad, pero la dificultad con que nos encontramos con más frecuencia es la de los «alejados». Este problema es difícil de enfocar ya que, son muchos los motivos que llevan al alejamiento de la práctica y del compromiso en la vida eclesial. Incluso en los casos más complejos, aquellos que dicen que no tienen ningún interés en lo referente a Dios, nuestra actitud debe ser siempre cristiana, yendo al encuentro de las personas, ante todo, bien enraizadas en Dios, anunciando, siempre y sólo en nombre de la Iglesia con la caridad, presentada si es necesario en forma material, y acompañada de la oración al estilo de San Vicente.

En nuestro Directorio tenemos una guía precisa y atenta. Permitidme citar un punto, el nº 40 dice

Testigos de Cristo, Señor de nuestra vida, nos esforzaremos a fin de que, a través nuestro, las personas con quienes nos encontramos y nos escuchan sean encaminados, a encontrarse con Él….

La experiencia más grata que encuentro en las Misiones es el constatar el retorno a la Casa del Padre de los alejados, la grande y profunda alegría que experimentan con el perdón obtenido después de un largo tiempo, la evidencia de felicidad al sentirse libres, sin el peso de fardos pesadísimos y desalentadores.

Es muy importante disponer a las almas para el diálogo, sobre todo en el interior de las familias, porque son frecuentes los casos de soledad profunda, incluso de quien vive con los parientes y familiares, cónyuges, padres e hijos. Continuamente constatamos la incapacidad para el diálogo y la escucha, casi para confirmar el viejo dicho que afirma que «no se está nunca tan sólo como cuando se está en compañía». Por ello dedicamos una atención especial a estos casos en que se pone de manifiesto el deseo sencillo y elemental de encontrar alguien con quien hablar.

Con frecuencia nos encontramos con personas que no piden nada más que un poco de atención, algún minuto de nuestro tiempo en que nos hablan y que, mientras lo único que
hacemos es escucharlos, se sienten importantes. Muchas veces, de esta escucha desinteresada, atenta y prudente por parte de nuestros Misioneros, surgen confidencias verdaderamente conmovedoras. Nos damos cuenta de que, con frecuencia, esto sucede por el hecho de que, al no conocernos, se supera la barrera del pudor y del respeto humano, obstáculo frecuente para una sinceridad sin reservas. Pero también es verdad que ello nos compromete todavía más, no sólo al deber de la reserva, sino al respeto y a la gratitud hacia quien nos han honrado con su estima y confianza.

El encuentro lo concluimos con una breve oración, un saludo cordial y afectuoso, un hasta luego durante los diversos encuentros de la Misión. Y así, de casa en casa, de familia en familia, comenzando por las últimas casas del lugar, poco a poco vamos hacia el centro….

En mi experiencia en las misiones, he aprendido una gran lección, es decir, el deber de respetar en grado máximo a quienquiera que encuentre: puedo no comprender, tengo el derecho de no compartir, tengo el deber de respetar. Todos los días me encuentro con culturas y modos de ser completamente diversos a mi educación y formación. Recuerdo una frase importante de Pablo VI que, nos recordaba que en nuestros días, no se necesitan anunciadores sino testigos. Todos los días la vida cotidiana me recuerda que incluso, y sobre todo las personas más pobres en todos los sentidos, aquellas que ya no tienen nada, quienes han perdido todo, me hacen comprender con su silencio, con su dolor, que esperan de mi, solamente, ser ayudadas a recobrar de nuevo su dignidad. Yo estoy únicamente en su camino para acompañarlas durante un breve recorrido, debo caminar con ellas, mostrarles con hechos que siempre es posible reemprender la marcha que, quizás, habían olvidado.

Esta es la promoción humana, como me ha sido enseñada en el servicio que presto en las Misiones y me parece que así está comprendida en el contexto global de la evangelización, e incluso reforzada en un documento pastoral de los Obispos italianos titulado «Evangelización y Sacramentos». En la pág. 33, nº 81, leemos «…La prudente presencia y la valorización consecuente de todos los aspectos de la promoción humana, a los que son tan sensibles los hombres de nuestro tiempo. Tales aspectos están en la base del Evangelio y son encarnados y vividos en la vida de la Iglesia. La realidad sacramental, adaptada al hombre en su ser concreto, entendida en toda la profundidad de su estructura, no hace nada más que reconocer y propugnar, como signo, la exigencia de esta promoción, la liberación, la justicia, la paz»

Y vosotros, Sacerdotes, Hermanas y Laicos, que conocéis mejor que yo cuanto ha afirmado el Concilio, sabéis que a nosotros nos toca, sobre todo en las misiones, acoger y puntualizar las orientaciones de la Iglesia.

Ciertamente, esto se le presenta a nuestra gente con mucho tacto, sin imponerse jamás, en el respeto recíproco, incluso a quien non comparte mi fe, haciéndoles comprender que la Iglesia esta compuesta de todos los bautizados que profesan la fe.

A María y a San Vicente, evangelizador y siervo de los pobres, encomendamos nuestro compromiso; que ellos nos guíen en el anuncio del Evangelio de Cristo, nos bendigan a nosotros y a las personas con quienes nos hemos encontrado y con las que encontraremos en las misiones en el futuro.

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