La Caridad, tarea de la Iglesia en la Encíclica "Dios es Amor"

Francisco Javier Fernández ChentoFormación VicencianaLeave a Comment

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Autor: José Manuel Villar Suárez, C.M. · Año publicación original: 2006 · Fuente: XXXII Semana de Estudios Vicencianos (Salamanca).
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Introducción

Ves la Trinidad, si ves el Amor, comienza afirmando el Papa Benedicto XVI en la segunda parte de su Encíclica, trayendo a colación las palabras de san Agustín. Permitidme también, que lo diga de otra forma, citando ahora a san Juan: Tanto amó Dios al mundo que entrego a su Hijo. Esta entrega personal supone para los cristianos quedar existencialmente unidos a Jesucristo como don y como tarea. Cristo está unido a nosotros y nosotros pode­mos estar unidos a Jesucristo como el sarmiento a la vid, como miembros de un cuerpo a la cabeza, por eso puede llegar a decir Pablo Caritas Christi Urget Nos, como una afirmación existen­cial pero, sobre todo, como un verdadero reto para cada Bautiza­do, ya que continua el Apóstol: Si alguien vive en Cristo es una criatura nueva, lo viejo ha pasado ha aparecido lo nuevo (5, 17). Estaríamos, pues, ante el polifacético ejercicio eclesial de la Ca­ridad, pero vamos a dejar a un lado el Institucional y ministerial, tan excelentemente explicado por los PR Rivas y Pascual, para fijarnos en el individual, lo que nosotros vamos a denominar agentes de caridad.

Pero ¡ojo!, esta Caridad no es solo un sentimiento, una con­vicción, una programación… sino la actividad del Espíritu Santo con toda su potencialidad de dones y carismas que se plasman en la Iglesia como realidad histórica, institucional e individual. El Amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado (Rom 5,5). A partir de aquí el Papa insiste que, junto a la tarea del anuncio (martyria) y de la celebración (liturgia) no puede faltar y tiene que estar al mismo nivel la diakonia, es decir, el servicio de la caridad: Con el paso de los años y la difusión progresiva de la Iglesia, el ejercicio de la caridad se confirmó como uno de sus ámbitos esenciales, junto con la administración de los sacramentos y el anuncio de la palabra: practicar el amor hacia las viudas y los huérfanos, los presos, los enfermos y los necesitados de todo tipo, perte­nece a su esencia tanto como el servicio de los sacramentos y el anuncio del Evangelio. La Iglesia no puede descuidar el servicio de la caridad, como no puede omitir los Sacramentos y la Palabra (22) En definitiva, se trata de asegurar que, en el seno de la Iglesia, a nadie le falte lo necesario. Por tanto, el ver­dadero punto de partida siempre serán los miembros de la mis­ma familia eclesial pero también pueden ser las urgencias de los de dentro y de los de fuera. Recuerden lo que Juan XXIII ejerciendo el servicio de Nuncio en Oriente hizo. ¿Lo recuer­dan? No duda en poner a disposición de los cristianos ortodo­xos, que se habían quedado expoliados por un desastre natural, los bienes de la Iglesia católica e incluso los personales hasta vender su propio anillo pastoral porque lo más importante es el Amor.

1. Cristiano-Vicenciano, agente de caridad

Aunque pertenece a todo cristiano por el mismo hecho de serlo, ya que nos encontramos en este foro, vamos a permitirnos el lujo de hablar de cristiano-vicenciano, porque —dicho sea de paso y como nos decía ya el P. Rivas en su exposición—, esta Encíclica parece pensada especialmente para nosotros que nos sentimos miembros de esta gran familia fundada por inspiración del Espíritu a nuestros fundadores.

Dicho esto, parece muy importante no confundir la labor de la caridad, desde el cristiano-vicenciano, con una labor que se esfuerza por encontrar soluciones desde el mero punto de vista humanitario. Nosotros sabemos muy bien lo que abarca la cari­dad al estilo vicenciano. Recordemos a grandes rasgos sus prin­cipales características:

  1. La caridad hace reconocer que los pobres forman el ele­mento más querido por Dios de entre sus hijos, de tal forma, que «lo que hacemos al hermano a Dios mismo se lo hacemos».
  2. La caridad se convierte en elemento esencial de evangeli­zación, sobre el que debe centrarse toda la acción de la Iglesia.
  3. Los pobres deben ocupar el lugar de atención preferente dentro de la Iglesia. Una familia se va construyendo en la medida en que la caridad ocupa, cada vez más, el lugar central de reflexión y de vida.
  4. Desde la opción caritativa radical, la caridad se convierte en inventiva hasta el punto de fomentar una eclesiología de comunión y corresponsabilidad.
  5. La caridad es el compendio de todas las virtudes y favorece el encuentro con Dios, la promoción humana, social y cris­tiana de todos los hombres especialmente de los más pobres.

Pues bien, el Papa sigue afirmando que toda actividad de cari­dad en la Iglesia persevere como lo que es y no se diluya en una organización asistencial genérica, convirtiéndose en una de sus variantes (31) y, desde aquí, se pregunta: «¿cuáles son los ele­mentos que constituyen la esencia de la caridad cristiana y ecle­sial?» o, si quieren ustedes, dicho de otra forma: ¿dónde tenemos qué poner el acento para no perder nuestra identidad caritativa-cristiana? Cuatro son los elementos que cita Benedicto XVI y que resumimos así:

a. La Caridad cristiana busca aliviar las necesidades más apremiantes de los hombres siguiendo el espíritu del texto de Mateo 25. Esto es incuestionable aunque también es ¡mucho más!

Es precisa la competencia profesional para llevarlo a cabo pero «por sí sola no basta» (31). Se pretende servir al ser humano que necesita más que una «atención técnicamente correcta». Necesitan humanidad, atención cordial, dulzura, acogida, comprensión… lo que el Papa denomina «forma­ción del corazón» (31) y que en modo alguno pretende excluir la preparación profesional pero… ¡tampoco al revés!, de tal forma que el agente cristiano de caridad, debe aprender a dirigir sus pasos hacia el encuentro con Dios en Cristo, o lo que no se cansaba de repetir san Vicente: pen­sar y cuestionarse en cada momento «¿qué haría Cristo ahora?», de tal forma que suscite en él el Amor y abra su espíritu al otro, así el amor al prójimo no es algo impuesto (nacido de una cuestión sociológica, una reflexión ideoló­gica o de un momentáneo sentimiento de culpa) sino con­secuencia que se desprende de la fe, la cual actúa por la caridad (Gal 5, 6) (31a).

b. La Caridad cristiana ha de caminar con independencia de partidos políticos e ideologías. Lo que buscamos y preten­demos no es una nuevo sistema revolucionario, político, de estrategia de poderes sino el compromiso con el programa de Jesucristo reflejado en la parábola del Buen Samaritano: ser capaces de salir al encuentro… de ver, acercarnos, no tener miedo… de comprometerse» o lo que Benedicto XVI denomina: «un corazón que ve» (31b). Ojos abiertos y corazón dispuesto no para «quedar bien» sino para descu­brir la necesidad y actuar en consecuencia.

No cabe la menor duda que a la espontaneidad del indivi­duo hay que añadirle la programación, la previsión, la colaboración con otras instituciones aunque si perder la identidad y manteniendo bien claro que «no soy yo, es Cristo quien vive en mí», o de otra forma «a través de su actuación —así como por su hablar, su silencio, su ejem­plo—, ser testigos creíbles de Cristo» (31c).

c. La Caridad cristiana se caracteriza por su «amor gratuito», es decir, no se práctica para obtener otros beneficios u objetivos, pero al mismo nivel, tenemos que afirmar con el Papa «no significa que la acción caritativa deba dejar de lado a Dios y a Cristo» (31c), y menos en nuestro tiempo cuando uno de los males fundamentales que favorece la pobreza más absoluta e incluso la marginación es la «ausencia de. Dios» (31c). Desde aquí puede surgirnos la duda: ¿hay que imponer a los demás la fe la Iglesia? La respuesta es rotunda: jamás pero tampoco hay que diluir o perder el dinamismo propio de nuestra vida y del por qué nos comprometemos con él para el ejercicio de la Caridad. Entonces ¿cómo compatibilizar estas dos accio­nes fundamentales? El mismo Papa nos responde: «…el cristiano sabe cuando es tiempo de hablar de Dios y cuando es oportuno callar sobre El dejando que hable solo el Amor» (71c).

d. La Caridad cristiana exige la práctica de la humildad desde ángulos muy diversos:

d. 1 . El agente de Caridad se da perfecta cuenta que es la Iglesia y no solamente él el que actúa, de lo cual se des­prende que trabajará con tesón CON la Iglesia, DESDE las directrices emanadas por ella.

d. 2. Apertura a la dimensión católica: es decir, sintonizar y trabajar en común con los otros hacia el interior de la Igle­sia: sobran muchos protagonismos que producen esterili­dad —y no precisamente de la jerarquía— sino de aquellos que se constituyen en paradigmas de verdad; hacia el exte­rior: es preciso abrir puertas y ventanas, sin perder nuestra identidad cristiana-vicenciana para sintonizar con las orga­nizaciones que se dedican a la atención de las diversas necesidades desde nuestro afán de colaboración y servicio al pobre y no desde la intención de poder, protagonismo, dirección o mando.

d. 3. Humildad porque «quien es capaz de ayudar reconoce que, precisamente de este modo, también él es ayudado. La caridad cristiana, hace humilde al que sirve y le lleva a reconocer la necesidad que tiene del «otro» pues cuanto más se esfuerza uno por los demás, mejor comprenderá y hará suya la palabra de Cristo: somos unos pobres siervos» (35) Resulta muy curioso que, precisamente cuando inten­tamos «aguar», «descafeinar», «edulcorar» en nuestros documentos y en nuestra vida la palabra «siervo/a» el Papa la recupera como parte esencial de la vida del cristiano, siendo conscientes que nosotros le ofrecemos nuestro ser­vicio y que el Señor hará el resto. Por eso insiste en dos aspectos fundamentales:

a. Humildad para no caer en la soberbia que desprecia al hombre y nada construye, ni ceder a la resignación porque impediría dejarse guiar por el amor y así servir al hombre. Precisamente el Papa no duda en afirmar que «el poder ayudar no es mérito propio ni motivo de orgullo sino Gracia» (35).

b. Humildad que exige, en medio de nuestro mundo terriblemente secularizado, la oración como medio para recibir las fuerzas de Cristo. Es verdad que las necesi­dades concretas apremian pero ¿cómo llegar a ellas sin la fuerza que proviene de Dios? La oración lejos de apocarnos nos impulsa y lanza a la lucha contra la pobreza y por la justicia, contando con su fuerza cuan­do la «acción humana se declara impotente» (37).

2. María, los santos, testimonio del Dios-caridad

Junto a la Virgen María, modelo de Caridad, de aceptación de la voluntad de Dios, el Papa cita a nueve santos entre ellos a san Vicente de Paúl y a santa Luisa de Marillac. Todos ellos nos hacen comprender que la Caridad en la vida de la Iglesia no es una «especie de actividad de asistencia social… sino que perte­nece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su pro­pia esencia» (25a).

Desde aquí es fácil comprender que ellos no se colocan en el centro sino que «dejan espacio a Dios, a quien encuentran tanto en la oración como en el servicio al prójimo» (41), es decir, ponerse cada uno en su lugar pero desde una actitud creyente plasmada en una acogida alegre y delicada, una esperanza activa y laboriosa y una especial atención para descubrir las más vario-pintas necesidades, como María, para quien no pasa desapercibi­da la falta de vino, la necesidad de su presencia maternal junto a Jesús en la Cruz o para agrupar, aunar y alentar a los discípulos a la espera del Espíritu Santo.

Si nos fijamos en la vida de los santos resulta evidente que quien va hacia Dios no se aleja de los hombres sino que se hace cercano a ellos pero sin «defraudar al Espíritu», o dicho de otra forma, sin dejar de ser vehículo para hacer efectivo el mensaje del Reino. Desde esta actitud la Caridad pide a los santos que hagan una valoración profunda sobre lo que es con­veniente pasando por encima de lo meramente lícito. No todo lo que «está permitido hacer», especialmente en una sociedad como la nuestra, edifica la Caridad y esto lo tienen muy en cuenta los santos y, dentro de ellos, nuestros fundadores. El Amor, la Caritas brinda «sosiego y cuidado del alma» (28b), por eso, como afirma el Papa y lo podemos ver reflejado en la vida de los santos «nunca habrá situaciones donde no haga falta la Caridad. Mas allá de la justicia el hombre tiene nece­sidad de Amor» (29).

En esta misma tónica se encuentra Vicente de Paúl cuando afirma:

Es cierto que yo he sido enviado, no sólo para amar a Dios, sino para hacerlo amar. No me basta con amar a Dios, si no lo ama mi prójimo. He de amar a mi prójimo, como imagen de Dios y objeto de su amor, y obrar de manera que a su vez los hombres amen a su Creador, que los conoce y reconoce como hermanos, que los ha sal­vado, para que con una caridad mutua también ellos se amen entre sí por amor de Dios, que los ha amado hasta el punto de entregar por ellos a la muerte a su único Hijo (SVP, XI, 553-554).

Hay que pasar del amor afectivo al amor efectivo, que consisten en el ejercicio de obras de caridad, en el servicio a los pobres emprendido con alegría, con entusiasmo, con constancia y amor (SVP, IX, 534).

Hay tres señales. Ante todo, que sea verdaderamente caritativa… que ama a Dios, se complace en hablar con Él… hace todo cuanto puede por darle gusto, contentarle… sufre todas las contrariedades por su amor… La segunda señal se relaciona con el prójimo… La tercera es la indiferencia… marchar a cualquier sitio… si se ama a Nuestro Señor, se le encuentra en todas partes (SVP, IX, 543-544).

3. Urgencias pastorales para la Familia Vicenciana desde la tarea de la caridad

Estimulados con el ejemplo de los santos ¡manos a la obra! la «Caridad de Cristo nos Urge». Veamos dónde. Les propongo algunos campos de actuación y no se sorprendan porque la tarea de la Caridad mana de muchos veneros. Las tres tareas funda­mentales de la Iglesia se implican mutuamente: no hay liturgia sin caridad como no hay caridad sin liturgia y sin anuncio; o como nunca ha habido ni habrá una auténtica religiosidad sin la atención a los pobres; o como la atención a los pobres ha de ser un reflejo fiel de la compasión de Cristo que sigue llamando a las puertas de nuestras vidas.

Desde aquí me atrevo a proponer para nuestra Familia Vicen­ciana:

3.1. Convertirnos en un observatorio de las nuevas necesi­dades y pobrezas. Sin caer en los extremos de reducir la pobreza a lo socioeconómico o ceder ante lo que parece inevitable y nos hace decir frases como: «esto es un mal sin remedio» o «siempre se ha hecho así». Quizás no podamos cambiar radicalmente las estructuras imperan­tes pero sí podemos favorecer y apoyar las iniciativas creativas que intentan llegar a la raíz de muchas pobre­zas. El Papa no duda en afirmar que debemos colaborar con «otras instancias aportando transparencia en su ges­tión… fidelidad al deber de transmitir el Amor» (30), mi pregunta para la Familia Vicenciana es ¿cuándo nos atre­veremos a vivir juntos el carisma y trabajar juntos desde el Amor? ¿No habrá llegado la hora de una «conferencia mixta» de la Familia Vicenciana para discernir, proyectar y trabajar como eso que decimos ser «familia»? El afán de protagonismo, tan contrario a la Caridad, del que nos acusamos mutuamente ¿no está debilitando la acción de la Caridad y, por tanto, el servicio al pobre?

3.2. Un nuevo marketing para la Caridad. Es necesario que la sociedad y los mismos cristianos seamos cons­cientes de lo mucho y bueno que ya hacemos así como lo que queda por hacer evitando tanto el triunfalismo como el victimismo vergonzante. Permitidme algunos ejemplos:

  • recuperar y restaurar la palabra Caridad en toda su pro­fundidad. Es decir, en los últimos tiempos la palabra «solidaridad» ha reemplazado el concepto de Caridad cristiana. No cabe duda que la solidaridad como con­cepto y acción ha aportado reflexión y método, sin embargo, tantas veces ha excluido —al menos de forma implícita— la motivación principal del actuar cristiano «caritas Christi», que como decía Juan Pablo II en Redemptoris Missio, 89 «…está hecha de atención, ternura, compasión, acogida, disponibilidad, interés por los problemas de la gente».
    En definitiva lo que nos gustaría lograr es que cundan los buenos ejemplos: hace algún tiempo se publicó y hace dos años se estrenó una película titulada «Cadena de favores»; el argumento era que cada persona que recibía un favor se comprometía, de manera desintere­sada, a hacer otro. Así iban aumentado los eslabones de la cadena. ¿Aumentan nuestros eslabones? ¿No será que nos ha vencido el triunfo inmediato de la «solida­ridad» mal entendida y no damos paso a la vivencia profunda, pero a largo plazo, de la Caridad?
  • Recuperar, con oportunidad, la iconografía de la Cari­dad evitando dos extremos: hemos pasado de no distin­guir, permítanme el ejemplo, un dispensario de una capilla a, por sistema, excluir por un mal entendido res­peto todas las referencias confesionales (crucifijos, imá­genes de María Milagrosa, mensajes evangélicos, lemas congregacionales…) de los espacios donde se ejerce la Caridad cristiana. De igual modo la oración. La rela­ción con Dios no es algo de lo que nos avergoncemos, por el contrario, es el «combustible» indispensable por medio del cual somos capaces de mantener con tesón los servicios encomendados y entregarnos día a día. Por eso, sin imponer, sí proponemos un momento de acción de gracias, de bendición elevando nuestro espíritu y dando la posibilidad de que otros lo hagan también a Aquel que nos mantiene en el servicio y nos concede los medios adecuados para servir. Así, el Papa no duda en afirmar: «… ha llegado el momento de rea­firmar la importancia de la oración ante el activismo y el secularismo de muchos cristianos comprometidos en el servicio caritativo».
  • La Iglesia insiste en la recuperación del compromiso caritativo de las distintas formas de religiosidad, como por ejemplo las Cofradías, en particular, las de Semana Santa. Hacia el interior de nuestra Familia Vicenciana existen grupos y asociaciones que pueden y deben explorar y explotar este compromiso con la caridad. Hemos de esmerarnos en la formación, los compromi­sos de oración, el ornato del culto… pero, sobre todo, no podemos dejar de lado, ni «echar en saco roto» una actitud «a más» con los compromisos concretos de la caridad sin conformarnos con distribuir alguna que otra limosna o conformarnos que nuestra labor se reduzca a contar lo recaudado o a preguntar al párroco de turno cuánto dinero necesita este mes para Caritas.

3.3. Permítanme, dentro de este apartado de urgencias pasto­rales, dirigirme de una forma especial a los miembros de la Congregación de la Misión. Todos somos conscientes que una de las tareas que se nos han confiado desde los orígenes es el ministerio de la predicación y la reconci­liación. Desde una y otra perspectiva me gustaría insistir en lo que he dado en llamar «dimensión terapéutica de la caridad». Me explico: la predicación y la actuación desde el trabajo pastoral en general y, especialmente desde la dirección espiritual, la confesión, orientación familiar, parroquial… debería insistir en este aspecto: los pecados contra la caridad en sus múltiples y variadas manifes­taciones deben ser considerados como fundamentales y «tratados» con una terapia de caridad. Terapia que comienza con la acogida porque, como dice el Papa, el «amor… brinda… sosiego y cuidado del alma» (28b) pero tiene que desembocar en un compromiso firme con la Caridad que es el signo por el que se nos identi­fica, de modo específico, a los cristianos. Habrá que hacer mayor hincapié en este mandamiento primero de la Ley de Dios favoreciéndolo, de tal forma, que se convierta en un ámbito especialmente sensible de nuestra labor evangelizadora.

La tarea que se nos presenta no es fácil. Al Misionero, no le queda más remedio que agudizar su sensibilidad misionera ante este tremendo reto o urgencia pastoral de nuestros días, si de verdad queremos seguir siendo evan­gelizadores de los pobres y no quedar en meros dis­pensadores de cosas sagradas o, lo que hemos dado en llamar, pastoral de mantenimiento. Además de compro­meternos, a más, en la ayuda a las Asociaciones Laicales Vicencianas y en el mismo servicio a los pobres. Recuer­den lo que nos decía nuestro fundador: «… de modo que, si hay algunos entre nosotros que crean que están en la Misión para evangelizar a los pobres y no para cuidarlos, para remediar sus necesidades espirituales y no las tem­porales, les diré que tenemos que asistirles y hacer que les asistan de todas las maneras, nosotros y los demás, si queremos oír esas agradables palabras del soberano Juez de vivos y muertos: venid, benditos de mi Padre; poseed el reino que os está preparado, porque tuve hambre y me disteis de comer; estaba desnudo y me vestisteis; enfer­mo y me cuidasteis (Mt 25, 36). Hacer esto es evangeli­zar de palabra y de obra; es lo más perfecto; y es lo que Nuestro Señor practicó» (SVP, XI, 393) Y, ante las posibles excusas manifestadas con diversidad de argumentos no echemos en saco roto: «…y ¿quiénes serán los que inten­ten disuadirnos de estos bienes que hemos comenzado? Serán espíritus libertinos, libertinos, libertinos que sólo piensan en divertirse y, con tal que haya de comer, no se preocupan de nada más. ¿Quiénes más? Serán… Más vale que no lo diga. Serán gentes comodonas…, perso­nas que no viven más que para un pequeño círculo y limitan sus proyectos a una pequeña circunferencia en la que se encierran como en un punto, sin querer salir de allí y si les enseñan algo fuera de ella y se acercan para verla, enseguida se vuelven a su centro, lo mismo que los caracoles a su concha» (SVP, XI, 397)

Conclusión

Tenemos mucho trabajo por delante en relación con la Cari­dad. Al aceptar el mensaje de que Dios es Amor, las personas tie­nen una base común sobre la que construir para superar las dife­rencias y salir de sí mismos. El amor de Dios no sólo nos revela nuestra propia dignidad sino que también nos ayuda a compren­der que otros poseen la misma dignidad. La sociedad humana nace de la experiencia de ser amados que nos permite amar a los demás. De aquí la importancia de un verdadero conocimiento de la Doctrina Social de la Iglesia que debe verse como la expresión del amor cristiano, además de ser conocida y difundida de forma sencilla y asequible a todos comenzando por la misma Iniciación Cristiana.

En definitiva, la contemplación de las implicaciones del hecho de que «Dios es Amor» nos lleva al corazón de nuestra fe y nos revela la verdad y la belleza del mismo Dios a la vez que nos lanza a ser testigos y a ayudar a los demás a descubrir el mensaje evangélico en toda su profundidad. De esta forma toda labor de caridad trae consigo un mensaje de fe. Es más, la fe no puede permanecer sin ser transmitida por medio de buenas obras. La fe es el cimiento imprescindible de los actos de caridad.

Terminemos con las mismas palabras que el Santo Padre en su Encíclica: «…Santa María, Madre de Dios, muéstranos a Jesús. Guíanos hacia él. Enséñanos a conocerlo y amarlo, para que tam­bién nosotros podamos llegar a ser capaces de un verdadero amor y ser fuentes de agua viva en medios de nuestro mundo sediento» (42). Amén.

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