La última cima
Los sacerdotes de la comunidad tenemos, en este momento, un libro de meditación escrito por un sacerdote que, habiendo acabado de predicar una tanda de Ejercicios espirituales a una comunidad de monjas de clausura, escaló como montañero una alta cima. Al bajar una avalancha lo sepultó y murió. Su muerte conmocionó a toda la nación, pero sus reflexiones y escritos siguen tocando el corazón de muchas personas en el caminar al encuentro con Cristo.
Las ascensiones montañeras ejercen un atractivo irreprimible para los andinistas o alpinistas. Llegar a la cima es experimentar el dominio que el ser humano tiene sobre las cosas. Más difícil es la escalada, mayor es el disfrute de la cima. Mirar desde la altura es ampliar el horizonte y la visión hasta límites inimaginables desde el pie del monte.
De la cima se baja, es poco lo que se puede hacer en ella. Solo poder decir unos y otros a coro: «Te dominamos, pudimos más que tus dificultades». La vida, los entrenamientos, las fortalezas musculares y la vivencia del espíritu de equipo se van programando y realizando en el llano, en la vida de cada día.
Al andinista Jesús lo vemos hoy triunfante. Pudo sobre las tentaciones, sobre la muerte, sobre el odio de los fariseos y escribas, sobre el demonio: «El príncipe este mundo ha sido vencido». Vemos a los discípulos en torno a él. Les manda a recorrer el mundo. Les mandó entonces y nos manda hoy a todos nosotros. Ocurre que muchas veces admiramos a los montañeros, pero pensamos que están un poco locos. ¡Nosotros somos muy cuerdos, muy normales! Preferimos caminar por los parques y jardines. Preferimos ser cristianos, no sé si del montón o amontonados, pero sin ninguna gana de entregar nuestra vida a hacer presente el mensaje de Jesús en nuestro ambiente. ¡Eso que lo hagan los sacerdotes y las monjas! Nosotros callados, sin llamar la atención, no nos vayan a decir que somos fanáticos.
La inquietud por llegar a las alturas llena el corazón del andinista. La sed de eternidad llena nuestro espíritu. Abrir nuestro corazón a los hermanos. Dedicar lo mejor de nosotros a ellos. Dar razón de nuestra esperanza a todos los que nos conocen. Confiar plenamente en Cristo que camina con nosotros, que no nos abandona «estaré con ustedes hasta el final de los tiempos». Tener como programa de vida trabajar por la construcción del reino de Dios en la tierra. Y lanzarnos hacia la altura, hasta el monte de Dios, hasta la entrega de la propia vida por amor. Todo eso es la razón de ser de toda nuestra vida.
Ser andinista, montañero, es mantenerse joven. Cada día se tiene menos miedo a las dificultades. Uno va adquiriendo experiencia sobre cómo enfrentar las dificultades y los riesgos. La vida cristiana ha sido considerada a través de la historia como un ejercicio de montañismo. Recuerdo un libro impresionante «La Montaña de los siete círculos» del Monje americano Thomas Merton. El llegó a la gran cima, murió mártir, murió amando la vida y dándola como expresión de fe y esperanza, después de haber dado todo lo que él sabía.
Día de la Ascensión! Día de la plenitud de nuestra unión en Cristo que murió, resucitó, subió al cielo y nos enviará el Espíritu del amor y la verdad. Día de nuestro sí a Dios. ¡Día de nuestra última cima!







