Jesús, dócil a la Provicencia

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Autor: Antonino Orcajo, C.M. .
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Las dos virtudes características de Jesús, la religión para con su Padre y la caridad con los hombres, son mejor comprendidas a la luz de la docilidad a la Providencia. La adhesión al designio del Padre marca el ritmo de su paso por la tierra. Atento siempre a la voluntad de Dios, el Mesías no adelante su “Hora”. La Hora señala el acontecimiento salvífico-liberador del hombre. Jesús vive sujeto a la voluntad del que le envió desde que entra en el mundo hasta que vuelve al padre. La Hora suprema de pasar de esta vida a la otra culmina la obra redentora y la gloria-amor del Hijo y del Padre (cf. Jn.17,1). El momento epifánico de la voluntad divina muestra la fecundidad del amor de Jesús para con su Padre y con los hombres.

I. Providencia y seguimiento de Jesús

La docilidad a la Providencia y el seguimiento de Jesús son dos consejos evangélicos que se complementan entre sí. El cristiano, tratando de configurarse plenamente con Cristo, expresa su devoción a la Providencia, que “tiene grandes tesoros ocultos y los que la siguen y no se adelantan a ella honran maravillosamente a nuestro Señor. Sólo la fe y el amor pueden descubrirnos esos tesoros proclamados por Jesús y gustados por la gente sencilla. En 1641 escribe Vicente de Paúl: «Siento una devoción especial en ir siguiendo paso a paso la adorable Providencia de Dios» (2). La contemplación del Mesías, de las llamadas de los pobres y de los «signos de los tiempos» le desvelan poco a poco el plan divino sobre él. Este movimiento de docilidad y adhesión a la voluntad del Padre y al seguimiento de Jesús le provoca la rica experiencia de fe:

«No podemos asegurar mejor nuestra felicidad eterna que viviendo y muriendo en el servicio de los pobres, en los brazos de la Providencia y en una renuncia actual a nosotros mismos, para seguir a Jesús».

a) «Las obras de Dios tienen su momento»

Nadie diría que el temperamento activo del Sr. Vicente aconsejaba lentitud en la ejecución de las obras de caridad; menos soportaban aún la demora de la caridad las necesidades apremiantes de los pobres. Sin embargo, antes de tomar una decisión comprometedora, él hacía todos los ensayos necesarios, oraba y consultaba; temía precipitarse, estar engañado o buscarse a sí mismo en cualquier obra buena. Ya hemos visto cómo se comportó en los Ejercicios practicados en Soissons: supo esperar entonces la hora exacta, el momento señalado por la Providencia para dar nacimiento a la Misión. Pero, una vez asegurado del querer de Dios, nada le apartó de su propósito de obedecer fielmente las órdenes de la Providencia:

«Las obras de Dios tienen su momento; es entonces cuando la Providencia las lleva a cabo, y no antes, ni después. El Hijo de Dios veía cómo se perdían las almas y, sin embargo, no adelantó la hora que se había ordenado para su venida. Aguardemos con paciencia y actuemos».

Aguardar con paciencia y actuar a la vez, sin dormirse en brazos de la comodidad, he ahí el lema del evangelizador para  «seguir paso a paso la adorable Providencia de Dios». En ningún caso se arroga el Sr. Vicente el derecho de autoría sobre las obras de caridad, sino que las refiere todas a Dios, como a su fuente y fin: «Vuestra compañía es una obra de Dios», recuerda a las Señoras de la Caridad del Hótel-Dieu. Y a las Hijas de la Caridad:

«Tenéis que tener tan gran devoción y tan gran amor a esta divina Providencia que, si ella misma no os hubiera dado este hermoso nombre de Hijas de la Caridad, que jamás hay que cambiar, deberíais llevar el de Hijas de la Providencia, ya que ha sido ella la que os ha hecho nacer».

Lo mismo dirá a los Misioneros respecto del nacimiento de la Congregación de la Misión y de todas las demás obras a las que ellos se dedican por especial Providencia de Dios.

II. «Invariable en el fin y moderado en los medios»

Los humanistas de los siglos XV al XVII jugaban frecuentemente con las etimologías de las palabras y buscaban posibles parentescos entre ellas. Tratándose de «providencia» y de «prudencia», cualquier mediano conocedor de la lengua latina sabía la raíz común de ambos vocablos. El significado teológico, en cambio, de estos términos varía. Mientras que la Providencia Divina gobierna a las criaturas mediante un plan eterno e inviolable, la prudencia cristiana dicta los medios adecuados para la consecución de un fin. Se honra a la Providencia siguiendo las reglas de la prudencia evangélica, no los criterios de la concupiscencia: «Esta pasa, pero quien cumple la voluntad de Dios permanece para siempre» (1 Jn 2,17). Esto no significa que el seguidor de Jesús haya de mantenerse estancado en las mismas formas de ser y de actuar; por el contrario, la docilidad a la Providencia le hace evolucionar en el terreno espiritual y apostólico al compás de los nuevos descubrimientos.

Vicente de Paúl supo cambiar de opinión cuando los acontecimientos así se lo aconsejaban; pero se mantuvo siempre invariable en cuanto al seguimiento de Jesús, a partir de su entrega total a Dios para evangelizar a los pobres; permaneció inflexible ante las tareas y compromisos contraídos de caridad. Escribe a J. Guérin:

«[…] Cuando dije que había que ser invariable en el fin y moderado en los medios, expuse cuál ha de ser el alma del buen gobierno; si se hace lo uno sin lo otro, se echa todo a perder».

El consejo recién dictado vale tanto para la dirección de la; comunidades religiosas como de las personas particulares. Lo que hay que salvar, en cualquiera de los casos, es el seguimiento de Jesús: éste es el fin invariable. Los medios que lo aseguran pueden cambiar, según sean las circunstancias de tiempo, lugar y modo. La prudencia dicta, para cada situación, la estrategia a seguir en la aplicación de los medios.

Quizá haya que buscar en la firmeza de carácter frente al seguimiento una de las causas por las que el Sr. Vicente se mostraba duro, corrigiendo públicamente a los que acusaban falta de docilidad a los planes de la Providencia. Su celo por mantener vivo el espíritu de Jesús y porque todos anduvieran conforme a la vocación a la que habían sido llamados le impulsaba a ser inflexible en el fin y moderado en los medios.

III.  «Descansar en los cuidados amorosos de la Providencia»

Jesucristo atestigua con palabras y obras su confianza en la Providencia de Dios, su Padre. Los evangelistas Mateo 6,25-34 y Lucas 12,22-31 recogen las enseñanzas del Maestro sobre el abandono en Dios providente, que cuida de sus criaturas más pequeñas. Si vela por las aves del cielo y por los lirios del campo, ¡cuánto más se preocupará de sus hijos!

La Providencia de Dios se extiende sobre todos los afligidos de la tierra que sufren el hambre, las guerras y la discriminación humana, sobre aquellos que lloran amargamente el éxodo de la vida y el desierto de las purificaciones. Más en particular, vela por aquellos hijos suyos que no confían en la fuerza ni en la hacienda, sino que se abandonan a la Sabiduría eterna de Dios; por los que no se apoyan en la fanfarronería, sino que supeditan su planes personales al «si Dios quiere» (St 4,15); por los que mantienen una actitud esperanzadora en la Palabra o Sabiduría: «Espíritu inteligente, santo, bienhechor, amigo del hombre… que todo lo puede, todo lo observa, hálito del poder de Dios, emanación para la gloria del Omnipotente, reflejo de la Luz eterna, espejo sin mancha de la actividad de Dios, imagen de su bondad» (Sb 7,22-26).

El gobierno providente de Dios convierte a Vicente de Paúl en colaborador de la obra divina, en cristiano confiado que sabe «descansar en los cuidados amorosos de la Providencia», y aceptar de su mano bondadosa, con ecuanimidad de espíritu, lo bueno y lo malo que sucede en el mundo:

«¿,Y qué vamos a hacer nosotros, sino querer lo que quiere la divina Providencia y no querer lo que ella no quiere? Esta mañana me ha venido en mi pobre oración un gran deseo de querer todo lo que acontece en el mundo, tanto de malo como de bueno, todas las penas en general y en particular, puesto que Dios las quiere, ya que las envía».

IV. «Preocuparse de los bienes temporales»

El seguidor de Jesús confía en la Providencia y busca primero «el Reino de Dios y su justicia» (Mt. 6,36), por eso no la tienta, sino que prolonga con sus manos las manos poderosas de Dios; agudiza el ingenio para hacer producir al máximo los bienes de la tierra, bienes que, al fin y al cabo, son patrimonio de los pobres. El destino social de la riqueza y la comunicación de bienes responden a fuertes convicciones sociológicas y teológicas de cuantos optan preferentemente por los pobres.

Vicente de Paúl pensaba, ya en 1623, que «un eclesiástico que posee alguna cosa se la debe a Dios y a los pobres». En el terreno de la economía no se movía en la cuerda floja de los idealismos ni se dejaba alienar por fantasmas espiritualistas; disfrutaba de un sentido agudo de las realidades económicas, a la par que gozaba de una clara conciencia sobre el destino de los bienes temporales. Resulta difícil, a lo largo de su correspondencia, no tropezar con asuntos relacionados con la administración de los bienes, asuntos que él trata con puntillosa discreción. La «añadidura» que promete el Señor a los que buscan primero el Reino y su justicia, Vicente la obtiene por medio del esfuerzo y de la tenacidad sin menoscabo de la confianza puesta en la Providencia. El contacto con la creación agudiza su responsabilidad concreadora. Tantas obras de caridad como sostiene exigen una buena organización y gestión del patrimonio de los pobres.

El hecho de que el Sr. Vicente acudiera a pleitos continuos, obligado por la costumbre de la época, le aclama un defensor de los pobres. Aunque no siempre el fallo de los jueces le fue favorable, como en el caso de la pérdida de la finca de Orsigny, no por eso dejó de insistir otras veces ante los tribunales hasta ganar la causa de «los sin voz». A algunos superiores les exhortó, incluso, a que pleitearan y no se dejaran arrebatar injustamente lo que pertenecía a los desheredados de la tierra. Más aún, les invitaba a que observasen el orden de la naturaleza que la Sabiduría de Dios hace producir para buenos y malos:

«Toca al superior mirar no solamente por las cosas espirituales, sino que ha de preocuparse también de las cosas temporales; pues, como sus dirigidos están compuestos de cuerpo y alma, debe también mirar por las necesidades del uno y de la otra, y esto según el ejemplo de Dios».

Tal conducta mereció que el Sr. Vicente fuera proclamado en su tiempo «asilo de los pobres afligidos»  y «padre de la patria». A nadie le faltó un trozo de pan y el vestido conveniente dentro de las posibilidades económicas en que se movió el Fundador de la Misión y de la Caridad. Su felicidad consistía «en seguir a Jesús, viviendo y muriendo en el servicio de los pobres, en brazos de la Providencia y en la propia renuncia».

V. La dirección de las almas y de la Compañía

La devoción de san Vicente a la divina Providencia se manifiesta relativamente pronto. Hacia 1625 tiene ya plena conciencia de ser instrumento de Dios en la dirección de las almas (expresión ésta usada comúnmente por los maestros espirituales de antes y después del siglo XVII). Se lo advierte por primera vez a Luisa de Marillac, que se queja de ser abandonada por su director:

«Nuestro Señor le tendrá en cuenta esa pequeña mortificación (que le ha causado mi ausencia de París), y él mismo desempeñará el oficio de director; ciertamente que lo hará y de forma que le hará ver que se trata de él mismo».

La dirección espiritual es «el arte de las artes, obra grande», «continuación de la obra de Jesucristo». El Hijo de Dios no sólo predicó a las gentes del pueblo, sino que orientó además al pequeño grupo de apóstoles para que fueran fieles continuadores de la misión salvadora; en ellos infundió particularmente su espíritu. La dirección de Jesús fue decisiva para que sus discípulos emprendieran la tarea evangelizadora. A la luz de este hecho han de interpretarse los consejos de san Vicente al P. Durand, bien que matizados por la famosa teoría de las «jerarquías dionisianas», de la que no se libraron los mejores teólogos de Occidente:

«Ya sabe usted que las causas ordinarias producen los efectos propios de su naturaleza: los corderos engendran corderos… y el hombre engendra otro hombre. Del mismo modo, si el que guía a otros, el que los forma… está animado solamente del espíritu humano, quienes le vean, escuchen y quieran imitarle se convertirán en meros hombres… Por el contrario, si un superior está lleno de Dios, todas su palabras serán eficaces, de él saldrá una virtud que edificará a todos, y sus acciones serán otras tantas instrucciones saludables que obrarán el bien en todos los que tengan conocimiento de ellas».

El objetivo de la dirección espiritual, tanto particular como comunitaria, es ayudar al hombre a encontrarse con Dios y consigo mismo, orientarle hacia el revestimiento del espíritu de Jesús, acompañarle en el seguimiento del Señor lleno de caridad para con su Padre y con los hombres, y todo esto para asegurarle la felicidad en el servicio de los pobres, en la docilidad a la Providencia y en la renuncia de sí mismo. De esta forma se prolonga la obra de Jesús, maestro indiscutible de las conciencias:

«Como solamente el Espíritu de Jesucristo, nuestro Señor, es el verdadero director de las almas, le ruego a su divina Majestad que nos conceda su Espíritu para el gobierno particular y el de la Compañía».

Este ruego, expresado a J. Guérin y a otros muchos superiores, revela la experiencia del Sr. Vicente en lo que respecta a la dirección espíritual. Al director le corresponde únicamente ejercer una misión vicaria, y al Espíritu de Dios, guiar, enseñar y santificar propiamente a sus hijos. Ello no obsta para que el llamado a transmitir el espíritu de Jesucristo ponga todo su amor y todas sus cualidades humanas en el desempeño de este ministerio tan alto y tan delicado.

La historia de la animación espiritual enseña que los más destacados seguidores de Jesús han ejercido una influencia notabilísima en sus dirigidos. Entre los contemporáneos de Vicente de Paúl merecen especial memoria: Bérulle, De Sales, Olier, Eudes, Saint-Iure, Canfield, Yoyeuse, Champigny…, por citar unos pocos. Hay que reconocer que el acompañamiento espiritual contribuye a afianzar al cristiano en su vocación de creyente y seguidor de Jesús.

a) La Providencia cuida de las vocaciones vicencianas

El Fundador de la Misión y de la Caridad se oponía con todas sus fuerzas a que se hiciera propaganda de sus comunidades; eso sí, procuraba que se escribieran las crónicas de los trabajos realizados en los distintos campos de apostolado. Creía firmemente que la oración, el trabajo y la convivencia fraterna eran los medios apropiados y suficientes para atraer y afianzar las vocaciones suscitadas por la Providencia; confiaba en que «sólo Ella cuidaría de su conservación y de su crecimiento». Bastaba, pues, que los llamados y escogidos para seguir a Jesús en la comunidad fueran testigos convincentes y alegres de oración, de trabajo y de caridad mutua. Otros medios de pastoral vocacional distintos de éstos ni servían entonces ni servirán en la posteridad, por más que se gasten cuantiosas sumas de dinero en propaganda. Sin menoscabo de las directrices de la Iglesia;  no debiera sobreentenderse la política de vocaciones mantenida por san Vicente: «Nosotros tenemos una máxima que consiste en no urgir jamás a nadie que abrace nuestro estado. Le pertenece a Dios solamente escoger a los que él quiere llamar, y estamos seguros de que un misionero dado por su manos paternal hará él solo más bien que otros muchos que no tengan una pura vocación. A nosotros nos toca rogarle que envíe buenos obreros a su mies y vivir tan bien que con nuestros ejemplos les demos más alicientes que desgana para trabajar con nosotros”.

Difícilmente encontraremos otra fórmula más exacta que garantice la eficiencia de una pastoral de vocaciones. Estas no se ganan con dinero ni con arengas ni con promesas humanas. El llamamiento a seguir a Jesús en una comunidad apostólica, con un espíritu propio y con un fin específico, es un don exclusivo de Dios. A nosotros nos toca rogarle que envíe buenos obreros a su mies, trabajar en las tareas propias de la comunidad y tratarnos como amigos que se quieren bien. Tales condiciones esperan una conversión continua a los valores del Evangelio y al carisma del Fundador. La oración diaria del Expectatio Israel perpetúa la voluntad de Vicente de Paúl de pedir al Señor que envíe buenos trabajadores a su mies. Pero de nada serviría la propaganda si la comunidad y las personas particulares se disgregaran en trabajos impropios o rezumaran amargura, desilusión o falta de espíritu en sus relaciones mutuas. En estos ambientes no pueden fraguar las vocaciones. Tales son las líneas esenciales de una auténtica pastoral de vocaciones.

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