Jean-Baptiste Castromediani (1705-1755)

Mitxel OlabuénagaBiografías de Misioneros PaúlesLeave a Comment

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Author: Desconocido · Translator: Máximo Agustín, C.M.. · Year of first publication: 1903 · Source: Notices, IV.
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El Sr.  Jean-Baptiste Castromediani nació  el 29 de mazo 1705, en la ciudad de Nápoles, de padres distinguidos; su padre era  don Fortunato Castromediano Dimburghi, duque de Murciano y marqués de Gaballino; et su madre Dona Ippolita Capece de una de las más antiguas  y de las más nobles  familias napolitanas.

Desde sus más tiernos años, demostró un gusto particular por la piedad. Esta inclinación decidió a sus padres a dar cuidados particulares a su educación. Llegado a la edad de elegir estado, se decidió por el estado eclesiástico con vistas a separarse más del mundo.  Educado en el sacerdocio, se entregó a practicar las virtudes que exige y se convirtió para todos en un modelo por su modestia, la gravedad de su porte y el distanciamiento de todo lo que era mundano; una vida tan regular le llevó a querer consagrarse a Dios en la Congregación de la Misión. El manifestó su resolución a su director quien, por entonces, era el Sr. Garagni, misionero, hombre de una prudencia y una piedad poco comunes; este, reflexionando sobre su salud delicada, trató de disuadirle de tal proyecto y le dijo que no podría procurase en la Congregación las comodidades que tenía en su casa y que difícilmente podría soportar las dificultades de la vida en común; le puso aún otras objeciones que el ferviente postulante hallaba siempre el medio de resolver. Por último, después de varios meses de prueba, su vocación se vio buena y fue admitido en el Seminario interno de Roma, el 25 de enero de 1735. Ya seminarista sobrepasó a todos sus cohermanos en regularidad, en modestia y en todas las virtudes.

Al entrar, donó a la casa de Nápoles diferentes vasos sagrados y ornamentos de iglesia alcanzando el peso de 41 libras de plata. Un misionero le aconsejó también que hiciera algún regalo a sus próximos. «No, respondió él, no quiero que mi bien sirva para comprar carrozas, caballos, libreas u otras vanidades; es conveniente que sea empleado todo en procurar la gloria de Dios, en la destrucción del pecado y en la salvación de las almas «.

A este efecto comenzó a desembolsar 4462 ducados napolitanos para la erección de una casa de la Congregación en la ciudad de Bari, así como lo que le correspondía de la dote de su madre. A su muerte, la misma casa recibió 2000 ducados cuya renta debía ser empleada en las misiones para impedir o disminuir los pecados. De manera que esta casa ha recibido  de él en total, con algunas otras donaciones, una suma de 18 397 ducados.

La casa de Bari fue tan bien dotada por el Sr. Castromediani a quien se puede, con razón, considerar como su principal fundador; pero no fue la única en disfrutar de sus liberalidades; todas las casas por las que pasó recibieron también muestras, sobre todo las de Florencia y Tívoli. En esta segunda casa, dotó a la sacristía de vasos sagrados y de ornamentos y mandó añadir en el coro una segunda  fila de sillas; en otras casas, daba libros o muebles útiles.

Pero el gran servicio que hizo a la Congregación fue el ejemplo de sus virtudes que le ha dejado. Por su nacimiento, como se ha visto, era un señor de los más distinguidos; no obstante, se comportaba con respecto a todo el mundo con tanta humildad y respeto como si hubiera sido del más humilde nacimiento. Muy frecuentemente, se elevaba hacia Dios diciendo: » ¿Qué hago yo en este mundo? Soy inútil a la Congregación. Oh Dios mío, dignaos llamarme a vos, yo deseo morirme «. Es lo que le ha oído decir quien escribe este relato. Su delicadeza de conciencia iba a la par  con su humildad; su exactitud era también muy notable. Fue enviado a Tívoli para acabar sus estudios ; como esta casa era nueva, no había más que una ampolleta como reloj ; siendo el más joven de la casa, fue encargado de tocar la campanilla, para anunciar los ejercicios ; ahora bien, se advirtió que tenía una puntualidad extrema en llamar a las horas requeridas.

Era santamente avaro de las menores parcelas de su tiempo. No podía, ciertamente, ejercer el ministerio apostólico en los campos, la naturaleza le había negado las fuerzas necesarias para este empleo laborioso; sin embargo se puede decir que lo ha ejercido suficientemente en la persona de los numerosos misioneros que, gracias a él trabajaron en las casas que él ha dotado y socorrido.

Pero él suplía esta insuficiencia  con el buen ejemplo que daba a todos los que venían a hacer el retiro, y con sus oraciones continuas por la conversión de los pecadores; y, con este fin, visitaba con frecuencia el santo Sacramento, sea en la iglesia de la casa, sea en las otras iglesias.

Para quitar a sus próximos toda esperanza de volverle a ver y cerrarse  a sí mismo el camino de la patria, pidió y obtuvo el permiso de pasar de la Provincia Romana a la de Lombardía, mostrándose pronto a ir a cualquier casa que fuera siempre que él no volviera más  al reino de Nápoles en el que le deseaban mucho. Este misionero, tan querido por Dios y los hombres, pasó de esta vida a la otra en la casa de Reggio, el 23 de agosto de 1753, para ir a recibir en el cielo el fruto de sus buenas obras. – Anciennes Relations manuscrites.

 

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