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23 de Julio de 1794
Mi querido tesoro:
¡Cuánto te bendice mi corazón por aquellas dos queridas cartas, aunque no las haya recibido hasta las seis de la tarde de hoy! La persona que trajo la primera me reconoció que se había olvidado por completo de que la tenía. No sabía de la felicidad que me proporcionaría, pues, de otra manera, no hubiera sido tan inhumano como para descuidarse de entregarla. Mientras mis ojos seguían fijos en ella, y daba vueltas en mi cabeza a todas las circunstancias de tu ausencia, la fatiga y las vejaciones que podrías experimentar por el francés, etc., entró Jackson1 con la segunda carta; entonces me sentí plenamente feliz y muy agradecida por tu atención hacia los deseos de tu pequeña. ¡Ay, mi querido esposo, qué estéril fue tu preocupación porque me «acordara de ti»! Pues no dejo de hacerlo ni un solo instante, y mis llorosos ojos son testigos del efecto que tienen en mí esos pensamientos. Cada vez que se te menciona son la prueba de que soy una pobre y débil mujer.
Cené con nuestro padre2 y tuve la oportunidad de encontrarme con el señor Fisher.3 Es, en verdad, la mejor compañía que se puede tener; creo que jamás en mi vida me sentí tan a gusto con un extraño. Hablamos de ti, podéis estar seguro, y me dijo que he de cultivar una habilidad que pocas mujeres logran durante el primer año de su matrimonio: dejar a sus esposos que «obren buscando el mayor bien». Brindamos a tu salud y por tu pronto retorno4 con un vaso rebosante, y se dirigió a mí con toda la familiaridad y todo el afecto de una vieja amistad: «Isabel, si por casualidad vas alguna vez de viaje a Filadelfia, ven a quedarte con nosotros», etc. No sabes cuánto me adulaba; indudablemente así te agasajaba a ti, esposo mío, pues los cumplidos que me dirigía solo se deben al hecho de ser tu esposa, pues no puede juzgarme digna de su amistad por ningún otro aspecto.
Tomé el té con la señora Fitch5 , en casa de la señora Whites (mi vecina). De allí me fui a casa de papá; mas, al no hallarle en casa, me fui a casa de tu tía Farquhars,6 pues pensé que esto te agradaría. De allí regresé a casa de papá, en donde cenamos. Y henos aquí, a las diez y media, Eliza7 dormida, y tu pequeña Darly8 alegre y contenta. Mas estoy segura que ya te estarás cansando de mi parloteo.
Querido mío, piensa en nuestra pobre amiguita [Eliza] Sadler. Montando un loco caballo, este se desbocó y terminó chocando contra un árbol y herida casi mortalmente. Afortunadamente, estaba cerca de la casa de la señora M. Hoffmans (en donde el señor Willets), adonde se dirigía, que la cuidó con esmero, pero él cree que, si bien no se ha roto ningún hueso, no se podrá mover durante algún tiempo. Espero ir mañana a verla y a pasar el día con el señor Fitch, ya te contaré. Me duele en el alma pensar en su triste situación.
Me gustaría mirarte furtivamente para asegurarme que estáis cómodo, pues pienso en las molestias que has de pasar, mientras estos brazos, corazón y cama se hallan tan tristes sin ti. Hoy no haré como anoche, que me fui a dormir a las doce, aunque no pude cerrar los ojos hasta las tres; así que abriré mi Biblia y leeré hasta que me entre sueño. Que el cielo te bendiga y proteja.
Jueves por la mañana.
Temo por ti, querido mío, por el insoportable calor que hará allí; pero debo confiar que la Misericordia te guardará de todo peligro. Ya son las nueve pasadas, e imagino que ya habrás llegado, o casi; y que, si me escribes para el primer correo de hoy, mañana tendré una carta que me pondrá muy contenta. Mi padre acaba de pasar en un carruaje y saludó agitando la cabeza; supongo que ya habrá llegado. Es extraño, pero no he visto ni rastro de la carta que mencionas.
Sobre la imagen que te sorprendió, apenas sé lo que te quise decir con ella. Deseaba que expresara lo que pretende el original; imagina que te sonríe y te pide que le devolváis la sonrisa. Tu imagen es tan melancólica que no me agrada mirarla estando tú ausente, pues atrae demasiadas fantasías que mi sombría imaginación se halla siempre dispuesta a rememorar. Ya han transcurrido dos días, por suerte, y el tercero ha comenzado. Tengo que pensar en mañana y en pasado mañana. O […] expresa su amor a su querido papá. La esperanza nos acompaña y no nos abandonará hasta nuestro fallecimiento. Ama a tu pequeña y dedícale la mayor parte de tu tiempo libre, todo el que puedas, sin que llegues a fatigarte. Adiós.
- Probablemente uno de los criados de la familia
- Isabel empleaba, a menudo, este término para referirse a su suegro, William Seton, senior, (1746-1790), casado con Rebecca Carson el 2 de marzo de 1767. La pareja tuvo cuatro hijos y una hija. Seton fue director en la firma importación-exportación de Sewn y Cursor. Después de la muerte de Rebecca Curson Seton, William Seton, senior, se casó con su cuñada, Anna Maris Curson en 1776. Tuvieron ocho hijos, cinco niñas y tres niños. Anna Maria Carson Seton murió el 22 de agosto de 1792. Aunque William Seton, senior, fue un legalista durante la Guerra Revolucionaria, conservó la mayor parte de sus posesiones después de la guerra. En 1734, fue cajero del Banco de Nueva York, recientemente organizado, un puesto que ocupó durante diez años. En 1794 fue director de otra firma mercantil, Sewn, Maitland & Company. Murió el 9 de julio de 1798, a consecuencia de una caída en el hielo que sufrió varios meses antes.
- Probablemente un amigo o asociado de negocios de William Maguee Seton
- William Magee Seton estaba de viaje de negocios en Filadelfia
- Mary Fitch, una amiga de la familia, que se convirtió en madrina del primer hijo de Isabel
- Elisabeth Curson Farquhar era tía materna de William Magee Seton. Isabel se refiere a ella, con frecuencia, como tía F.
- Elizabeth Sewn Maitland (I779-1807), fue la hija mayor de William y Anna Maria Curson Seton, y hermanastra de Isabel Seton. En 1797 se casó con James Maitland (fallecido en 1808), compañero de negocios de William Magee Seton. Se la conocía como Eliza y dejó cinco hijos pequeños en el momento de su fallecimiento, en marzo de 1807.
- La propia Elisabeth