Introducción a la vida devota. Tercera parte, capítulo 18

Francisco Javier Fernández ChentoEscritos de Francisco de SalesLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Francisco de Sales · Año publicación original: 1604.
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San Francisco de Sales

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CAPÍTULO XVIII

LOS AMORÍOS

Cuando estas amistades frívolas se entablan entre personas de diferente sexo y sin mirar al matrimonio, se llaman amoríos, porque, no siendo abortos, o mejor dicho, fantasmas de la amistad, no pueden llevar el nombre de amistad ni de amor, a causa de su incomparable vanidad e imperfección. Por ellas, pues, los corazones de los hombres y de las mujeres quedan aprisionados, esclavos y encadenados los unos con los otros, con vanos y locos afectos, fundados en estas frívolas comunicaciones y placeres ruines de que acabamos de hablar. Y aunque estos necios amores acaban, ordinariamente, por fundirse y precipitarse en carnalidades y lascivias feas, no es, empero, éste el primer intento de los que se entretienen en ellos; de lo contrario ya poseerían amoríos, sino manifiestas torpezas. En algunos casos, podrán pasar aun muchos años, sin que, entre los tocados de esta locura, ocurra alguna cosa, directamente contraria a la castidad del cuerpo, porque se contentan únicamente con desahogar su corazón con deseos, anhelos, suspiros, galanterías y otras necesidades y vanidades parecidas, y esto con diversas pretensiones.

Unos no intentan otra cosa que satisfacer a su corazón, dando y recibiendo amor, guiados en esto por su inclinación amorosa, y éstos cuando escogen sus amores, sólo tienen en cuenta si son o no de su agrado y según sus instintos, de manera que, al encontrarse con una persona que les place, sin examinar el interior y el comportamiento de la misma, dan comienzo a este cambio de amoríos, y se enredan en la miserable red de la cual a duras penas podrán salir. Otros obran movidos por la vanidad, pues creen que es una cosa muy gloriosa cautivar y ligar los corazones con el amor; y éstos, como que andan en pos de la gloria, ponen sus trampas y tienden sus redes en lugares de relumbrón, distinguidos, raros e ilustres. A otros les guía la inclinación amorosa y, a la vez, la vanidad, pues, aunque su corazón se inclina al amor, no se entregan a éste si, al mismo tiempo, no pueden lograr alguna ventaja gloriosa.

Tales amistades son todas malas, locas y vanas: malas, porque conducen y acaban, al fin, en el pecado de la carne, y roban el amor y, por consiguiente, el corazón, a Dios, a la esposa y al marido, a los cuales se deben; locas, porque carecen de fundamento y de motivo; vanas porque no producen ningún provecho, ni honor ni contento. Al contrario, malbaratan el tiempo, son un estorbo para el honor, y no dan otro placer que el de un desazonado querer y esperar, sin saber lo que se pretende ni lo que se quiere. Porque a estos desdichados y débiles espíritus les parece que siempre hay un no sé qué envidiable en las manifestaciones de amor que se les hacen, y no saben precisar en qué consiste; y, así, su deseo nunca se ve saciado, sino que siempre anda en desasosiego su corazón, con perpetuas desconfianzas, celos e inquietudes.

San Gregorio Nacianceno, escribiendo contra las mujeres vanas, dice maravillas en esta materia. He aquí una muestra, dirigida a las mujeres, pero, aplicable también a los hombres: «Tu natural belleza basta para tu marido; pero, si es para varios hombres, como una red para una bandada de pájaros, ¿qué ocurrirá? Aquél te será agradable, a quien haya sido agradable tu belleza, y le devolverás mirada por mirada; en seguida acudirán las sonrisas y las palabritas de amor, encubiertas al principio, mas pronto te familiarizarás con ellas, y pasarás a la galantería manifiesta. Guárdate bien, lengua mía, de decir lo que ocurrirá después, pero quiero añadir otra verdad: nada de cuanto los jóvenes y las muchachas dicen o hacen, en medio de estas necias complacencias, está exento de grandes aguijones. En todo este fárrago de amoríos, unos se embrollan con otros, y unos atraen a otros, como el hierro atraído por un imán arrastra consigo, consecutivamente, a otros hierros».

¡Oh! ¡Y qué bien habla este gran obispo! ¿Qué piensas hacer? Dar amor, ¿no es verdad? Pero nadie da voluntariamente amor sin que, a la vez, lo reciba; en este juego, el que coge es cogido. La hierba aproxis recibe y toma el fuego en cuanto lo ve; lo mismo hacen nuestros corazones: en cuanto ven una alma inflamada de amor, al instante son abrasados por ella. Yo quiero recibir amor, dirá alguno, pero no quiero ir tan lejos. ¡Ah!, te engañas: este fuego del amor es mas vivo y penetrante de lo que te imaginas; procurarás no recibir más que una chispa, y quedarás maravillada al ver, en un momento, abrasado tu corazón reducidas a ceniza todas tus resoluciones y a humo tu buen nombre. Exclama el Sabio: «¿quién tendrá compasión de un fascinador mordido por una serpiente?» Y yo exclamo con él: ¡Oh!, locos e insensatos, ¿queréis fascinar el amor, para poderlo manejar a vuestro sabor? Queréis jugar con él, y él os picará y morderá traidoramente, y ¿sabéis lo que dirán de ello? Todo el mundo se burlará de vosotros y se reirá de vuestra pretensión de querer encantar el amor y de haber querido, con necia presunción, introducir en vosotros una peligrosa serpiente que os ha echado a perder y ha perdido vuestra alma y vuestro honor.

¡Dios mío, qué ceguera es ésta, jugar así al fiado, sobre prendas tan livianas, con el principal tesoro de nuestra alma! Sí, Filotea, puesto que Dios no quiere al hombre, sí no es por el alma; ni el alma, si no es por la voluntad; ni la voluntad, si no es por el amor. ¡Ah, Señor! Nuestro amor no llega, ni de mucho, al grado que requiere; quiero decir que nos falta infinitamente para tener el que se necesita para amar a Dios, y, no obstante, miserables de nosotros, lo prodigamos y lo, malbaratamos en cosas vanas, vacías y frívolas, como si nos sobrase. ¡Ah!, este gran Dios, que se había reservado el amor de nuestras almas, en reconocimiento de su creación, conservación y redención, exigirá una cuenta muy estrecha por estas locas sustracciones que de él le hacemos; porque si, con tanto rigor, ha de examinar las palabras ociosas, ¿qué no hará con las amistades vanas, inconvenientes, locas y perniciosas?

El nogal es muy dañoso a las viñas y a los campos en los cuales está plantado, pues, siendo tan grande, absorbe todo el jugo de la tierra, la cual se hace impotente para alimentar a las otras plantas; su follaje es tan tupido, que hace una sombra muy grande y muy espesa, bajo la cual son atraídos los viandantes, quienes, para coger el fruto, destrozan y pisotean cuanto hay alrededor. Estos amoríos causan los mismos daños al alma, pues la absorben de tal manera y atraen tan fuertemente sus movimientos, que no puede, después, llegar a hacer ninguna obra buena: las hojas, es decir, las conversaciones, los juegos, los requiebros son tan frecuentes, que malbaratan todo el tiempo, y, finalmente, son causa de tantas tentaciones, distracciones, sospechas y otras consecuencias, que todo el corazón queda pisoteado y deshecho. Resumiendo, estos amoríos ahuyentan, no sólo el amor celestial, sino también el temor de Dios, enervan el espíritu, debilitan la reputación: son, en una palabra, el juguete de las cortes, pero la peste de los corazones.

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