2. Castidad
Hacia una comprensión moderna
Al lector moderno le puede parecer lo que dice san Vicente sobre la castidad demasiado negativo, restrictivo, pasado de moda. El mundo de hoy tiene una visión de las relaciones entre el hombre y la mujer mucho más positiva que lo que era la de los escritores del siglo XVII. Nos incomoda el que la mayor parte de las ideas de san Vicente sobre este tema esté formulado con tantas precauciones y con una visión pesimista de la naturaleza humana.
Pero también sabemos que una vida de castidad en celibato’ es hoy un desafío tan grande como lo era en el suyo, o tal vez mayor. Sin embargo preferimos en el contexto de hoy expresar ese desafío de manera más positiva, aun cuando, si queremos ser sinceros, debemos reconocer que, por diferentes circunstancias, no estamos a veces a la altura de lo que ese desafío exige.
Yendo más allá del lenguaje característico del siglo XVII es importante que intentemos expresar el sentido y los medios para vivir el amor en una vida célibe, de manera que tenga sentido hoy para nosotros.
Por supuesto que el celibato, como todo lo que se refiere a Jesús, se refiere al amor. El «Programa para la formación vicenciana en el seminario mayor» lo expresa así:
(Hacemos voto de) «castidad, vivida con todo el corazón en una vida célibe, lo cual nos llevará a abrir nuestros corazones más y más a Dios y al prójimo, sin acepciones (R. C. 1; Const. C. M. 29, 30); la recibimos como don de Dios y como manera de seguir a Cristo, quien se entregó por todos y nos amó sin reserva».
Adviértanse los elementos de esta descripción: 1) el amor casto y célibe es un don de Dios; 2) este don pide de nosotros una doble respuesta, dejar que el amor de Dios nos domine cada vez más y sumergirnos cada vez más en el amor al prójimo, sin acepciones; 3) la revelación del don y el modelo de nuestra respuesta a él han de verse a la luz de la humanidad de Jesús, tal como él expresa su amor al Padre y por nosotros. Esta descripción incluye muchos de los elementos esenciales que proveen de sustancia y de espíritu al compromiso del celibato.
Se podría añadir un cuarto elemento a esta descripción: el amor casto en el celibato es a la vez una llamada a y un signo de fe profunda y de esperanza del reino.
Para los que tienen dificultades con el celibato la meditación de la humanidad de Jesús proporciona un gran aliento. Les revela que una sana y fecunda vida celibataria es existencialmente posible. Jesús está totalmente absorbido en la vida y obra de su Padre. Ama a la vez a sus hermanos y hermanas con un cálido amor humano que le lleva hacia todos y que incluye a todos. El es —este célibe— quien revela en su humanidad lo que significa el decir que Dios es amor»’.
La autenticidad de la relación de Jesús con el Padre salta a la vista en los evangelios, y con mayor evidencia en Lucas y Juan. En Lucas, por ejemplo, Jesús se dirige en oración al Padre una y otra vez:
3, 21 Habiendo sido todos bautizados, y estando Jesús en oración después de ser bautizado él mismo, se abrieron los cielos y el Espíritu Santo descendió sobre él.
5, 16 Se retiraba con frecuencia al desierto a orar.
6, 12 Entonces subió a la montaña a orar, toda la noche en comunión con Dios.
9, 18 Una vez que estaba orando Jesús solo y sus discípulos estaban con él les pregunto: «¿Quién dice la gente que soy yo?»
9, 28 Unos ocho días después de decir esto tomó a Pedro, Juan y Santiago y subió a un monte a orar. Mientras oraba su rostro cambió de aspecto.
10, 21 En aquel instante Jesús exultó en el Espíritu Santo y dijo: Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado a los sabios y a los inteligentes lo que has revelado a los niños.
11,1 Un día estaba orando en su lugar. Cuando hubo terminado uno de sus discípulos le pidió: Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.
11, 5 Les dijo dos parábolas acerca de la oración.
18, 1 Les enseña otras dos parábolas sobre la oración.
22, 35 Entonces salió y se encaminó, como era su costumbre, al monte de los olivos; le acompañaban sus discípulos, Al llegar al lugar, les dijo: Orad para no caer en la tentación.
23, 34 Jesús dijo: Padre, perdónales porque no saben lo que hacen.
23, 46 Jesús dio un gran grito y dijo: Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu. Y dicho esto, expiró.
En el evangelio de Lucas este gran hombre de oración es a la vez el evangelizador de los pobres. Está completamente absorbido por la proclamación y por el dar testimonio de la buena noticia del amor universal de su Padre.
El estilo del ministerio de Jesús es en Lucas el estilo del heraldo (keryx) del mundo antiguo. Anuncia el kerygma, la buena noticia. «El Espíritu del Señor está sobre mí», dice Jesús a los de la sinagoga de Nazaret, «por eso me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres, para eso me ha enviado» (Lc 4, 18). Va de pueblo en pueblo en un ministerio móvil (Lc 4, 43-44). Advierte a sus seguidores que no se dejen atrapar por las necesidades materiales: «las zorras tienen sus guaridas y los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar su cabeza» (Lc 9, 58). «Vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y así tendrás un tesoro en el cielo. Y luego ven y sígueme» (Lc 18, 22). Les dice que estén libres, desapegados, listos para ira adonde el Padre les llame. «Si alguno viene a mí sin volver su espalda a su padre y a su madre, a su esposa e hijos, sus hermanos y hermanas, y aun a sí mismo, no puede ser mi seguidor» (Lc 14, 182.
La vida célibe le deja libre para un ministerio móvil, de modo que su celibato y su ministerio se refuerzan mutuamente. El celibato le da libertad para mostrarse radical en su despreocupación por las posesiones materiales, casa, patria, esposa, y hasta por una descendencia que prolongue en el futuro su propia sangre. Porque Jesús, por ser célibe, no echa raíces en los valores inmediatos y tangibles, se siente más libre para dedicarse exclusivamente a los valores intangibles. Puede centrar su vida del todo en su Padre e ir a donde quiera su Padre enviarlo a proclamar la buena noticia.
c) Al seguir a Jesús, el célibe pone su tesoro en un valor que no se ve (o que se ve a lo más «oscuramente como en un espejo»), el reino de Dios; al hacer eso renuncia a un valor totalmente visible y muy apreciado por muchos, el matrimonio. El célibe renuncia a la prolongación de su vida en los hijos, y lo hace porque cree que otra forma de amor, que ha escogido libremente, se prolongará y dará sus frutos en el reino de Dios.
Visto en esa perspectiva el amor generoso del célibe es siempre un reto para el observador honrado. Porque aprecia el valor del matrimonio él sabe que un célibe auténtico es guiado por y pone su confianza en una luz invisible, pues cree que el reino de Dios está cerca y que el Señor del reino tiene el poder de darle «cien veces más» de hijos en el tiempo presente, y una vida sin fin en el mundo venidero (cf. Mc 10, 28-30).
En este sentido el celibato que es fiel está íntimamente relacionado con el espíritu evangélico de pobreza espiritual radical que pone su futuro en las manos de Dios.
Según la expresión de Basil Hume, podríamos describir la vida de votos, y en particular el celibato, como un amor que es «aventurero pero disciplinado».
Es aventurero porque el amor que es la vida del reino de Dios se atreve con cosas grandes. Se aventura más allá de los límites y seguridades a los que se apegan la mayor parte de la gente. Considera las cosas materiales no como «mías», sino como «nuestras», y las ve como modos de compartir el amor de Dios con nuestros hermanos. Se centra en el Señor como en el corazón de su vida, y está dispuesto a renunciar a la esposa y a los hijos para ser del Señor exclusivamente. No persigue sus propios deseos ni su voluntad propia, sino lo que pide el Señor a través de la voz de la comunidad. Se juega la vida junto con los pobres, los abandonados, los marginados por la sociedad. Sólo a través de un amor «aventurero» puede una persona hacer todo esto, un amor liberado para abandonar las seguridades humanas y ponerse en las manos del Señor.
Pero la gran paradoja es que este amor debe ser también disciplinado. El amor no disciplinado, advierte Erich Fromml, es más bien devaneo frívolo. Le faltan las cualidades propias del verdadero amor: constancia, fidelidad, sacrificio. El amor disciplinado busca al Señor día tras día. Se centra en El, como dice el salmista, al levantarse por la mañana y al acostarse por la noche (cf. Sal 92, 3). Conoce la pobreza no sólo como un participar generoso sino también como renuncia ascética. Conoce la obediencia no ya sólo como disponibilidad para la comunidad y para sus trabajos, sino también como renuncia a una parte central de sí mismo.
e) A la luz de todo esto ofreceré ahora tres consideraciones acerca de esta búsqueda del reino de Dios con un amor «aventurero pero disciplinado».
1) El amor célibe, generoso y maduro no es tanto algo ya adquirido cuanto un ideal por el que hay que luchar continuamente. Un compromiso confirmado por los votos no es, como todos los compromisos, algo que se cumple de una vez para siempre; es una peregrinación, un viaje.
Puede haber fallos en ese viaje. Así como se puede fallar al hablar, o en la justicia, o en la caridad, también se pueden dar fallos en el amor célibe. Es un grave error pensar que los pecados del sexo son los más graves de todos. Por el contrario, el Señor se muestra mucho más comprensivo en este tema que en cuestiones de orgullo o de injusticia.
Se cuenta de los padres del desierto la bella historia que sigue:
Un hermano preguntó a un anciano: «Si sucediera que alguien cede a la tentación llevado por algún impulso, ¿qué le harán los que han recibido escándalo por ello?» El anciano respondió: «En un monasterio egipcio había un diácono famoso. Un oficial condenado por el juez vino al monasterio con toda su familia. Tentado por el Maligno, el diácono pecó con la esposa del oficial, y se hizo así objeto del desprecio de todos. Acudió él a un anciano amigo suyo y le confesó su culpa. El anciano tenía una especie de cripta en la parte trasera de su celda; el diácono le dijo: ¡Entiérrame en vida, y no se lo digas a nadie! Entró en la cripta e hizo una penitencia muy seria. Tiempo después el río no se desbordó, y mientras todos hacían letanías de petición, se les reveló que el río no crecería mientras no viniera un cierto diácono que estaba escondido donde un cierto monje. Al oír eso todos quedaron muy sorprendidos y fueron a buscar al diácono al lugar en que estaba. Mientras éste rezaba, el río creció, y todos los que habían sufrido escándalo se sintieron muy edificados por su arrepentimiento, y dieron gloria a Dios».
2) El celibato debe ser «fecundo». El célibe maduro debe mantener viva su capacidad creadora y debe usarla de manera pública y reconocible. Erich Fromm lo dice muy netamente:
Para saber que la vida adulta tiene el poder de engendrar no es necesario que uno produzca hijos. Pero sí exige el saber qué es lo que uno hace cuando no los engendra.
Pues el célibe no engendra hijos debe desarrollar un sentido más amplio de responsabilidad en favor de la vida. San Vicente es en este sentido un ejemplo espléndido de amor célibe. No es para él el celibato una huida para no amar, sino que se convierte en un estímulo para amar más. El protege la vida que lucha por sobrevivir y por crecer: en los campesinos pobres, en el clero llamado a servirles, en los enfermos pobres, en los huérfanos, en los condenados a galeras, en los misioneros, en las hijas de la caridad, en las Damas de la caridad, en los ricos que buscaban una manera de compartir los dones que Dios les había dado. «El amor es inventivo hasta el infinito», dice a los miembros de su compañía.
Esta «fecundidad» pide un ensanchamiento de la visión personal, una expansión de intereses, el ir más allá de uno mismo y de sus actividades. Pide también consciencia de las cualidades personales, y el deseo de compartirlas.
Cuanto más maduro sea el célibe tanto más será capaz de intimidad sin afán de dominio y sin celos. Sus reacciones liberarán a los demás, y no los hará dependientes de él mismo. Sus decisiones estarán determinadas más por la preocupación del bien de los demás que por la preocupación de las reacciones de los demás hacia él mismo. Sabrá cómo superar el plano de la sexualidad genital por medio de modos creativos de estar y trabajar con otros en servicio del reino.
3) El celibato tiene sus diferentes edades. Cada edad tiene sus propios retos. En la juventud el reto es a menudo la fuerza física del sexo. Más tarde el reto aparece como necesidad de compañía o de intimidad con otra persona para la que soy algo especial y ella lo es para mí. Más tarde aún puede ser el deseo de tener hijos que prolonguen en el futuro mi vida y mi imagen. Y más tarde aún puede ser otra vez el deseo de la compañía de alguien con quien compartir mi vida y en quien encontrar consuelo mutuo en los años de vejez.
El sentimiento de soledad es parte de la vida de todo el mundo, casados o célibes. Es señal de que somos incompletos, de que necesitamos salir de nosotros mismos para encontrar la plenitud. Un estudio reciente en los Estados Unidos revela que más del 90% de la población siente soledad en uno u otro tiempo, y 25% se sienten muy seriamente solos en momentos dados; sólo el 1 o 2% parecen no sentirse nunca solos»’. Es evidente que en un tiempo u otro prácticamente todo el inundo experimenta la necesidad de intimidad como un deseo muy fuerte. El célibe debe saber transformar ese sentimiento de soledad en un sano saber estar solo, en el que encontrará su verdadero yo, encontrará a Dios, y también la capacidad para crear relaciones llenas de contenido humano.
Los retos se presentan siempre como nuevos. Varían de una persona a otra, y de un estadio de la vida a otro. En cada una de las «edades del celibato» existe una tendencia a encontrar refugio en algún tipo de compensación inmadura antes que enfrentar los retos del amor creativo. Se podría enumerar una larga lista de compensaciones inmaduras: participación vicaria en las experiencias sexuales de otros; la obsesión por la presencia personal; el negar o despreciar el valor del matrimonio o el placer de la actividad sexual; el refugiarse en fantasías de gratificación y de conquista sexual; la masturbación; el miedo a abrirse con sencillez; las relaciones «protectivas».
Hacia una práctica moderna
Como ayudas para vivir un sano celibato hoy sugeriré seis factores de estabilización que, si están presentes en la vida del célibe, le ayudarán a amar con fidelidad, con alegría, con creatividad.
Oración
Karl Rahner expresa este punto con toda claridad: «La experiencia personal de Dios es el corazón de toda espiritualidad».
Uno de los fines de los votos es el ayudarnos a centrarnos en Dios de una manera explícita. Pretenden facilitar nuestra oración. En la dirección contraria, la oración hará más fácil el vivir nuestro compromiso. Como se vio arriba, todo esto aparece con toda claridad en el estilo de vida que llevó Jesús.
En un contexto vicenciano se podría sugerir como medio muy concreto la importancia de la fidelidad a la hora diaria de oración que nos piden las Constituciones.
Satisfacción con el propio trabajo
En una encuesta a miles de sacerdotes y religiosos de hace más de una década los que sentían una mayor paz en vivir su compromiso eran los que sentían una mayor satisfacción en su trabajo, es decir
Todo esto está relacionado con las «amistades particulares» de que habla san Vicente (RC VIII, 2), pero es también diferente en cuanto que éstas centran en la posesión y el control, mientras que las otras pueden ser en realidad una especie de conspiración inconsciente entre algunas personas para mantener su aislamiento en relación a los demás gusto por su actividad apostólica’. Si alguno se siente satisfecho con lo que está haciendo no le resultará tan oprimente el peso de su compromiso de vida.
Escribió una vez Langdon Gilkey: «La vida y el trabajo tienen una extraña relación mutua. El hombre sólo puede vivir si trabaja; pero sólo si el trabajo que hace es productivo y significativo puede el hombre soportar la vida hecha posible por su trabajo».
No podemos «crear» felicidad, ni la encontraremos buscándola por sí misma. Viene acompañada de otros valores. En nuestro caso sugeriría que una dedicación al servicio de los pobres y al clero puede ser una fuente de gran gozo y de satisfacción, y puede hacer que la vida de celibato sea mucho menos agobiante.
3. La vida en común y la amistad
Ningún hombre es una isla. Además de oración y de satisfacción con el trabajo propio todos necesitamos apoyo humano. «Un amigo fiel es un refugio seguro; quien tiene un amigo tiene un tesoro», nos dice el libro de Sirach (6, 14). San Vicente era muy consciente de que la comunidad debe intentar crear una atmósfera en la que los cohermanos viven «a manera de amigos que se quieren bien», y en la que saben que pueden madurar. Esta necesidad existe hoy también, y tal vez con más fuerza, y existirá siempre. Karl Rahner habla de la «comunidad fraternal como un elemento real y esencial de la espiritualidad del futuro».
Hoy percibimos con claridad que una sana relación con la propia familia y con otras amistades puede ser un elemento que no debilita sino que refuerza la vida célibe. El valor de una amistad genuina siempre ha sido reconocido, por supuesto. Cicerón lo expresa con mucha elocuencia al reflexionar acerca de su amistad con Atico:
¿Qué cosa hay más agradable que tener a alguien a quien puedes decir las cosas con tanta sinceridad como a ti mismo? ¿Tendría el éxito algún sabor si no hubiera alguien que se siente con él tan feliz como tú mismo? ¿No sería más duro el soportar las adversidades sin la ayuda de alguien que las sufre tan agudamente como tú mismo?.
4. Comunicación sincera
Como ayuda en nuestro caminar es muy importante tener el valor de hablar con confianza acerca de los problemas y fallos sexuales con un director espiritual o confesor como si fuera el Señor. La experiencia nos dice que hay otros peregrinos dispuestos a acompañarnos en nuestra vida célibe, comprensivos con nuestras debilidades, que conocen las trampas a lo largo del camino.
Por desgracia la práctica de la dirección espiritual cae a veces en desuso después de la ordenación o de la profesión de los votos»’. Sin embargo pocas cosas nos pueden ayudar tanto a manejar sentimientos intensos, preocupaciones y problemas. Las dificultades que sentimos en relación a la sexualidad son a veces embarazosas, pero una comunicación sincera con un director maduro es con frecuencia la manera más sabia de controlarlas. En las cartas citadas en la primera parte de este artículo san Vicente se expresa con mucha claridad acerca de este punto.
Por otro lado, problemas enquistados en nuestro interior durante largo tiempo, o manejados sin ayuda, producen con frecuencia una gran confusión personal, y a veces explotan. El que no tiene un amigo sincero, dice el antiguo proverbio celta, es un cuerpo sin cabeza.
Disciplina personal y prudencia en las relaciones con los demás
En el capítulo sobre las cinco virtudes características ofrecí varias sugerencias prácticas acerca de la disciplina personal204. La disciplina nos ayuda a conseguir muchos de los valores con los que nos hemos comprometido: oración, trabajo, estudio, una forma de vida sencilla, y también el celibato. De hecho pocos son los valores que se consiguen sin disciplina. En ese sentido es un reflejo encarnado de la gracia, de la constancia del amor de Dios.
Aunque tal vez nos dé un poco para atrás el aspecto negativo de lo que san Vicente escribe acerca de la necesidad de prudencia en la relación con las mujeres, hay en lo que dice una sabiduría perenne que debe ser también aplicada en un contexto actual como el nuestro en el que las relaciones entre hombres y mujeres son vistas de modo más positivo. Hay que admitir que no cualquier tiempo o lugar o circunstancia es apropiado para esas relaciones. Esto es así no sólo para célibes sino también para casados y solteros. Aunque hoy admitamos que no se puede formular una casuística detallada en este tema, el célibe debe tener la suficiente madurez para conocer sus limitaciones, y debe tener la disciplina suficiente para no salirse de esos límites. El sentido común admite, por un lado, que es normal tener a mujeres como amigas. Admite, por otro, que nuestra relación con ellas debe estar regulada por normas de prudencia. Una de estas es que las muestras físicas de afecto, sobre todo cuando no hay testigos, tienden con frecuencia hacia una mayor atracción e intimidad. Po-demos estar seguros de que ahí está la sabiduría que muestra san Vicente en su preocupación cuando un cohermano está «solus cum sola, loco et tempore indebitis»
El control en el uso de bebidas alcohólicas es también un aspecto que contribuye no ya sólo a la salud física sino también a una vida célibe. Muchos de los que habían hecho un compromiso de celibato y aun de matrimonio admiten que comenzaron a tener, problemas o que aumentaron los que ya tenían, una vez que el beber con exceso comenzó a disminuir su fortaleza y sus precauciones.
6. Un estilo de vida equilibrado
Aunque el Señor nos llama a ser servidores, también quiere que descansemos (cf. Sal 127, 2; Ex 20, 8ss). De hecho nos manda que descansemos. Quiere que reconozcamos nuestras limitaciones como creaturas que somos, y también quiere que sepamos que él trabaja no sólo por nosotros, sino también sin nosotros.
Los que están agotados y desanimados sufren fácilmente problemas contra el celibato. Dificultades que en otras ocasiones resolverían sin problema se convierten en escollos insuperables. Es importante (no sólo para el celibato sino también para la salud) escuchar al propio cuerpo, darse cuenta cuándo el agotamiento está minando la salud, reconocer los gestos de irritación o de ira, o de fallos de coordinación que son señales de estar exhausto. San Vicente advirtió con frecuencia a santa Luisa que tuviera cuidado con el «celo indiscreto».






