Vamos a tratar de describir en diez puntos los elementos fundamentales del espíritu propio del voluntariado vicenciano, para que éste sea capaz de desarrollar, en la sociedad actual, un servicio eficaz que mejore, en lo posible, la suerte de los pobres y su lugar en esa sociedad. Y, como consecuencia, que mejore también la salud de la sociedad, pues la existencia de los pobres y su número es una señal infalible para juzgar el estado de salud o de enfermedad de la sociedad en su conjunto.
La formulación de esta intención del voluntariado vicenciano la expresó muy bien Federico Ozanam, uno de los fundadores de la Sociedad de San Vicente de Paúl, que ya a sus veintiún años animaba a los jóvenes católicos de su tiempo a empezar a trabajar por los pobres en tareas humildes de asistencia, pero con la intención, como expresa la idea él mismo, de «regenerar a toda Francia», es decir, a toda la sociedad de su tiempo, y no sólo a los pobres.
El voluntario vicenciano se confiesa miembro de la Iglesia Católica
Este es el requisito fundamental. No basta pertenecer a la Iglesia pasivamente, por así decirlo, simplemente porque uno fue bautizado en su niñez sin que nadie le pidiera permiso para hacerlo. El voluntario vicenciano acepta el hecho con libertad, lo confiesa, y da gracias a Dios por ello. En efecto, Vicente de Paúl no fundó simplemente organizaciones de asistencia social válidas para cualquier hombre o mujer de cualquier religión, o sin religión alguna, sino expresamente para voluntarios que se confesaban ante el inundo como miembros vivos de la Iglesia.
Sin embargo, el mismo Vicente de Paúl dio muestras numerosas de un gran espíritu ecuménico (que en su tiempo era más bien escaso entre la población católica) que le llevó a colaborar en varias empresas de caridad con los miembros de otras iglesias. Y aunque él mismo trabajó firmemente para que Roma condenara al jansenismo como herético, no tuvo ningún escrúpulo de conciencia en colaborar con algunos jansenistas en programas de ayuda a los pobres.
En las circunstancias actuales de pluralismo y de respeto a la conciencia ajena, tampoco habría que descartar del todo ni la pertenencia a, ni la colaboración con, un grupo vicenciano por parte de no católicos y aun de ateos de buena voluntad que quieran contribuir sinceramente a mejorar la suerte de los pobres del mundo de hoy. El voluntario vicenciano no debe cerrarse a los aires ecuménicos, que gracias, sin duda, al Espíritu del Dios de Jesucristo, hoy son mucho más fuertes que en tiempos de Vicente de Paúl. «El que no está contra nosotros está con nosotros», dejó dicho el Señor (Mc 9,40). De paso, es de esperar que el testimonio de fe vivida por los voluntarios vicencianos tenga algún tipo de influencia beneficiosa sobre el no católico e incluso sobre quien se considera ateo.
El voluntario vicenciano debe ser un católico sinceramente creyente y practicante
Este punto coincide en parte con el anterior, pero lo explicita un poco más, y se impone como necesario por lo que vamos a ver en el punto siguiente. Veíamos arriba cómo Vicente de Paúl recordaba a las Damas de la Caridad que en esa institución no se admitía fácilmente a las damas frívolas del gran mundo, para quienes la práctica religiosa era totalmente secundaria, ni tampoco a las ‘devotas’ que «buscaban la vanidad en las prácticas de devoción», un tipo de fariseísmo religioso que busca el aplauso del mundo y que Moliere fustigó tan duramente en sus comedias. El ser voluntario vicenciano requiere una fe sincera y una práctica sincera de vida religiosa. Sin eso no se puede cultivar en la vida personal un verdadero espíritu vicenciano.
También en este punto surgirán problemas, dado lo que es nuestra sociedad de hoy. Pues no son pocos entre los bautizados los que, sin llegar hasta el punto de renegar de su bautismo, viven la vida religiosa de una manera distraída y poco o mal apoyada por una práctica religiosa habitual. ¿Cerrará por eso sus puertas el grupo de voluntarios vicencianos a posibles candidatos no practicantes? No tiene por qué hacerlo del todo, si se ve que el posible candidato es alguien sinceramente preocupado por trabajar a favor de los pobres. También en este caso es de esperar que ese candidato vaya abriendo su alma a una mayor práctica de vida religiosa, movido por el ejemplo de los miembros del grupo.
Sin embargo, tiene que estar claro para el grupo vicenciano, si quiere mantener viva su identidad, que no pueden predominar en el miembros de escasa o nula práctica religiosa, en especial los que están persuadidos de que la práctica religiosa no significa gran cosa para ellos mismos, y lo único que manifiestan es un deseo de «hacer algo por los pobres», deseo que, más o menos vago, hoy está presente en muchas personas que, aun cuando estén bautizadas, no tienen interés ninguno por las prácticas religiosas. El trabajar por los pobres en un grupo vicenciano exige un compromiso mucho mayor, animador de la vida entera, también de la práctica religiosa, que el simple querer ‘hacer algo’ por los pobres.
El voluntario vicenciano es un imitador-seguidor de Jesucristo
Este punto está implícito en los dos anteriores, pero los explicita un poco más, pues lo mismo la pertenencia a la Iglesia Católica que la consecuente práctica religiosa se basan en la fe y en el amor a Jesucristo, y deben llevar poco a poco al creyente a «llenarse de su Espíritu», como decía san Vicente de Paúl. Esta idea, pues, no sólo explicita el contenido de las dos anteriores, sino que las centra en una figura humana, Jesús de Nazaret, tal como aparece en los evangelios.
Todo bautizado tiene que ser consciente de que, por el bautismo en el Espíritu Santo, ha sido constituido hijo de Dios para vivir una vida cuyo modelo absoluto es la vida de Jesús. Jesús es «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6), el hombre más auténticamente humano que ha existido en la historia de la humanidad. Al imitarle y seguirle a él, no sólo se construye la humanidad del que le sigue, sino que se llega al corazón de Dios mismo, pues, como advierte santo Tomás de Aquino, Jesucristo es, a la vez, camino, en cuanto que es verdaderamente hombre, y fin del camino, en cuanto que es verdaderamente Dios.
También en este punto surgirán problemas hoy para los grupos de voluntarios vicencianos; pues en la sociedad actual abundan los que, bautizados o no, admiran a Jesucristo como un tipo muy humano y muy defensor de los pobres, como así fue, pero que no se sienten muy inclinados a aceptar todas sus enseñanzas, sino sólo algunas seleccionadas según les parezca, y menos aún, tal vez, a imitarle y seguirle hasta las últimas consecuencias.
También a éstos puede el grupo de voluntarios vicencianos ofrecerles la oportunidad de conocer mejor a Jesucristo, de amarle, y no sólo de admirarle, y de aprender a seguirle e imitarle en la figura de Jesús que nos ofrecen los evangelios. Y esto es así, aunque los mismos miembros del grupo se sientan flojos y deficientes en el verdadero y exigente seguimiento de Jesús. Ellos mismos, los voluntarios del grupo vicenciano, saben muy bien, o deben saberlo, que el seguimiento de Jesús es un proceso nada fácil, que debe enriquecerse y hacerse cada día más firme a lo largo de toda la vida. A eso precisamente se ordena, en resumidas cuentas, el verdadero espíritu vicenciano.
El voluntario vicenciano imita a Jesucristo como evangelizador y redentor de los pobres
Refiriéndose a los miembros de las órdenes religiosas y monásticas, pero también a los creyentes en general, san Vicente de Paúl solía decir que «todos buscan imitar a Jesucristo, pero lo hacen de maneras distintas». Así lo decía también san Francisco de Sales, un hombre de gran influencia en las ideas y en el modo de ser de Vicente de Paúl, en su muy conocido y muy reeditado libro de espiritualidad seglar, «Introducción a la vida devota»: «De maneras distintas han de ejercer su vida religiosa el hidalgo y el campesino, el súbdito y el soberano, la viuda, la soltera o la casada.» Y añadía, pues sabía que también los religiosos, los grandes profesionales del seguimiento de Cristo, tenían su manera propia de hacerlo, que «es verdad que la forma de vida contemplativa, la monástica y la religiosa no pueden ejercerse en esos estados (los estados laicos mencionados antes). Pero además de estas tres formas hay otras muchas para hacer perfectos a los que viven en el estado seglar»
La variedad de formas de vida cristiana en el seguimiento de Cristo y de las visiones espirituales que las sustentan brota de dos fuentes que operan conjuntamente: la variedad de temperamentos y de personalidades sicológicas, por un lado, y la acción del Espíritu Santo, quien distribuye los diversos carismas o modos de vida cristiana «como le parece bien» (1Cor 12.11).
Pues bien: el voluntario, inspirado por el estilo espiritual de san Vicente de Paúl, a través de las circunstancias de su propia vida y de su personalidad, llega un buen día a la convicción de que su forma propia de seguimiento de Jesucristo se va a centrar en lo sucesivo en una visión de Cristo como redentor y evangelizador de los pobres. Habrá llegado a esa convicción, sin duda, bajo la inspiración del Espíritu Santo, aunque no se dé cuenta de ello conscientemente. Al elegir esta, y no otra, visión de la figura de Jesucristo como visión central, no descuida ni olvida otras dimensiones de la misma figura, pero es ésa la que va a dar sentido a su vida. Sentido pleno a toda su vida, y no ya sólo a sus horas de trabajo efectivo por los pobres: vida de soltería, de matrimonio o de viudez, de padre o madre de familia, de trabajo profesional, de sacerdocio, de votos, de oración, de vida sacramental. Todo ello lo verá a esa luz y, a la vez, todo ello le ayudará a profundizar cada día más en su fe y en su visión propia de seguimiento de Jesucristo.
Para el voluntario vicenciano, la redención del pobre abarca al hombre entero
De Jesucristo hay que aprender otras muchas cosas, además de cómo trabajar por la redención de los pobres; lo hemos dicho hace un instante. Por ejemplo, cómo relacionarse con Dios Padre, cómo orar, cómo sufrir, cómo saber convivir con los demás, hasta, incluso, cómo saber ejercer autoridad sobre los demás, cuando se tiene. Todo esto, y otras muchas cosas más, tendrá que aprenderlas de Cristo el voluntario vicenciano; todas ellas las pondrá al servicio de su visión particular de Jesucristo, siempre al servicio de una dedicación activa a la redención de los pobres.
Y de Cristo tendrá que aprender también cómo se redime a los pobres, en qué aspectos de su vida necesita el pobre redención, a mejorar qué aspectos de su vida se dirige el evangelio, la Buena Noticia. Si lee con cuidado el evangelio, verá en seguida que la redención de Cristo quiere liberar a los pobres de su pecado, y busca también liberarlos de su hambre, de su ignorancia, de su falta de salud, de su marginación social. Quiere, además, devolverles su plena dignidad humana, con tanta frecuencia olvidada por los que no nos creemos pobres, y por eso les declara dichosos y bienaventurados a los ojos de Dios, que es el único que sabe muy bien quién es digno y quién es indigno del reino de los cielos.
Pero no se contenta Cristo con proclamar, ante una sociedad que no le cree, la dignidad del pobre, el valor que tiene el pobre a los ojos de Dios. A lo largo de su vida terrena va poniendo signos humildes, pero muy eficaces, de ese Reino, al saciar el hambre, al curar, al reintegrar al leproso curado en la vida social de la que se le había excluido, al oponerse con vigor a los ricos y a las autoridades civiles y religiosas que explotan y menosprecian al pobre.
El Hijo de Dios no se hizo carne y habitó entre nosotros sólo para salvar almas, sino para salvar a seres humanos que gimen en su alma herida por el pecado y en su cuerpo herido por las necesidades materiales de su existencia. Eso es lo que hoy, en buena teología, se conoce como redención integral, una visión que quiere olvidar y dejar atrás para siempre otros tiempos y otras ideas, en los que, al hablar de la redención, se pensaba sólo en la liberación del alma sometida al pecado. Como lo señaló con fuerza mil veces san Vicente de Paúl a los hombres y a las mujeres inspirados por él, no hay que trabajar sólo por el bien espiritual de los pobres, sino también por su bien corporal; ni tampoco sólo por su bien corporal, sino también por el espiritual.
Esto lo decía y en esto insistía con mucha fuerza a sus sacerdotes misioneros, inclinados, tal vez, por oficio, a preocuparse sólo del aspecto espiritual y tener poco en cuenta el corporal; pero también se lo decía a las hijas de la caridad y a las damas que, por no tener cargo oficial en la Iglesia ni ordenación sacerdotal, se podrían sentir tentadas a preocuparse sólo de las necesidades corporales del pobre, y a dejar las espirituales en exclusiva para el cura.
Esto tendría también que tenerlo hoy muy en cuenta el voluntario y la voluntaria de inspiración vicenciana. Pues al haber hoy tantos movimientos a favor de los pobres, el voluntario vicenciano podría llegar a pensar que su propio movimiento es sólo una organización más entre tantas que se ocupan sólo del bien material y corporal de los pobres (salud, alimentación, cultura, ocio, relaciones sociales), y que la suya propia no tiene nada que ver tampoco con la salud espiritual de los pobres, con su relación con Dios. El voluntario vicenciano debe hacer aquello igual o mejor que cualquier organización humanitaria, pero no puede omitir esto.
La organización humanitaria mira al pobre como un hombre de pleno derecho; eso es lo que ven los ojos. No se engañará al verlo así, pero no ve todo. El vicenciano sabe que el pobre, además de ser un ser humano de pleno derecho, es también un hijo de Dios. Aún más: sabe que la dignidad de ser hombre brota de su dignidad de ser hijo, hijo de Dios y hermano del voluntario, y no simplemente un ser humano con deficiencias materiales por el que se siente una compasión más o menos sincera.
El voluntario vicenciano es un cristiano de cualquier edad y de cualquier estado de vida
La edad no debe ser nunca un obstáculo insuperable para vivir la fe cristiana en el estilo vicenciano. Incluso niños de catequesis son muy capaces de comprender lo que ese espíritu significa y pide. Ahora bien, la pertenencia voluntaria a un movimiento vicenciano es otra cosa. Eso ya exige una cierta madurez humana y cristiana que le haga a uno capaz de tomar una decisión voluntaria, que le va a comprometer para el resto de su vida. Madurez y, por supuesto, la inspiración del Espíritu Santo, que es quien reparte los carismas diversos según su voluntad, como vimos arriba.
En la Iglesia Católica hay muchas y muy variadas formas de seguir a Jesucristo, ya lo dijimos. Y por supuesto no a todos llama el Espíritu a vivir la fe a la manera vicenciana, aunque sí deban todos tener una preocupación activa por los pobres cuando surge la ocasión. Pero hay muchas formas de vida cristiana, decíamos, que no ponen en ello lo fundamental, como sí lo hace la vicenciana.
Tampoco el estado de vida, civil o canónico, es un impedimento para pertenecer a una institución vicenciana, corno no sean los estados canónicos que ponen en algún otro elemento su forma propia de seguimiento de Cristo. Tal sería el caso de los religiosos, según vimos en el trabajo anterior. Pero también vimos que de hecho la opción vicenciana se ofrecía en tiempos de san Vicente, y se ofrece hoy, a gentes de toda clase social y de cualquier estado: sacerdotes, laicos casados, solteros o viudos. No han faltado por ejemplo en la historia casos de soltería o de viudez (por ejemplo, la misma Luisa de Marillac) que se asume de por vida para dedicarse de lleno a trabajar en una institución vicenciana.
Mucho menos han faltado los casados, pues de hecho casados son la mayor parte de los miembros de las dos grandes instituciones vicencianas para laicos, la A.I.C, y la Sociedad de San Vicente de Paúl. Sin embargo, hay que admitir con franqueza, pues sucede con alguna frecuencia, que el estado matrimonial pueda crear ciertas dificultades para que el cónyuge, marido o mujer, que pertenezca a una institución vicenciana dedique a los trabajos propios de la institución tanto tiempo como pudiera desear. Se lo pueden impedir hasta cieno punto, o por lo menos se lo pueden dificultar, sus obligaciones matrimoniales y familiares.
Hemos visto de todo en nuestra relación con las instituciones laicas vicencianas, también casos en que el cónyuge no vicenciano acepta la situación a regañadientes. Pero podemos afirmar sobre la base de una experiencia de varios años que en la mayor parte de los casos no sucede así. Los cónyuges que no son oficialmente vicencianos no sólo no suelen poner dificultades a la labor vicenciana del otro cónyuge, sino que la suelen apoyar de muy buena gana.
El voluntario vicenciano es un miembro de alguna de las instituciones vicencianas tradicionales, o bien de alguna institución de nuevo cuño
Denominamos en este apartado ‘instituciones tradicionales’ a aquellas de las que hablamos en la sección anterior. Algunas, tres en concreto, fueron fundadas por Vicente de Paúl; otras, con mucho las más numerosas, por otras personas. Destacan entre estas últimas la Sociedad de San Vicente de Paúl, así corno las diversas asociaciones que han nacido a la sombra de la Virgen Milagrosa. Decimos ‘las más’ para referimos a las alrededor de doscientas que han sido fundadas después de la muerte de san Vicente de Paúl. Algunas de ellas tuvieron una vida corta; la mayor parte de ellas aún existen, aunque ciertamente son poco conocidas fuera (le los lugares en que trabajan.
Buena parte de esas instituciones ostentan en su título oficial el nombre de San Vicente de Paúl; otras, no. Se da incluso el caso curioso de que, después de haberlo llevado durante mucho tiempo, se ha renunciado a él en la denominación oficial para llamarse de otra manera. Tal es el caso de las Damas de la Caridad de San Vicente de Paúl, conocidas hoy como Asociación Internacional de Caridad, según se dijo. Pero, en este caso, al cambiar de nombre no se ha alterado en absoluto el espíritu. Esta institución se sigue confesando expresamente como una organización de voluntarias vicencianas en su ideario y en sus obras. El mantenerse firmes en el ideario tradicional, a pesar del cambio de nombre, hace ver a las claras que, para constituir un voluntariado de carácter vicenciano, no hace falta ostentar el nombre de Vicente de Paúl.
Aunque habría que añadir, en contraste, que tampoco el ostentar ese nombre garantiza el carácter vicenciano de la institución correspondiente. Lo mismo el miembro particular que el grupo tienen que ser vicencianos por profesión explícita y de hecho. No basta para tener un alma verdaderamente vicenciana pertenecer a una institución que lleve el nombre de Vicente de Paúl, incluso en el caso de que hubiera sido fundada por él mismo.
Buena parte también de las instituciones creadas en el pasado han sido fundadas por miembros de la Congregación de la Misión o por hijas de la caridad. Tampoco este hecho sería suficiente para calificar como vicenciana a la institución de que se trate. De hecho, algunas de tales fundaciones puede que tengan algún tipo de parentesco espiritual con las verdaderamente vicencianas, pero en realidad son muy otra cosa. .
Aparte de las fundaciones que hemos llamado ‘tradicionales’, nada impide que se sigan creando hoy y en el futuro instituciones nuevas inspiradas por el espíritu vicenciano. Tampoco éstas necesitarían ostentar en su titulación oficial el nombre de San Vicente de Paúl, pero sí tendrían que garantizar que su ideario inspirador y los estatutos en que se expresa ese ideario responden de verdad a lo que se denomina voluntariado vicenciano.
Tampoco bastaría para calificar a un grupo nuevo como vicenciano el que ese grupo dedicara algunas energías y algunos fondos a asistir a los pobres, pero que en realidad encontrara su fin principal en alguna otra cosa que no se refiere, de suyo, a la evangelización y redención de los pobres. El simple ayudar a los pobres, como una de sus varias actividades, aunque esa ayuda sea muy intensa, lo hacen también muchas instituciones católicas que no se ven a sí mismas como vicencianas, ni pretenden serio.
No quiere esto decir que el nuevo grupo vicenciano, o el tradicional, no pueda tener otras actividades aparte de la de dedicarse directamente al trabajo por los pobres. Después de todo, el mismo Vicente de Paúl dedicó a sus misioneros, además de a misionar a los pobres, a formar sacerdotes diocesanos. No había en ello una desviación o tina añadidura mal soldada a la idea original de evangelizar «sólo a los pobres», como les decía él mismo, según vimos. Vicente de Paúl tuvo buen cuidado en advertir con frecuencia a sus hombres que su dedicación a trabajar en los seminarios buscaba el proveer de buenos pastores al pueblo humilde. También en ese caso se trataba, en definitiva, de trabajar por el bien de los pobres, aunque lo hicieran de una manera indirecta.
El voluntario vicenciano y su condición secular
El voluntario vicenciano no deja el mundo para vivir su fe con mayor pureza, o para remover obstáculos o peligros que le acechan en su camino de seguimiento de Jesucristo. Vive su fe y su vocación propia vicenciana en el mundo. En su dedicación a los pobres del mundo, quiere vivir su camino de santidad en el seguimiento de Jesucristo, no sólo sin dejar el mundo, sino intentando mejorarlo y transformarlo según el espíritu de Jesucristo.
En esto consiste la naturaleza secular de toda forma de vocación vicenciana. En esto no hay excepciones entre las instituciones inspiradas por el espíritu de san Vicente de Paúl. A pesar de numerosas y muy fuertes dificultades a lo largo de su historia, tanto los sacerdotes y laicos de la congregación que él fundó como la Compañía de las Elijas de la Caridad han mantenido con firmeza, a pesar de algunos titubeos ocasionales, su carácter secular original. Aún son más netamente seculares, huelga el decirlo, los miembros de las instituciones laicas vicencianas.
La secularidad del voluntariado vicenciano en todas sus formas brota precisamente de su idea fundamental: el voluntariado vicenciano es una forma de vida cristiana, basada en el seguimiento de Jesucristo evangelizador y redentor de los pobres. Ahora bien, aunque también el voluntario vicenciano adora a Cristo resucitado y sentado a la derecha del Padre, el aspecto de Cristo que mueve su vida lo aprende el voluntario en aquel que los teólogos suelen calificar corno el Jesús histórico; es decir, el hijo de María que vivió unos treinta y tres años en el inundo, y que se retiraba al desierto en algunos ‘tiempos fuertes’ para hablar cara a cara con su Padre, y recuperar así fuerzas para continuar su difícil misión en medio de la sociedad de su tiempo.
En el sentido en que tomamos aquí esa palabra, también la vida de Jesús fue una vida plenamente secular. No fue la suya una vida como la de los monjes de Qumran, que rechazaban a la sociedad judía de su tiempo como impura y se retiraban al desierto de por vida para construir solamente entre ellos mismos el Reino de Dios puro e incontaminado. Jesús de Nazaret, para trabajar por el Reino de Dios, actúa en este mundo, aunque sabe muy bien, y lo dice, que sólo llegará a ser perfecto y puro en el cielo. En el cielo no habrá pobres, allí no tendrá que trabajar por ellos el voluntario vicenciano, sino que también él gozará de un descanso sin fin bien merecido; merecido, aunque también el descanso será un don, el definitivo, de Dios.
Añadiremos, para terminar este apartado, que, aparte de todos los laicos de cualquier otra condición y de los sacerdotes diocesanos, sólo los voluntarios vicencianos, todos ellos, aun los que sean sacerdotes, son seculares. Todos los demás, por ejemplo los religiosos de cualquier orden, no lo son. El fin principal de estos sigue definiéndose en el Derecho Canónico (que es el que define la naturaleza de los diversos estados dentro de la Iglesia) no el de transformar el mundo, aunque de hecho se dediquen también a ello, sino el de ser testigos y ejemplos de la vida futura por su vida de castidad, pobreza y obediencia.
El voluntario vicenciano busca regenerar el mundo actual por la caridad y la justicia
Decíamos arriba que el número de pobres y el trato que se les da son síntomas infalibles de hasta qué punto la sociedad que los produce está en mal estado de salud, está enferma, aunque se crea muy culta y desarrollada. De muchos males está enferma la sociedad actual; casi todos brotan de una deficiente o inexistente relación personal y social con el Dios vivo, y se manifiestan en relaciones interpersonales y sociales que producen, entre otros muchos males, la pobreza masiva, el gran pecado del inundo actual, aunque ciertamente no es el único.
Dos remedios ofrece principalmente la fe cristiana al inundo para su redención y curación. El primero es remedio radical: el verdadero amor, la caridad; el segundo, un remedio instrumental, por llamarlo de algún modo: la justicia. Ninguno de los dos será remedio eficaz si no está presente también el otro. La justicia prepara el terreno para que la práctica del verdadero amor sea posible. Pero si falta la justicia, la caridad será una farsa, o a lo más una especie de sentimiento tierno que no afectará en serio a la redención de la humanidad. Porque con frecuencia no la acompaña el trabajo por la justicia, está hoy tan desprestigiada lo que se suele llamar superficialmente caridad, que, sin embargo, es una de las palabras más hermosas y exigentes que ha inventado el lenguaje humano.
Pero si falta la caridad, aun la mejor justicia acabará en situaciones sociales perfectamente diseñadas, pero sin corazón. No hay que olvidar, además, que la caridad, el amor verdadero, va mucho más allá y es mucho más exigente que cualquier clase de justicia, incluso la más perfecta. Ninguna justicia puede llegar a exigir del ser humano lo que sí pide la caridad enseñada y practicada por Jesucristo: estar dispuesto a dar la vida por los hermanos. De manera que el voluntario vicenciano debe ser un hombre o mujer que, movido por la caridad de Cristo, trabaja, con constancia y sin desanimarse por los resultados escasos, para sembrar signos eficaces de caridad y de justicia por la redención de los pobres del mundo.
Este aspecto de la justicia deben tenerlo muy en cuenta los movimientos vicencianos, pero no siempre lo han hecho, admitámoslo con sinceridad. En una historia que cuenta ya más de tres siglos, las instituciones vicencianas siempre se han caracterizado por la práctica constante de la caridad. No pueden dejar de hacerlo si quieren llamarse legítimamente vicencianas, pues deben estar siempre inspiradas por san Vicente de Paúl, el gran apóstol de la caridad, según se le conoce popularmente. Pero, aunque en la vida de Vicente de Paúl aparecen señales claras, y no pocas ni poco importantes, de su afán por la justicia a favor de los pobres, este aspecto, aunque nunca ha estado del todo ausente en la tradición de las diversas instituciones, ya no aparece tan claro. Con demasiada frecuencia se piensa que las cuestiones de justicia son coto reservado a partidos políticos, organizaciones sindicales y otros agentes sociales parecidos, pero que no son competencia propia de una institución de caridad.
Es necesario acabar cuanto antes con esa manera de pensar dentro de las instituciones vicencianas. Si en otros tiempos se pensó así, hoy ya no sería legítimo pensarlo para una conciencia cristiana, y menos aún para una conciencia vicenciana. La conciencia vicenciana debe saber, por tradición propia, que la justicia es una de las exigencias fundamentales de toda verdadera caridad. Pero, aunque no lo supiera por tradición propia, la conciencia vicenciana debería asumir hoy esa idea por la enseñanza inequívoca de la Iglesia de hoy, tal como se ha expuesto tantas veces, desde León XIII en 1891, en su abundante y rica doctrina social.
Dicen, por ejemplo, los obispos del Sínodo de los laicos, celebrado en 1987: «El Espíritu Santo nos lleva a descubrir más claramente que hoy la santidad no es posible sin un compromiso con la justicia, sin una solidaridad con los pobres y oprimidos. El modelo de santidad de los fieles laicos tiene que incorporar la dimensión social en la transformación del mundo según el plan de Dios».
El voluntario vicenciano cree en la utopía del Reino de Dios y trabaja por ella en este mundo
Es ya un lugar común entre los escrituristas y teólogos de hoy que el Hijo de Dios se hizo carne humana y vivió en la tierra no propiamente para hablarnos de Dios (aunque sin duda Jesús dice muchas cosas acerca de Dios), ni tampoco, propiamente, para hablarnos de sí mismo (aunque también habló mucho de sí mismo). Lo que Jesús dice de Dios y de sí mismo es, ciertamente, el fundamento de la fe cristiana. Pero lo que constituye el núcleo del evangelio es el anuncio de una Buena Nueva: Dios Padre, por medio de su Hijo Jesucristo, ofrece a toda la humanidad una redención, una nueva forma de vida que los evangelios denominan el Reino o el Reinado de Dios. La salvación verdadera de la humanidad consiste en permitir a Dios Padre que reine en este mundo. Cómo se hace eso nos lo dice Jesús en sus enseñanzas y nos lo muestra con sus obras. Y, además, nos promete, para cuando se termine la historia de este mundo, un Reino de Dios que será definitivo y total, sin sufrimientos ni lágrimas, sin pecado y sin muerte.
Esa es la utopía cristiana. El modelo utópico se dará en forma perfecta en la vida eterna. El cristiano sincero y comprometido con su fe vive con la esperanza de esa utopía. No se trata de un sueño iluso; es una realidad futura, pero segura, pues se basa en la palabra infalible de Dios mismo.
¿Qué hará el cristiano en la tierra, mientras vive de la esperanza en esa promesa? En seguimiento de Cristo e imitándole trabajará, con constancia y sin desalentarse a pesar de los frutos escasos, para sembrar en esta tierra las pequeñas semillas del Reinado de Dios: actos de bondad, de compasión, de solidaridad, de justicia, de tolerancia, de sufrimiento, cuando éste sobrevenga; en fin, irá poniendo en la historia humana semillas de vida, de una nueva vida, tan diferente de la que ofrece el mundo. Dice el Señor: «El Reino de Dios ya está entre vosotros», es decir, ya está actuando en la tierra a través de su acción y de las acciones de los que creen en él.
Es todo un mundo el que hay que evangelizar, todo un inundo el que hay que redimir, solía decir el papa Pablo VI, el mundo de la cultura, de la política, de la economía, del ocio, del depone, de las relaciones sociales, de las relaciones internacionales…
Pero al voluntario vicenciano no le ha tocado en suene como vocación propia la redención de todo ese mundo. Al voluntario vicenciano le corresponde, por vocación propia y por carisma que procede del Espíritu Santo de Dios, sólo la redención del inundo de los pobres. No es que ésta no sea también una tarea enorme que supera sus fuerzas. La mayor parte de la humanidad gime bajo la pobreza, de manera que a las instituciones vicencianas no les va a faltar trabajo, no ya en los próximos arios, sino en los siglos venideros. Si dejaran de existir algún día no sería por falta de trabajo, sino por falta de fidelidad a su vocación.
El voluntario vicenciano debe saber que tampoco él va a ver en esta historia terrena una redención total de los pobres del mundo. El Señor no le va a exigir que la consiga, sino sólo que la intente y trabaje por ella con todas sus fuerzas, a través de la siembra diaria de sus acciones a favor de los pobres. Lo hará animosamente y sin desalentarse, animado por el amor a los pobres y por las palabras del Señor: «Ven, bendito, a poseer el Reino de Dios, porque tuve hambre y me diste de comer…».
Los principios básicos del voluntariado vicenciano
- El voluntario vicenciano se confiesa miembro de la Iglesia Católica
- El voluntario vicenciano debe ser un católico sinceramente creyente y practicante
- El voluntario vicenciano es un imitador-seguidor de Jesucristo
- El voluntario vicenciano imita a Jesucristo evangelizador y redentor de los pobres
- Para el voluntario vicenciano la redención del pobre abarca al hombre entero
- El voluntario vicenciano es un cristiano de cualquier edad y de cualquier estado de vida
- El voluntario vicenciano es un miembro de alguna de las instituciones vicencianas tradicionales, o bien de alguna institución de nuevo cuño
- El voluntario vicenciano y su condición secular
- El voluntario vicenciano trabaja para regenerar el mundo por la caridad y la justicia
- El voluntario vicenciano cree en la utopía del Reino de Dios y trabaja por ella en este mundo
Autor: Jaime Corera, C.M.
Publicado originalmente por: Asociación Feyda, Mayo de 2002






