Gabriel-Pierre Baudoin (1689-1768)

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Author: Desconocido · Translator: Máximo Agustín, C.M.. · Year of first publication: 1903 · Source: Notices, IV.
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  El visitador de la provincia de Polonia, Sr. Sliwicki nos ha dejado este compendio de la vida de muy venerado Sr. Gabriel Baudoin, sacerdote de la Congregación de la Misión

» Dios ha apartado de este mundo, en el hospital general del Niño Jesús, en Varsovia, al Sr. Gabriel-Pierre Baudoin, sacerdote de nuestra Congregación. Este venerable difunto había nacido de padres respetables, el 5 de abril de 1689, en el burgo de Avenes, en la diócesis de Cambrai, provincia de Flandre, en el reino de Francia. » Después de acabar en su patria sus estudios primarios y sus humanidades, pensó en elegir un estado. En primer lugar pensó en entrar en los Cartujos, entre los cuales tenía a uno de sus tíos, pero este le aconsejó escoger otro estado en el que pudiera hacerse útil a su prójimo y a su país. Con esta recomendación, el joven se dirigió a París y, con ayuda de algunos parientes y protectores, obtuvo una plaza en el cuerpo de la casa del rey. Muy pronto vio que no era el estado al que le llamaba la divina Providencia, y se fue a hacer un retiro a San Lázaro. Fue en esta casa donde después de mucho reflexionar, se decidió a entrar en la Congregación, el 10 de abril de 1710.

Poco tiempo después, fue enviado a Versalles. Allí le impresionó el espectáculo de las muertes frecuentes de grandes personajes y de miembros de la familia real que una epidemia ocasionó en esta época; y esta vista de la vanidad de las grandezas  de la tierra no le sirvió más que para afirmarse en su vocación. Cuando se hubo ordenado de sacerdote, le enviaron al seminario de Auxerre, donde profesó la teología durante un corto espacio de tiempo, y en 1717, fue a Polonia. Llegado a la casa que le estaba designada, es decir a Santa Cruz de Varsovia. Se entregó al punto con el mayor celo a las funciones ordinarias de los misioneros, luego a obras más extensas de las que hablaremos enseguida.

Fue sucesivamente profesor de teología, de filosofía, director del seminario, asistente de la casa, después confesor ordinario de las Hijas de la Caridad y confesor extraordinario de las hermanas de la Visitación durante más de treinta años. Cuando se aprendió la lengua polaca, se dedicó a todas las funciones del ministerio parroquial y al servicio de los fieles, confesando, visitando a los enfermos, o anunciando la palabra de Dios en la predicación. La bendición divina se expandió con tanta abundancia sobre sus trabajos, que por todas partes se veían frutos múltiples. Las personas más distinguidas acudían a entregarle su confianza, bien para descargar su conciencia, bien para reclamar sus consejos.

» Lo que atraía las bendiciones de Dios sobre sus trabajos eran sin discusión su verdadera y sólida piedad; pues este santo sacerdote poseía una fe tan viva, una caridad tan ardiente y una esperanza tan sólida que sus acciones estaban todas penetradas y animadas de ellas. Cuando le pedían hablar en las reuniones espirituales en uso en la Congregación, él lo hacía con un fervor de espíritu tan grande que cuantos le oían quedaban edificados y emocionados. «Mientras que este ferviente misionero estaba ocupado en las funciones del ministerio parroquial, descubrió a algunas personas que, para ocultar el fruto de sus crímenes, no temían exponer a sus hijos y poner así en peligro su vida y su salud. Se preocupó del pensamiento de encontrar un asilo para poner allí al abrigo a las madres y a los hijos, estas pobres e inocentes criaturas. Meditó este proyecto por largo tiempo y, a fin de alejar cuidadosamente todo lo que hubiera podido provenir de la vana gloria o del amor propio y convencerse bien que este pensamiento era de Dios, habló de ello a menudo con sus superiores  después de tener su aprobación, obtuvo sucesivamente la de la autoridad eclesiástica y la de la autoridad civil. Fue entonces cuando se puso a la obra, pero lo hizo con gran valor y una confianza inquebrantable en Dios. » La divina Bondad bendijo tan bien su proyecto que, en 1732, pudo con las limosnas recogidas entre las personas caritativas, comprar una amplia casa en la parroquia Santa Cruz. La mandó disponer y amueblar de conformidad al fin y allí colocó a a las Hijas de la Caridad. Hizo entrar allí no solo a los niños expósitos sino también a otros niños pobres y huérfanos en gran número, para aprender diferentes oficios y sobre todo recibir una educación cristiana. Se ocupó en hacer dar a todos la instrucción conveniente según su sexo. En cuanto a los que estaban aún en cunas, y que ascendían a veces hasta la cifra de doscientos, les buscó nodrizas por todos los lados.

«El número de los pobres huérfanos aumentó con los años, y la primera casa se vio demasiado pequeña. Fue necesario que su celoso protector se pusiera a buscarles una habitación más cómoda. Recurrió a los mismos medios que había empleado anteriormente; fue a llamar a la puerta de los ricos y, gracias a sus insistencias y a la liberalidad (las personas caritativas), pudo comprar un terreno amplio, libre de todo contorno, siempre en la parroquia de Santa Cruz, y echó los cimientos, en 1756, de un hospital que consiguió construir, y al que llamó hospital del Niño Jesús, a causa de los niños expósitos y pobres que estaba destinado a recibir.

«Este hospital es tan amplio, su capilla tan rica, su disposición tan bella, tan cómoda y bien ordenada, que se lo puede comparar con los más bonitos establecimientos de su género de los países extranjeros. Muchas personas, al ver su grandeza, decían que era demasiado para niños; pero estos pensamientos de la prudencia humana estaban muy lejos de los designios de Dios, que no tardaron en manifestarse.

Después de asegurar la suerte de los pequeños, el caritativo sacerdote pensó en las demás miserias de todos los géneros. Apoyado en su confianza ordinaria en Dios, se resolvió a reunir en su hospital a los enfermos, lisiados, ancianos, mendigos, que recorrían en gran número las calles de Varsovia. Pensó pues en hacer del hospital de los Niños-Expósitos un hospital general. Pero ante de operar este cambio, quiso consultar a las personas más importantes del país, principalmente al obispo de Posen y a los ministros del reino. Estos últimos hablaron de ello al rey Auguste III, y todos fueron unánimes en animar un plan tan laudable y tan útil. El rey, en su celo por el bien público, dio, por decreto del 21 de mayo de 1761, el título de  Hospital general y real a la casa del Niño Jesús, hizo prescripciones favorables al buen orden del hospital y le otorgó muchos privilegios y favores; además, le fijó una renta de 2.000 ducados sobre los ingresos de la sal.

«El venerable sacerdote, después de obtener estos auxilios, se puso a agrandar el hospital del Niño Jesús, y le dio dos veces más de extensión de lo primero, construyó amplias salas para los enfermos, pabellones separados para los ancianos y mendigos de ambos sexos, procuró todos los muebles necesarios ; y cuando todo estaba listo, reunió en su hospicio a todos los mendigos de Varsovia, así como a todos los pobres enfermos y lisiados, y a todos en fin que estaban en la indigencia o la miseria.

«Así fue cómo este caritativo sacerdote reprodujo las obras de san Vicente de Paúl, llevando a cabo en un país extranjero lo que este gran santo había realizado en su patria. Para la construcción sola de este hospital, él gastó 30.000 ducados. Pero el mantenimiento de seiscientas personas que se encontraban en él, sin contar los niños expósitos y sus nodrizas, se elevó a muy por encima de esta cifra.

» En el momento de la asamblea de los grandes del reino para la coronación del rey actual (Estanislao Augusto), el Estado entero, representado por ellos, dio por su órgano los más hermosos elogios a una obra tan útil y prometió mantenerla por ingresos fijos y suficientes. Nuestro querido difunto trabajó en esta obra durante cerca de veinte años, sin cesar de habitar en Santa Cruz. Cuando el nuevo hospital fue terminado, él fue a establecerse en él con varios sacerdotes de la Congregación; era algunos años antes de su muerte.

«Habría mucho que escribir  sobre el celo, la piedad, la prudencia, la actividad de este santo sacerdote, que dirigía aún tantas comunidades, pero los límites de esta noticia no nos permiten extendernos más.

«No podemos sin embargo por menos de mencionar algo muy destacable. Sucedió con frecuencia que cuando se estaba al cabo de recursos en el hospital, llegaban a él para exponerle con inquietud la necesidad en que se encontraba y la imposibilidad de tener las cosas necesarias. Se contentaba entonces con reprochar dulcemente a los que le hablaban por su poca confianza en Dios y los despedía. Algunos instantes después de marcharse, les llevaba sumas  considerables de dinero, sin decir nunca de dónde venían.

«Un poco más de un año antes de su muerte, se encontró en la imposibilidad de salir del hospital porque un dolor le impedía soportar el movimiento del coche, pero de esta imposibilidad de salir resultaron dos ventajas para él. La primera fue que tuvo más tiempo para dedicarse a la oración, ejercicio al que se le veía entregarse sin cesar; la segunda fue que pudo organizar todo el interior del hospital. Las limosnas que recogía antes yendo a pedir él mismo, no disminuyeron cuando se vio obligado a quedarse en casa. Las oraciones que ofrecía a Dios fueron mucho más poderosas, hay motivos para creer, que sus visitas a los ricos y a las personas caritativas ; pues si bien no se le vio más, no se olvidaron de él, no más que de las necesidades de su hospital, y Dios lo hizo de suerte que aquellos mismos que no le habían visto nunca ni le conocían más que por su fama de santidad y de caridad, le enviasen, incluso de lugares lejanos y de países extranjeros, socorros para su hospital.

Algunos días antes de su muerte, sintiéndose muy débil y sabiendo por boca de los médicos que estaba en peligro de muerte, lo que conoció con gran calma, reunió todos sus pensamientos y todas sus fuerzas para ocuparse de su interior y conversar con Dios. Fue entonces sobre todo cuando se vio qué grande era su unión con Dios y cuántas virtudes habían salido para él  de esta fuente de todo bien, por las palabras y las aspiraciones fervientes que dejaba escapar, sea antes sea después que hubo recibido los últimos sacramentos.

«Cuando la noticia de su peligroso estado se conoció en la ciudad, las personas más distinguidas de uno y otro sexo acudieron al hospital para verle, a arrodillarse junto al lecho, testimoniarle sus pesares y recibir su bendición. Los habitantes del hospital quisieron hacer lo mismo, comenzando por los sacerdotes y por las Hijas de la Caridad; dos personas de cada categoría fueron admitidas junto al lecho; a todos dirigió unas palabras penetradas del espíritu de Dios.

«El 10 de febrero, después de oír la santa misa y recibir la sagrada comunión, este santo hombre expiró sin enfermedad, sin dolor y casi sin agonía, a los setenta y nueve años de edad; era el 10 de febrero de 1768.

«Los personajes más distinguidos de la ciudad se ocupan en levantarle una estatua como a un gran hombre, para hacer pasar a la posteridad el recuerdo de su gratitud, por la obra admirable que ha realizado por el bien general.

«En cuanto a nosotros, no nos queda más que alabar a Dios, y agradecerle por haber querido servirse de un miembro de nuestra Congregación para realizar tanto bien. Nosotros debemos asimismo aprender de su ejemplo, cómo, por la fidelidad en formarse en la piedad y en las funciones de nuestra vocación  incluso en las cosas más pequeñas, podemos prepararnos a ser en las manos de Dios instrumentos de obras extraordinarias, si juzga conveniente servirse de nosotros.

«Su cuerpo fue trasladado a la iglesia Santa Cruz, el 12 de febrero y, al día siguiente, se celebró un servicio fúnebre con una gran afluencia de pueblo y de grandes personajes; todos reconocían perder en este santo sacerdote al padre común de los pobres.

«Sus exequias fueron celebradas por Mons. Hilzen, obispo de Smolensk».

Tal es el relato de las vida del Sr. Baudoin, escrito por el Sr. Sliwicki ; se puede advertir en él la modestia de este último que procura callarse la presencia la participación que él mismo había tenido en las obras del Sr. Baudoin. El recuerdo del Sr. Baudoin no se ha apagado en Polonia, lo podemos juzgar por el extracto de una publicación polaca, intitulada: Semana de San Petersburgo, nº 88, 1837-En él se lee :

«El nombre del misionero Baudoin, tan célebre entre nosotros por las obras caritativas que ha producido y por las cuales ha merecido nuestra gratitud, no ha llegado hasta nosotros sin haber recibido ya el tributo de los justos homenajes que le debemos. Testigos oculares de sus virtudes y de sus obras de caridad han trazado en otro tiempo un esbozo de la vida  de este verdadero amigo de la humanidad. No son más que simples memorias sobre las obras de Baudoin, sobre su celo y su humildad que se encuentran esparcidas en diferentes escritos de sus contemporáneos ; pero en ningunas parte hallamos reunidos  en forma de biografía los rasgos clave de la vida de este sacerdote que bien ha merecido de nuestro país.

«No obstante nos sentimos orgullosos por la esperanza de ver figurar el artículo de Baudoin en la Enciclopedia universal que debe aparecer próximamente. Con esta esperanza pensamos rendir un servicio importante al público reproduciendo una carta escrita de Varsovia, el 28 de febrero de 1768, días después de la muerte de Baudoin, por el visitasdor de la congregación de la Misión, el Sr. Sliwicki, y dirigida  al Sr. Narzymski, superior de la casa de Kraslaw, de la misma Congregación. Esta carta encierra una descripción muy simple de la santa vida y de la muerte edificante de Baudoin. Esto es lo que contiene».

(Sigue la vida tal como se ha contado más arriba).

«A esta sencilla exposición de la vida de Baudoin encerrada en la carta de Sliwicki, no estará de sobraañadir una particularidad bien conocida de la vida de Baudoin, y referida por uno de nuestros célebres poetas, Casimir Brodzinski: sirve para completar el cuadro de la vida de este santo sacerdote. » Varsovia rebosaba de riquezas, y en medio del vértigo de los placeres, estaban sordos a los gemidos del pobre y del huérfano. Solo el sacerdote Baudoin, pobre él mismo, los oía y,  por primera vez, sufrió ser pobre, ya que se veía cargado de niños cuyos padres no estaban muertos y endurecían sus corazones en el seno de los placeres. Su casa fue pues la casa de los huérfanos, pero los recursos no respondían a la extensión de sus deseos. Pensó entonces en recorrer la ciudad pidiendo limosna; dejó de lado los palacios, pues allí no se escuchaba más que la voz de los placeres; mendigó entre las gentes del pueblo, y estos le daban de buena gana, según sus medios. Pero se dio cuenta de que esta pobre gente no podían sin sacrificio, y con el sudor de su frente, alimentar a su propios hijos aun cansando sus brazos para ventaja de los ricos «.

«Puso pues su confianza en Dios y comenzó a llamar a la puerta de los ricos, soportando pacientemente el desprecio y las bromas de los cortesanos. Una tarde, ve delante de un magnífico edificio una larga fila de coches opulentos, y grupos de monteros y lacayos muy cubiertos de libreas  de oro y de plata; las ventanas todas resplandecientes de luces, gritos de júbilo y de ruido musical se hace oír del interior del palacio.

Entra, atraviesa una multitud de gentes ocupados en sus placeres y ve en una sala mesas cubiertas de un oro que la suerte de las cartas hace pasar de mano en mano. A esta vista, repite en su corazón: «Oh, mis pobres huérfanos, mis pobres niños¡» Se acerca a quien delante del cual ve más oro, sin darse cuenta de que una desdichada carta roba al jugador la mitad de su tesoro. Pronuncia temblando algunas humildes palabras. Pero el jugador no entiende nada. Habla una segunda vez, y ve que no quieren escucharle. «Una partecita para los huérfanos», dice elevando la voz.

«A estas palabras, el jugador no se aguanta enfurecido, y le responde con una bofetada. «Esto para mí, dice el sacerdote, ahora para los huérfanos «. Enseguida este hombre, tan despreciado hasta entonces, ve a todo el mundo a sus pies. Todos, presos de admiración, abandonan sus puestos; el que le había pegado se arroja a su cuello y le da una taza de plata con todo el oro que contiene. Le traen oro a manos llenas, y le acompañan con honor a este santo sacerdote que se vuelve, llevando a sus huérfanos un tesoro que riega con sus lágrimas. Desde entonces Baudoin goza entre os ricos de la más alta consideración, y los dones le llegaron en tan gran abundancia que pudo levantar este magnífico edificio donde tantos niños pobres alzan todavía todos las manos hacia el Señor para recomendarle el alma de quien fue su Padre.

 

Firmado : » Antoine Karnilowicz, sacerdote.

«17 de octubre 1837. Zwinograd, gobierno de Kiow»

 

 

Hoy todavía un gran cuadro representando este hermoso rasgo de la vida de Baudoin, adorna una de las inmensas salas del hospital del Niño Jesús.

Como la escultura y la pintura, la poesía ha querido a su vez pagar su tributo de homenajes a la memoria del Sr. Baudoin. Mons. Ignace Krasicki (muerto en Berlin, el 14 de marzo de 1801), arzobispo de Gnesen quien, bajo muchos aspectos, es a la vez el Fénelon y el Boileau de la literatura polaca, ha compuesto un epitafio para el monumento erigido en su honor, en el hospital del Niño Jesús. Se encuentra esta pequeña pieza en verso al final de sus obras poéticas. Esta es la traducción:

Tú que por el prójimo ardiste en caridad,

Hombre justo, descansa en el seno de tu obra!

De fabulosos héroes dejemos a la antigüedad

Celebrar el débil premio adquirido por la carnicería,

Y nosotros, sepamos alabar no al que dio muerte,

Que hizo correr llantos, sino que los supo agotar!

 

(Mémoires de la Congrégation de la Mission ; Pologne, p. 370 et suiv.).

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