François Whyte ou Leblanc (1620-1679)

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Author: Desconocido · Translator: Máximo Agustín, C.M.. · Year of first publication: 1898 · Source: Notices III.
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El Sr. François White, o Leblanc, para llamarle por el nombre con que era conocido  en Francia y que no era sino la traducción del sentido de su nombre en su lengua original, había salido para la misión de Escocia el mes de marzo de 1651, al mismo tiempo que su compatriota el Sr. Guy o Duiguin. Mientras que éste convertía las Hébridas, el Sr. François Leblanc trabajaba bien en las costas occidentales, bien en las montañas de Escocia. Él se desgastaba en los trabajos apostólicos, con los mismos sufrimientos y con los mismos éxitos.

Había nacido en Limerick, en Irlanda, y fue recibido en la Congregación de la Misión, en París, el 14 de octubre de 1645; contaba entonces veinticinco años.

Excepto en los peligros, que eran mayores todavía en el país que le había tocado en suerte que en el que trabajaba el Sr. Duguin, su compañero de apostolado, la vida y las fatigas del Sr. Leblanc tenían mucho que ver con las de su colega. Casi sin otro alimento que pan de avena, recorría las aldeas y los pueblos, fortalecía a los católicos, confundía en sus errores y convertía a un buen número de sectarios. Su misión se vio incluso afectada por unos sucesos que se tuvieron por milagrosos. Éste es uno  que san Vicente creyó deber comunicar a la Comunidad. Cierta intemperie del aire había hecho muy estéril la pesca; el pueblo que en estas regiones carece de todo cuando le falta el pescado, recurrió al Sr. Leblanc. Le suplicaron que organizara unas oraciones, y echara agua bendita al mar. Lo hizo con fe, y esta fe fue recompensada. Volvió la serenidad, y la pesca fue abundante.

El rumor de estos sucesos y las conversiones que los seguían asustaron a los ministros, que recurrieron al pretendido protector de Inglaterra, Cromwell, y lograron de él un Mandato por el que se ordenó al magistrado inglés que ocupara en Escocia el oficio de pretor, que hiciera un pesquisa exacta de todos los sacerdotes romanos, que trabajara sin dilación en la instrucción de su proceso, y que los condenara a muerte. La orden fue ejecutada puntualmente; y como  daba derecho al pretor a entrar en todas partes donde lo juzgara conveniente, visitó tan atentamente el castillo del marqués de Huntley que descubrió allí a tres sacerdotes católicos. El Sr. Leblanc era uno. Había hecho mucho bien, y era difícil que no le desearan mucho mal: por eso fue llevado a las prisiones de Aberdeen, donde no contaban con que duraría mucho.

San Vicente supo esta noticia el mes de abril del mismo año. Desde entonces tuvo a este querido hermano como destinado a la muerte, y en este sentido escribió a algunos de los suyos y habló a su Comunidad. Lo que les dijo en esta ocasión está lleno de  piedad y de sumisión a las órdenes  de Dios. Veámoslo en su mayor parte:

«Encomendaremos a Dios al buen Sr. Leblanc, que trabajaba en las montañas de Escocia, el cual ha sido hecho prisionero por los herejes ingleses, con un Padre jesuita, el P. William Grant. Los han llevado a la ciudad de Aberdeen, de donde es el Sr. Lumsden, quien no dejaré verle y de asistirle. Hay muchos católicos en aquel país, que visitan y alivian a los sacerdotes que sufren. Tantos que este buen Misionero ya está en el camino del martirio. No sé si debemos alegrarnos o afligirnos: ya que, por una parte, Dios es honrado por el estado en que ha sido detenido, por su amor; y la Compañía sería dichosa, si Dios la encontrara digna de darle un mártir; y él mismo bienaventurado de sufrir por su nombre, y ofrecerse, como la hace, a todo lo que sea de su agrado ordenar sobre su persona y su vida. Qué actos de virtud no practica ahora, de fe, de esperanza, de amor de Dios, de resignación y de ofrecimiento, por los cuales se dispone cada vez mejor para recibir una corona semejante. Todo lo cual nos anima en Dios  a mucha alegría y agradecimiento. Pero por otra parte, es nuestro cohermano quien sufre. ¿No debemos pues sufrir con él? En cuanto a mí, yo confieso que, según la naturaleza, me siento afligido, y mi dolor es grande; pero, según el espíritu, estimo que debemos bendecir a Dios por ello, como por una gracia muy particular. Así es como obra Dios después de que alguien le ha prestado notables servicios, y le carga con cruces, aflicciones y oprobios. Oh, Señores y hermanos míos, es preciso que haya algo grande, que el entendimiento no llega a comprender en la cruces y en los sufrimientos, puesto que Dios de ordinario hace suceder a los servicios que se le rinden las aflicciones, las persecuciones, las prisiones y el martirio, con el fin de elevar a un alto grado de perfección y de gloria a los que se dan perfectamente a su servicio. Quien quiere llegar a ser discípulo de Jesucristo debe esperarse esto; pero debe esperar también, que en caso de que se presenten las ocasiones, Dios le dará la fuerza de soportar las aflicciones y de superar los tormentos.

Pero volvamos a nuestro buen Sr. Leblanc, continuaba san Vicente y consideremos sólo le trata Dios, después de hacer cantidad de cosas buenas  en su Misión. Me han contado los trabajos que sufría en aquellas montañas para fortalecer a los católicos y convertir a los herejes, los peligros continuos a los que se exponía, y la penuria que sufría, no comiendo más que pan de avena. Pues si sólo corresponde a un obrero que ama mucho a Dios hacer y sufrir todo esto por su servicio, y que después  de ello Dios permite que le sucedan otras cruces todavía mayores, y que se haga de él un prisionero de Jesucristo y hasta un mártir, ¿no debemos nosotros a dorar esta conducta de Dios y, sometiéndonos a ella amorosamente, ofrecernos a él con el fin de que cumpla en nosotros su santa voluntad? Así pues, pediremos esta gracia a Dios; le agradeceremos por la última prueba que quiere sacar de la fidelidad de este su siervo, y le pediremos que,  si no le agrada dejárnosle todavía, al menos le de fortaleza en los malos tratos que sufre o podrá sufrir aquí.

Singular protección de Dios! Para ser condenado a muerte, según las leyes existentes, un sacerdote tenía que ser apresado celebrando misa. Pues bien, Grant y Leblanc ni pudieron se convencidos  de este pretendido crimen. Después de cinco o seis meses de prisión fueron pues liberados, pero con la amenaza de la horca inmediata, si ejercían alguna función del ministerio católico.

Es mejor obedecer a Dios que a los hombres, respondió interiormente el Misionero con los apóstoles, y de retiró a las montañas, donde continuó sus apostolado. Vicente supo al mismo tiempo su liberación y la vuelta al trabajo. Daremos gracias a Dios, dijo entonces a la Comunidad, por librar así al inocente, y porque entre nosotros se ha encontrado a una persona que lo ha sufrido todo por el amor de su Salvador. Este buen sacerdote no ha dejado, por temor a la muerte, de volver a las montañas de Escocia y de trabajar allí como antes. Oh, qué motivos tenemos para dar gracias a Nuestro Señor por haber dado a esta Compañía el espíritu del martirio, esta luz, digo, y esta gracia que le permite ver algo grande, luminoso, brillante y divino en morir por el prójimo, a imitación de Nuestro Señor! Daremos gracias a Dios y le pediremos que nos dé a cada uno de nosotros esta misma gracia de sufrir y de dar su vida por la salvación de las almas«.

La palabra de Dios no estaba entonces encadenada  en Escocia.

Para suavizar tantos males y llevar a los suyos algún consuelo, Vicente mandó salir para Londres a uno de sus sacerdotes, con orden de conferenciar con el embajador de Francia sobre los medios de pasar a Escocia. Pero entonces Europa estaba cobardemente de rodillas a los pies de Cromwell, y el mismo cristianísimo reino había solicitado su alianza. Así que el embajador instó al Misionero a salir lo antes posible de Londres si no quería dejar allí la vida.

A pesar de todo, la semilla divina, difundida a través de tantas tribulaciones, no se ha perdido nunca. Y si el catolicismo domina todavía hoy, bien a pesar de las persecuciones y de las seducciones de todo género, en varias de las Hébridas, sobre todo en Barra, Eigg y Ouist, es honor debido a Vicente de Paúl y a sus hijos, después de Dios, evidentemente.

Además, después de la muerte de Vicente, la Misión continuó en las Hébridas. François Leblanc había regresado a Francia en 1660. En esta ocasión, Wlliam Ballantyne, superior de los sacerdotes seculares de la Misión de Escocia, escribió al nuncio de París, el 29 de junio, la carta siguiente, que traducimos del italiano: «Hay un excelente Misionero de la familia del Sr. Vicente, en San Lázaro, en París,  el Sr. White (Leblanc), irlandés de nacimiento, que se ha quedado ocho años en las islas de Escocia, y que, como yo lo sé con certeza,  se ha portado como un excelente sacerdote, y ha logrado grandes frutos en las Misiones de aquellas islas. Se encuentra ahora de regreso en Francia, para dar cuenta a su superior del trabajo de tantos años».

El Sr. Leblanc no había vuelto aún de Escocia el 209 de septiembre de 1661; en esta fecha, dos Misioneros seculares escribían al secretario de la Propaganda: «Que tenga a bien la sagrada Congregación encontrar en París hombres aptos para esa Misión, de origen irlandés, y principalmente al Sr. Francis White (François Leblanc), en San Lázaro, y a sus demás compañeros, que han dado pruebas de su virtud y de su celo en las islas y en las montañas de Escocia, pero se han visto obligados a retirarse a Francia por no tener con qué alimentarse».

François Leblanc volvió a Escocia en 1662. Una circular de Alméras de 1664 nos dice que había convertido a catorce parroquias, y que Brinn, su compatriota y su cohermano, había tenido los mismos éxitos en Irlanda. Leblanc dejó Escocia por segunda vez en 1665, volvió otra vez en 1668, y continuó hasta su muerte ejerciendo sus duros trabajos de Misionero.

Lamentablemente, se encontraba solo; comenzaba a envejecer, y estaba gastado por las fatigas más que por la edad. Por eso, algunos años más tarde, William Leslie, rector de la Misión escocesa en Roma, escribió al Sr. Jolly, tercer superior general de San Lázaro una carta urgente para pedirle algunos sacerdotes de su Compañía. El Sr. Jolly se vio tristemente obligado a responderle, el 5 de marzo de 1677: «Yo querría de todo corazón a corresponder a vuestro celo por el bien de vuestro país, pero no estamos ahora en situación de hacerlo por no tener obreros formados para semejante Misión«. En 1678,  Leblanc pasó un mes en la llanura, en el castillo de Gordon, pero tan enfermo que no podía ya viajar, y que había pocas esperanzas de conservarle por largo tiempo. En efecto, murió el 7 de febrero del año siguiente. Dunbar, prefecto de la Misión de Escocia dio parte en dos cartas, una en italiano y la otra en inglés de la noticia de esta muerte a Bareley, principal del colegio escocés en París. Ésta es la traducción de la carta inglesa: «El buen Sr. Francis Whyte (François Leblanc) ha muerto hacia finales de enero pasado. Después del suceso, fui con un tiempo espantoso a visitar los lugares que él tenía por costumbre frecuentar, con el fin de consolar lo mejor que yo podía a estos pobres pueblos que él había servido durante tantos años. Si alguno de su país pudiera sernos enviado para ocupar su lugar, nos prestaría un gran servicio; otros, como ya sabéis, no pueden servirnos, por no conocer la lengua«. Dunbar pedía luego ser autorizado por el superior de la Misión a guardar como reliquias las ropas, libros, etc. que el Sr. Leblanc había dejado en las montañas.

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