V.-Peregrino
- Por los Santuarios
En 1697 las tropas francesas de Luis XIV asedian la ciudad de Barcelona y después de una fiera resistencia de semanas, la población capitulaba. Se imponía el caos, la indignación, la muerte.
Sentjust escribe: Sucediendo tan fatal asedio y pérdida de Barcelona, que ocasionó el haberme de inmiscuir en dependencias poco ajustables a la perfección de vida que se requiere en los eclesiásticos, pareció a mi padre espiritual el ser muy conveniente a mi alma que hiciera una ausencia larga de estos países; y por hallarse vecino el Año Santo, pareció sería lo mejor procurar ganar la indulgencia.
Sentjust pues, ante tantos disturbios y tal vez algo decepcionado y desanimado, por no lograr éxito y eficacia en sus ansias apostólicas tan nobles y legítimas, urgentes y necesarias, y aconsejado de nuevo por su director de conciencia, decidió dejarlo todo para mejor momento, y sin compromiso apostólico alguno, abandonó en secreto la ciudad, como pudo, y decidió peregrinar hasta Roma para ganar el Jubileo del año 1700.
Y de este viaje sí que tenemos detalles, pues su acompañante nos ha dejado un relato curioso e interesante de lo que era hacer un viaje espiritual en aquellos tiempos. Encontró a un joven de unos 18 años, Miguel Xuriach, que se decide a acompañarlo y compartir con él viaje, sorpresas, peligros, cansancios, imprevisibles y demás avatares.
- En camino
Tal vez la primera novedad ahora es que preside toda la ruta una profunda y sacrificada austeridad, consagrada y enriquecida con la plegaria. Fue un viaje largo, difícil, fatigoso, sacrificado por un lado; pero fervoroso, fructífero, y exitoso, por otro.
Francisco, escribiendo desde Marsella a una persona religiosa, le dice: No tengo palabras con que explicar los trabajos que paso en esta mi peregrinación. Mis pies están casi siempre hechos una llaga, y la pena que me causan es tan vehemente, que ni de noche me deja dormir, ni de día aunque me pare, un punto descansar. Se me ha hinchado notablemente una pierna, que me ocasiona considerable martirio. Los dolores de cabeza, de estómago y de todas las partes de mi cuerpo son muy frecuentes y bien recios. Muchos días me embisten ardentísimas calenturas, con accidentes arto penosos… que se conjuran contra mis flacas y exhaustas fuerzas, con tal ímpetu que me dan mucho que ofrecer a N. Señor.
Y ¿cómo se atrevían esos hombres a lanzarse a pie descalzo, caminando centenares de kilómetros, con fuertes calores, fríos y lluvias, poco alimento, durmiendo a veces en despoblado, con grandes peligros de asaltantes, etc.? ¿Qué les movía a tan ardiente, firme y atrevida decisión mortificante?
Otro detalle importante es la fervorosa visita que hicieron a numerosos santuarios marianos, expresión de su profunda devoción a María; ese era un gran motivo del viaje, según expresión suya.
Empiezan en 1698, el 17 de septiembre por Santa Eulalia, patrona de la ciudad condal, a quien siempre profesó singular devoción. Ese mismo día llegan a Montserrat. En octubre los encontramos en el Pilar de Zaragoza celebrando una novena a la Virgen. Después, en Madrid donde pasan tres días, para permanecer en Toledo ocho días más. Visitan El Escorial, monumento impresionante. Llegan a Ávila para venerar el lugar santificado por Teresa de Jesús, y van a Alba de Tormes, donde está el cuerpo de la santa. Se encaminan hacia el Norte para venerar el Sepulcro de Santiago, en Compostela; allí pasan tres meses, orando y descansando; posiblemente tendría algún amigo o familiar.
Su modo de peregrinar, (cuenta Miguel, su acompañante), era el siguiente: Se levantaba a las 3 de la mañana; empezaba en seguida su oración que duraba más de una hora. Rezaba luego parte del Oficio divino, y partía del mesón antes de amanecer. Por el camino rezaban el Rosario, recordando los misterios de la Vida y Pasión de Cristo, mezclada con tiernas y fervorosas jaculatorias.
Su conversación era siempre de cosas espirituales, siguiendo la Doctrina cristiana, sobre todo la Pasión de Jesús en la que meditaba frecuentemente. Comía muy frugalmente. Al llegar al mesón y antes de acostarse, rezaba las otras dos partes del rosario. Y así todos los días. Es indecible lo que tuvo que sufrir en esa larga y sacrificada peregrinación; pero será fructuosa y fecunda.
El sacrificio ayuda a alcanzar la meta cristiana. Baja hacia Burgos donde pasa una semana, Logroño, Pamplona, Roncesvalles, Bayona (Francia); tres días en Tarbes, Tolosa, por mar a Bisiero, Arlés, Marsella y Niza. Llegan a Italia, venerando la Sábana Santa en Turín; pasan a Milán, Venecia, Asís y Loreto, que era el lugar ansiado de su peregrinación, donde estuvo un mes orando cada día, a los pies de María, en ese venerado lugar donde se dice que se hizo presente el misterio de Belén.
En esta ruta ocurrieron extrañas realidades: Yendo de Venecia a Asís por mar y desatándose una furiosa tormenta que puso en peligro la embarcación, púsose él a conjurarla, armado con su Crucifijo y el breviario; al punto amansáronse como corderillos las bravas olas. Y los que antes burlábanse del extranjero, lo llamaban después «il santo»37. Así lo atestigua su compañero de peregrinación, el joven Xuriach, más tarde excelente Hermano Coadjutor de la Congregación.
De nuevo a Asís, donde estuvo hasta el 4 de octubre de 1699. Al día siguiente salió para Roma donde pasa siete meses, residiendo en el hogar de D. Benito Vadella, Arcediano de Besalú (antigua población de la Provincia de Gerona con parroquia y Colegiata del siglo X), quien los acogió en su casa.
- En la ciudad eterna
Vamos llegando al Año Santo de 1700. ¿Cuál sería su impresión al llegar a Roma y divisar tantas cúpulas, campanarios e iglesias especialmente ante la gran basílica cristiana, obra maestra del arte, y en las que se juntaban multitudes de gentes de diferentes países? Le atraía de modo especial el Vaticano, con la presencia de los apóstoles Pedro y Pablo, y la sede del Vicario de Cristo.
Pasa medio año visitando las impresionantes basílicas cristianas, las catacumbas de los mártires, y sobre todo practica los actos de culto propios del año santo jubilar.
Pero aquí aparece de nuevo su gran debilidad: Cuando llegó a Roma, tenía los pies tan llagados, que no podía dar un paso; fue forzoso que lo viese un cirujano… el cual dijo que necesitaba de muchos días para curarlo. ¿Qué hizo nuestro Arcediano? Oírlo con admiración, continúa el Dr. Garrigó. Por la mañana, antes que nadie de su caritativa posada pensase en levantarse, se fue a visitar las siete iglesias, esperando en que Dios le había de ayudar, siendo así verdad que es tan largo el trecho de una a otra de aquellas santas Estaciones, que para todas se han menester siete horas de camino, y no solo no lo pasó peor, sino que volvió sano y bueno, con pasmo del cirujano y de los que le habían visto los pies la noche antes. Don Benito le habla del Instituto de la Misión y le acompaña a la Casa de Montecitorio centro de los Misioneros Paúles, siendo recibido con muestras de respeto y aprecio. Él mismo lo confiesa humilde y sinceramente, y exclama: Ahora entiendo bien porqué Dios me ha traído a Roma. Aquí encuentra la respuesta, tan largo tiempo ansiada, que había buscado y no hallaba, respecto de su vida apostólica.
En su estancia en la ciudad le esperaban gratas y ricas sorpresas. Él mismo escribe: Llegué a Roma… y traté con los sacerdotes de la Congregación de la Misión en la Casa de Monte Citorio, y reparando en su Instituto conocí luego la causa porqué peregrinaba, haciéndome ver Dios tenía en su Iglesia Instituto que se aplicaba a todo cuanto yo me había ideado…
Francisco confiesa que en Roma comprobó el fruto espiritual y apostólico de aquellos humildes hijos de Vicente de Paúl, entregados plenamente a la obra de santificación sacerdotal. Los seis largos meses le sirven para comprobar, participar y gozar de aquella alta vivencia espiritual. Dialoga, consulta, reflexiona sobre sus posibilidades hasta llegar a tener seguridad por parte de él y de los futuros misioneros. Su proyecto se va aclarando y formalizando. Nada hay que dejar a la improvisación o a la suerte. El éxito está en gran parte ahí, en su claridad, preparación y concierto; no quiere embarcarse en una aventura mal calculada o precipitada.
- De regreso
El romero, escuálido y austero, feliz y ligero, toma el camino de regreso, saliendo en mayo de 1700, para la Ciudad Condal. No sabemos cuanto tiempo tardaría. F. Garrigó dice que le escribió su confesor que volviese luego, dando fin a su trabajosa peregrinación, y se lo tomó tan a pecho que aún lloviendo abundosamente no reparó en ello, pasó los Alpes con nieve hasta la altura, pensando expirar —como me dijo- pero llegó sano y salvo.
Feliz vuelve sin necesidad ya de entretenerse en santuarios y lugares de culto. Algo importante le preocupa ahora y siente urgencia de dedicarse a ello. El mismo confiesa que apenas llegado procuró la ejecución de lo que tanto había deseado, tal como había visto y comprobado en Roma. No había tiempo que perder. Su edad le urgía realizar lo que vivamente deseaba; el espíritu de Dios le empujaba y él quería responder generosamente.