Hno. Felipe Manuel de Bette.—Vió la luz en Flandes, cuando aquel territorio era todavía del dominio español. Al asentar su profesión en el libro correspondiente nos dice, que era «natural de Bruselas, de la diócesis de Malinas, aunque nacido por accidente en Valenciennes en 1677». Fueron sus padres los marqueses de Lede. Después de hacer algunos estudios en Roma, siguió, como su hermano mayor que fue capitán general de los ejércitos de Felipe V, la milicia y pronto se conquistó el afecto de todos, así por su valor como por el trato que daba a sus soldados, con quienes hacía el oficio de verdadero padre. Llegó a teniente general y fue agraciado con la Encomienda de Bastimentos de Castilla, de la Orden de Santiago, cuyo hábito vistió. Retiróse por fin de la carrera de las armas y fijó su morada en Barcelona. Hizo varios años ejercicios espirituales en la casa de la Misión y de tal modo le agradó la vida de los Misioneros, que no paró hasta conseguir entrar en la Congregación, superando todas las dificultades. Empezó el noviciado el 23 de agosto de 1727, y dos años después, el 24 del citado mes, hizo los votos. Se amoldó enteramente a la vida de comunidad, dando ejemplos de extraordinaria virtud, sobre todo, de obediencia, castidad, mortificación y humildad. Refería así sus ascensos: Primero fui cadete, luego subí a capitán de Dragones, después a brigadier, mariscal de campo, teniente general y, por último, Hermano de la Congregación de la Misión. Por más que hicieron el Obispo de Barcelona y otros personajes para que recibiera las sagradas órdenes, no fue posible vencer su humildad. Empleó gran parte de sus cuantiosos bienes en socorrer a los pobres, mayormente a soldados desvalidos y viudas e hijas de oficiales, y lo restante en ampliar el edificio de la Misión y levantar su iglesia, en la que invirtió más de doce mil libras. Acabó su vida con la muerte de los justos y en medio de la admiración general el 4 de enero de 1742. (Anales, t. XL, págs. 5, 58 y 103.)







