Federico Ozanam según su correspondencia (27)

Francisco Javier Fernández ChentoFederico OzanamLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Pativilca · Año publicación original: 1957.
Tiempo de lectura estimado:

Capítulo XXVII: Ozanam, amigo

«La amistad es preferible a la gloria.»
Simón Bolívar. Carta escrita en Caracas al mariscal Sucre, el 8 de junio de 1827.

1.— Ozanam y su amistad con Ampère

Era la época en que Ampére iba a emprender su gran viaje al Canadá y a los Estados Unidos. Ozanam se mostraba inquieto por ese viaje, y esa inquietud tenía un fundamento profundo: hombre de mundo y muy dado a cambiar de residencia, muy dado también al escepticismo de las escuelas alemanas, entre cuyos maestros contaba con varios amigos, Jean Jacques Ampère no había recogido por entero la herencia religiosa que le legara su ilustre padre. Pero sí tenía, como él, un alma recta y sincera. Y por eso, a pesar de la actividad ardiente de su vida y de la fantasía de su imaginación, a pesar de los halagos con que el mundo lo cortejaba y de la curiosidad siempre renovada de su vasta inteligencia, su espíritu necesitaba esa fe. Y ese corazón que se sentía hecho para gozar de ella, no podía encontrar reposo sin ella. Y admiraba esa fe en Ozanam, cuya vida era para Ampére un Evangelio mudo. Nunca le había hablado Ozanam de esto. Pero, ¿podría seguir callando cuando su amigo se decide a poner la inmensidad entre ellos, Cuando se despiden, tal vez, para siempre?

2.— Apostolado en la amistad

Antes que Ampère saliese de Londres, le escribió Ozanam una carta desde Dieppe, el 21 de agosto. Carta admirable que citaremos casi entera.

Recordando primero las grandes y continuas bondades de que su amigo lo había colmado siempre, le pide autorización para tocarle un punto grave con la confianza de un hermano y al mismo tiempo con el respeto debido al que es hermano mayor.

3.— Carta a Ampère

«¿Se asombrará Vd. ahora de la tristeza que descubrió en mí al separarme de Vd.? No quise decirle entonces lo que sentía para no ponerlo en el compromiso de una rápida respuesta. Mientras que, ahora, pasará tanto tiempo antes de su regreso, que al volvernos a ver, habrá olvidado Vd. ya la impresión que mis palabras pudieran causarle.

«Vd. busca —dice Vd.— nuevos intereses que puedan cautivar su espíritu y, por eso, visitará medio mundo. Sin embargo, existe un interés soberano, un bien capaz de cautivar y de satisfacer su gran corazón, y yo temo, amigo mío, y ojalá que lo tema sin razón, que Vd. no se preocupe de eso. Vd. Es cristiano. Lo es por patrimonio, por la sangre incomparable de su padre. Vd. cumple todos los deberes que el cristianismo ordena para con los hombres, pero ¿no siente Vd. que hay también deberes que nos obligan para con Dios? ¿No cree Vd. que hay que servir a ese Ser Supremo y hay que vivir en trato íntimo con El? ¿No encontraría Vd. consuelo infinito en ese servicio?

¿No encontraría Vd., sobre todo, en ese servicio, la seguridad de la eternidad?

«Más de una vez me ha dado Vd. a entender que esos pensamientos no eran extraños a su corazón. ¡Su vida de estudio le ha hecho conocer tanto cristiano eminente y Vd. ha visto a su alrededor morir cristianamente a tanto hombre de valía! Esos ejemplos lo invitan a Vd., pero las dificultades de la fe lo detienen. Y yo nunca le he tocado el punto de esas dificultades, porque su saber y su talento son infinitamente superiores al mío:

«Pero hoy permítame que se id diga, amigo mío: No hay más que dos es- cuelas, la Filosofía y la Religión. La Filosofía tiene sus luces. Supo conocer, a Dios, pero no lo amó. Ella nunca ha hecho derramar una sola de esas lágrimas que el católico derrama en la Comunión y cuya dulzura incomparable merecería el sacrificio de la vida. Si yo, débil y malo como soy, he conocido esa dulzura, ¿qué no conocería Vd. con su carácter tan elevado y su corazón tan bueno? Vd. encontraría allí la evidencia interior, ante la cual todas las dudas se desvanecen. La fe es un acto de virtud, por tanto, es un acto de voluntad. Hay que esforzarse por practicarla; luego, entregarse a Dios y Dios dará la plenitud de la luz.»

En seguida, termina con esta frase que es el grito de un corazón cristiano:

«Amigo mío, si algún día cae enfermo sin que haya un amigo que esté a su lado, recuerde que hoy en día en los Estados Unidos ningún lugar importante hay donde el amor de Jesucristo no haya colocado un sacerdote para consuelo del viajero católico.»

4.— Respuesta a la carta

La respuesta no se hizo esperar. Dos días después, llegaba de Inglaterra la siguiente contestación: «Querido y excelente amigo: No quiero que pase un minuto sin enviarle mi gratitud por su carta. ¿Ofenderme Vd.?

¡Ah Dios mío!; no sería Vd. mi amigo si no tuviera semejantes ideas en su corazón. Yo lo sabia, aunque Vd. no me lo hubiera dicho. Permítame que no le conteste y crea que el espectáculo de ortodoxia católica que ofrece una inteligencia como la suya, es para mí una predicación más elocuente que todas las palabras».

Luego trae la carta una post-data: «Encontré ayer en la calle al cojito del Puente de Waterloo y le di una limosna por nosotros cuatro».

Esas rápidas líneas fueron las últimas que en Europa escribió Ampère. Su próxima carta venía de Montreal, con fecha 2 de octubre. Preludiaba Ampère aquella correría de tres mil leguas que relata bajo el título de Paseo en América. En ninguna parte se olvidó de escribir a Ozanam. Y Ozanam contestó a cada una de esas cartas con toda la gracia de su espíritu y con las más sinceras manifestaciones de afecto y de fe.

Esos dos hombres, esos dos amigos, esos dos hermanos casi, no debían volverse a ver sobre la tierra. Cuando Ampère regrese a París, será en el momento en que Ozanam lo acaba de abandonar a su vez, pero ¡para siempre!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *