Temores antes de su examen de primer año de Derecho. Consideraciones sobre la situación política en la capital.
París, 23 de julio de 1832.
Mi querido amigo:
¡Qué afortunado eres por poder descansar en el seno de tu excelente familia, rodeado de parientes que te quieren y a los que tu presencia hace felices! No oyes rugir las tempestades políticas, estás sordo a los clamores confusos de esas gentes sin nombre que se levantan unas contra otras; no ves al cólera recoger su gran cosecha, y las largas hileras de coches fúnebres pasearse por las calles. El hermoso cielo de la Turena, las orillas fértiles del Loira, las gentes amables y tranquilas: ese es el paisaje del que disfrutas. Además, vives en el campo, y en él todas las ideas se hacen más sonrientes, el espíritu más tranquilo, la salud más vigorosa, la ciencia menos austera, la religión misma más amable y consoladora. Las abstrusas compilaciones del ilustrísimo Triboniano[1] no son más que un juego cuando se leen a la sombra de verdes árboles, al borde de un arroyo, sentado en la hierba florecida. Sueños poéticos vienen a mezclarse con tus meditaciones, y con frecuencia son su fruto, incluso, bonitos versos, como los que me mostraste.
Pero, si te agrada esa felicidad, es porque te has hecho digno de ella; es porque, durante tu larga estancia en la capital, no te has trastornado y has luchado contra la fatiga del trabajo y las seducciones del placer:
Vivite felices quibus est fortuna peracta[2].
En cuanto a mí, que acabo de empezar, encontraré muchas dificultades que habré de vencer. Casi me avergüenzo de haberte confesado mi pusilanimidad; pero el examen de primer año, que voy a tener pronto, es un fantasma que me aterroriza. Poco acostumbrado al estudio del Derecho, no he sabido ocuparme de él como hay que hacerlo a lo largo del año, y en el momento en que, por fin, acabo de encontrar un método, se me exige el conocimiento de las materias. ¿Qué se puede hacer? Pero no puedo dudar, y me presento arriesgadamente bajo la protección de Dios y con poca confianza en mí mismo. Pero, cuando haya pasado ese momento crítico, volveré a reunirme con los que me son queridos, volveré a ver mi hermosa ciudad de Lyon; allí conseguiré, si puedo, una provisión de salud y de ánimos para el año siguiente.
De ánimos: ciertamente, pues son tan necesarios para la época en que vivimos, y aún más para la que vamos a vivir. Todas las mentes privilegiadas anuncian que hemos llegado a un periodo de catástrofes y de dolores universales. Tal es, al menos, la opinión de los señores de Chateaubriand, de Lamennais y de Lamartine. Los gobiernos y los pueblos se miran con hostilidad mutua. El protocolo de la Dieta germánica, la Ley de reforma, la insurrección de los irlandeses, los movimientos de Alemania y de Italia, la guerra misma del gran Turco y del pachá de Egipto, todo eso son los preparativos de los grandes sucesos que van a tener lugar, y ese drama terrible tiene lugar por esa tragedia de hermanos que son enemigos, por la lucha sin cuartel de don Miguel y de don Pedro[3]. Aquí ha cogido una fuerza considerable el partido republicano, por la especie de persecución que sufre; no oculta sus designios, habla de guillotina y de fusilamientos. Por el otro lado, los amigos del orden cierran sus filas, muy decididos a resistir hasta el final; hay un odio exterminador entre los partidos. Creo que va a haber una guerra civil inminente, y Europa entera, cubierta por las redes de la francmasonería, será el teatro en que tendrá lugar. Pero esa crisis terrible será probablemente decisiva y, sobre las ruinas de las viejas naciones destrozadas, se levantará una Europa nueva. Entonces se comprenderá lo que es el catolicismo, entonces será el momento de llevar la civilización al antiguo Oriente; será una época magnífica, pero nosotros no la veremos.
Por lo demás, el señor de Lamennais parece estar contento en Roma. El papa le ha dicho cosas muy amables; incluso deberá volver a publicarse l’Avenir, pero esos señores han preferido esperar la vuelta del ilustre peregrino, que no espera volver hasta septiembre. De aquí a entonces pueden pasar muchas cosas.
Espero que nos reunamos al final de las vacaciones. Te aseguro que encontrarás a gente que te quiere, empezando por aquel que se dice y será siempre tu amigo.
Federico Ozanam.
Fuente: Original perdido. • Ediciones: LFO1, carta 49. — Lettres, t. I, p. 53.
[1]* Triboniano (aprox 500-547) fue un destacado jurista bizantino, que jugó un decisivo papel en la promulgación de Corpus Juris Civilis (Código de Justiniano).
[2]* «Vivid felices los que hayáis alcanzado ya la cima de vuestra fortuna». Es el versículo 493 del libro III de la Eneida de Virgilio.
[3]* Don Miguel y don Pedro, escrito en español en el original.