Melancolía, trabajo difícil. Muerte de Cuvier. Los sucesos de Grenoble. Gastos y obras de caridad. Temor de perder el tiempo.
París, 16 de mayo [de 1832].
Mis queridos padres:
He recibido de ustedes dos cartas seguidas, que me han causado un gran placer, y yo debiera haberles contestado antes. Esa era ayer mi intención. Pero Materne, que ha venido a verme, y Henri, que me ha llevado a comer a su casa, me han impedido terminar la carta a tiempo para ponerla en el correo. Esa carta estaba ya casi terminada, pero esta mañana la he rehecho porque me parecía que no estaba bien, pues esta segunda me ha parecido demasiado triste para enviársela. Por eso, si les escribo poco no culpen a mi pereza. Tengo las nueve páginas que podría mandarles ahora mismo, pero no quiero preocuparles con los fantasmas que pasan por mi cabeza. Hace un mes que estoy sumido en una tristeza que nada puede disipar; trabajo poco y trabajo mal. El domingo creía que me encontraba bien, el lunes volví con confianza a mi trabajo. Los dolores de estómago y los accesos de melancolía me han atacado con más fuerza que nunca. Lo que más me duele es que no hago nada, que mi imaginación se apaga, mis conocimientos no aumentan, mis ideas se vuelven sombrías. Todo eso me desanima. Sin embargo, no he perdido aún toda esperanza; es posible que esto no sea más que una crisis; por lo demás, no me duele la cabeza ni tengo fiebre.
Creo que habrán visto al señor Ampère y que estarán contentos por ello. Si vuelven a verle, díganle que todos los de su casa están bien, preséntenle mis respetos y felicítenle de mi parte por las sabias lecciones que su hijo nos da en la Sorbona sobre la literatura escandinava.
París no está nada alegre. Reina una ansiedad general por causa de los asuntos políticos; la muerte del señor Cuvier ha sido un golpe terrible para los intelectuales de Francia.
Tenemos un tiempo muy malo, hace un tiempo frío y húmedo, lo que no impide a los pajaritos cantar en mi jardín.
Henri se siente muy fatigado por su crecimiento desmesurado; creo que mide ahora cinco pies y ocho pulgadas, el médico le ha prohibido toda clase de trabajo y le ha ordenado, como remedio, un ejercicio violento. El señor Durnerin, sobre todo después de su boda, ha adquirido una clientela numerosa; lleva muy bien sus negocios.
El cólera es la agonía.
Doy muchas gracias a papá por su descripción de Dijon, que me ha interesado mucho. Yo creía que en las escuelas de Derecho de provincias no se hacía gran cosa. Los sucesos de Grenoble contribuyen a probarlo. Se habla aquí mucho de eso; el gobierno se encuentra en un gran apuro[1].
He visto con pena que tendrían ustedes que pagar cinco mil francos. Eso les incomodará mucho, mis queridos padres; a mí me incomoda mucho también. Me acaban de cobrar tres francos por el arreglo de cinco pares de medias, y el sastre que tiene mi traje azul viejo me ha pedido seis francos por arreglarlo. Añadan 20 sols[2] para arreglar mi pantalón de cachemira, que se desagarra siempre, porque la tela está gastada. Además de todo eso, he gastado 14 francos para arreglar los zapatos, y ese desdichado zapatero que, sin embargo, tiene fama de ser muy hábil, me ha dejado los zapatos tan anchos que casi se me salen los pies, y apenas sí los podré usar dos meses. Todo ello sube a 24. No me quedan más que tres francos, y aún tengo que bañarme y debo tres francos de lavado de ropa. Además se pide, se hacen colectas en todas partes por los enfermos de cólera, por los huérfanos, etc… En conciencia no se puede rehusar, se da incluso con entusiasmo, sin pensarlo, y así la bolsa disminuye, pero al menos ese dinero no es jamás dinero perdido; se volverá a encontrar un día.
He recibido la carta de Falconnet y otra de Dichet; les contestaré en cuanto esté un poco menos triste. No sé por qué Alphonse me tiene sin noticias, a mí, a quien tanto gusta recibirlas. Préstenle, por favor, al abate Noirot los Annales de Philosophie Chrétienne[3], pues quiere conocerlos para suscribirse a ellos. En cuanto a mí, voy a hacer de inmediato algunos de los encargos de mi padre. Tengo tiempo, pues no trabajo.
Sí: no trabajo, y eso me tiene desanimado. Ustedes esperaban que sus desvelos por mí no serían inútiles, esperaban verme más instruido y mejor. ¿Se perderá lo que ustedes esperan y volveré con las manos vacías? Oh, mis padres buenos, les amo demasiado para no sentir la pena que les causo. Estén seguros de que, cuando recupere las fuerzas corporales, en cuanto recupere la energía moral, trabajaré con toda el alma para recuperar el tiempo perdido. No me regañen; sea cual sea mi destino, siento que les amaré siempre con todo mi corazón, que mi voluntad estará siempre sometida a la suya, pues veo más claramente que nunca lo débil que soy, cuánto necesito guía y ayuda, cuánto echo en falta mi familia, yo, pobre exilado que no estaba acostumbrado a respirar el aire impuro de la capital. Adiós, ustedes a quienes tanto amo, mi buen padre, mi buena madre, den de mi parte abrazos a mis hermanos y cuenten siempre con su hijo.
A.-F. Ozanam.
Escríbanme con frecuencia; ¡si supieran cuánto consuelo encuentro en su correspondencia!
Fuente: Archives Laporte (original). • Edición: LFO1, carta 46.
[1] Sobre los incidentes sangrientos de Grenoble (11-19 de marzo de 1832) se puede leer el relato de Louis Blanc, Révolution française: histoire de dix ans, 1830-1840 (Revolución francesa: diez años de historia, 1830-1840), t. III. París: Pagnerre éditeur, 1846 p. 175-196.
[2]* Antigua moneda francesa, procedente del solidus romano, equivalente a 5 céntimos de franco. Por lo tanto, 20 sols es un franco.
[3]* El primer número de los Annales de Philosophie Chrétienne apareció el 31 de julio de 1830. Fueron fundados por Augustin Bonnetty, que los editaría hasta su muerte. El principal propósito de los Annales era mostrar el acuerdo entre razón y fe, y la universalidad de una revelación primitiva que es reconocible incluso en los mitos y fábulas de todas las naciones (Cf. Reardon, Bernard. Liberalism and Tradition: Aspects of Catholic thought in Nineteenth-Century France. Cambridge: Cambridge University Press, 1975, pp 113-115).