No dejarse abatir por las dudas, que pueden no ser más que una etapa hacia una fe más profunda.
Cuires, cerca de Lyon, 7 de octubre de 1831.
Mi buen amigo:
Recibí ayer tu segunda carta y me apresuro a responderte.
He cumplido tu encargo para Fortoul, ya le he escrito. Mañana cumpliré la tarea que te dio Privat. Esos son servicios muy pequeños, me gustaría hacerte servicios mucho más grandes.
Las señales de amistad que me prodigas me mueven mucho; sí, seremos siempre amigos. Las nubes que han turbado nuestra amistad, las que aún turban tu alma, desaparecerán muy pronto, así lo espero. Te confieso que tu primera carta me produjo una herida profunda. Gemía por ser tu amigo. Pues, débil y vacilante como soy, bastarían para desorientarme algunas seducciones de un camarada muy querido; si un ciego conduce a otro ciego, ambos se precipitarán en el abismo. Y, sin embargo, yo sentía que mi amistad no podía terminar, que ella estaba en el fondo de mi corazón. «Desgraciado, abandonado en medio del torbellino de la capital, con amigos que ya no creen, ¿qué será de mi fe y, si mi fe sucumbe, que será de mi virtud que solo la fe puede sostener? Pues bien, les amaré siempre, pero me haré violencia para no verles con demasiada frecuencia, para no exponerme a sus insinuaciones funestas; y, sin embargo, he aquí que mi pobre Materne tendrá necesidad de mí y yo tendré necesidad de él… ¿qué haré?» Tales eran mis pensamientos; tu segunda carta me ha dado alguna seguridad. No está todo perdido si queda un sentimiento profundo, religioso, en el fondo de tu alma, ese sentimiento te devolverá al catolicismo comprendido de una manera amplia y profunda. ¡Oh!, no rechaces los consuelos que te ofrece; en cuanto a mí (te revelo un secreto) sin el catolicismo yo no existiría; me hubiera sumergido en un abismo de vicios y luego me hubiera dado la muerte. Te hago esta confesión temblando, pero debo dar testimonio de la doctrina que me ha salvado, «qui posuit animam meam ad vitam»[1]. No te asustes por tus combates, tus repugnancias; también yo las siento, pero esas son cosas pasajeras, el hombre debe colocarse por encima de ellas. Es necesario penetrar el sentido íntimo y simbólico de las prácticas, hay que verlas de una manera sabia y elevada; hay que entregarse a las dulces emociones de la gracia cuando viene, y no avergonzarse de algunas lágrimas derramadas por la noche, al pie de los altares… Pero tal vez eso sea demasiado… tú no has llegado aún hasta ahí; debo dejar que se calmen tus dolores.
Mientras tanto, creo que siempre nos unirán simpatías profundas; iré a verte pronto; hablaremos juntos de todo eso.
Adiós, tengo prisa. Tengo a alguien que está esperando impacientemente a que termine esta carta; te abrazo con todo el corazón.
Tu amigo para siempre:
A.-F. Ozanam.
Fuente: Archives Laporte (original). • Edición: LFO1, carta 35.
[1]* «Que me dio vida». Cf. Sal 66(65), 9.
One Comment on “Federico Ozanam, Carta 0041: A Auguste Materne”
SOCIEDAD DE SAN VICENTE DE PAUL
CONSEJO SUPERIOR EN LA REPUBLICA ARGENTINA
Serrano 740/2
Tel/fax 4775-7240
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CP 1414- CABA
Buenos Aires, Argentina, 13 de abril de 2017.
SAN HERMENEGILDO
Estimado amigo Chendo.
Deseándoles bienestar, con mucho gusto me comunico con ud, para saludarlo y felicitarlo por su produccion.
Le pido la amabiliad e que nos envie las novedades de la red de formacion vicenciana.
Quedando a su disposición me despido hasta pronto deseandole una feliz Pascua, en Nuestro Señor Jesús, San Vicente, el Beato Federico y el Siervo de Dios Antonio Solari.
Celeste Godoy Arroyo
Presidente Consejo Superior
Sociedad de San Vicente de Paul
“Sea, pues, nuestro fin principal, santificarnos,
socorriendo a los pobres en sus necesidades”
Federico Ozanam
“Era forastero y me acogisteis…”, Mt 25.
… celebrando los 400 años del Carisma Vicentino