Federico Ozanam, Carta 0039: A Ernest Falconnet

Francisco Javier Fernández ChentoEscritos de Federico OzanamLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Federico Ozanam · Traductor: Jaime Corera, C.M.. · Año publicación original: 2015 · Fuente: Federico Ozanam, Correspondencia. Tomo I: Cartas de juventud (1819-1840)..
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Consejos a Falconnet que, como muchos jóvenes, debe luchar contra su orgullo y su sensibilidad.

Cuires, cerca de Lyon, 19 de septiembre de 1831.

Mi querido Ernesto:

Sería difícil describirte los sentimientos que han invadido mi alma al leer tu carta, y aún más difícil expresarte todos los pensamientos que han surgido en mí espíritu por ese motivo. Apenas podría intentar hacerlo por medio del desahogo de una conversación larga y dulce. ¿Cómo podría hacerlo, constreñido como estoy por las estrechas limitaciones de una carta confidencial?

Sin embargo, te diré que tu franqueza me conmueve y que tu confianza me honra, que he visto, con mi agradecimiento más vivo, la esperanza que ponías en tu viejo amigo que, a pesar de ser consciente de mi falta de experiencia y de mi debilidad, no he vacilado en tenderte una mano amiga y en esforzarme en reunir mis ideas para indicarte en cuanto está en mi mano, la fuente y el remedio de tu mal, el camino de la verdad y de la virtud; te ruego me dediques una hora de meditación para someter a una reflexión profunda los puntos siguientes, que te doy como otros tantos jalones para orientar tu pensamiento:

  • Ya te he hablado muchas veces de una época crítica por la que pasa el hombre durante los días de su juventud. Pues, si en los antiguos misterios la iniciación estaba siempre precedida por una prueba, ¿por qué en el misterio de la vida humana el momento en el que el pensar y la voluntad se hacen personales no había de ser un momento de prueba y de lucha? Y, como el hombre tiene que recorrer una doble carrera, la de la ciencia y la de la virtud, el combate se librará en dos terrenos diferentes, entre lo verdadero y lo falso, entre el bien y el mal; y, mientras que la duda se apoderará del espíritu, las pasiones removerán las profundidades del corazón.
  • Si el don de una educación sabia e ilustrada se ha anticipado al comienzo de esos combates, hay lugar para la esperanza. Semejante a la aguja imantada, que un impulso exterior hace oscilar unos instantes en direcciones diversas pero que pronto vuelve a la posición que le da la naturaleza, el alma, agitada durante algún tiempo por tentaciones múltiples, se calmará por su propia fuerza y se levantará de sus caídas y, estando segura, después de maduro examen, de la excelencia de las nociones que se le habían transmitido, marchará con ardor a la conquista de la verdad, a la perfección moral.
  • Sin embargo, hay que temer numerosos obstáculos. Se deben señalar dos, sobre todo. Diría que hay, en el santuario del alma, dos potencias infernales que parecen opuestas la una a la otra y que, sin embargo, conspiran juntas de modo maravilloso para perdernos: 1º Del desarrollo rápido de la personalidad en un joven nace el sentimiento de su fuerza individual, de su libertad, de su independencia, es consciente de sus facultades nacientes, y el yugo de la autoridad se le hace pesado. De ahí viene la presunción, la temeridad y la mayor parte de los defectos que se suelen atribuir a la juventud, y que resumo bajo el nombre general de orgullo. El orgullo no es otra cosa que la personalidad desarrollada más allá de toda mesura, es una especie de egoísmo. Esa es la primera tentación de toda alma racional. Es el primer crimen de las primeras inteligencias creadas, es también el que presenta los primeros asaltos al hombre que entra en el mundo. Orgullosa de recordar las tradiciones y las creencias de su infancia, la razón usa ampliamente ese derecho y, con frecuencia, en lugar de buscar la verdad con un corazón sincero, de reconocerla en sus rasgos más impresionantes y de someterse a su autoridad, se complace en prolongar el ejercicio de su derecho de examen, la duda; el escepticismo le parece como un gran campo en el que ella puede desarrollar su poderío usurpador; se complace en imitar al Júpiter-ensambla-nubes de Homero oscureciendo los axiomas más comúnmente aceptados (estas palabras son del escéptico Bayle) y para mostrarse como espíritu fuerte, se convierte en enemiga de toda fe, de todo principio admitido de modo general, el Don Quijote de todas las paradojas. A partir de ahí reniega de los altares, de la religión de la infancia, y para calmar el grito de la conciencia irritada se esfuerza por amontonar las objeciones fútiles, los ridículos aún más fútiles, como si el ridículo no fuera un arma cortante de dos filos, como si todo conocimiento pudiera ser tan claro que no presente algunos enigmas, como si, en fin, toda cosa buena no se pueda prestar a sofismas y a los insultos de los malvados. Eso en cuanto al orgullo. 2º Por otro lado aparecen las pasiones del corazón, la sensibilidad se arroga un poder imperioso y plantea a la virtud combates semejantes a los que el orgullo presenta a la virtud, los placeres sensuales aparecen rodeados de encantos seductores. Desgraciado el que les abra la puerta. Se precipitarán en su alma como un torrente, se apoderarán de todos sus pensamientos, de todos sus afectos, de todos sus deseos, perturbarán su entendimiento, matarán su fuerza moral; desanimado, con falta de gusto por la ciencia y la virtud, les dirá adiós para siempre. El escepticismo acabará dando lugar a un materialismo grosero, y quien debería ir haciéndose hombre, sepultado en la más profunda corrupción, quedará reducido al nivel de los animales.
  • Tales son los dos obstáculos principales contra los que llegan a producirse tantos naufragios; tales son las dos potencias infernales que esperan al viajero en el camino, para combartirle y precipitarle en el abismo; pocos son los jóvenes, sobre todo de la clase ilustrada, que escapan a sus ataques. También tú los habrás experimentado. Pero cuando, siendo un pobre joven desconocedor de los peligros que te rodeaban, caminabas lleno de confianza, las primeras seducciones se apoderaron de ti. ¡Oh!, ¡Bien había notado yo esa inclinación hacia el ridículo, la paradoja, la oposición sistemática! Has leído, por desgracia, algunos libros apropiados para favorecer esa inclinación, y ella se ha desarrollado rápidamente. Date cuenta, amigo mío: el deseo de brillar, el amor a la crítica, la paradoja, el sofisma son como las mil cabezas del orgullo, esa hidra que renace sin cesar; hay que aplastarla con un golpe. Por otro lado yo me temía, hace tiempo, que te hiciera daño la lectura de novelas. Te habrás dado cuenta de ello por mis conversaciones. Mis previsiones han quedado plenamente comprobadas; tu espíritu está abatido, tu alma excitada, tu imaginación es estéril, la repugnancia por la existencia te desborda por todas partes…

¿Habría, pues, que desesperar y perder toda confianza? ¿No tiene remedio el mal? ¡Oh, no! El único mal sin remedio es el que no se siente, y tú has sentido el tuyo, has conocido la enfermedad de tu alma y has dicho como el profeta Jeremías: ego vir videns paupertatem meam![1]. Bien, amigo, ten esperanza, ármate de una resolución fuerte y vigorosa, concibe la dignidad de tu vocación de hombre y esfuérzate por cumplirla; fija los ojos en la meta y camina decididamente; que algunos falsos pasos no te desanimen en absoluto; levántate de tus caídas y procura practicar los remedios, que te voy a dar indicar:

  • Considera el objetivo de tu existencia, esfuérzate por concebir un amor sincero por todo lo que es verdadero y bueno, busca lo uno y lo otro con la sinceridad de tu alma.
  • Las pruebas de la religión te parecen poderosas, irrebatibles; está bien, pero es demasiado poco todavía; no basta estar convencido, hay que estar persuadido, hay que creer. Para llegar a ello, ¿qué otro medio que el dedicarse a meditaciones frecuentes sobre la virtud, la bondad, la belleza del cristianismo? Adoptando esa trilogía que te he trazado, considera esa religión celeste, en su origen —en sí misma—, en su aplicación, en su establecimiento, en sus resultados. No basta, en absoluto, una mirada superficial: hacen falta reflexiones repetidas. Ve la fe primitiva revelada a Adán con la promesa del Redentor, transmitida de año en año a la posteridad, perpetuarse entre las naciones, a pesar de las tinieblas de la idolatría, a pesar de los funestos efectos del pecado original, y permanecer, sin embargo, pura en los tabernáculos de Israel, para que la tradición no interrumpida se mantuviera hasta el día del cumplimiento. Aquí la escena cambia. El Verbo se ha hecho carne, sus milagros y sus perfecciones, su vida, su muerte, su resurrección, prueban su divinidad y su doctrina de fe, de esperanza y de amor aparece como la ley definitiva de la humanidad. ¿Quién podrá sondear todas sus profundidades, quién podrá expresar su íntima alianza con las necesidades y la naturaleza del hombre, quién podrá expresar dignamente las consecuencias bienhechoras en las que es fecunda? Pero he aquí que ya tiene lugar su realización gloriosa: la faz de Europa cambia, las naciones bárbaras se civilizan, la ley de la fuerza es remplazada por la ley del amor. Esfuérzate por sumergirte en esas grandes consideraciones. Sería provechoso para ti que las editaras, sería un trabajo de un centenar de páginas, que ofrecería mucho interés y utilidad. Cuando las dudas inoportunas vuelvan, las disiparías con esa lectura. Te aconsejo, también, que leas las Sagradas Escrituras, principalmente los salmos, los profetas y el Nuevo Testamento. Sentirás deliciosos goces en esa especie de meditaciones, cada día se disiparán algunas oscuridades, cada día te traerá nuevas luces, cree en mi experiencia. Pero todo esto está condicionado a que te entregues al estudio francamente y con sencillez, despojándote de todo espíritu disputador, rechazando las paradojas y los ridículos como otros tantos malos pensamientos.
  • Reforma tus malos afectos, esfuérzate por matar ese egoísmo, que es el padre del orgullo y de la sensualidad. Para llegar a ello, piensa con frecuencia en la debilidad de la naturaleza humana, en las inclinaciones malas por las que está esclavizada, en la imposibilidad de hacer el bien sin ayuda sobrenatural. Piensa que todo don perfecto viene de lo alto, relaciónate con Aquel de quien recibes todos tus éxitos, todas tus obras. Cuando la voluptuosidad te haga la guerra, piensa en el alto destino al que estás llamado, ocúpate de estudios graves y serios, renunciando a todo pensamiento de orgullo y a toda lectura sensual y seductora. Sobre todo, reza mucho, y no te avergüences de hacerlo, humíllate delante de Aquel que te ha creado. Una confesión general, que te hará ver con un golpe de vista todas las faltas de tu vida, contribuirá mucho a domar tu amor propio. Purificado así, irás a buscar las luces en su fuente, es decir, en el seno de Dios. Allí encontrarás la fuerza y la inteligencia, la ciencia y la virtud; entonces caminarás con valentía por el camino de la vida y nada turbará ya tu corazón.

Mi hermano me ha prometido sus oraciones en tu favor; te aconseja una confesión general y te anima mucho a que perseveres en tus buenos sentimientos.

Vuelve lo antes posible, tengo muchas cosas que decirte, cosas interesantes, íntimas.

Presenta mis respetos a tu excelente madre, mi amistad a tu hermana. Para ti el afecto constante de tu primo y amigo.

A.-F. Ozanam.

Fuente: Archives Société de Saint Vincent de Paul (copia). • Edición: LFO1, carta 34.

[1]*    «¡Soy hombre que ve su pobreza!» (Cf. Lam 3, 1ss).

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