Federico Ozanam, Carta 0038: A Auguste Materne

Francisco Javier Fernández ChentoEscritos de Federico OzanamLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Federico Ozanam · Traductor: Jaime Corera, C.M.. · Año publicación original: 2015 · Fuente: Federico Ozanam, Correspondencia. Tomo I: Cartas de juventud (1819-1840)..
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Consuelos y alientos. Encontrarán en su próxima reunión una ayuda para resolver sus dificultades.

Cuires, cerca de Lyon, 17 de septiembre de 1831.

Mi querido Materne:

Cuando te marchaste de Lyon, mis esfuerzos por verte y abrazarte fueron inútiles; no sé qué fatalidad se interpuso entre nosotros, y me vi reducido a expresarte por escrito mis penas, mis sentimientos de dolor y de consolación.

¡Que no haya podido, en esa ocasión, decirte en persona todo lo que había en mi corazón! ¡Nuestras lágrimas mezcladas hubiesen sido más dulces!

Hoy, cuando las ocupaciones anejas a un viaje de cien leguas[1] y de un traslado total han podido calmar un poco la impetuosidad de tu dolor, permíteme que eleve una voz bien conocida para hacerte recordar que aún te queda un amigo fiel, un amigo de la infancia, que conoce tu alma, que comparte tus afectos, que, en medio de esa sombría atmósfera de la que estás rodeado, en el umbral de tu carrera, querría hacer brillar ante tus ojos algunas dulces claridades de esperanza; permíteme que te recuerde el compromiso que me has dejado al marchar, y por el cual parecías prometerme que una correspondencia amable alegraría las penas de nuestra separación.

Mientras esperas que los trabajos de la École normale lleguen a ofrecerte una distracción fuerte, trata, te lo ruego, de apartar un poco tu espíritu de los pensamientos fatigosos que le asedian. La salud del cuerpo y la del alma sufren por todos los excesos, por el exceso de dolor tanto como por el exceso de placer. Piensa en que aún eres joven, que el futuro se abre ante ti, que debes tu vida y tus fuerzas a la sociedad, a tus padres, a tus amigos, a ti mismo. Será hermoso, será bueno que te resistas al sufrimiento. Yo no digo que vayas a buscar las disipaciones vulgares; esas no valen nada para tu corazón. La religión, la ciencia y la amistad deben unirse para prodigar sobre ti sus consuelos más dulces.

En cuanto a mí, mi esperanza es la de verte muy pronto, de poder hablar cara a cara ut amicus ad amicum[2], expansionar mi alma en la tuya con largas conversaciones, dirigirte palabras de paz, sostener tu confianza vacilante.

¡Ay!, también yo me siento triste y desgraciado aunque estoy lejos de comparar mi aflicción con la tuya; me siento triste con una tristeza profunda; una melancolía negra invade el fondo de mi existencia y, sin embargo, al exterior todo parece sonreírme. Pero, en el interior, bien lo sabes: combates terribles, la lucha de las pasiones y de la virtud, los fantasmas de los malos pensamientos, las caídas dolorosas, la depresión, el desaliento, las inquietudes. ¡Oh! ¡quién podrá describir todo lo que pasa en el corazón de un joven! Mi salud es débil, igual que mi virtud; el futuro social se me aparece sombrío como la noche, ideas desgarradoras se suceden en mis sueños. Tengo mucha necesidad de un amigo.

Juntos, en conversaciones familiares, nos diremos todo eso, amigo mío; no nos ocultaremos nada, ¿no es así? Intentaremos consolarnos el uno al otro, levantar nuestros espíritus abatidos. Juntos soportaremos el peso del día y del calor. Las palabras de la amistad fecundarán las semillas de la virtud. La religión, dulce consoladora, nos rodeará con su sombra protectora; se aclarará, tal vez, el porvenir; juntos atravesaremos los desiertos de la vida, y quizá un día, al término de la carrera, llenos de obras y de días, nos complaceremos en dirigir nuestra vista al camino que habremos recorrido, y nos felicitaremos por una amistad que habrá sembrado algunas flores por el camino. Ánimo, mi buen amigo, trataremos de apoyarnos; respóndeme, si te parece bien, en cuanto puedas. Dentro de mes y medio volaré a donde estás.

Tu amigo para siempre:

A.-.F. Ozanam.

«Ecce quam bonum et jucundum habitare fratres in unum!»[3]. No necesito decirte que he aceptado con mucho interés y que me he ocupado en cumplir los encargos que me dejaste.

Al dorso: Señor Palluy, el mayor, Director de la Maison royale de Charenton. Para entregar al señor Aug. Materne, Charenton, cerca de París. • Fuente: Archives Laporte (original). • Edición: LFO1, carta 33.

[1]*    La legua francesa medía 4.440 metros.

[2]*    «Como un amigo a otro amigo».

[3]*    «¡Qué bueno y agradable es vivir los hermanos juntos!» Cf. Sal 133(132).

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