Consolación y testimonio de amistad ante la desgracia que acaba de sufrir su amigo.
[Lyon,] 27 de agosto de 1831.Mi muy excelente amigo:
¡La noticia de tu desgracia me ha golpeado como un rayo![1] Mi alma se siente rota por el dolor al enterarme de que la familia de mi amigo, una familia tan sensata, tan trabajadora, ha sucumbido ante los golpes del infortunio. ¡Oh!, sí, compadezco a tu excelente padre, te compadezco a ti, hijo tan sensible y tan bueno, que sufres tan vivamente todos los dolores de tus padres, tú que ya habías experimentado tanto el dolor como para no temer que tendrías que experimentarlo una vez más.
¡Y mañana te vas de viaje! Y no podremos vernos antes de dos meses, antes de que vaya a juntarme contigo.
Al menos recibe mis abrazos y mis buenos deseos, me hubiera gustado consolarte, llorar contigo; imposible; pero al partir llévate al menos la seguridad de que si tú has perdido mucho, tú no has perdido al menos tu lugar en mi corazón; que, por el contrario, este día estreche más que nunca nuestra amistad; los dos seremos uno, tus dolores serán mis dolores, tus lágrimas se mezclarán con las mías y, si aparecen algunos rayos de esperanza en medio de tus aflicciones, los saludaremos juntos.
Sí, espera, espera siempre; tú tienes en ti muchas garantías de éxito; tus talentos, tus trabajos deben darte confianza para el futuro; tal vez llegue un día en que tus dolores serán recompensados, pues, como bien sabes, Dios prueba a los que ama, y el oro más precioso es el que ha sido purificado en el horno. Eleva tus ojos al cielo; allí encontrarás consuelos y esperanza, encontrarás en tu infortunio presente la prueba de destinos mejores que te esperan en el futuro.
Adiós, pues. Ánimo; sé más fuerte que la desgracia; te veré dentro de dos meses en París, en la École normale. Mientras tanto, cuenta con mi correspondencia frecuente, con mi exactitud en cumplir los encargos que me confías, con mi amistad en la vida y en la muerte.
A. F. Ozanam
Fuente: Archives Laporte (original). • Edición: LFO1, carta 31.
[1]* Pierre Materne, padre de Auguste, se había declarado en bancarrota.